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PRÓLOGO Más allá de la orilla

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Este libro reúne un conjunto de columnas publicadas por el autor, entre 2016 y 2021, en ese proyecto tan importante para la conversación social e incluso académica que resultó siendo Ciper Académico. Aquí, científicos y científicas de diversas disciplinas encontramos lugar para presentar nuestros resultados y reflexiones a un público más amplio, sin el apremio tan acuciante de espacio que suele ser la norma en muchos medios, cierto, pero también con una muy alta exigencia de comunicabilidad así como de claridad acerca del aporte de estos resultados para la sociedad con la que dialogábamos. No solo se trataba de tener una buena investigación entre manos, sino de un sentido de relevancia y pertinencia para el momento social, un argumento bien sostenido, y una escritura fluida y amable. Una tarea ya hasta aquí muy difícil. Pero las cosas se pusieron aún más exigentes cuando, a partir del estallido social de octubre de 2019, esa conversación social se amplificó, se densificó, se tornó en fuertemente pasional y fue modificada con una velocidad sorprendente. Como en las orillas de las bravas playas de corrientes convulsas de nuestro Pacífico, las olas de acontecimientos han arrastrado en direcciones muy distintas e inesperadas nuestra conversación, nuestros sentimientos y nuestros estados de ánimo sociales.

Lograr participar en la conversación social con aportes significativos y aprehensibles, mantenerse sin ser arrastrado por esas corrientes y sin perder de vista el horizonte, ha sido, sin duda, una exigencia alta para quienes tenemos como oficio la investigación de la vida social o política. A mi juicio, Juan Pablo Luna es uno de los académicos que con mayor éxito y virtuosismo ha sorteado todas estas exigencias. Ha alcanzado a llegar mucho más allá de los límites de la academia, con una escritura ágil pero no ligera, con argumentaciones sólidas y densas pero nunca engorrosas, con una capacidad de transmitir ideas y emociones (desde el enojo hasta el entusiasmo, pasando por la desazón) sin que jamás las segundas asfixien a las primeras. Y más importante: a pesar de las corrientes encontradas y el oleaje desordenado, sus textos revelan su enorme esfuerzo por mantener la calma, a distancia del miedo y de la idealización al mismo tiempo, y con la vista puesta mucho más allá de la orilla. No solo lo ha hecho en cada una de sus contribuciones, sino que lo ha conseguido con el conjunto de ellas. Sus columnas dibujan una imagen del país compleja, sin condescendencia y con gran compromiso transformador. Este texto es, me parece, una prueba de estas afirmaciones.

A pesar que algunas pocas columnas fueron publicadas en 2016, el corazón del libro está en desentrañar las aristas de la crisis de la cual, según el autor, el estallido social del 2019 sería expresión. Una crisis que no solo se forjó en procesos de largo aliento, sino que se perpetúa y cuyas soluciones deben ser concebidas en la larga duración. Por eso, propone que más que apurarse y reincidir en esa pasión nacional que llama la «solucionática» (aquella por la cual lo único que importa es tener lo más rápido posible una solución), es indispensable entender. Tenemos que comprender frente a lo que estamos, pero hacerlo en serio, o sea, integrando toda la gama de los grises. Entender la complejidad de los factores que le subtienden; el contradictorio carácter que ellos tienen; y, por ende, ponderar de manera dedicada, con calma y sin tapujos, las salidas posibles y sus bemoles. Todos sus textos testimonian de esta intención. Es su voluntad de ofrecer interpretaciones, esclarecimientos, boyas en tiempos de temporal, tomándose muy en serio a sus interlocutores dialógicos. Si algo no hay en este trabajo es facilismo. Si hay algo que atraviesa estas páginas es una lucha frontal contra los lugares comunes.

