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Por debajo del trípode

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Era la hora de la instrucción. Nos dirigimos al «Almacén de material de guerra de la compañía de fusileros» con el objeto de retirar el equipo y armamento necesario para el conocimiento y adiestramiento como «Sirvientes de pieza de ametralladoras».

Generalmente, este tipo de armamento es pesado y voluminoso, montados incluso sobre un afuste o trípode, de una solidez considerable que es el soporte donde va instalada la ametralladora, cuando es usada como armamento pesado.

Se percibía un hermoso día, ni muy frío ni muy caluroso, con un sol resplandeciente, justamente para un buen día de instrucción. Nos encaminamos, con mis camaradas, hacia la cancha de fútbol de la escuela, Alma Mater de la institución. En aquellos tiempos, su piso y suelo eran, simplemente, de tierra, con sus respectivos arcos y rodeada por una pista atlética de arcilla debidamente compactada.

La cuarta sección estaba compuesta por los soldados más pequeños (bajos de estatura) de la unidad, los reclutas más altos integraban las secciones de fusileros. Diez hombres a cargo del comandante de escuadra, de la sección de apoyo de la compañía. Nos ubicamos a un costado del campo deportivo, un poco más alejados de otros grupos que también se encontraban realizando ejercicios de adiestramiento.

Nuestro comandante de escuadra, un sargento especialista, (paracaidista) de primera línea, con años de experiencia, de estatura sobresaliente y un físico notable, nos distribuyó y designó uno a uno los puestos y misiones, dentro de la primera pieza de ametralladora.

Sirvientes del uno al tres: el sirviente uno, encargado de transportar y disparar la ametralladora; el sirviente dos, del transporte del afuste o trípode e instalación de este; y, el sirviente tres, municionero.

Todo iba bien hasta el momento, atentos a las disposiciones y normas, en el uso de la ametralladora, con una rapidez y ligereza inusitada para el cometido y tarea asignada a cada uno. Pero en nuestra inocencia como soldados novatos, no contábamos con la agudeza de nuestro instructor, hasta el momento en que nos ordenó cambiar nuestros puestos y misiones.

Si no había sido fácil el aprender cada una de nuestras labores y posiciones, volver a desempeñar en forma alternativa cada uno de los puestos como sirvientes, nos parecieron las instrucciones, como un relajo que podríamos aprovechar.

Así que, de mala forma y con un procedimiento un poco flojo y perezoso de nuestra parte, empezamos nuevamente a retomar los nuevos puestos y aprender las nuevas misiones para cumplir con las órdenes de nuestro superior.

Eso sí, que nuestra actitud cambió muy rápidamente cuando «Mi sargento», sacó su cinturón y a correazo limpio y con el cuerpo en tierra y a punta y codo, tuvimos que pasar por debajo del trípode, no solamente una vez, sino varias veces… Nuestra fisonomía corporal nos favoreció por la delgadez y menudo de nuestro cuerpo de muchacho adolescente, pertenecientes a la sección de apoyo del destacamento.

Quedamos claritos y con una preparación catedrática exacta, de la instrucción y misión de cada puesto en forma alternativa, como sirvientes de ametralladora… ¡Y lo más importante, con una plusmarca!

Aventuras y desventuras de un viejo soldado

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