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El conscripto Gómez

Era un ciudadano común como tantos otros, que se presentan al Servicio Militar Obligatorio (SMO). De contextura gruesa, altura considerable, rostro granítico, ojos aceitunados, como todo joven oriundo de la zona norte del país.

De pocas palabras y un poco tímido. Conforme a sus características físicas quedó encuadrado en «La primera escuadra de fusileros». De inmediato, se destacó de sus compañeros por su capacidad para realizar los ejercicios físicos y las tareas militares que se le asignaron, por muy duras que estas fueran, siempre las realizaba con el mayor interés y responsabilidad.

Con el transitar de los días, entre guardias, servicios y campañas al interior de la provincia. Los conscriptos fueron superando todas las etapas de la instrucción castrense acorde las exigencias correspondientes, transformándose en excelentes combatientes individuales.

Una vez licenciado y cumplida esta obligación, establecida en la ley para los ciudadanos de aquella época, tiene que retomar sus labores en la vida civil, conforme a sus conocimientos de carpintería, oficio que ejerce en las empresas contratistas de la ciudad, sin embargo, conforme a sus perspectivas laborales, emprende funciones particulares tras de una mejor remuneración económica.

Pasado un tiempo, Gómez formaliza vínculos matrimoniales que perduran hasta estos días, fortaleciéndolos con siete hijos, cinco de los cuales son mujeres y dos hombres de un feliz matrimonio.

Sin embargo, no todo ha sido miel sobre hojuelas. Después de una vida plena de salud, fue atacado por una enfermedad crónica como la diabetes que se produce por un exceso de glucosa o azúcar en la sangre, causada por la deficiencia en la producción de la hormona insulina por el páncreas o por la ineficacia de la insulina producida.

Con el tiempo, el exceso de glucosa en la sangre puede causar problemas serios, en particular en los vasos sanguíneos y los nervios.

Además, Osvaldo Ernesto, que son sus nombres de pila, pierde su ojo derecho al clavárselo con una rama de árbol al estar trabajando. Después de cuatro operaciones y reiteradas cirugías, fue imposible recuperar el globo ocular, perdiéndolo definitivamente.

Con gran fuerza espiritual y el apoyo de su familia, logra salir de esta situación que lo aqueja tan redundantemente, encima de la enfermedad crónica que lo afecta.

Asumiendo todos estos trances tan desgraciados, sigue desempeñando sus labores diarias en su quehacer como carpintero y conocimientos en la construcción y obras civiles, con denodado empeño y perseverancia.

Sin embargo, las vicisitudes de la existencia, le tienen en el camino otra dramática prueba, más o menos al año de la pérdida de su ojo derecho, empieza a sentir unos pequeños dolores y malestar en su pie izquierdo, según, aparentemente, por una dureza que le produjo la bota o calzado militar en su Servicio Militar Obligatorio.

Solamente le puso interés cuando desde la herida le empezó a surgir un fluido extraño, recrudecido por la diabetes crónica que sufre. Preocupada su señora esposa y familiares deciden trasladarlo al hospital, donde le comunican que debido a su enfermedad y lo grave de la herida, tendrán que amputar la pierna izquierda.

Su primera reacción es culpar al mundo, al extremo de querer quitarse la vida; se cierra en sí mismo buscando una explicación ante tanta desgracia y desdicha al ver que sus sueños incansables de superación y crecimiento se ven truncados, incluso el de llevar a su compañera de vida, a un viaje a la Isla de Pascua. Este regalo que lo tenía planificado económicamente, dinero que, a pesar de todos sus infortunios, había juntado peso a peso para dar un agasajo a su mujer y compañera por tanta demostración de sacrificio, abnegación y cariño, pero tendrá, irremediablemente, que emplearlo en medicamentos y tratamientos hospitalarios.

No obstante todo lo anterior, en la tierra los ángeles existen y están ataviados de enfermeras, una de ellas que lo atendía y curaba de sus heridas, también empieza a curar sus aflicciones del alma, platicando, dialogando y, así, poco a poco va logrando sacarlo de sus atribuladas penas y amarguras, hasta ser dado de alta definitivamente y derivado a su hogar.

Un día cualquiera, diviso a mi viejo soldado conscripto Gómez, sentado en el suelo, bastón ortopédico a su lado, frente a su domicilio construyendo unas cerchas con perfiles de Metalcom (el sistema constructivo metalcom está compuesto por perfiles galvanizados para distintas aplicaciones estructurales, de tabiques divisorios y construcción de cielos) para llevarlas a un pueblo al interior de la provincia.

Iniciamos una larga y extensa conversación, que se explayó ante la seguridad que da la confianza de una verdadera y perdurable amistad, cordialidad adquirida en nuestros años de juventud en la unidad militar, él como un excelente soldado conscripto y el suscrito, como un orgulloso instructor.

Expresó, que a pesar de tantas cosas extrañas y singulares en su vida, es un ejemplo para los vecinos de su alrededor que lo ven cada día trabajando, incluso para demostrarles a algunos de ellos que se encontraban angustiados ante las drogas y el alcohol, que, con mucho esfuerzo, se puede salir adelante.

Se refirió también, que siempre existen individuos ruines, que quieren aprovecharse principalmente de sus incapacidades físicas, contratándolo para realizar trabajos de construcción por menos dinero, no valorando sus conocimientos, habilidades y eficiencia en su ocupación. Explicándoles que se demorará un par de días más en lograr su empeño, pero que tendrán la seguridad que el trabajo será bien ejecutado.

Esta ejemplar persona que tengo la satisfacción de llamar amigo, me confidenció, que si alguna vez, por las desgracias que le ha tocado vivir debido a la diabetes, le amputaran la pierna derecha, está preparado sicológicamente, incluso pidiendo que se la amputen al mismo nivel de la otra para seguir laborando y trabajando en bien de su amada familia.

Sin duda, todo un ejemplo de vida el de Osvaldo Ernesto, a quien respetuosamente le brindo este sentido diálogo del cantautor y poeta, Señor Facundo Cabral, que ya nos dejó:

Diálogo con Dios

«Dios tomó forma de mendigo y bajó al pueblo, buscó la casa del zapatero y le dijo: Hermano, soy muy pobre, no tengo ni una sola moneda en la bolsa, estas son mis únicas sandalias y están rotas… Si tú me hicieras el favor…

El zapatero le dijo: Estoy cansado de que todos vengan a pedir y nadie a dar.

El Señor le dijo: Yo puedo darte lo que tú necesitas.

El zapatero desconfiado viendo a un mendigo, le preguntó: ¿Tú podrías darme el millón de dólares que necesito para ser feliz?

El Señor le dijo: Yo puedo darte diez veces más que eso, pero a cambio de algo.

El zapatero preguntó: ¿A cambio de qué?

El Señor le dijo: A cambio… a cambio de tus piernas.

El zapatero respondió: Para qué quiero yo diez millones de dólares si no voy a poder caminar.

Entonces el Señor le dijo: Puedo darte cien millones de dólares a cambio de tus brazos.

El zapatero respondió: Para qué quiero yo cien millones de dólares si no voy a poder comer solo.

Entonces el Señor le dijo: Bueno… puedo darte mil millones de dólares a cambio de tus ojos.

El zapatero pensó un poco y respondió: Para qué quiero yo mil millones de dólares si no voy a poder ver a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos.

Entonces el Señor le dijo: Ahh! Hermano, hermano… que fortuna tienes y no te das cuenta…»

Aventuras y desventuras de un viejo soldado

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