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EL FRENTE DE CATALUÑA, ABRIL DE 1938

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Sobre el 10 de abril de 1938 los Estados Mayores del teniente coronel Trigueros, que había ascendido como todos los jefes de unidad al grado inmediato superior, y del teniente coronel Galán, somos destinados a Cataluña, concretamente a Solsona, donde se reorganizaron el X y XI Cuerpos de Ejército; el X mandado por Trigueros y el XI por Galán. En esta plaza y estando en periodo de organización, tuve la alegría de encontrar a Sebastián Collar, condiscípulo de estudios en el Instituto Luis vives de valencia. Era sargento de Sanidad Militar y al preguntarle si precisaba algo del Estado Mayor me dijo que estaba muy bien en su destino, al extremo de que estaba propuesto para el ascenso a teniente, lo que ocurrió pocos días después. Automáticamente pasé a ocupar el mismo cargo de ayudante de jefe de Transmisiones pero, en este caso, de Cuerpo de Ejército. Poco tiempo después el puesto de mando del X Cuerpo de Ejército se establece en La Seu d’Urgell.

Como queda dicho, el jefe del X Cuerpo de Ejército era el teniente coronel Trigueros. De él dependían la 24 División, al mando del teniente coronel vivancos –brigadas 19, 133 y 134–; la 34 División, al mando del teniente coronel Sánchez Balibrea –brigadas 68, 94, 218– y la 31 División, al mando del teniente coronel Trueba –brigadas 62, 104 y 134–.

Teniendo que establecer algunas líneas telefónicas permanentes, que quedarían después de la guerra al servicio de los pueblos del entorno, me desplazan al frente de una sección especializada a la zona de la presa de Tremp y, a la altura de Bóixols (Lleida), en una caseta de peones camineros donde estaba emplazado el Estado Mayor avanzado de la brigada, me encontré a Rafael Talón, a quien desde que salí del frente de Madrid no había visto. Rafael hizo el cursillo en la Escuela popular de Guerra, de paterna, y salió con el empleo de teniente de infantería. Agregado al Estado Mayor de esta Brigada, tenía la responsabilidad del Servicio de información Especial periférico (SIEP), cargo que siempre desempeñaban los oficiales de plena confianza del mando. Charlamos de los compañeros de la FUE de Madrid, su dispersión por los distintos frentes, ya que como era previsible habrían acudido a las distintas Escuelas Militares y Comisariado.

Al terminar esta misión y como continuación de la misma, mi comandante me agregó a Transmisiones de la 24 División, mandada por el teniente coronel vivancos, cuya compañía mandaba accidentalmente el teniente Esteban. Mi misión era la misma que hice en el Sector de Tremp y tanto Esteban como yo estábamos contentos de poder pasar unos días juntos. El puesto central de la División estaba en Castell, sin embargo, por una especial característica de las unidades libertarias disponían de un puesto de mando atrasado en La Seu d’Urgell, donde estaba emplazado el Cuerpo de Ejército. Yo me había presentado con mi documentación junto con el teniente Esteban al puesto de Castell pero, al no estar presente el jefe de la División, Esteban me dijo que ya tendría oportunidad de presentarme. Esta presentación era protocolaria, pues siendo el grupo de Transmisiones un servicio independiente y de autonomía propia, el documento de más validez que yo tenía era el extendido por Ródenas, mi jefe inmediato, un oficio de destino adecuado, aunque tenía otro oficio firmado por el teniente coronel Jover, que había sustituido en la Jefatura del Cuerpo de Ejército al teniente coronel Trigueros.

