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Mi primera visita

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Tranquilo, calmado y nervioso, era la cantinela que resonaba repetidamente dentro de mi cerebro, debido, por supuesto, ante la proximidad de volver a ver a mis familiares. Se cumplía justamente un mes, desde que me había presentado al regimiento para integrar el contingente que debía realizar el Servicio Militar o Conscripción en la región norte del país.

Mis padres habían realizado un cansador viaje desde la capital, para visitarme y conocer mi estado general, tanto de salud, como el tratamiento entregado por el personal de instructores de la unidad, mediante la «Instrucción básica de combate» para los tiempos de paz, procurando la profesionalización con un mejor entrenamiento.

En los respectivos dormitorios o cuadras, se vivían momentos de expectación, cada uno a su modo trataba de estar lo más apacible, pero los nervios los traicionaban. El empuje juvenil e inquietud se notaban desde muy lejos a medida que transcurrían las horas.

Las voces de mando retumbaban en el recinto: «Deben dejar en orden el interior del casillero», «Las camas bien estiradas», «Las botas deben estar bien lustradas», «Que la hebilla del cinturón debía estar brillante y relucir», «El peinado, la colocación del Quepis (gorro) sobre la cabeza, debía ser perfecto», etc.

Todos nuestros instructores preocupados, para que nuestros respetados padres y seres queridos, que nos habían ido a visitar, se llevaran la mejor impresión ante su hijo soldado. Que el largo viaje y espera, tuviera la recompensa de ver a su vástago, luciendo el uniforme del Ejército de Chile.

Y marchamos desde nuestras unidades de combate con paso gallardo, entonando a viva voz, desde lo más profundo de nuestra alma, el himno del Ejército:

Ceso… el tronar de cañones

las trincheras están silentes

y por los caminos del norte

vuelven los batallones,

vuelven los escuadrones,

¡A Chile! Y a sus viejos amores.

Nuestras familias, ubicadas a las orillas del patio principal del regimiento en gran cantidad, irrumpieron inesperadamente en aplausos y exclamaciones de alegría. Nos detuvimos frente al escenario principal, para el correspondiente acto militar y nuestro comandante, procedió a entregar la bienvenida a nuestro grupo familiar. Terminada la ceremonia y conforme a la autorización correspondiente se abalanzaron hacia nosotros, confundidos y emocionados, tratando de ubicarnos, que debido a la similitud de nuestros uniformes nos asemejábamos demasiado.

Algunos padres conmocionados y con llanto en los ojos, abrazaban a sus hijos soldados, hablándoles y preguntándoles de su experiencia en su nueva vida militar, tan alejados de sus hogares. Y, por supuesto, entregándoles gran cantidad de alimentos y enseres para su estadía en tan alejado y remoto lugar.

Aventuras y desventuras de un viejo soldado

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