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Las armas de los débiles

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Un ensayo clásico sirve para introducir el problema de por qué las cosas que nos indignan finalmente no cambian. Es el texto del politólogo Guillermo O’Donnell, titulado ¿Y a mí, qué me importa? Allí O’Donnell compara la sociabilidad en Brasil (retratada por el antropólogo Roberto DaMatta) con la de Argentina. Entre múltiples observaciones O’Donnell destaca algo fundamental: mientras el brasilero de clase alta restituye el orden social y pone al pobre en «su» lugar diciendo «você sabe com que esta falando?» (¿Usted sabe con quién está hablando?), cuando un argentino de clase alta dice lo mismo recibe como respuesta: «Y a mí, ¿qué (mierda) me importa?».

O’Donnell argumenta que pese a ser diferentes formatos, ambos refuerzan la conciencia de la desigualdad entre estratos sociales. En la versión argentina, explica O’Donnell, «[…] el interpelado no niega ni cancela la jerarquía: la ratifica, aunque de la forma más irritante posible para el «superior» —lo manda a la mierda—». Luego, el autor concluye: «En Río, violencia acatada. En Buenos Aires, violencia reciprocada. ¿Mejor o peor? Simplemente, diferente. Pero con un importante punto en común: en ambos casos, estas sociedades presuponen y re-ponen, cada una a su manera, la conciencia de la desigualdad».

En ambos formatos, uno «oligárquico» (Brasil) y otro «populista» (Argentina), la desigualdad entre clases perdura y se refuerza.

Aunque el texto de O’Donnell es de 1984 permite, en mi opinión, echar luces sobre eventos largamente comentados en los medios y en las redes sociales durante el pasado verano chileno.

Antes de hacerlo, me interesa también recordar un segundo clásico de las ciencias sociales contemporáneas: el libro Las armas de los débiles de James Scott. Publicado en 1985, el texto nos transporta a comunidades de campesinos del sudeste asiático, con el objetivo de entender por qué, aunque se encuentran en una situación de explotación que bordea la esclavitud, no se rebelan.

Scott argumenta que los «débiles» sí se rebelan, pero de modo inorgánico. Todos los días cometen actos de sabotaje contra los intereses de sus patrones (por ejemplo, rompiendo herramientas o arruinando parte de lo cosechado), generando así perjuicios significativos a quienes los explotan laboralmente. No obstante, estos actos de rebelión cotidiana que Scott denomina las «armas de los débiles» funcionan también como válvulas de escape que impiden la consolidación de un movimiento campesino que eventualmente logre presionar por cambios estructurales.

Los clásicos de O’Donnell y Scott siguen siendo pertinentes para echar luz sobre procesos sociales contemporáneos. En lo que resta de esta columna me interesa revisitar el incidente que involucró a Matías Pérez Cruz en el lago Ranco11. El análisis también aplica al intercambio que protagonizó Cristián Rosselot en un supermercado de Pirque12.

En ambos incidentes, un individuo de clase alta intentó restituir «la jerarquía social» al interactuar con individuos de estratos sociales inferiores y terminó incinerado en las redes sociales. A los videos, memes y troleos, siguieron sendas columnas de opinión sobre cómo estos incidentes exponían resabios feudales que el proceso de modernización social en Chile volvía ya inadmisible. Aquí intentaré explorar otros ángulos analíticos.

La chusma inconsciente

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