El teniente Esteban tenía su puesto de mando en una pequeña aldea próxima a Castell y al llegar yo con mis hombres establecí allí mi centro de coordinación. El mismo día de mi llegada y de madrugada pararon frente a nuestro puesto de mando un coche y dos motocicletas, que por el silencio de la noche nos sobresaltaron a todos, más aún cuando, para hacer más espectacular su llegada y a la par que frenaban los vehículos, cargaron sus armas de fuego tratando de intimidar al soldado que estaba en la puerta haciendo su servicio de guardia, y que valientemente se apresuró a cerrar la puerta. Esto dio lugar a que nuestros hombres cogiesen sus armas y el teniente Esteban, al frente de todos nosotros, a voces, solicitó su identificación. Un oficial dijo que venía del puesto de mando de la División y venía a detenerme por orden del teniente coronel vivancos. Mi compañero Esteban, que era de ideología anarquista, encontraba muy alarmante y extraña esta manera de actuar, y como conocía al oficial que se había presentado le dijo que le censuraba abiertamente la hora y procedimiento utilizado, por lo que bajo su responsabilidad me acompañaría al puesto de mando de la División, ya que mi situación en su compañía era legal, de acuerdo con los documentos de que yo disponía.

Al llegar a la División todos estaban durmiendo y al despertar a algunos oficiales nadie sabía nada de la actuación de estos hombres y, con el ajetreo que se armó, de improviso salió un capitán a medio vestir que llevaba el símbolo de graduado en Estado Mayor. En efecto, era el jefe de Estado Mayor de la División. Cuando él apareció me llamó la atención que el comandante jefe de operaciones y un capitán que le estaban replicando a Esteban con altivez y vehemencia –factores que no amilanaban la posición y criterio de mi compañero–, ipso facto al ver al jefe del Estado Mayor dejaron de hablar en seco. El capitán dirigiéndose al teniente Esteban preguntó qué es lo que estaba ocurriendo y al ponerle al corriente solicitó se presentase inmediatamente el oficial que tenía orden de detenerme. Al presentarse este oficial le preguntó quién había firmado la orden y le replicó que se la había dado por teléfono el propio teniente coronel vivancos, desde la Seu d’Urgell. Este capitán seguidamente me dijo que como faltaban pocas horas para amanecer, fuese a descansar a la centralita telefónica y que por la mañana y en su coche, él mismo me acompañaría a la presencia del jefe de la unidad.

Al día siguiente en el trayecto hasta La Seu d’Urgell este capitán me dijo que procedía de la escala profesional y su relación tanto con el jefe de la unidad, como con el comisario y otros jefes le resultaba difícil y no podía admitir acciones como la que me afectaba. También me manifestó que suponía que la decisión de vivancos obedecería a cualquier tontería o malentendido, pues mi documentación no podía ser más correcta. Al llegar al chalet donde estaba el puesto central particular de vivancos, de mala forma me despojaron de mi pistola reglamentaria y más o menos a las dos horas de estar esperando me recibió en su despacho muy ufano y todopoderoso. Empezó insultándome llamándome oficialillo de academia y que cuando precisaba de algún oficial era él mismo el que lo elegía. Rompió ante mí los oficios y me condujeron a la prisión civil de La Seu d’Urgell.

Al enterarse el comandante Ródenas de mi detención vino a verme y me rogó no presentase ninguna reclamación, ya que en el Estado Mayor del Cuerpo de Ejército le habían dicho que, como a los dos días la División de vivancos la desplazaban al frente del Segre, se evitaban tener que enfrentarse con él. Yo de muy mala gana accedí.

Esta vivencia me desanimó en mi ingenuo modo de pensar sobre las personas y empecé a reconocer que la politización de las unidades iba a dificultar la victoria de nuestra tan legítima causa, si no se tomaban medidas para la más recta disciplina militar a la que todos estábamos sujetos, según nuestra responsabilidad. Las decisiones unilaterales de militares incontrolados había que atajarlas de inmediato y había que profesionalizarse más militarmente si queríamos ganar la guerra, y esta exigencia tenía que afectar desde los más altos cargos hasta el último soldado.