Luna entiende bien que estamos ante una oportunidad única y lo celebra. La conmoción producida por los eventos desencadenados desde finales del 2019, ha abierto la posibilidad de transformación de una sociedad cuyos arreglos han dejado de ser no solo operativos sino, y sobre cualquier cosa, legítimos. Pero reconoce, al mismo tiempo, que será una oportunidad perdida si es que no identificamos con claridad la coyuntura en que nos encontramos. Por eso, el primer factor que considera como afluente de la crisis y factor potencial de fracaso en la renovación es la existencia de unas élites económicas, sociales, políticas e intelectuales incapaces de escuchar y ver a la sociedad y sus cambios. Un argumento esencial es que las élites han perdido la orientación en buena parte porque persisten en mantener un conjunto de presupuestos falsos, o al menos inadecuados, para entender los desafíos que deben enfrentar. Asumiendo con todo rigor este hecho, el autor dedicará buena parte de sus columnas a poner entre signos de interrogación estos presupuestos y mostrar su inadecuación a partir de un conjunto muy sólido de datos y resultados de investigación. De manera especialmente destacable, sus argumentos siempre apelan a elementos comparativos con otros países de la región, o más allá de ella, los que permiten tanto desmontar la idea de excepcionalidad nacional como iluminar las singularidades del caso chileno. Una mirada comparativa que, además, funciona como referencia para las posibles soluciones.

¿Pero cuáles serían esos desafíos que deberían ser enfrentados? Aquí aparecen los tres otros factores a los que el autor les da una preeminente función heurística y proyectiva respecto de lo que atravesamos.

El segundo factor, propone Luna, es el político. Pero en este amplio campo, presta especial atención al destino de la democracia en cuanto ligado al de uno de sus actores: los partidos políticos. De manera aguda, y a veces implacable, el autor hace una crítica fundada de estos actores y correlativamente revela los profundos dilemas ante los que nos encontramos. La democracia representativa muestra señales de desgaste. La democracia representativa necesita de los partidos políticos. Pero estos, que pierden peso de manera acelerada, terminan, ellos mismos, por ser factor de corrosión de la democracia representativa. Esto ocurre por la falta de comprensión de estos actores respecto de la sociedad en la que se encuentran, plantea Luna, pero también se podría derivar de lo que es discutido por el autor, por la falta de comprensión de lo que los cambios sociales han hecho de ellos. Acontece por la desincronización de las premisas de las que parten y la realidad que les contiene: así se explican los yerros en sus estrategias de alianza, en sus cálculos electorales, en sus pretensiones de representación, en su comprensión de sí (sus capacidades de organización, el montante de disciplina militante, etc.), por su confusión profunda entre poder electoral y poder político, como lo propone el excelente texto «Ruido. ¿Por qué los partidos no escuchan al Chile actual?», que podría muy bien llamarse «¿Por qué los partidos políticos no pueden verse a sí mismos?».

Un tercer afluente de la crisis, se propone en este texto, es el modelo de desarrollo. Su transformación es considerada como una condición indispensable para remontar el ciclo de polarización y estallido social. El agudo debilitamiento de la legitimidad política se anuda a un desgaste del modelo de desarrollo que pone los fundamentos estructurales no solo materiales y demográficos, sino simbólicos de la crisis que atravesamos. Con justeza el autor va a subrayar un aspecto esencial de esta tarea: recomponer «una “economía moral” que logre anclar un nuevo modelo de desarrollo» (p. 99). Un modelo de desarrollo que sin olvidar el crecimiento pueda tener como meta distribuir la riqueza producida según criterios de equidad y de sustentabilidad, el cual no será viable sin esta recomposición de las orientaciones morales a partir de las que se ordenan sus decisiones y procedimientos. Un recordatorio especialmente relevante en un país que ha sido fuertemente lesionado en su confianza y su credibilidad por el abuso en las experiencias con el mercado y como componente de la percepción de los actores empresariales.

