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Aneurisma fatal

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En la guarnición militar, estaba todo preparado para celebrar un aniversario más de la batalla de La Concepción, en recuerdo de los 77 jóvenes soldados que combatieron hasta la muerte en la guerra del Pacífico, entre el 9 y 10 de julio de 1882.

Los nuevos soldados conscriptos juran fidelidad y lealtad a la bandera y a su patria, se aprenden de memoria el juramento para tan significativa ocasión inolvidable en sus vidas:

Yo, [grado y nombre del juramentado] juro

por Dios y por esta bandera

servir fielmente a mi patria,

ya sea en mar, en tierra o en cualquier lugar,

hasta rendir la vida si fuese necesario,

cumplir con mis deberes y obligaciones militares

conforme a las leyes y reglamentos vigentes,

obedecer con prontitud y puntualidad

las órdenes de mis superiores,

y poner todo empeño en ser

un soldado valiente, honrado y amante de mi patria.

Edgard Terrazas Borja, era uno de ellos, con entusiasmo y un futuro promisorio como cualquier joven de su edad, comprometido con su patria se encontraba realizando su Servicio Militar Obligatorio, en una unidad militar enclavada en el norte del país.

Los superiores jerárquicos, ante el compromiso y el esfuerzo realizado durante las preparaciones, deciden otorgarles permiso o salida francos, con la finalidad de que salgan a realizar invitaciones a sus familiares y amigos para que asistan a tan importante ceremonia y los acompañen, realzando con su presencia tan significativo acto como es el juramento a la bandera, celebrado cada año por el Ejército de Chile, en recuerdo de los 77 héroes de La Concepción.

Edgar se dirigió a su unidad fundamental, se vistió de civil, cuidadosamente fue guardando uno a uno los elementos de su cargo militar, dejándolos muy ordenados dentro de su casillero personal, y se integró a la columna de sus camaradas que se alistaban para dirigirse a la guardia de la unidad, en donde el comandante de guardia, realiza la última fiscalización y control, consultando si tienen algún problema o circunstancias que dificulten su acceso a su permiso franco.

Junto a dos de sus compañeros de servicio militar, Edgar emprendió el camino sin mayores dificultades hacia su domicilio. Todo marchaba sin problemas hasta que en un momento, a la altura de una plazoleta ubicada en el sector, no alejada del regimiento, Edgar empezó a sentir un fuerte dolor de cabeza repentino y muy intenso, inexplicable, visión borrosa y pérdida del conocimiento. Sus compañeros, muy alarmados y preocupados, intentan llevarlo hacia la enfermería de la unidad; sin embargo, un militar de más alto rango pasaba por el lugar y al ver tan delicada situación, optó por trasladar a Edgar de inmediato y a la brevedad posible al hospital para que lo atendiera algún especialista o profesional de la salud. Dispuso que uno de los soldados acompañantes avisara a los familiares e informó personalmente a la unidad de la situación de emergencia del soldado conscripto.

Los padres de Edgar concurrieron al hospital a visitar a su hijo. Muy tarde ya, logran verlo. Edgar reaccionó por un momento y les dijo que le dolía mucho la cabeza. Fue lo último que escucharon de los labios de su querido hijo. El médico de turno les informó que Edgar había sufrido un derrame cerebral y solamente había que esperar lo que los exámenes arrojaran.

Aventuras y desventuras de un viejo soldado II

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