Estando influenciado por estos sentimientos pensé en presentarme a las oposiciones de Estado Mayor que se habían convocado. Esta decisión le gustó a mi comandante Ródenas, pues existía la posibilidad de que le destinasen a un centro de Transmisiones en Barcelona y, en este caso yo quedaba pendiente de la ratificación de mi cargo, que era de confianza, por el nuevo jefe de Transmisiones del Cuerpo de Ejército. Presenté mi solicitud de examen a la Escuela de Estado Mayor de La Garriga (Barcelona) y por disponer de los requisitos exigidos me la admitieron, teniendo que pasar por un examen en mi Cuerpo de Ejército, que pasé muy justito. Eran estas perspectivas muy interesantes, ya que en el peor de los casos, de no aprobar el curso de cuatro meses para salir diplomado de Estado Mayor, para mí, con 18 años, sería una experiencia para futuras convocatorias, independiente de los conocimientos militares que se adquieren en estos cursillos tan especializados.

Con los preparativos en ciernes para acudir a La Garriga, recibimos en nuestra jefatura la noticia de que desplazaban a la zona pirenaica, en línea de frente, a la III Brigada de Asalto, integrada exclusivamente por Guardias de Asalto de la Generalitat de Catalunya. Obligatoriamente tenía que permanecer en el frente durante el periodo de seis meses. Por tratarse de un cuerpo de seguridad esta Brigada no disponía de transmisiones propias. Se nos comunicaba que teníamos que agregarle a esta Unidad una Compañía de Transmisiones para asegurarles los servicios de comunicación telefónica y su mantenimiento. Nos pusimos en contacto inmediato con la Jefatura de Transmisiones del Ejército del Este, que estaba ubicada en La Garriga, donde yo tenía que acudir a la Escuela de Estado Mayor. Nos contestaron que nos enviaban una Compañía pero que de momento no disponían de oficial adecuado como jefe de la Compañía, pero que nos enviarían un capitán lo antes posible.

Este contacto atípico militar-seguridad podía ser conflictivo, por tanto mi comandante, el comisario y yo tratamos de elegir el oficial que nos mereciese suficiente confianza para que se hiciese cargo de la Compañía. No pudimos conseguirlo, ya que a nosotros tampoco nos sobraba ningún oficial y todos los puestos estaban cubiertos. Decididamente me ofrecí para asumir la dirección de la Compañía. No valieron de nada las protestas de mi comandante Ródenas ni las del comisario Herranz.

Antes de tomar el mando de la Compañía el comandante Ródenas me hizo formar la Compañía, que acababa de llegar por la noche a La Seu d’Urgell, y les notificó que iba a hacerse cargo de la misma un hombre de su total confianza, ya que había sido su ayudante durante un año. Al romper la formación un soldado se me acercó en estos términos:

–Mi teniente ¿es usted de valencia?

–Sí, en efecto.

–Le he reconocido enseguida. Usted es de la FUE y le he visto muchas veces en compañía de Ricardo Muñoz Suay en el local de la calle de la Concordia y también en algunas reuniones en el Instituto Escuela, que venía usted con Fernando Ferraz.

–¿Eres del Instituto Escuela?

–Sí y me llamo Ramón Calpe Blasco. También soy afiliado a la FUE y he pertenecido a la directiva en el Instituto Escuela.

–Me puedes tutear y debes de saber que por este sector hay algunos compañeros de la FUE, entre ellos Collar y Talón. Por ser uno de Medicina y el otro de Filosofía no creo que les conozcas, aunque a Talón por ser plusmarquista en atletismo y jugador del baloncesto puede ser que lo recuerdes.

–Tienes razón, a Talón le tengo muy oído, pero no le conozco personalmente. Quería decirte que al salir esta mañana de La Garriga, el comisario de Transmisiones me dijo que escribiría a esta Jefatura para que me ratificasen como delegado político de la Compañía.

–No te preocupes, pues esta misma noche hablaré con el comisario del grupo de Transmisiones para que nos remita a destino la acreditación oficial.

Había que salir hacia primera línea de frente de madrugada y tanto el comandante Ródenas como el comisario Herranz me agasajaron con una cena de despedida. Transcurrió esta reunión con bromas, recordando anécdotas de los acontecimientos pasados, durante un año en primera línea. Ya a última hora mantuvimos una conversación sin desperdicio, adecuada a nuestra despedida:

Ródenas: Me ha causado muy buena impresión la compañía que han enviado, aunque me hubiese gustado que hubieses podido tener la oportunidad de darle el toque definitivo en instrucción, como lo hiciste con la de la 68. ¿Te acuerdas? Espero que los Guardias de Asalto no te hagan difícil tu misión. Tan pronto pueda pediré un capitán que te pueda reemplazar y conseguirte un puesto en retaguardia, que todos lo tenemos ya bien merecido.