El último factor es un Estado que ha hecho prueba de sus limitaciones, tanto en sus tareas de elaboración e implementación de políticas públicas como en aquellas que el autor llama de coerción. Sobre todo, lo que se subraya es la relativa ausencia del Estado en diferentes territorios, su dificultad para resolver conflictos o garantizar seguridad pública. A partir del análisis sobre la desorientación del Estado en sus estrategias para enfrentar el conflicto mapuche o de la cruda y altamente compleja realidad del narco en el país, Juan Pablo Luna nos obliga a mirar y a no retirar la mirada de una escena que permanece escondida para una parte importante de la población, especialmente la más beneficiada. Un velo que es efecto tanto de la segregación urbana y distancia imaginaria regional, como de un conjunto de trucos narrativos a partir de los cuales entronizamos una visión del país que nos tranquiliza, reasegura y al mismo tiempo nos fragiliza. La negación, parece ser su advertencia, es, como ya lo propusiera Freud, una posición que no tarda en cobrar la comodidad en la que nos instala y lo hace con altísimos intereses.

El libro se organiza en partes que, luego de situar los contornos de la crisis, abordan con mucho más detalle y creatividad de la que serían capaz de devolver en estas breves páginas estos cuatro factores. Luego, termina con una vibrante coda en la que el autor analiza los posibles desenlaces de la encrucijada actual.

Este es un trabajo en el que los grises nunca dejan de hacer notar su presencia, y por eso, al final de su lectura, no solo la impresión de entender mejor las cosas se impone, y por supuesto uno que otro desacuerdo (es inevitable cuando una practicante de la sociología lee a un practicante de la ciencia política), sino que la inquietud es el sentimiento más aguzado. Cruzar los hilos de las diferentes argumentaciones da la magnitud de la incertidumbre en la que nos encontramos. Las cosas son mucho menos prístinas que lo que uno quisiera, y hacérnoslo saber es un valor enorme de este libro. Las preguntas que deja no son pocas y sobre todo no son nimias. Por ejemplo, si por un lado Juan Pablo Luna insiste en que los partidos políticos necesitan retomar el arraigo territorial perdido como condición para eventualmente recuperar peso y presencia, por otro, las estrategias para este arraigo, como el autor lo menciona en su discusión sobre el crimen organizado y su presencia en ciertos territorios en Santiago y otras zonas del país, se encontrarían potencialmente afectadas o tensionadas por modalidades de instalación territorial corruptas y de connivencia con estos grupos, dada la manera en que ha sido intervenida ya la urdimbre social de diferentes territorios por algunos actores, en particular del narcotráfico. La pregunta se impone: ¿será acaso que las demandas a los partidos políticos sobre transparencia y no corrupción y las de arraigo territorial terminan por contradecirse y no necesariamente se resuelven de manera virtuosa? ¿Será que los partidos políticos se encuentran ante un desafío que no puede ser resuelto en clave política? La pregunta es válida al menos si uno piensa en esos territorios de los que nos habla Luna. Las respuestas: todo menos simples.

Luna sabe que las tareas son enormes, pero cree, apelando a la distinción propuesta por Merton, que más vale apostar por la innovación de quien se desvía de las normas para construir referentes nuevos, que por el ritualismo de quien insiste en responder a las situaciones objetivamente transformadas con estrategias obsoletas y gastadas. Estoy completamente de acuerdo, aunque quizás solo valdría la pena agregar que ese ritualismo es una tara no solo de las élites, como el autor desarrolla con detalle, sino que también afecta a otros y muchos actores sociales y políticos, incluidas las fuerzas de izquierda o el llamado progresismo. La lucha necesaria para no quedarse en la orilla, como propone el autor, no es solo contra los supuestos falsos o los lugares comunes, sino contra este empuje ritualista que nos gana.

Este libro puede ser leído como una invitación razonada a abandonar nuestras posiciones ritualistas y avanzar hacia la innovación. Pero, también, a reconocer que la innovación no es espontaneidad pura: que la provocación no es nada sin la lucidez; que la esperanza no debe permitirse la ingenuidad; y que la urgencia no es resultado del arrastre de los acontecimientos, sino de la fina exploración de los mismos.

La invitación está hecha. Léala con cuidado. La acepte o no, habrá, sin ninguna duda, valido la pena.

Kathya Araujo

Santiago de Chile, septiembre de 2021

La chusma inconsciente

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