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PRESENTACIÓN El espejo deforme de la élite
ОглавлениеEste libro reúne cuatro años de colaboraciones periodísticas de Juan Pablo Luna. Los textos aparecieron en Ciper, La Diaria (Uruguay) y principalmente en la desaparecida sección Ciper Académico, y permitieron a sus muchos lectores ver venir el estallido del 18 de octubre. No es que Luna haya predicho la última gota que rebasó el vaso (por ejemplo, esa risita socarrona con que el economista Juan Andrés Fontaine invitó a los santiaguinos a levantarse más temprano para evitar el alza del metro). Tampoco anunció la violencia callejera y policíaca; ni la transformación del presidente Piñera en un ser irrelevante. Pero los factores y los actores institucionales de ese radical cambio que nos tiene hoy reescribiendo la Constitución estaban tan claramente identificados en sus análisis previos, que el estallido pareció el segundo capítulo, bastante lógico, de un libro que ya estaba escrito en alguna parte y del que Luna hacía un spoiler.
Pensando en cómo presentar este libro, me acordé de nuestra primera conversación. Fue para una entrevista en Ciper en 2016, cuando empresas como Corpesca y SQM eran las protagonistas de la crisis de corrupción política que tenía a la UDI como principal beneficiaria. ¿Por qué hablar con un académico que por entonces parecía más interesado en dialogar con sus colegas sobre instituciones débiles y crisis de partidos? Había una buena razón. En una investigación de 2010 («Vínculos entre partidos segmentados y votantes en Latinoamérica: el caso de la UDI»), Luna explicó con una claridad poco frecuente en la academia cómo el partido de Jaime Guzmán se había vuelto masivo: recolectaba fondos entre la élite económica e invertía ese dinero en una máquina clientelista que le permitía capturar votos entre los más pobres.
Un entrevistado en esa investigación, a quien Luna presenta como un «alto dirigente de la UDI», se mandó una cuña que me dejó helado:
Lo que hicimos, y este es un trabajo que hizo muy bien Jaime [Guzmán], es convencer a la élite de que teníamos que estar en el Congreso para proteger sus intereses. Jaime los convenció de que aunque fuéramos un partido chico, con las ventajas que nos daba el binominal y los quórums, podíamos proteger sus intereses. Al mismo tiempo los convenció de que para que nosotros pudiéramos hacer eso, teníamos que ganar votos en los sectores populares, porque la élite es muy chica. Entonces, básicamente lo que el partido hace es tomar los recursos que dan los empresarios y volcarlos a las poblaciones […] Les dijimos que necesitábamos su financiamiento, pero también les dijimos que se abstuvieran de acercarse a nosotros. En las fotos teníamos que aparecer con los pobres, no con ellos. Al principio fue difícil para ellos entender que teníamos que apelar a los pobres, pero ahí es donde hay más votos disponibles. Y uno de los obstáculos que enfrentamos actualmente es que hay menos personas pobres en Chile.
La declaración sintetiza las lógicas de la política que dominó durante los últimos treinta años. Mientras leía ese paper en 2016 me preguntaba por qué los periodistas no teníamos esos testimonios, ni habíamos logrado explicar esos fenómenos con tanta claridad.
Tras la entrevista, Juan Pablo Luna inició una serie de columnas en Ciper en las que ahondaba sobre la crisis de la política chilena. En el primer texto —«Alcaldes para ricos y alcaldes para pobres», incluido en este volumen— recibí otro golpazo. Partía con el caso de un partido que sacó los perros vagos de una comuna rica —que ellos controlaban— y los llevó a una comuna pobre, también bajo su administración. El traslado de los perros mejoró la calidad de vida de los vecinos abeceuno y potenció las posibilidades presidenciales del alcalde favorecido. Mientras, en la comuna pobre, la calidad de vida empeoró, pero el alcalde del lugar ganó el aprecio del partido y seguramente recursos para su reelección.
Solo con este caso, cualquier medio habría hecho una nota de portada. Pero lo que buscaba Luna era mostrar algo más de fondo: la forma en que la política chilena estaba actuando. Sus datos le permitían afirmar que varios partidos habían segmentado sus discursos de acuerdo con el tipo de votantes. Podían no solo ofrecer cosas muy distintas arriba y abajo, sino abiertamente contradictorias; y así, ser exitosos en poblaciones muy diversas.
