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V

–Bienvenidos al Palacio Barolo, este maravilloso edificio declarado patrimonio recién en 1997, hace relativamente poco y, a partir de entonces, nadie lo puede tocar. Vamos a empezar con un poquito de historia: el Palacio Barolo fue construido entre 1919 y 1923, en tan sólo cuatro años, y se convirtió en el edificio más alto de América del Sur hasta ser superado por... ¿qué edificio? ¿A ver los porteños? –empezó diciendo en perfecto español la guía de turismo brasileña a un grupo de doce personas conformado por la flamante delegación de la embajada checa.

A la cabeza del grupo estaba el embajador Lumír Chmel, su esposa Kamila, el cónsul David Slabý, dos agregados que sólo permanecerían unos días en Buenos Aires, un grupo de cinco empresarios liderados por Tomáš Svoboda, que había llegado una semana antes a Buenos Aires para realizar algunos negocios en el país, Katka, a quien presentaron como una enviada especial del Ministerio de Asuntos Exteriores, y Néstor, el único argentino del grupo, un porteño que alternaba sus múltiples funciones de jardinero, chofer y encargado del inmueble de la embajada. Como todos lo miraban a él tosió para aclararse la garganta y, al mismo tiempo, se puso a pensar en algo, lo que fuera. No tenía idea de qué tenía que decir, pero era el único que podía hacerlo y lo impulsaba el deseo de empezar a demostrar cierta idoneidad ante sus flamantes jefes.

–El Havanna –contestó casi sin abrir la boca, como esos alumnos que, en los exámenes, escriben algún número ambiguo para que el profesor con suerte lo tome por bueno y asocie esa respuesta larvaria con la correcta. Y, al mismo tiempo, apenas terminó de pronunciarla, tuvo la sensación de que acababa de decir una barbaridad, como si, en lugar de hablar de un edificio, estuviera haciendo mención a una montaña, una localidad bonaerense o una marca de alfajores.

–El Kavanagh, en 1936, ¡muy bien! –lo felicitó la guía que se llamaba Silvana y era de Curitiba. Luis Barolo, un empresario textil muy célebre en la época, contrata al joven pero ya prestigioso arquitecto Mario Palanti para realizar este palacio. Los dos italianos. Los dos masones, ya vamos a ver bien lo que significa esto. Los dos eran admiradores del gran escritor Dante Alighieri y resuelven hacer el edificio inspirándose en la Divina comedia, que está dividida en tres partes, ¿no? ¿Cuáles son? Infierno, Purgatorio y Paraíso –se contestó ante el silencio rotundo del grupo para luego concluir con un cálido y paradójico “bienvenidos al Infierno”.

Katka se golpeó la frente mostrando el fastidio que le generaba toda esa situación: los tours y las convenciones diplomáticas, dos de las cosas que más detestaba en su vida se juntaban en ese lugar tan extraño. Cerró con fuerza los ojos y se consoló diciendo que la presentación no podía durar mucho y ya tendría tiempo para volver a su departamento de Juan B. Justo y dormir un día entero.

–Acá en la planta baja y, sobre todo, en los dos subsuelos es donde viven los fantasmas, ¿sí? Pregúntenle al encargado. El edificio está dividido en tres partes. Podemos comprobar que esto es el Infierno por algunas simbologías como las serpientes, los arcos y los dragones: acá hay una hembra y allá hay un macho, ¿cómo puedo saber eso? Por los cuernos, ¿qué tal? ¡Por los cuernos! Ahí en el cielorraso pueden ver algunas frases en latín extraídas de la Biblia, de la Divina comedia y de la Eneida de Virgilio... A ver, ¿alguien de acá leyó la Divina comedia? –preguntó la guía y, otra vez, todos los checos permanecieron en un silencio absoluto. Incluso Néstor, sosteniendo una sonrisa entre tímida y amarga, respondió con una voz apenas audible que él sí la había leído, pero hacía muchos años en la escuela y ya no se acordaba de nada.

Silvana agradeció honestamente sus palabras y se limitó a aclarar que se trataba de un viaje que Dante aseguraba haber hecho con Virgilio, su guía, tanto en el infierno como en el purgatorio.