Herranz: A mí también me ha gustado la compañía y ese soldado valenciano de la FUE espero te ayude en la misión. No tanto me ha agradado el teniente que viene en la compañía. Ya nos informarás para catalogarlos adecuadamente.

Ródenas: Te recuerdo nuevamente que vas a tener muchas dificultades con la oficialidad de la Brigada de Asalto, pero ten siempre presente que tanto Herranz como yo estaremos a tu lado para apoyar en el Cuerpo de Ejército las decisiones que tomes. ¿Supongo que no estarás preocupado?

Yo: No, pero me ha llamado la atención la juventud de la mayoría de los soldados de la compañía. Comparándolos con los de la compañía de nuestra Agrupación, son niños.

Ródenas y Herranz ante mi súbita reflexión no pudieron reprimir una descarada y sonora carcajada.

Herranz: Tiene mucha gracia lo que acabas de decir. Muy pocos de ellos tienen tu edad. De los más jóvenes muchos son de la quinta del 40 y muy pocos de ellos son de la tuya del 41, recién incorporada. Creo que te has olvidado que te presentaste voluntario a los dieciséis años. Lo dicho, Juan, creo que tienes una buena compañía.

Lo conflictivo de mi misión se hizo patente tan pronto llegué al puesto de mando avanzado de la Brigada de Asalto, donde yo establecí mi puesto de mando. Nada más llegar el comandante jefe de Estado Mayor me ordenó que tenía que establecer mi puesto central, junto al teniente coronel jefe de la Brigada, que estaba en un pueblecito situado a siete kilómetros en la retaguardia. Esta manera de actuar me servía de anticipo de lo desagradable de mi misión. Y la alternativa la tenía yo muy clara. Acceder sumisamente a los criterios de esta oficialidad o actuar como yo conocía para asegurar las transmisiones de la Brigada. No lo dudé mucho. Olímpicamente le informé de la misión de mi compañía, que estaba agregada con una estructura independiente, de tal modo que yo podía establecer los puestos de mando allí donde la brigada los tuviese y que, a tal efecto, como mi misión primordial era asegurar las transmisiones desde la brigada a los cuatro batallones que estaban en primera línea, y que por tanto, me quedaba allí y al puesto de mando atrasado de la brigada enviaba a un oficial y el mínimo de soldados para que asegurasen el buen funcionamiento de una sola línea de transmisiones, que era la que enlazaba los dos puestos de mando. Al solicitarle que la central telefónica de campaña que tenía en el interior del puesto de mando tenía que funcionar con personal especializado de mi compañía, se negó rotundamente y me advertía que tenía que limitarme a mis centrales exteriores de Brigada a Batallones. No le repliqué lo más mínimo, pero debió deducir que no estaba de acuerdo, y quizás para dar más firmeza a su orden su despedida fue excesivamente disciplinaria.

Esta tensión duró escasamente un día, pues no perdí tiempo, llamando inmediatamente al comandante Ródenas. Éste a su vez transmitió mi reclamación al jefe del X Cuerpo de Ejército, quien por motorista remitió al jefe de mi Brigada una orden escrita, tajante, de que se atuviese, en cuanto al servicio de Transmisiones, a facilitar al jefe de este servicio su obligado cumplimiento. Esta orden sorprendió visiblemente a los jefes de servicio y de Estado Mayor de la Brigada de Guardias de Asalto.

