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El soldado de piedra

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El día en el regimiento iba avanzando lentamente, el personal de guardia, en sus respectivos puestos, todas las actividades se realizaban con la exactitud y rigurosidad conforme a la disciplina castrense.

Así se fue terminando la jornada diaria, hasta que el corneta de guardia, tocó retirada y el personal se retiró a sus domicilios, quedando, en la unidad, la dotación de guardia y los que cubrían los diferentes servicios en las unidades de combate, a cargo del contingente.

En la hora de la retreta, las unidades se prepararon para dar cuenta del personal o de alguna novedad que se hubiese producido durante el día, al oficial de ronda. Una vez realizada dicha fiscalización, el oficial ordenó una competencia de «Ejercicios de escuela» para observar el entrenamiento de la tropa.

Satisfecho y complacido ante la demostración de instrucción y coordinación de las maniobras, ordenó que los destacamentos a cargo de los clases de servicio, se dirigieran a los dormitorios al son de cantos e himnos militares.

La oscuridad ocupó el patio principal de la unidad. Era una noche fría, de esas que calan los huesos como cuchillo hiriente que se introduce por cada plegadura de la indumentaria.

Se distribuyeron una a una las parejas de centinelas por los distintos puestos de vigilancia dentro del recinto. Así fue pasando la fría noche bajo un manto de negrura y nebulosidad, el personal en sus puestos y los de relevo descansando y cobijados en la guardia hasta que les tocara su turno.

El suboficial de guardia tomó su manta para capear la persistente frialdad del anochecer, con la finalidad de realizar una más de las rondas por cada uno de los puestos de la instalación militar.

Se fue acercando en silencio, con el máximo sigilo a uno de los puestos de vigilancia, imaginando sorprender a los centinelas dormitando ante las largas horas de custodia. De pronto, observó a lo lejos una silueta o figura humana encorvada, como oculta en la oscuridad. Se acercó muy lentamente y en silencio, pensando que uno de los centinelas había bajado de la garita de vigilancia, apremiado por las necesidades humanas y orgánicas del cuerpo a un lugar no indicado para ello.

El suboficial preparó el mejor de los chutes de futbolista, una patada en el trasero del centinela para hacerlo abandonar tan incómoda acción y que retomara su lugar en la garita.

Se escuchó un solo grito de dolor y congoja. El suboficial de guardia le había propinado una feroz patada en el trasero de «El soldado de piedra», que, en posición de radioescucha del arma de telecomunicaciones, habían obsequiado los artesanos, escultores en piedra de la zona, con motivo de su aniversario.

Uno de los soldados, acompañó al suboficial de guardia a la enfermería de la unidad donde se le diagnosticó fractura de los dedos de la extremidad derecha. Se dice que el suboficial sufrió dicha lesión en una caída, al realizar las rondas por las inmediaciones del recinto militar.

Pero, curiosamente, «El soldado de piedra» desapareció de un día para otro del lugar, no se sabe si para evitar otro desaguisado o, simplemente, por orden de los superiores de la unidad.

Aventuras y desventuras de un viejo soldado

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