–Y les voy a decir algo –dijo la guía–, la Divina comedia es un libro muy particular que tiene la virtud de describir nuestro presente. En un rato les voy a prestar una edición para que hagan la prueba. Como si fuera el I Ching, pueden abrir la Divina comedia y seguramente encuentren ahí algo de lo que están haciendo o, mejor aún, viviendo. ¿Me entienden? ¿Ven eso ahí en el piso? Son flores de bronce que evocan el fuego del infierno. Y otra cosa muy importante: debajo, en el subsuelo, hay una especie de tapa que, si la levantan, van a poder ver que, bajo el edificio, corre un arroyo. No es casualidad: el agua fue uno de los elementos por los que Palanti terminó eligiendo este sitio para levantar el Palacio, ¿me van siguiendo?, ¿me entienden? Yo creo que sí porque me dijeron que aquí todos hablaban español –reveló Silvana casi a manera de queja.

Antes de seguir hablando, la guía mandó un par de mensajes con el celular.

–Entonces tenemos esta escultura que se llama la Ascensión. ¿Vos ves bien? –le preguntó a Katka con una sonrisa que no tuvo ningún eco–. La Ascensión porque, tal como pueden ver, en la espalda de este cóndor hay un hombre que es llevado hasta el cielo. En realidad esta es una réplica bastante nueva, porque la escultura original se hizo a comienzos del siglo xx, es decir, es contemporánea al edificio y, bueno, uno tiene que intentar transportarse a ese tiempo: Europa estaba en guerra y los italianos que vivían acá como inmigrantes, muchos de ellos abuelos de nuestro amigo Néstor y de tantos argentinos, tenían miedo de que su continente fuera devastado: entonces Palanti y Barolo tuvieron la idea de traer a esta ciudad, y concretamente a este palacio, las cenizas de Dante Alighieri para preservarlas de cualquier peligro.

Katka se dio cuenta de que, al hablar, la guía la miraba a ella, como si quisiera generar algún tipo de complicidad.

–También otra cosa que tienen que tener en cuenta es que, en esa época, los arquitectos eran artistas integrales: todas las esculturas que van a ver en este edificio fueron hechas por Palanti, incluso esta que, como les decía, fue pensada como mausoleo de Dante. Pero ¿qué pasó? Palanti viaja a Italia para hacer la escultura y la manda en barco a Buenos Aires. En el camino, sin embargo, se pierde y la escultura original es robada. Después empieza a hacer una réplica que terminó una vecina en los años dos mil. Mucha gente piensa que, efectivamente, las cenizas de Dante estaban en esta escultura y, entonces, ¿por qué las robaron? Como los argentinos son muy supersticiosos toda la gente que entra y sale del Barolo toca el cóndor para tener suerte, así que si quieren tocar...

Nadie dijo nada y entonces Silvana hizo algo que la sorprendió a ella misma: “Gente, me mata su simpatía, a mí me habían dicho que los checos son un poco fríos, distantes, secos, pero ustedes... ustedes son cálidos, comunicativos, miren que yo vengo de Brasil, pero ustedes sí que llevan el ritmo en la sangre, ¿eh? La verdad que, en más de diez años trabajando como guía de turismo, es la primera vez que veo algo así”.

Luego de unos largos segundos de silencio y sorpresa, el embajador finalmente tomó la palabra y, en un español correcto, respondió: “Muchas gracias”.

–Faltaba más, faltaba más, la estamos pasando bomba y, justamente, ahí llegó –dijo la guía, mientras señalaba a un hombre con sombrero que traía dos botellas–. Les quiero aclarar que el vino era una sorpresa para el brindis final, pero vamos a tratar de ponerle un poco de ritmo al temita así caen rendidos ante el encanto inigualable del malbec.

Sólo Néstor y la mujer del cónsul declinaron la oferta y, mientras el hombre de sombrero hacía verter del filtro el líquido oscuro en cada uno de los copones, algo en el clima parecía empezar a cambiar. Luego de un brindis contenido que inspiró las primeras sonrisas del evento, Silvana les comunicó que el cielo los estaba esperando.

–Ah –recordó mientras buscaba algo en su mochila–, acá está el ejemplar del libro que les había dicho.

Silvana extendió hacia el aire su brazo derecho para mostrar una edición de la Divina comedia que, si bien no tenía ninguna particularidad, concentraba todas las miradas, recortándose sobre una de las majestuosas arañas del edificio.

–Bueno, seguimos –dijo la guía, después de pasar el libro para que cada uno pudiera encontrar en esas páginas una descripción de aquel momento o de ellos mismos–: Barolo y Palanti también eran masones, ¿ustedes saben quiénes son los masones?