En realidad yo tenía un contacto más directo con el jefe de Estado Mayor, ya que jamás pernocté en el puesto retrasado de la unidad. Alguna rara vez surgió algún pequeño enfrentamiento y en realidad hubo un ten con ten, para evitar tensiones. Como de tonto no tenía nada conoció por su servicio de información que yo había pertenecido, durante un año, siempre en línea de frente, al Estado Mayor, primero de Trigueros y después de Jover. Esta continua relación nos permitió conocernos más a fondo y la mala impresión que me causó, por el recibimiento que recibí al llegar, fue difuminándose a medida que por sus comentarios bélicos y políticos deduje era un profesional adicto a la República. Esta lealtad quedó más tarde de manifiesto al traspasar la frontera francesa, pues tanto él como el jefe de la Brigada se quedaron en Francia y supimos que ambos pertenecían a la secta masónica catalana.

A principios de enero de 1939 las noticias que se recibían de los distintos frentes de Cataluña eran muy alarmantes y nos llegaban por nuestras propias líneas telefónicas, ya que carentes de prensa los comunicados que daban por radio las autoridades republicanas eran muy confusos. Las fuerzas que habían participado en la ofensiva sobre el Ebro, las mejores unidades de nuestro ejército, que habían intervenido en los frentes de Madrid, Guadalajara, Aragón, Teruel, Ebro y Segre, se encontraban muy desgastadas y empezaba a cundir el malestar al no ser relevadas escalonadamente. Se tuvo que recurrir a improvisar unidades con personal muy joven junto a mayores. El 15 de enero cae en manos de los nacionales Tarragona y conociendo que no hubo ninguna resistencia, ya era previsible que el ataque a la ciudad de Barcelona era cuestión de días. El 23 de enero, al sur de nuestro sector correspondiente al X Cuerpo de Ejército, se pierden las posiciones de Bóixols, isona y Abella de la Conca, donde yo había estado unos días con mi compañero del Batallón de la FUE, Rafael Talón. En nuestro frente la línea estaba trazada por picos montañosos con trincheras atípicas que invitaban, por su enorme peligro, a mantenernos en estado de frente estable, con intercambio esporádico de algún tiroteo, que servía para ratificarnos que cada uno estábamos en el mismo lugar. Aunque en este crítico momento no nos atacaron percibíamos ya el olor de la derrota, que se hizo más aguda al conocer la pérdida de Barcelona, sin combatir y con desorden el 26 de enero. Este mismo día en el sur de nuestro sector se perdió también Coll de Nargó (Lleida).

En la población de Alins, próxima a mi puesto de mando, a la que yo acudía con alguna frecuencia, tenía muchas simpatías entre los vecinos, pues en un fuerte temporal de nieve nosotros estuvimos cerca de diez días incomunicados y desde la población, con gran voluntad y peligro nos trajeron carne lanar y cereales de sus cosechas. Al recibir la Compañía nuestro suministro me mostré agradecido y generoso obsequiándoles con arroz, lentejas, aceite, alimentos difíciles de conseguir para ellos. El alcalde que tenía la única taberna y posada del pueblo era mi mejor amigo. Sobre el 1 de febrero de 1939, me dijeron que gran parte de los vecinos de Alins se iba a evacuar a Andorra. Por la noche me presenté allí para conocer más de cerca la situación. Por la mañana mi Brigada me ordenó hacer los preparativos para abandonar nuestras posiciones y dirigirnos ordenadamente a La Seu d’Urgell. Esta orden nos sorprendió pues en el Estado Mayor y a la vista de la gravedad de la situación militar, como nos encontrábamos a un paso de la frontera andorrana, nos imaginábamos que era por este trayecto que pasaríamos la frontera. La orden era totalmente distinta pues teníamos que retroceder hasta La Seu d’Urgell.