Una conclusión chocante de esta viñeta era que los partidos no estaban ayudando a cerrar nuestras brechas de desigualdad, sino que las usaban a su favor.
Un periodista avezado leerá esa columna tratando de intuir los nombres de los involucrados. Mi propuesta es hacerse una pregunta menos complaciente: ¿dónde estaban los medios de comunicación?
Si nadie se entera de las descaradas diferencias de discursos y de prácticas es porque los medios ya no recorren la sociedad. La prensa tradicional que ha gozado de más influencia y recursos y que desde el 18 de octubre ha perdido mucha credibilidad —como se muestra en la columna «El ruidoso silencio de los medios tradicionales»—, ha centrado su esfuerzo en narrar la vida y preocupaciones de tres comunas donde vive la élite y en sostener el espejo en que ella se mira. Año tras año ese espejo está más distorsionado. Por eso el presidente Piñera veía ahí que Chile era un oasis, horas antes del estallido; y por eso buena parte de la élite no logró —ni logra todavía— entender ni las causas ni la violencia del 18 de octubre. Nada de eso estaba en el espejo de la prensa tradicional. Allí la chusma inconsciente no es otra cosa que amenaza.
Después de seis años de disfrutar las conversaciones con Luna, de editar sus columnas y aprovechar sus conocimientos para abrir nuevas áreas de investigación, tengo la convicción de que los periodistas entendemos mucho menos sobre lo que pasa en la sociedad chilena de lo que nos atrevemos a admitir.
Incluso quienes nos dedicamos a la investigación solo tenemos una imagen muy parcial. Un ejemplo que me avergüenza es el Crédito con Aval del Estado (CAE). En Ciper no entendimos el desastre que vivían miles de familias hasta que los jóvenes endeudados llenaron las calles en 2011. ¿No se supone que nosotros sí recorríamos la sociedad? La verdad es que no lo vimos venir y, desde entonces, demasiadas veces he vuelto a decir eso.
Pero no solo se trata de que no estamos recorriendo todos los rincones de la sociedad. Otro problema es que no tenemos buenas herramientas para explicar asuntos muy complejos.
Un ejemplo: la investigación periodística que ha hecho Ciper durante más de una década es buena persiguiendo al que delinque, al que abusa de una norma. Pero no todos los conflictos sociales son delito ni se pueden entender en esa clave. Es posible que incluso los conflictos que activaron el estallido de octubre (como la pérdida de fe en la meritocracia o el clamor por dignidad) no puedan enfrentarse con las habilidades investigativas tradicionales. Los periodistas tenemos limitaciones metodológicas para abordar esas materias (usualmente creemos que son solo temas opinables) y preferimos retroceder hacia el territorio conocido de la corrupción, de este-robó-esto, porque es la tecla que mejor sabemos tocar.
No obstante, uno de los artículos que más se han leído nunca en Ciper es uno que no corresponde a las claves de investigación. Es una entrevista al sociólogo norteamericano Shamus Khan, autor del libro Privilegio. Khan no es experto en Chile. Y la entrevista no era ni exclusiva ni tenía datos que pudieran considerarse revelaciones. Es decir, no hay ningún elemento que un periodista podría calificar de éxito seguro. Y sin embargo, lo que Shamus Khan dijo hizo sentido en miles de chilenos. Los ayudó a entender algo que la investigación no puede. Se titulaba «Cómo la élite nos hacer creer que triunfa porque es inteligente y trabajadora». Es una de las tres veces en que la página de Ciper se ha caído de tantas visitas.
Creo que hoy parte de los desafíos del periodismo pasan por tender más puentes con la academia, y concentrarnos en tratar de comprender mejor las complejidades actuales usando aquello en que cada uno es bueno. Años de investigación de un académico como Juan Pablo Luna, que son años de trabajo de campo y de construcción teórica, constituyen un material invaluable que los medios no pueden replicar por sí solos. Solo necesitamos hacer que esos datos e ideas sean comprensibles y le hagan sentido a la sociedad; que lleguen a los ciudadanos en el momento justo, con el tono adecuado. Esa tarea no es fácil y ahí tenemos mucho que hacer los periodistas.
Este libro es un gran ejemplo de un esfuerzo que puede ayudar a la prensa a volver a ser un espejo preciso de toda la sociedad y no uno en que la élite ve lo que le conviene ver.
Juan Andrés Guzmán
Bristol, septiembre de 2021