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EL COMPROMISO CON LA REPÚBLICA. CONTEXTO FAMILIAR Y POLÍTICO SOCIAL

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Al regresar a Valencia me enteré de que mi padre me había reclamado bajo la presión de los padres de Bastid, que viviendo en la misma finca de calle de la Nave número 3, tenían un contacto diario y decidieron reclamarnos a los dos.

En lugar de encontrar la satisfacción de haber cumplido una pequeña aventura personal, me di cuenta de que me faltaba el calor de mis compañeros del frente y que difícilmente podría acoplarme a la pasividad que, de momento, no favorecía mi edad. A medida que pasaban los días se me acentuaba la nostalgia de la camaradería de los compañeros de la FUE y empecé a reconocer que mi sitio no estaba en la retaguardia. La decisión de mi incorporación al Batallón de la FUE obedeció a una inquietud juvenil originada por el ambiente de una rebelión militar, que rápidamente se transformó en una guerra civil. Ello caló en muchos jóvenes, fundamentalmente en los que por circunstancias de entorno –familiares y amigos–, estaban politizados defendiendo la legalidad republicana. Este era mi caso, ya que desde los 14 años estaba afiliado a la FUE en la Asociación Profesional del Instituto Luis Vives y recién cumplidos los 16 años en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU). Otro factor de peso era la fuerte personalidad de mi padre, que espero quede bien plasmada al hacer la recopilación testimonial de un gran recuerdo que se inicia un 18 de julio de 1936.

Sí, recuerdo este día como un sábado resplandeciente que invitaba a ir a pasar la mañana tomando el baño en la piscina del Balneario de las Arenas, lugar frecuentado por los estudiantes que nos encontrábamos de vacaciones. Tenía 16 años y había terminado con aprovechamiento en el mes de mayo mi sexto curso de bachillerato y por tanto el título de Bachiller con mi promoción de estudiantes oficiales 1931-1936 en el Instituto Luis Vives. Ciertamente para mí, que excepto en el quinto y sexto curso no había sido un estudiante aplicado, el haber obtenido el título con mi promoción era motivo de gran satisfacción, que se hacía extensiva a mis padres y hermanos, todos menores que yo, a excepción de mi hermana Carolina. Mi hermana mayor, Juanita, había fallecido por enfermedad pulmonar con 15 años de edad. El resto de mis hermanos lo constituían, por edad, Cándida que acababa de terminar su cuarto curso, Tomás que había terminado su tercer curso, y el resto Concha, Manola, Vicente en edad escolar y, por último, mi hermana Juanita, con meses ya que había nacido en febrero, siendo mi hermana Carolina y yo los que la llevamos a la pila bautismal.

Esta primicia universitaria la hubiera cedido voluntariamente con gran amor a mi hermana Juanita dotada ella de marcada inteligencia, reflejada en unas notas brillantes, ya que ello hubiera conllevado el no haber conocido la desgracia de su muerte pocos años antes. Era nuestra hermana mayor muy agraciada por una gran hermosura. En mi recuerdo, irrepetible.

Al principio creí que mi éxito me aportaría una independencia para disfrutar abiertamente de los meses de verano y preparar cómodamente el ingreso en la Universidad, reválida imprescindible para incorporarme a la Facultad de Medicina; pero mi padre de profesión médico, especializado en Oftalmología no opinaba tan generosamente y sólo me concedía las tardes para estudiar y para mis ocios. Por las mañanas tenía que ayudarle en la consulta que se iniciaba a las diez de la mañana, encargándome de la preparación y desinfección con el autoclave, del instrumental para las dos o tres intervenciones programadas para el día y que debía tener a punto antes de las doce y media, en que acudían sus ayudantes los doctores don Antonio Prior y don Fabio Pacheco que revisaban mi trabajo y seguidamente se iniciaba la sesión operatoria que duraba normalmente hasta las dos y media. Creo recordar que en este menester me ayudaba mi hermano Tomás, incluso Cándida colaboraría en la preparación del autoclave.

No puedo aún entrar de lleno en el acontecimiento de este día sin antes hablar de mi padre, que se merece un buen capítulo, pues de no haber disfrutado de un progenitor tal cual fue, este día que significó una fecha que dividió la historia de España en dos épocas, antes del 18 de julio y después del 18 de julio, hubiese transcurrido para mí como un día más, sin expectación, sin incertidumbres… Esta mención que le debo, antes de entrar en los pormenores del día, es gracias a la educación que de él recibí y a la observación constante y admirativa por mi parte de su idiosincrasia, que siempre me ha servido de norma para asumir la distinción entre el bien y el mal, cuanto más al respeto y asunción de la moralidad y dignidad.

Era persona de fuerte personalidad, marcado carácter, gran defensor del más débil, de la libertad y de cuanto llevase aires de justicia y progreso. En este aspecto exteriorizaba su admiración por la Revolución francesa y sus destacados protagonistas como Robespierre, Marat, Danton. Todas estas cualidades le configuraban como personaje dado al buen consejo.

Republicano de la época de Blasco Ibáñez, anticlerical, antimilitar, su trayectoria política siempre se iba decantando hacia la izquierda, pues a raíz de los acontecimientos de represión durante el bienio negro, el espacio político de Azaña se le hizo estrecho y empezó a simpatizar con las ideas socialistas. Este desplazamiento hacia posiciones más progresistas, tanto en políticos, como en personas, lo valoraba con conceptos de admiración, en tanto que lo contrario era motivo de crítica.