Increíblemente todos, menos Katka y Néstor, respondieron que no.

–Los masones conformaron, y aún hoy siguen existiendo, una sociedad secreta muy culta que participó en la creación de este país. Entre ellos se comunican con simbologías y hubo muchos arquitectos. Entonces, acá en el piso, gente, vemos un símbolo masón que representa la dualidad de la vida: el día y la noche, el bien y el mal. Después está el símbolo del compás y la escuadra. Una vez le pregunté a un masón: bueno, si ustedes saben tantos secretos del universo, ¿por qué no aceptan a las mujeres en la masonería? Y él respondió que las mujeres son más evolucionadas que los hombres, no necesitamos pasar por este proceso de purificación. ¿Qué piensan, chicas? –preguntó Silvana, mientras el embajador abría el libro al azar. Absolutamente todos vieron cómo su expresión pasaba de la seriedad a la sorpresa, hasta que cerró el libro de golpe para pasárselo a su mujer. Tomáš, el empresario, levantó la mano para hacer una pregunta. Silvana lo autorizó con una sonrisa: quería saber hasta cuándo había vivido Barolo en este lugar.

Luego de pedirles que se fueran acercando a la zona de los ascensores, la guía les aclaró que Barolo, lamentablemente, había muerto seis meses antes de la inauguración del palacio. Algunos dicen que lo envenenaron sus enemigos, otros que tuvo un paro y algunos que se suicidó al enterarse del robo de la escultura que llevaba las cenizas de Dante.

–Bueno... ¿alguna otra duda? ¿Están listos para ir al Purgatorio? ¿Sí? Vamos a ir en dos ascensores hasta el cuarto piso, pero ojo que están medio embrujados.

La mujer del embajador abrió y cerró el ejemplar de la Divina comedia con una sonrisa preocupada y le pasó el libro al cónsul, que revisó unos segundos la contratapa y mantuvo el libro en la mano derecha, al nivel de la cintura, como si no quisiera leerlo sino sólo transportarlo.

–Bien, después seguimos leyendo el libro. ¿Encontraron muchas cosas interesantes hasta ahora? –preguntó Silvana sin esperar ninguna respuesta. La guía subió con Katka, las otras dos mujeres y los agregados culturales.

–Qué hermosos los ascensores, ¿no? –dijo para romper el silencio–: son todos originales y esto que ven para agarrarse es porque la gente en esa época no estaba acostumbrada a andar en ascensores y, entonces, como si viajaran en un tren o en un colectivo, necesitaban sujetarse a algo.

Apenas salieron del ascensor Silvana le mostró a todo el grupo la escultura de la Ascensión, ahora desde arriba, y les aclaró que esos cuadrados superpuestos representan para los masones la ascensión de la energía, al igual que los círculos significan para ellos la perfección: Dios es representado con el número uno.

–Y ahora estamos en el Purgatorio: Palanti levantó este edificio de cien metros de altura porque quería representar los cien cantos de la Divina comedia. Además, el Palacio tiene veintidós pisos como las veintidós estrofas de algunos cantos del original italiano y hay once balcones por piso en la fachada, como las once sílabas de algunas de las estrofas. Dante escribió la Divina comedia en 1321. Termina de escribirla y se muere. A ustedes, ¿qué les gustaría hacer antes de dejar de existir? ¿Cuál sería su gran último deseo?

El cónsul abrió el libro y lo cerró casi inmediatamente, como si no pudiera entender nada de lo que estaba leyendo o no pudiera soportarlo. Le pasó el libro a uno de los agregados comerciales que, sin dudar, se lo dio rápidamente a Tomáš.

–Por otro lado, el edificio tiene veintidós pisos y siete ascensores y, si dividimos veintidós por siete, ¿qué número tenemos? 3,14. ¿Alguien sabe lo que ese número significa?

El grupo empezó a mirar al embajador como si ahora le estuvieran solicitando permiso para hablar, aunque él mismo se encargó de responder.

–Exacto, el número Pi. Por otro lado, la planta de este edificio está construida en base a la sección áurea, al número del oro, ¿se acuerdan? Un segmento se divide en forma armónica si la razón entre el segmento y la parte mayor es igual a la razón entre la parte mayor y la menor. Nosotros vamos a ir subiendo una escalera caracol y cada vez el camino se hará más y más estrecho y antes de llegar al faro, que representa la luz divina, tendremos que hacer una reverencia, es decir, tendremos que bajar la cabeza, hasta en eso pensó Palanti.

