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Viralización y las «armas de los débiles»

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La viralización por redes sociales no existía en los tiempos de O’Donnell y Scott. Las redes permiten hoy visibilizar e impugnar socialmente las actitudes de quienes, como Pérez Cruz y Rosselot, intentan seguir abusando de aquellos que poseen menos recursos y estatus social. En este sentido, las redes se han vuelto tribunales de justicia sucedáneos. En estos tribunales, donde todos operamos desde la superioridad moral, ni se respetan el debido proceso ni la presunción de inocencia, ni se calibra demasiado la naturaleza de cada falta. Tampoco se pueden administrar las consecuencias de la «pena» (la «funa» en redes sociales), ni garantizar que el victimario sufrirá un castigo conmensurable a su ofensa. Ni para un lado, ni para el otro.

Incluso si usted estuvo entre los indignados, entre los que compartió un meme, o entre quienes intentaron cosechar likes y followers con alguna ingeniosa humorada, le apuesto que hace ya tiempo que no se acuerda del «guatón de Gasco» o del «abogado abusador» de Pirque. Seguramente, Pérez Cruz y Rosselot han sufrido en estos meses, en su vida personal y profesional, algunas consecuencias dolorosas de la viralización de sus actos. Pero, tal vez solo un poco más lentamente, ellos también habrán dejado su infortunio atrás.

Sin embargo, la pregunta socialmente relevante es otra: la viralización de estos incidentes, ¿aporta algo a la reducción del abuso y a la desigualdad, en un contexto social más amplio? ¿Hay algo más que «pan y circo» en todo esto?

Me temo que, como argumenta O’Donnell para el caso del «y a mí, ¿qué mierda me importa?» argentino, y como lo hace Scott respecto a «las armas de los débiles», el escándalo que creamos en las redes sociales resulta bastante funcional a la continuidad del statu quo. Aunque nos desahogamos cotidianamente, contribuimos poco a buscar soluciones que nos hagan indignarnos menos en el futuro.

La chusma inconsciente

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