Un episodio en su vida que asevera esta rectitud y firmeza lo conocí en una de las visitas que mutuamente se hacían el general de la Guardia Civil, Uribarri –liberal y masón–, padre del capitán Manuel Uribarri, también de la Guardia Civil, y mi padre. Su amistad se remontaba a principios de siglo cuando Uribarri –padre– estaba destinado en Castellón y mi padre ejercía como oftalmólogo en la misma ciudad. Rememorando tiempos pasados se comentó el suceso al que quiero referirme.

Ocupando mi padre el cargo de jefe de Oftalmología del Hospital Provincial de Castellón, sobrevino la dictadura del general Primo de Rivera. A su vez era miembro titular de la Comisión Mixta de Médicos Militares y Civiles para el reconocimiento de los reclutas. Estos cargos no los había conseguido políticamente, ya que dadas sus ideas liberales durante el entonces reinado de Alfonso XIII, había prevalecido su reconocida distinción profesional, lo que no era óbice para que, por ocupar estos cargos, estuviera vinculado a las autoridades civiles y militares.

Con el nuevo régimen dictatorial se inició un movimiento depurador de cargos públicos. Gran parte de la intelectualidad española era liberal e influenciada pedagógicamente por la institución Libre de Enseñanza, teniendo como promotor a don Francisco Giner de los Ríos, para renovar la enseñanza en España y darle un corte de tipo humanístico. Al transcurrir un tiempo prudencial mi padre estaba sorprendido de que la depuración no le hubiese afectado a él. Un buen día recibió del general Severiano Martínez Anido, gobernador civil de Barcelona y hombre fuerte del dictador, una carta privada insinuándole el contactar y formar filas con determinados militares de alta graduación de la plaza, allegados a la Iglesia, burguesía, terratenientes, etc., que, como es natural, mi padre conocía como el grupo militar más homogeneizado en la defensa de mantener un Directorio Militar. Dando la callada por respuesta, era consciente de que con esta actitud llegaría de inmediato el cese de sus actividades públicas, como así ocurrió en el caso de su actividad en la comisión mixta.

Excelente creador de amigos, los tenía de todas las ideologías y esferas sociales, a los que miraba en un mismo techo de trato y respeto. Aunque era intransigente respecto a los que no comulgaban con sus ideas, en una época en que la simple discordia ideológica era suficiente motivo para distanciar a personas y familias, tenía la cualidad de respetar la multiplicidad de criterios y es presumible que este oír y dejarse escuchar, enlazado a su peculiar sentido del humor, sirviese para enriquecer su extraordinaria facultad dialéctica y que unida a su vasta cultura, causaba admiración ante cualquier interlocutor. No puedo omitir su maximalismo temperamental, con juicios vehementes, pero nunca se le escuchó, ni permitió en su presencia expresiones soeces, ni altisonantes, siempre cortadas con autoridad y enfado.

Sus horas más felices las pasaba en su peculiar tertulia de casa. Debido a una dolencia hepática, exceso de trabajo en su clínica privada, con consulta por las mañanas y tardes, casi todos los días era visitado por amigos, especialmente médicos de pueblos que traían pacientes para visitar u operar y que normalmente se quedaban a comer en casa. El restaurante ideal Room2 de la calle de la Paz era un proveedor muy asiduo de los menús que desde casa se solicitaban, y la mayoría de las veces, yo mismo y mi hermano Tomás hacíamos de mensajeros en estos menesteres. Recuerdo que le visitaban los doctores don Vicente y Eloy García, el doctor González Beltrán y con bastante frecuencia el capitán de la Guardia Civil, don Manuel Uribarri, hijo del general ya citado que, siguiendo la tradición progresista de su padre, era un gran demócrata y gran defensor de la República.

Hacía bastante tiempo que se comentaba en la tertulia, que los militares debían de estar preparando sigilosamente alguna conspiración y que la indecisión del gobierno estaba propiciándola. Uribarri era de esta opinión, aunque alegaba se estaban tomando medidas precautorias a través de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA). El espectro político de izquierdas desde las elecciones del 16 de febrero de 1936 estaba compuesto por la unión de las fuerzas políticas y sindicales democráticas: republicanos, radicales socialistas, socialistas, comunistas, trotskistas del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), Unión General de Trabajadores (UGT) y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Las fuerzas políticas de la derecha estaban asentadas en tres frentes: La Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) de Gil Robles, partido mayoritario constituido por parte de los sectores allegados a la iglesia, burguesía, terratenientes, etc., que por su simpatía a los nuevos aires nazi-fascistas de Alemania e italia, miraban con buenos ojos cualquier movimiento militar; Renovación Española dirigida por Calvo sotelo y por último Falange española dirigida por José Antonio Primo de Rivera. Estos dos últimos estaban inspirados en el movimiento nacional-socialista de Hitler, asumiendo la denominación de partido nacional-sindicalista y utilizando la violencia en todas las provincias de España, lo que motivó la detención de Primo de Rivera en el mes de marzo de 1936.

Volviendo, después de este obligado inciso, al soleado 18 de julio, en la consulta matinal de mi padre, algún paciente manifestó que, la radio, de buena mañana, había emitido una nota del gobierno comunicando que en la Plaza de Melilla un reducido número de militares se había sublevado contra la Segunda República y que posteriormente se había ampliado la noticia dando cuenta de que este levantamiento afectaba a otras ciudades africanas como Ceuta y Tetuán, pero también señalaba que rápidamente se habían tomado las medidas necesarias para normalizar la situación y que ello era cuestión de horas. Mi padre durante toda la consulta no cesaba en calificar de traidores a estos militares, dudando que fuese sofocado tan rápidamente por haberse iniciado en plazas africanas.