Mientras la guía terminaba de decir esa última frase, Katka abrió el libro con desgano, más o menos hacia la mitad. Lo primero que leyeron sus ojos fue la siguiente frase: “mas, como sea, sigue su camino, por la necesidad aguijoneado, así fuimos por el desfiladero, subiendo la escalera uno tras otro, pues su estrechez separa a los que suben”. Lo poco que entendía Katka le alcanzó para darse cuenta de que esa frase reproducía lo que la guía acababa de decir. Sin embargo, lo que más la asustó fue, justamente, la información contenida en esa frase, que tal vez se le escapaba por no entender del todo el idioma.

–Pero antes de eso, fíjense en las bestias que representan todos esos miedos que tenemos que intentar superar en el Purgatorio para limpiar nuestras almas y pasar al Paraíso. Fíjense en los ojos, los cuernos y la boca de cada una de estas bestias. Pueden mirar, chicos, no tengan miedo de las bestias.

Silvana dio un par de pasos atrás y, mientras tomaba su propia copa de vino, tuvo la impresión de que los checos no estaban buscando ninguna bestia sino detalles arquitectónicos que nada tenían que ver con lo que acababa de decirles.

–Bueno, ¿se sienten listos para ir al Cielo? –preguntó y, de repente, escuchó una pregunta: “¿Hay algo que muestre los pecados capitales?”.

–Hm, no, aunque me encantaría –contestó Silvana–, yo hice la misma pregunta de tanto ejercer la lujuria. Volvemos a dividirnos: vamos al piso catorce, al último, que es también el primero del Paraíso. Buen viaje al Cielo –llegó a decir, mientras cerraba la puerta de uno de los ascensores.

Katka le preguntó si la torre del edificio, que se veía desde afuera, tenía alguna inspiración en la India.

–Ah, muy bien –respondió con sinceridad Silvana–. Eso está muy, muy bien. Efectivamente, la torre del Barolo, esa torre maravillosa, hermosísima, está inspirada en un templo de la India del siglo xii y representa nada menos que el amor tántrico entre Dante y Beatriz, Beatrice Portinari. Y ahora vamos a caminar por adentro de esa torre, lo cual es un privilegio pero también un sacrificio: vamos a tener que demostrar que somos valientes y merecemos estar en el Paraíso subiendo ocho pisos por escalera... Bueno... ahí vamos.

Comenzaron a subir de uno a la vez y, en efecto, la escalera caracol se hacía cada vez más estrecha. Cuanto más se acercaban al Cielo, más se oían palabras repletas de consonantes, risas tensas y, en un momento, los gritos de uno de los empresarios que se quejaba de no poder pasar. Con la ayuda de su jefe logró ponerse de costado y finalmente lo consiguió.

–Estoy abriendo las puertas del Paraíso, bienvenidos...

A medida que iban llegando, los integrantes de la comitiva disfrutaban del paisaje de la Avenida de Mayo al que coronaba el edificio del Congreso.

–Bienvenidos al Paraíso, qué pena la niebla que hay... Ahora les voy a contar la otra sorpresa que tenemos, además del vino: no podemos ver el faro del Barolo sin acordarnos del palacio Salvo en Montevideo, un hermano gemelo construido en 1928 por el mismo arquitecto. La idea de Palanti era que la luz de los dos faros se encontrase en medio del Río de la Plata, qué romántico, ¿no? Pero como un buen tango, que es la música por excelencia del Río de la Plata y que seguramente ya van a disfrutar, eso nunca pasó. Algunos dicen que, como la Tierra es redonda, resulta imposible que se encuentren las luces. Pero, al parecer, el faro del Palacio Salvo fue robado y el nuestro quedó inhabilitado por mucho tiempo hasta que lo restauraron en el año 2010, con motivo del Bicentenario de la Revolución de Mayo. Desde entonces, se lo enciende todas las noches como... ¡ahora! Bueno, por favor cierren los ojos, ¿están listos? Uno, dos, tres. Por las dudas traten de mantener los ojos cerrados. Yo vivo en Parque Lezama, no sé si conocen, y les aseguro que la luz llega hasta mi casa.