Al llegar a Alins, en efecto, gran parte de la población se preparaba para cruzar la frontera andorrana, con los caballos repletos de maletas y utensilios diversos. El alcalde me dijo que se habían puesto de acuerdo para que todas las familias que se evacuaban dejasen a algún familiar, con la intención de regresar tan pronto se supiese que no les iba a ocurrir nada, no habiendo nadie en el pueblo que se hubiese significado socialmente. Seguramente el más comprometido era el alcalde y algún familiar suyo. Estaba justificada la evacuación, pero como el temor es tan contagioso todos se decidían por la aventura. Me invitó a pasar la frontera con su familia aduciendo lo absurdo que era retroceder, con el peligro que suponía en sí una retirada y sus consiguientes bombardeos y ametrallamientos, que era el medio más utilizado por las fuerzas franquistas. Le argumenté que me tenía que atener a la disciplina militar y pasar la frontera con mi unidad. Por otra parte, la guerra aún no había terminado y precisamente nuestra unidad, entre otras, tenía la misión de proteger la retirada de las fuerzas con orden. En el comunicado de nuestro X Cuerpo de Ejército especificaba claramente que junto a lo que quedase del XI y XVIII Cuerpos de Ejército debíamos ir sobre puigcerdà y Camprodón, cruzando en último lugar, cuando lo hubiese realizado el resto de las unidades del Grupo de Ejércitos de la Región Oriental (GERO). También se indicaba en la orden superior que nuestra brigada, por tratarse de fuerzas de seguridad, tenía que replegarse sin perder el contacto con las fuerzas enemigas y ofrecer resistencia cuando intentasen avanzar a mayor ritmo que el que nos interesaba a nosotros, para evitar que se originasen bolsas estratégicas.

Al llegar a Seu d’Urgell encontré la ciudad bastante distinta a como la había dejado meses antes. Había sido una plaza muy animada por militares ya que había sido la sede del X Cuerpo de Ejército y por ello frecuentada por los que pasaban en tránsito para incorporarse a las unidades de rango inferior situadas en el frente y también de obligada estancia para los que salían de permiso. Ahora el ambiente era tenso y trágico a la vez, donde deambulaban y se mezclaban los paisanos y militares, ya que el éxodo de la población civil iba originando una larguísima caravana de hombres ancianos, mujeres y niños que junto a los militares constituían la zona pirenaica republicana en retirada.

Sobre el 5 o 6 de febrero, las fuerzas mandadas por Muñoz Grandes alcanzan las puertas de Seu d’Urgell y nuestra Brigada de Asalto se atiene, desde este momento, a las instrucciones de repliegue ordenado por el GERO de no perder nunca el contacto con el enemigo, lo que origina una marcha muy lenta y llena de peligros por los ataques frecuentes de la aviación enemiga.

El trayecto hasta Puigcerdà lo hice a pie al frente de mi compañía, sin que entre mis hombres hubiese ninguna deserción, lo que resultaba muy fácil sencillamente quedándose escondido en el campo esperando la llegada del enemigo. Yo sabía que entre mis hombres, al llegar a la frontera y pasar a Francia, algunos se volverían inmediatamente, pues como todos eran movilizados por sus quintas, no tenían responsabilidades políticas. Como tenía conocimiento de que en la mayor parte de las unidades los abandonos eran muy frecuentes me sentía muy satisfecho de la sinceridad de mis soldados, ya que se atrevían a decírmelo claramente. Algunos me decían:

–Mi teniente, sabes lo que están haciendo muchos soldados por temor a los bombardeos y ametrallamientos que nos están infligiendo intensamente los franquistas en estos lamentables momentos del fin de la guerra en Cataluña. Yo desapruebo y considero criminales estos ataques sobre las columnas humanas de mujeres y niños y te aseguro que no abandonaré la compañía.

De este modo mis hombres se portaron dignamente, e independiente de su modo de pensar ideológico, siempre les habrá quedado en su fuero interno en el transcurrir de los años, la satisfacción de haber sido fieles a la bandera republicana a la que habían prometido fidelidad. Creo sinceramente que todos mis hombres me apreciaban y me lo demostraron en muchas ocasiones cuando surgieron incidencias como consecuencia de nuestra labor en el frente, con frecuentes tempestades de nieve que originaban muchísimas averías en nuestras líneas telefónicas. En muchas ocasiones y por la noche se tenía que movilizar mucho personal para estas reparaciones y era frecuente regresar un grupo de hombres y tener que salir inmediatamente para otras averías. En estos casos no daba órdenes y lo pedía por favor, incluso a veces yo mismo les acompañaba en contra de su voluntad. El delegado político de la Compañía, Ramón Calpe, fue un excelente combatiente y en él tuve un admirable colaborador. Desde un principio, al llegar al frente, les obligué a que me tuteasen y esta confianza en ningún momento alteró el respeto que me debían. Otro detalle significativo consistió en interesarme por la marcha pesada que tuvimos que soportar desde La Seu d’Urgell hasta puigcerdà. Yo disponía de un caballo y este siempre iba cabalgado por alguno de mis soldados y a veces dos, según el agotamiento de algunos, independiente de maletas y macutos. Me viene ahora a la memoria cómo pude tener un caballo.