Por la tarde acudí a la cita que diariamente tenía con unos jóvenes, en la pista de patinaje en el Paseo de la Alameda, donde practicábamos esta afición. Una de las muchachas con la que más simpatizaba era hija de un capitán de intendencia llamado Rojo, y me fue muy útil para darme una confirmación de la noticia del día, pues su padre había hablado telefónicamente con un familiar destinado en Melilla, quien le había notificado que un amplio sector de la guarnición se había levantado en armas, saliendo a la calle, y que excepto algunas dependencias militares el resto de la Plaza estaba dominada por los insurrectos. Su padre le había recomendado regresar a casa antes de la hora habitual. Pronto la acompañé a su casa, que estaba en las dependencias militares de la Alameda y seguidamente sobre las ocho de la tarde me dirigí al local de la UGT, situado en una travesía de la calle de la Paz, donde este sindicato tenía la rama de Dependencia Mercantil y donde hacía unos meses me había afiliado, por haber montado una pequeña óptica en la calle de las Comedias, atendida por mi hermana Carolina, que yo dirigía y por este simple hecho tenía el prurito de considerarme sindicalista. En el local era materialmente imposible entrar, tal era la expectación que había producido el golpe militar. Se habló de convocar una huelga general para el lunes. Posteriormente fui al local de la FUE y, por estar en periodo vacacional, estaba cerrado.

El domingo transcurrió con fuertes incertidumbres y mucha vigilancia por parte de los partidos del Frente Popular, ya que los jefes militares de los cuarteles no daban señales de adhesión al Gobierno. Se extendió la consigna de acudir por la noche al Gobierno Civil y se congregó en la plaza, dando al río Turia, una multitud exaltada de trabajadores, obreros y campesinos solicitando armas y no faltaron expresiones de que se estaba traicionando a la República e insultando con gritos al propio gobernador civil Braulio solsona. La muchedumbre a medida que se iba incrementando en número se iba enfureciendo y se presumía un asalto al edificio, que muy poco hubiese podido evitar el piquete de Guardias de Asalto que protegía la entrada, pero que ante la proximidad del gentío se mantenía en actitud pasiva, sin deseos de intervenir. De pronto se abrieron las puertas del balcón central, saliendo varias personas. Entre ellas reconocí al capitán Uribarri que, extendiendo sus largos brazos, solicitó silencio, que se produjo en fracción de segundos, ansiosa la multitud de escucharle. Habló dando la seguridad de que el capitán general de la Plaza, Martínez Monje, le había prometido mantenerse al lado de la legalidad republicana y que estaba redactando un mensaje radiofónico dando cuenta de esta decisión y además efectuaría una inspección a los cuarteles. Uribarri manifestó que no obstante le había comunicado al general que influyese para que ningún cuartel de la guarnición se atreviese a sublevarse, ya que en las proximidades de los mismos se habían situado minas, siendo inútil y suicida cualquier intento –este extremo no se confirmó nunca y seguramente fue improvisación del propio Uribarri–. Habló de la lealtad de los Guardias de Asalto y Guardias Civiles, que se mantenían vigilantes haciendo servicios en los edificios estratégicos de la ciudad. También comunicó que acababan de hablar con Madrid para que autorizasen armar a los miembros de los partidos políticos y sindicales y que sobre ello hablaría seguidamente el señor solsona. Estas últimas palabras fueron ovacionadas estrepitosamente.

El gobernador se expresó con palabras similares y ante la ingente cantidad de ciudadanos hizo una exaltación del arraigo republicano de la región valenciana. Manifestó que el lunes llegaría como delegado del gobierno central el señor Martínez Barrio y que se celebraría una reunión para decidir la entrega de armas.

El día 20 una muchedumbre incontrolada incendió y saqueó algunas iglesias y el Palacio arzobispal. No eran extrañas estas reacciones populares, que venían arrastradas desde la época de la Monarquía, cuando cualquier contingencia de tipo social provocaba en las personas más humildes una psicosis colectiva de repulsa y ciertos sectores más radicalizados, aunque minoritarios, se aprovechaban para cometer estos actos censurables. En parte era debido a que la iglesia estaba aliada con los poderes políticos reaccionarios, con la aristocracia y la burguesía, y lo peor, se valían de los púlpitos para presionar sobre los feligreses normas de conducta ante cualquier acontecer, huelgas, elecciones, etc. Se sobreentiende que a su provecho. Recuérdese la decisiva aportación de la propaganda en las iglesias ante las elecciones de diciembre de 1933, con el triunfo del bloque Radical-Cedista. Cierto es que estas iras no justificaban actos tan violentos, no compartidos por amplios sectores republicanos, socialistas y de otras procedencias políticas y sindicales. Lo que en suma demostraba la falta de preparación política de un buen sector de la clase obrera.

Durante algunos días los cuarteles y la misma Capitanía General seguían fuertemente vigilados a distancia por grupos de milicianos armados, fuerzas del orden público, o sea, Guardia Civil y Guardias de Asalto, y se hacía evidente que la guarnición estaba muy pendiente de lo que estaba sucediendo en otras ciudades españolas. Sin embargo, ya se conocía que en Madrid y Barcelona los intentos subversivos habían sido sofocados y todos los pueblos de la provincia de Valencia estaban bajo el control de las autoridades republicanas.