Apenas Silvana terminó de hablar se oyó un ruido de motor muy fuerte y discontinuo, como una cafetera descomunal o una máquina de imprenta y, justo en el momento en que Katka cerraba los ojos, sintió que alguien la agarraba del hombro, le decía una palabra que no lograba distinguir bien y la llevaba hacia otro lugar. Abrió los ojos y vio al nefasto tipo de la cicatriz y el pelo cortado en forma de cepillo que la había ido a buscar al aeropuerto, un checo de familia rusa que se hacía llamar Vladimír Ulman. No tenía ni idea de dónde había salido y cada vez le generaba más desprecio. No sólo le esquivó la mirada, sino que lo empujó para dejarle en claro que ella no se iba a dejar tocar, pero él ni se inmutó. Repitió la palabra “erizo” y Katka volvió a pensar que, por alguna razón, en buena parte del mundo, las mayores expresiones de estupidez suelen provenir de los servicios de inteligencia.

En uno de los balcones, lo que se suponía que iba a ser el anuncio de algunos detalles de su misión terminó transformándose en una absurda clase de historia: si bien ya lo venían ocultando en distintos cementerios y domicilios muy difíciles de localizar, algún tiempo después de que Hitler ganara las elecciones en Alemania, un grupo de judíos había decidido esconder muy bien al Golem para evitar que los nazis lo utilizaran a su favor.

A pesar de que ese tipo tan desagradable que olía a colonia infantil estaba muy cerca de ella, Katka tenía que hacer un esfuerzo enorme para escucharlo por encima del ruido del faro. Adentro, Silvana decía que eso era para ella una experiencia mística. Les recomendó que disfrutaran la belleza de la Avenida de Mayo y la cúpula verde del Congreso de la Nación, aunque hoy, por culpa de la niebla, apenas pudiera verse. Y les pidió que se detuvieran en ese pequeño punto que se veía cerca del Congreso, sí, una estatua. Pero no una estatua más sino una escultura realizada por Rodin.

Aunque hasta ese momento no le había dicho nada que no supiera antes de viajar a Buenos Aires, Vladimír Ulman le aclaró a Katka que, por ahora, no estaba autorizado a dar más precisiones y, como si estuviera hablando de otro tema, agregó que ese delirio de que los restos del Golem permanecen en el altillo de la sinagoga del barrio judío no es ningún delirio, pero, obviamente, empezó a difundirse una vez que lo sacaron de ahí.

–Hace décadas que estamos tratando de rastrear dónde y cómo lo llevaron. Tenemos aún varias pistas por seguir y gracias a algunas de las características que usted demostró, por ejemplo, en la cumbre de Berlín, entendemos que puede ayudarnos. Hay grandes posibilidades de que el Golem permanezca oculto en algún lugar de Buenos Aires, aunque al mismo tiempo no existe ningún registro de que lo hayan sacado de Praga. Es por eso que la convocamos. Por ahora, sólo le voy a pedir que investigue en torno a un nombre: Josef Pfitzner.

–¿Ustedes saben quién es ese pensador? ¿Se imaginan qué puede estar haciendo ahí, entre el Congreso de la Nación y el Palacio Barolo? –preguntó Silvana y el silencio volvió a surgir como una consecuencia extraña pero natural de haber estado con los ojos cerrados–. Es Dante Alighieri, esa estatua que ven ahí representa a Dante porque cuando Rodin hizo El pensador estaba trabajando una escultura, Las puertas del infierno, y Dante aparecía mirando con ese rostro tan abstraído que los críticos de arte explican al decir que piensa con cada músculo de su ser. Dante miraba el Infierno.

Katka le respondió que no precisaba investigar eso, que sabía muy bien quién era. Un nazi ejecutado de manera pública en Praga por haber estafado a la ciudad. El checo hizo un sonido como de autómata que no se entendía bien si afirmaba o negaba.

–Eso es precisamente lo que se conoce de él, pero lo que usted tiene que investigar es el origen de todas nuestras sospechas: un presunto viaje que hizo a Latinoamérica y, concretamente, a la Argentina a fines de la década del treinta, persiguiendo a Jan Kefer que, supongo, también sabe quién es.

–Interesante –dijo el embajador.

–Lo bueno de todo esto es que siempre queda algo por descubrir... siempre –aseguró con cierta emoción Silvana–. Yo trabajo también en el Museo de la Ciudad de Buenos Aires y hay tantas cosas que se van descubriendo, tengan en cuenta que esta ciudad tiene estilos arquitectónicos que no existen más en Europa a causa de las guerras. Bueno, chicos, ahora sí tenemos que bajar. Vamos a hacerlo despacio, un pasito por vez, para que nadie se lastime.

Alto en el cielo

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