En mi época de ayudante del comandante Ródenas y estando realizando una inspección de rutina en el frente de piedras de Aholo (Lleida), terreno muy rocoso de grandes precipicios, me encontré totalmente aislado, como perdido, un caballo con su correspondiente silla de montar. Era alto, de pelo negro brillante, de excelente lámina, estilo inglés. Lo tomé y nadie lo reclamó aunque por La Seu d’Urgell lo utilizaba para mis desplazamientos. Como en la Escuela popular de Ingenieros, en villarreal, las Transmisiones era cuerpo montado, había realizado un curso muy intensivo de equitación y ello me incitó a disfrutar de este ejercicio. Al destinarme a la Brigada de Guardias de Asalto me lo llevé. En las alturas pirenaicas mi caballo de raza no estaba en su elemento. Un día un campesino catalán me enseñó un caballo del terreno, de pelo canelo, bajo de patas y por tanto menos estilizado que el mío. Me lo enseñaba con la pretensión de cambiármelo por el mío, como vulgarmente se dice, pelo a pelo. Me sentí ofendido por la oferta y se lo dije.

El campesino: No se enoje por mi propuesta. En efecto, su caballo es de limpia estampa, pero como cuando usted lo monta le veo más tiempo en el suelo que sobre el lomo del caballo…

Tenía razón este payés. Teniendo casi siempre la nieve permanente, resbalaba con mucha facilidad y por ser los precipicios de profundidades impresionantes lo montaba con mucho temor. Me propuso dejarme su caballo tres o cuatro días para probarlo. Accedí y cual no fue mi sorpresa al conocer la ventaja de tener un caballo que sabía subir, bajar, se conocía todos los caminos y, aunque parezca absurdo, también sabía patinar, cuando bajando por los caminos la nieve se había convertido en hielo. Por seguridad de mi integridad física me quedé con él.


Juan Marín y José Huguet, en 1936, con 16 años, recién incorporados al Batallón de la FUE. AFM.


En Alicante con el distintivo de la FUE en el uniforme, 1936. AFM.


Cuartel de Benalúa (Alicante) 1936. De izquierda a derecha: Fernando Ferraz, José Huguet, Juan Marín, Rafael Bonet, Enrique Talón, Rafael Izquierdo, Rafael Talón, Francisco Canet y Luis Galán. AFM.


Cuartel de Benalúa, 1936. De izquierda a derecha: José Domingo, José Orozco, Ricardo Muñoz Suay, Fernando Ferraz, Rafael Talón y Luis Galán. AFM.


Rafael Izquierdo, Juan Marín y José Huguet. AFM.


Juan Marín y José Cantó. Benalúa 1936. AFM.


De izquierda a derecha: Baltasar Bonet, Juan Gómez, Enrique Talón, José Orozco, Martí Talón y Fernando Ferraz. AFM.


Junto a Ricardo Muñoz Suay, cuando actuaba como su secretario en la UFEH. Esta foto la tomó su hermano Vicente en marzo de 1937. AFM.


Nombramiento oficial Teniente de Ingenieros – Transmisiones. Noviembre de 1937.


Recién salido de la Escuela Popular de Guerra, 1937. AFM.


Frente de Tremp (Lérida), organizando la red de transmisiones con mi compañía, 1938. AFM.


En Pons (Lérida) en el frente de Cataluña, 1938. AFM.


Milly (Auxerre), trabajando como agricultor. A la izquierda el amigo Solá y su esposa, marzo de 1940. Juan Marín agachado con boina sosteniendo un niño. AFM.