El 29 de julio un hecho insólito, realizado por el sargento Fabra, dio un impulso de esperanza y seguramente fue el incentivo para el asalto a los cuarteles. Este sargento junto con un pequeño grupo de soldados detuvo a la totalidad de jefes y oficiales del Cuartel de Zapadores de Paterna, del que dependía un buen arsenal y polvorín militar.

En este intermedio dedicaba mi tiempo, por las mañanas, a actividades de la FUE, donde los dirigentes y militantes destacados de la organización, a la vista de los acontecimientos que se prolongaban más de lo esperado, creamos piquetes de vigilancia en la Universidad y otros centros Universitarios.

Precisamente el compañero Luis Galán, en su extraordinaria obra narrativa Después de todo. Recuerdos de un periodista de la Pirenaica3 detalla fielmente con su pluma nuestra actividad en este momento. Escribe:

Ante el peligro de que la Universidad fuese objeto de una incautación libertaria, los directivos de la FUE decidimos a petición del rector, doctor Puche, que un destacamento armado nuestro asegurara la protección del recinto universitario, y allá fuimos Ricardo Muñoz, Enrique y Rafael Talón, Vicente y Tulio Marco Orts, Ferraz, Marín y otros compañeros. En el mástil de la puerta principal izamos, bien visible, la bandera de la República, y a su lado la de la FUE. Los periódicos de Valencia dieron la noticia de que la FUE defendía la Universidad contra posibles gestos incontrolados. El asalto no llegó a producirse. En cuanto el claustro estimó que había pasado el peligro, nuestro destacamento se retiró de la Universidad, que contó desde entonces con la vigilancia usual para los centros oficiales.

También, en el local de la FUE se atendía a los afiliados con servicios informativos y expedición de avales autorizados, por si en la vía pública pudiesen pedirles documentación. Las tardes las dedicaba a la recién creada JSU.

Todos los partidos políticos y sindicales formaban grupos de vigilancia por las calles de la ciudad. Estas patrullas no tenían peligro durante el día, pero en los servicios nocturnos había que extremar las precauciones, debido a que, amparados por la nocturnidad, individuos partidarios del golpe militar «paqueaban» disparando sobre estos piquetes desde las ventanas y azoteas. Esto era motivo de indignación entre los ciudadanos que vivían en las casas colindantes y fue la excelente colaboración de estas personas lo que permitió que estos «pacos» fuesen desapareciendo poco a poco. Los que eran aprehendidos sufrieron los castigos consiguientes.

En la madrugada del 1 al 2 de agosto se procedió al asalto del Cuartel de Caballería número 7, situado en la Alameda, junto al río Turia y ello originó una fuerte refriega que duró hasta el mediodía, aunque por fin se rindieron. Las fuerzas atacantes estaban compuestas por milicianos armados, junto a guardias de asalto y guardias civiles. Yo, desde las primeras horas de la mañana, estaba de observación, amparado por el pretil del río. Al conocer el final de la batalla me uní a la multitud que se agregó a los atacantes y tuve la primera impresión emocional de la guerra que se avecinaba, al ver en el césped de la Alameda, extendido bajo la sombra de un árbol frente al cuartel, a un teniente muerto con un tiro en la cabeza.

Desafortunadamente este movimiento militar, que se inició el mismo 18 de julio, se había extendido en el transcurso de los días a otras ciudades, venciendo en unas, con fracasos en otras, aseverando que no se trataba de un hecho aislado sino la resultante de un golpe militar organizado desde hacía tiempo y con cabezas dirigentes como los generales sanjurjo, Mola y Franco.

Precisamente Valencia fue la ciudad que más tiempo tardó en definir su situación y ello fue debido a que el militar que debía dirigir el movimiento subversivo llegó desde Madrid el día 16, pero sólo se preocupó de cambiarse continuamente de domicilio, con una actuación muy oscura, sin duda por resultarle excesiva esta responsabilidad, al extremo de abandonar la ciudad sin haber realizado ningún contacto de interés. Se trataba del general González Carrasco, que había solicitado la colaboración del comandante Barba, uno de los fundadores de la Unión Militar Española (UME), de estilo fascista.

En Barcelona, uno de los artífices para que el general Goded fracasase en su intento de sublevar la guarnición fue el capitán general de Barcelona teniente general Francisco Llano de la Encomienda. Este militar dos años antes había mandado la Capitanía de Valencia. Le recuerdo en una visita que le hizo a mi padre tan pronto llegó a Valencia. Se conocían de Castellón.

En Madrid, donde estaba la Presidencia de la República y el Gobierno, a las primeras noticias de la sublevación no se le dio mayor importancia que a la sanjurjada4 y se perdió mucho tiempo buscando legalidades para distribuir armamento a las organizaciones políticas y sindicales. Oficialmente todo se iba a resolver en horas y, sin embargo, era en minutos que los sublevados iban tomando capitales, valiéndose de la rapidez en sus decisiones, confundiendo en muchos casos a los ciudadanos, ya que en sus arengas no omitían dar vivas a la República. Esto ocurrió en sevilla, Zaragoza, Teruel, Córdoba, Oviedo y otras poblaciones. Esta realidad no llegó a causar impacto de preocupación en el Ministerio de la Guerra, y en este acto irresponsable creo que tuvo el mayor de los errores el propio Presidente de la República, don Manuel Azaña, hombre de carácter flemático, austero y cauto por idiosincrasia.

