Читать книгу La chusma inconsciente - Juan Pablo Luna - Страница 21
Ciudadanos monotemáticos
ОглавлениеUn tercer factor, el ascenso de los ciudadanos monotemáticos, constituye también un rasgo predominante en la actualidad. En los años ochenta y noventa, los analistas europeos manifestaban preocupación por el ascenso de los partidos de un solo asunto (los partidos verdes eran el caso más claro en ese contexto). Los viejos y estructurados sistemas de partidos europeos se veían desafiados por la emergencia de partidos muy radicales (intensos), pero preocupados por una agenda muy restringida (en el caso de los verdes, la política medioambiental).
Actualmente, los intensos se han atomizado aún más: ya ni siquiera construyen partidos de un solo asunto. Se organizan cada vez más en red. Si bien logran superar la segmentación y los problemas de acción colectiva que crean los universos paralelos (gente muy diversa converge en torno a agendas específicas, pero comunes, y se organiza de forma virtual o eventual), son radicales de una sola causa.
En función de esta configuración de sus preferencias, los ciudadanos monotemáticos, desde la superioridad moral que genera toda preferencia absoluta, someten a juicio al gobierno, a los actores políticos y a sus pares en las redes sociales. Dichos juicios son generalmente negativos porque, por definición, no pueden ser otra cosa. Aun cuando puedan celebrar una declaración o decisión de política pública, seguramente otras muchas los alienarán y descontentarán. Si la política es el ámbito de la negociación de diferencias y la búsqueda de mínimos comunes denominadores, los ciudadanos monotemáticos son en esencia antipolíticos. Algunos líderes lograr canalizar la energía que aporta esta radicalidad y movilizan electoralmente a los monotemáticos. No obstante, una vez ganada la elección, cuando se trata de gobernar se vuelven el blanco perfecto de sus electores ocasionales (y de tantos otros conglomerados de monotemáticos) y descubren lo endeble de su zurcido electoral.
Nobleza obliga. Ser político —tradicional o emergente— se ha tornado una pesadilla. El juego democrático, que contó siempre con la legitimidad procedimental de su lado, no puede hoy sincronizar los tiempos políticos y los tiempos sociales. La compresión temporal, la consolidación de universos paralelos y el ascenso de los ciudadanos monotemáticos hace virtualmente imposible crear plataformas programáticas y candidaturas que logren «comprar tiempo» en función de un futuro consensualmente deseado y plausible.
Si bien la alta segmentación ha permitido a los políticos especializar sus campañas de acuerdo con el territorio en que compiten, la compresión temporal, los universos paralelos y el ascenso de los monotemáticos suponen en conjunto un enorme desafío para las élites políticas nacionales. ¿Cómo hacer para representar tal diversidad de preferencias en base a un programa común? ¿Cómo crear plataformas programáticas medianamente coherentes e integradas?
Aunque sin esas plataformas se puede ganar elecciones a nivel local y armar una bancada parlamentaria que constituya la «suma de las partes» a nivel nacional, resulta muy difícil generar coaliciones políticas que sean más que eso. Y sin esas coaliciones, gobernar el todo se torna básicamente en una fuga hacia delante en que es necesario, constantemente, apagar incendios locales o actuar sobre temas y problemáticas puntuales para lograr sobrevivir una medición de popularidad más.
Desde hace unos años, los comentaristas de los discursos del 21 de Mayo acusan la falta de «relato». Los discursos son, en cambio, una colección amorfa de anuncios segmentados sobre bonos o iniciativas de política pública que interesan a públicos específicos. Son también un conjunto de declaraciones políticamente correctas que intentan satisfacer el hambre de algunos votantes, sin —ojalá— alienar a otros. En la sociedad actual, en que la legitimidad es la nueva utopía (así de inalcanzable se ha vuelto), los discursos del 21 no podrían ser otra cosa.
Los tres factores sociales descritos no son exclusivos del caso chileno, sino que constituyen fenómenos que se verifican a nivel global. En este contexto social es cada vez más difícil construir partidos políticos que, mediando entre el Estado y la sociedad, logren sincronizar los tiempos y producir legitimidad. En el caso de Chile, el distanciamiento entre élites y ciudadanía y el quiebre de las confianzas complica aún más esa construcción. Además, algunas de las medidas impulsadas recientemente en Chile para solucionar la crisis de confianza y legitimidad corren el riesgo de destruir lo poco que queda, sin promover, necesariamente, el surgimiento de partidos políticos con capacidad de articular, mediar y representar intereses.