En el campo de concentración de Vernet d’Ariège con Ramón Calpe después de la retirada del Ejército de la República, 1939. AFM.


En París cuando trabajo con mi amigo Pinsot, 1940. AFM.


Activistas refugiadas: Margarita y Paquita con sus hijos, París, 1940. AFM.


Recién llegado a Frankfurt, 1941. AFM.


Con Juan Soria y un amigo alemán (centro), Frankfurt, 1941. AFM.


Certificado de Käpernick para solicitar la cartilla de alimentación, Frankfurt, 1941. AFM.


Trabajando de enfermero en el Hospital Psiquiátrico de Santa Ana de París, en uno de los pabellones alemanes, 1942. AFM.


Juan Marín con bata blanca junto a internos alemanes del Hospital Santa Ana, 1942. AFM.


Informe de estancia en la prisión de la Santé por infracción de la ley 26-9-1939 por la que son prohibidas las organizaciones comunistas en Francia.


Juan Soria y Paquita Velas en la puerta de su casa, estafeta del aparato de propaganda en París, 1942. AFM.


Antonia Olmos y Concha Marín, Valencia, 1943. AFM.


Antonia y Dorita Soria, 1943. AFM.


Los componentes del Servicio de Información de la Intervención Territorial del Quert. Agachado en el centro, un mehani con el gorro típico y la chilaba, 1945. AFM.


Componentes del Servicio de Información de la Intervención Territorial del Quert en Villa Nador. Juan Marín es el primero por la izquierda. AFM.


En primer término Ramón Izquierdo, Villa Nador, 1945. AFM.


Novillada cómica. Fiesta patronal de Villa Nador. Llegando a la plaza vestido de inglés y un amigo catalán haciendo de mujer para hacer el paseíllo. AFM.


Jurado, Marín y Zarco en Madrid, 1944. AFM.


Toñi en 1944. AFM.


Salvoconducto de Toñi como esposa del “funcionario” Juan Marín. Noviembre de 1945. AFM.


En los Viveros con Toñi recién comprometidos. Marzo de 1945. AFM.


En Zaragoza con Toñi y mi hija Alicia. AFM.


Toñi y mi hijo Paco, Zaragoza, 1949. AFM.


De izquierda a derecha: Marín, Mortes y Alonso. Zaragoza, 1950. AFM.


Mi padre Juan Marín Palop, 1956. AFM.


Mis padres con mi hermana Concha. AFM.


En la sección de óptica de la Farmacia Cañizares. AFM.


En la consulta de la calle de la Nave junto a mi padre y mi hermano Tomás. AFM.


Mis hijos y algunos primos en 1960. En primera fila Belia, Viki, Eva, María José. Segunda fila Marianti, Paco, Elvirín. En tercera fila Alicia y al fondo la tía Conchín y la tía Mariví. AFM.


Recibiendo el título de Óptico Diplomado de D. Mariano Aguilar, catedrático de Física-Óptica de Madrid. 47 años después será intervenido de cataratas en la consulta de mi hijo y al enseñarle esta foto me la dedica muy afectuosamente. AFM.


Con Mariano Hurtado, 1964 recordando el paso de la frontera.


Con Pepe Royo y Rafael Talón en Las Arenas, 1960. AFM.


Artículo sobre los héroes del Lycée Buffon aparecido en France-Soir en diciembre de 1959 y que he guardado desde entonces junto con el sello de correos conmemorativo que se emitió. AFM.


Con Toñi en la óptica de Los Centelles a mediados de los 70. AFM.

1 En 1939 embarca en el Stanbrook. Posteriormente se dirige a la URSS y allí, junto a su esposa, Mª Paz Lecea López de la Osa, imparte clases de español en el Instituto de Lenguas Extranjeras de Moscú. En 1955 la pareja se traslada a China y allí son responsables de la formación de la primera generación de hispanistas chinos en la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing.

2 Luis Galán, Después de todo. Recuerdos de un periodista de la Pirenaica, Barcelona, Anthropos, 1988.

3 Sede de la FUE valenciana durante la guerra civil.

4 Plaza Rodrigo Botet.

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