Al inicio de la sublevación en Madrid los militares se habían acuartelado –como en casi todas las ciudades de la nación– dispuestos a salir a la calle. Las organizaciones políticas y sindicales del Frente Popular solicitaron del gobierno armas para luchar y convocaron rápidamente la huelga general. Martínez Barrio se decidió por entregarlas en contra de la voluntad de Azaña que veía negociaciones de paz por todos los lados. El hombre, por lo visto, no asumía que, la realidad del momento, la habían originado los conspiradores y que no se podía evitar un periodo revolucionario –reacción lógica del pueblo–, y que dejar transcurrir más tiempo del debido no beneficiaba a los republicanos ni a los socialistas ni a los comunistas que deseaban disciplina y orden para ganar la guerra.

Cierto es que existía un sector político que en un principio, no exento de razón, impuso las reglas de la revolución social, con sus huelgas, requisas, comités, controles…, pero el imponer convertir esta transición en permanente fue un error y pérdida de tiempo. No era de este modo como se podía enfrentar a un ejército profesional que, además, consiguió enseguida la ayuda de Alemania e italia. Eran los anarquistas que sobre todo en Barcelona tenían una fortísima implantación con las siglas CNT-FAI. El lema de los demás partidos era «Primero ganar la guerra, después la revolución».

Volviendo a los acontecimientos de Madrid y a la actitud de los gobernantes, como era de esperar, las fuerzas políticas y sindicales del Frente Popular empezaron a presionar, como ya queda dicho, convocando la huelga general y exigiendo la entrega de las armas. Ciertos partidos políticos y en especial la UGT, organización sindical mayoritaria en Madrid, disponían de armas que sin pérdida de tiempo distribuyeron entre sus afiliados. Ello facilitó rodear y atacar el Cuartel de la Montaña, donde se habían concentrado, además de los militares propios del cuartel, otros militares de diversos regimientos y gran número de paisanos falangistas. La toma de este cuartel supuso el aplastamiento del golpe militar en Madrid.

España se quedó dividida en dos bandos y se inició el trazado de líneas de combate, aprovechando las características geológicas del terreno para una mejor defensa, y se fortalecieron con trincheras constituyendo los respectivos frentes de batalla. Se había iniciado una guerra que, por tratarse de una lucha entre españoles, tomó el carácter de guerra civil.

En los primeros días de la contienda se cometieron atrocidades contra las personas, que en todos los casos merecieron ser juzgadas por tribunales competentes y justos.

Por parte gubernamental, en este primer periodo con matiz revolucionario resultaba difícil, y hasta peligroso, evitar que individuos con pocos escrúpulos y presos comunes, amparados por un descontrol al salir amnistiados, no se limitasen a vivir tranquilamente, más bien en su mayoría se infiltraron en organizaciones políticas y sindicales de fácil acceso, lo que les sirvió de aval para, en su propio beneficio, cometer todo tipo de felonías.

Por parte nacional, o sea, la correspondiente a los sublevados, la primera manifestación masiva de barbarie la protagonizaron las matanzas en el interior de la Plaza de Toros de Badajoz, estando de jefe militar de las fuerzas el teniente coronel Yagüe. Milicianos y ancianos en éxodo, huyendo y alcanzados por las fuerzas de este militar, fueron introducidos en la plaza, masacrados con balas de fusil y ametralladoras. El ruedo de la Plaza de Toros se cubrió de sangre inocente el 15 de agosto de 1936. Este acto, sólo comparable a la peor época de los bárbaros, es uno de los episodios que los franquistas siempre han desmentido, conscientes de que acción macabra de tal magnitud haría imposible su impunidad ante la historia. Se puede añadir que este acto inhumano representa una gran vergüenza para los que lo permitieron e intervinieron en él, bien lejos de lo que se pudiera esperar de los que pregonaban sentirse orgullosos de vivir una cruzada bajo los auspicios de la cruz de Cristo, que enarbolaban al frente de las fuerzas por ellos llamadas nacionales.

No menos salvaje fue la matanza, en la zona gubernamental, realizada en la localidad de Paracuellos del Jarama, integrada por presos políticos procedentes de la cárcel Modelo de Madrid, del orden de varios cientos, que fueron ejecutados. Se trataba de una conducción de presos a evacuar desde primera línea con destino a Levante que, al llegar a Paracuellos, fue interceptada por milicias incontroladas que desarmaron a la escolta y ejecutaron a los presos. El responsable político que firmó la expedición fue segundo serrano Poncela y no santiago Carrillo como se ha propagado siempre desde la derecha.

Se puede llegar a la conclusión de que en los dos primeros meses de la contienda, las detenciones y asesinatos se produjeron en las dos zonas: venganzas personales, antipatías o simplemente por el hecho de haber defendido un ideal o haber pertenecido a algún partido político u organización sindical. Es conveniente aclarar que los sublevados tenían previstas las ejecuciones y las llevaron a cabo en toda España de forma inmediata y sistemática. Lo sucedido en la zona republicana FUE de origen espontáneo, incontrolado e imprevisible, sin responsabilidad alguna para las autoridades legítimas de la República.

Es muy difícil resumir y más con la brevedad que preciso, ya que este no es mi tema, el porqué de un pronunciamiento que iba a originar el enfrentamiento sangriento entre hermanos durante casi tres años, con consecuencias irreparables de tal altura vergonzante moral y material, que desaparece del espacio de vencedores y vencidos, ya que en suma todos los protagonistas hemos perdido y por encima de las individualidades ciudadanas quien más perdió fue España, que tuvo que soportar durante cuarenta años un vacío cultural, por el exilio de los más cualificados intelectuales, fueran estos artistas, escritores, catedráticos, políticos, profesionales en general, o fueran estos médicos, profesores, arquitectos, maestros, estudiantes y ese admirable género humano de peones, campesinos, obreros que sin grandes responsabilidades políticas prefirieron también sumarse al exilio.

Hablando retrospectivamente, la segunda República triunfó en las elecciones municipales en abril de 1931 y no tomó medidas represivas contra nadie. En pocas mentes se podría pensar, recordando el pasado histórico de los pueblos, que el paso de una monarquía a una república se pudiese realizar sin derramamiento de sangre. Tuvo que influir la euforia generalizada por un cambio esperanzador, que se deseaba alcanzar y que requería la colaboración de todos los ciudadanos, ya que las estructuras, la enorme diferencia de clases, el hambre que afectaba a la clase obrera y fundamentalmente a los jornaleros de las zonas rurales, así lo exigían. Siendo España eminentemente agrícola, se requería iniciar una reforma agraria con reparto de las tierras que estaban en manos de los latifundistas que disponían de millares de hectáreas, muchísimas de ellas sin trabajar y ello afectaba a Andalucía, Extremadura y Castilla. Sin embargo, en Galicia donde predominaban los minifundios, eran las cargas impositivas las que originaban una acentuada miseria. En todas estas zonas rurales la República tuvo que preocuparse por la alfabetización de los jornaleros y niños que, en edad escolar, se utilizaban para trabajos rurales.

Este panorama, como digo anteriormente, requería la actividad y solidaridad de todos los ciudadanos ya que la República iba elaborando leyes y reformas progresistas, como el inicio de la reforma agraria; la creación de veintisiete mil escuelas, obra de don Marcelino Domingo; la separación de la iglesia y el Estado; divorcio; derechos de la mujer, para poder votar en las elecciones; concesión de las autonomías a Cataluña y País Vasco; reformas laborales para el control del horario especialmente, una vez más, en las zonas más humildes, el campo, donde se sabía que el horario se alargaba hacia el consabido de sol a sol; reformas militares para reducir la oficialidad del ejército, dándole la opción de pasar a la reserva con el sueldo íntegro de su grado, que se denominó Ley Azaña. Total, una amplia gama de promesas en la campaña electoral del año 1931 que caló en los ciudadanos indecisos, que estaban hartos de los infortunios de la monarquía con su pasado de derroche económico, que había sangrado las arcas del erario nacional con su corte, la nobleza y, los enormes gastos de la guerra de Marruecos, que terminó con el desastre de Annual.5

Pues bien, de poco sirvió que la República hiciese la transición sin derramamiento de sangre. Ya las derechas y ante las leyes y reformas de la República, que no eran de su agrado, se conjuraron con los militares y en agosto de 1932 se produce en sevilla el golpe militar del general sanjurjo, de la Guardia Civil, que fracasó rotundamente, ya que duró escasamente unas horas, pues solamente fue secundado por el reducido grupo que lo había organizado. A este movimiento militar, como anteriormente he comentado, se le denominó la sanjurjada. Posteriormente los poderes fácticos de siempre; la burguesía reaccionaria; la patronal agraria, con sus latifundios; los sectores eclesiásticos y los militares, todos unidos junto a Gil Robles, que representaba la derecha tradicional y también los dirigentes que elogiaban los primeros años fascistas y hitlerianos, como José Antonio Primo de Rivera y Calvo sotelo, consiguieron alcanzar el poder durante dos años, entre 1933 y 1936, de ahí la denominación conocida de bienio negro, que se destacó por una fuerte represión contra los obreros y campesinos especialmente en Asturias, Andalucía, País Vasco y Cataluña.

Estos sectores radicales de derechas empezaron a originar atentados: intento de matar al vicepresidente de las Cortes, catedrático de Derecho de la Universidad Central, Luis Jiménez de Asúa, realizado por un grupo de falangistas que le dispararon con pistola repetidas veces, saliendo ileso, pero no así el escolta que le acompañaba, que murió. Esto ocurrió a principios del mes de marzo de 1936 y aproximadamente un mes después fue asesinado el juez Manuel Pedregal, afamado jurisconsulto, de familia educada en los principios de la institución Libre de Enseñanza.

Se suceden los atentados y la siguiente víctima fue el capitán de ingenieros Carlos Faraudo, asesinado por falangistas cuando estaba paseando con su esposa. Faraudo, aparte de ser instructor de las milicias socialistas, era miembro de la UMRA.

Y llega el momento que rebosa el vaso de agua cuando, el 12 de julio de 1936, cae muerto por balas de revólver de varios falangistas el teniente de Guardia de Asalto José Castillo que, como el capitán Faraudo, era también instructor de milicias y miembro de la UMRA. Los compañeros de Castillo enardecidos por tantos atentados sufridos en muy poco tiempo se proponen tomar represalias. Se menciona como culpable a Calvo sotelo y se dirigen por la noche en furgoneta a su domicilio para proceder a su detención. En el coche uno de los paisanos a poco de arrancar atenta con dos disparos a la cabeza de Calvo sotelo. Posteriormente se dirigen al Cementerio del Este y lo entregaron, sin dar detalles. Más tarde fueron detenidos los autores y durante la guerra, estando en el frente de Madrid murieron. Todos estos acontecimientos presagiaban que, en cualquier momento, se pudiese adelantar el movimiento de los militares, ya que es ingenuo pensar –como se ha escrito frecuentemente– que estos últimos atentados originaron el levantamiento militar cuya cabeza visible le asignaron al general Sanjurjo, aunque el cerebro de la preparación y puesta en marcha era el general Mola, que dio luz verde para que el 18 de julio de 1936 fuese el día de la sublevación.

El local de la JSU, situado en la calle de Cirilo Amorós, se nos hacía pequeño por el incremento de jóvenes que se afiliaban. Le dábamos la denominación de Radio Centro. Este entusiasmo obedecía a que este primer periodo de la guerra exigía una mayor responsabilidad por parte de la juventud. La unificación de las juventudes comunistas y socialistas dio vigor a la necesidad de tener que incorporarse al voluntariado para ir al frente y a la colaboración para intensificar la productividad de la retaguardia. Ello afectó por igual a las dos fracciones que se habían unificado, aunque en un principio los de procedencia socialista eran mayoritarios, al transcurrir los meses no se observó la más mínima distinción, lo que demostró el éxito de la unificación con las juventudes comunistas.

Como ya queda citado al principio de estas memorias, a mediados de octubre la directiva de la FUE decidió la incorporación, con carácter voluntario de sus miembros, a algún batallón de milicias y sentí ese impulso de ser útil en la defensa de la causa republicana y con ayuda de mi amigo Pepe Huguet, que era más decidido para vencer cualquier formulismo, seguí su consejo de que no teníamos que amilanarnos ante la dificultad de que sólo teníamos 16 años y para alistarnos se requería tener un mínimo de 18 años. Pepe tenía la ventaja de aparentar más edad, por su constitución física, lo contrario que me pasaba a mí. Fuimos a ver al compañero Alabau de la FUE, que era el jefe de alistamiento de las milicias y no nos autorizó, alegando que debíamos seguir trabajando en la FUE, ya que todos los dirigentes acababan de incorporarse. No obstante esta recomendación, seguimos en nuestro empeño de acompañar a nuestros compañeros y el alistamiento nos resultó más fácil de lo previsto, pues tuvimos la suerte de que ese día era tal el número de voluntarios que presenté la documentación semi-camuflado junto a Pepe, entre varios voluntarios que estaban al corriente de nuestras intenciones. Huguet hacía pocos días que me había presentado a un primo suyo Roberto Carpio, sobrino de la célebre cantante de zarzuela sélica Pérez Carpio, que desde Orán había llegado a Valencia para pasar las vacaciones, donde le había sorprendido la sublevación. Le convencimos para que se uniese a nosotros y lo acoplaríamos a nuestra unidad militar. Así lo hicimos. Todos los componentes de la FUE fuimos agrupados en la Primera compañía del primer batallón del Regimiento de la Victoria. Hacíamos diariamente la instrucción por las mañanas, en el campo de deportes, en el interior del colegio de los Salesianos de la calle de Sagunto, transformado en cuartel de milicias. Los que residíamos en la ciudad, al mediodía terminábamos y no regresábamos hasta el día siguiente. Por fin llegó el momento en que nos comunicaron que nos enviaban a destino desconocido, que bien podía ser Madrid, Albacete o Alicante y nos ordenaron acudir a la Estación del Norte, desde donde salimos a primera hora de la mañana.

Es momento de aclarar como desde el mismo 18 de julio pude dedicarme a mis actividades y que no podían pasar inadvertidas por mi padre. Desde un principio le dije la verdad de cuanto hacía y como lo encontré complaciente, poco a poco se me hizo una rutina el dedicar todo el tiempo para mí. Sin embargo no me atreví a comunicarle lo de mi alistamiento. Como mi amigo Huguet se encontraba en el mismo caso estuvimos estudiando el plan a seguir la víspera de nuestra salida. Decir la verdad no nos satisfacía, expuestos a que la oposición legal de nuestros padres echase por tierra nuestros anhelos. Nos decidimos por comunicarles que por acto de servicio en la JSU, teníamos que ausentarnos durante dos o tres días de Valencia. Pretendíamos con esta treta dar tiempo, para desde el lugar de destino poder explicar la decisión que habíamos tomado.

Fuimos trasladados a Alicante. Al llegar y desde la estación hasta el Cuartel de Benalúa, donde nos alojaron, lo hicimos desfilando de paisano y fuertemente ovacionados por la población. Recuerdo el contenido de la carta que escribimos a dúo Huguet y yo, ya que eran los mismos argumentos, pero seguro que debimos estar muy inspirados, exagerando quizás la cantidad de voluntarios de nuestra edad; que nos encontrábamos con nuestros compañeros de la FUE, que habían optado por dejar los cómodos puestos de la retaguardia para hacer causa común con la juventud que se incorporaba a las necesidades de la guerra. En mi caso lo que debió de influir en el ánimo de mi padre fue el conocer que también estaba con nosotros Ricardo Bastid, cuyos padres vivían en la misma finca.

Esperé con impaciencia su respuesta, que no tardó. Carta paternal, no encontré en ella reproche alguno a mi actitud. Me invitaba a reconsiderar mi alistamiento, arguyendo mi edad; que en Valencia podría colaborar en actividades de la FUE, como lo hacían Juan Verdejo y Javier Peset, o en la JSU donde tenía su actividad Pedrito Gómez y que si la guerra se prolongaba ya tendría oportunidad de participar en ella con más edad. Pienso que la amplia literatura de la Generación del 98, a la que me había inducido a su lectura con interés, fundamentalmente la galdosiana, donde abundan jóvenes repletos de espíritu patriótico, tuvo que tener mucho peso en la levedad de sus términos. Lo bien cierto es que agradecí el espíritu liberal y progresista de mi padre que me afectó en momentos decisivos con sus ecuánimes decisiones, quizás saliéndose, como no, del cerrado diálogo en esa época de los años treinta, entre padre e hijo. Queriendo lo mejor para mí, no se paraba en los peligros que tal o cual decisión me pudiese acarrear. Me tenía confianza y yo siempre se lo agradecí con mi comportamiento. Como muestra la carta recibida que sin decir sí, tampoco decía un no rotundo.

Y ello me lleva, retrocediendo en el tiempo, a tener que citar algo nada corriente. Al terminar mi quinto curso de bachillerato en el mes de mayo de 1935, por tanto con 15 años, me envió a Barcelona para trabajar en la casa más importante de óptica de España, denominada Central de Óptica Francisco Gómez, que estaba situada en lo más céntrico de la ciudad condal: la Ronda de la Universidad. Me buscó alojamiento en la Vía Layetana y mi horario de trabajo, aunque yo iba para aprender por la amistad entre don Francisco y mi padre, era el mismo que el del resto de empleados: de nueve de la mañana a una y de tres a siete de la tarde. Me colocaron en el taller para dominar todo tipo de reparaciones de gafas y montaje de los cristales ópticos sobre las mismas. Aunque el matrimonio en cuya casa residía tenía instrucciones de que no llegase más tarde de las nueve y media de la noche, en los tres meses seguidos que estuve en la ciudad, la conocí de cabo a rabo. Lo bien cierto es que la mayor parte del tiempo libre lo dedicaba, con algunos compañeros de trabajo, al juego del billar. Algunos sábados y domingos por la noche y con la excusa de que quería aprender a bailar la sardana, que se practicaba en muchas plazas, me gustaba acercarme al ambiente verbenero de las distintas barriadas en fiesta. Por encontrarse cerca de mi residencia frecuentaba la plaza Mayor, la calle de san Fernando, plaza del Ayuntamiento, Generalitat de Catalunya, calle de Escudellers y, especialmente, la Rambla de las Flores y, como cuadro pintoresco, el puerto a la altura de la estatua de Colón donde había una feria de atracciones fija, con sus caballitos, barcas, toboganes, tiro al blanco, etc. Otras veces y alejándome algo más y para hacer mi recorrido completo me gustaba cambiar de barriada y olfateaba pateando la calle de Conde de Asalto, que venía a ser la prolongación del Barrio Chino de Barcelona.

Fieles, responsables, trabajadores, deseosos de superación laboral, cultural y social –los sindicatos tenían una fuerza impresionante–, eran las cualidades que pude distinguir en los catalanes. Creo que los conocí desde un principio, pues no me fueron extraños. No podía yo suponer entonces que este análisis quedaría confirmado ampliamente tres años después, cuando en plena guerra civil tuve que recorrer y admirar muchas de sus ciudades y las alturas pirenaicas leridanas. Estos tres meses fueron muy fructíferos en mi formación como montador óptico. Las prácticas eran de biselado de lentes, acople en monturas metálicas, de celuloide y al aire, reparaciones en general y por predominar las monturas en oro, había que especializarse en soldadura. Era época en que aún se utilizaba el monóculo y esto lo realizábamos en cristal –se desconocía el plástico en lentes ópticas– y sobre el bisel plano realizábamos con lima y aguarrás, ranuras transversales que permitían al usuario poder mantener el monóculo en la órbita del ojo. La elaboración en taller de los bifocales era uno de los procesos más laboriosos y difíciles de la profesión y sólo lo realizaban los profesionales más adelantados. Yo quise ser uno de ellos y lo conseguí. Consistía en cementar sobre el cristal adecuado de visión lejana, en su parte inferior, respetando ejes, centros y altura, la lentilla esférica, con su adición para la visión de cerca. Para esta unión se calentaba el cristal de lejos sujeto con pinzas especiales exponiéndolo a la llama de gas o lamparilla de alcohol, se calentaba también la lentilla esférica donde dejábamos caer una gota de bálsamo del Perú asentándola en el sitio adecuado del cristal de lejos, produciéndose entre las dos capas múltiples burbujas que iban desapareciendo dándole a la lentilla un ligero movimiento oscilatorio con la ayuda de un palillo de corcho. El técnico que me dirigía, que a su vez era el jefe del taller, se llamaba José Carrasco y se sorprendía de mi habilidad para captar todo tipo de trabajo. Lo bien cierto es que mi formación iba contra reloj y consciente de ello no perdía el tiempo y creo que conseguí el propósito de mi padre, que el haberme enviado a Barcelona obedecía a su obsesión de que cuando yo fuese oftalmólogo, dominase a la perfección la interpretación óptica de las recetas prescritas. Regresé a Valencia a finales de septiembre muy satisfecho de mi estancia en la ciudad condal, dispuesto a afrontar mi último curso de bachillerato.

1 Este hecho, la reclamación de las familias de Ricardo Bastid y Juan Marín para que regresen a casa, lo cita Mª Fernanda Mancebo en la página 247 de su libro La Universidad de Valencia en guerra. La FUE (1936-39). Efectivamente, los jóvenes soldados de los que habla no son otros que Bastid y Marín.

2 Uno de los restaurantes más acreditados de la ciudad de Valencia, en esa época lugar de encuentro de las gentes de la cultura, situado en la calle de la Paz esquina con la calle de las Comedias.

3 Luis Galán, Después de todo. Recuerdos de un periodista de la Pirenaica, Barcelona, Anthropos, 1988.

4 Golpe de Estado fracasado contra la Segunda República, tras el intento de parte del ejército el 10 de agosto de 1932, con el liderazgo, desde Sevilla, del general Sanjurjo.

5 Catástrofe militar del ejército español en julio de 1921.

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