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Acción desacertada o juicio falso

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Año tras año, se recibe al contingente que viene a realizar su Servicio Militar Obligatorio. Por aquellos años, se realizaban los preparativos necesarios para recibirlos en las mejores condiciones. Un arduo trabajo se efectuaba, acondicionando dependencias, dormitorios, comedores, elementos de instrucción, vestuario y equipo y una infinidad de otras materias castrenses.

En aquella ocasión, la mayoría de los ciudadanos provenía desde ciudades alejadas, principalmente gente del interior de las provincias, algunos incluso sin salir de sus pueblos, desde hacía mucho tiempo, jóvenes muy humildes y de una condición social baja, algunos de ellos se hacían acompañar por sus padres.

Acontecido algún tiempo e instalados cada uno de ellos en su unidad de combate, poco a poco se van acostumbrando y adaptando a la disciplina rigurosa de los primeros meses de instrucción militar.

Siempre acompañados por sus comandantes de escuadra, que es la unidad básica de combate, son los que tienen una relación permanente con cada uno de los soldados nuevos, desde muy temprano por la mañana hasta muy tarde del día, hora en que termina la instrucción.

En un día de esos y en plena instrucción, se presenta un soldado conscripto muy afligido y apesadumbrado ante su comandante de escuadra, informando que su padre había muerto, atentando contra su vida.

El comandante de escuadra ante tan desgraciado suceso, a la brevedad y conforme al debido conducto regular, lo presenta ante el comandante de sección, este al comandante de compañía y, finalmente, al comandante de batallón, disponiéndose que el afectado y atribulado soldado, de forma urgente viaje hacia su alejado domicilio.

Mientras el comandante de escuadra se encargaba de sacar el pasaje respectivo hacia la lejana ciudad, en la unidad de combate, sus instructores y compañeros solidariamente, dispusieron una ayuda económica para solventar algunas necesidades que le pudiera ocasionar tan presuroso viaje.

Siempre acompañado por su comandante de escuadra, se dirigió hacia el terminal de buses, en donde se despidieron con un sentido abrazo. El comandante no se alejó del lugar, hasta que vio que el bus se fue alejando poco a poco, perdiéndose, finalmente, entre las calles de la ciudad.

Al día siguiente, el comandante de escuadra al llegar al cuartel, se sorprendió de ver al soldado conscripto muy feliz y contento esperándolo y expresando:

—Mi cabo, mi papá no se ha matado.

—Pero hombre, ¿cómo sabes eso? Me gustaría saber.

—La carta, no la leí bien. Con más tranquilidad, en el bus, me di cuenta que me había equivocado, así es que por eso me devolví.

—¿Qué carta? Muéstramela de inmediato.

Entre curioso y ofuscado, el comandante de escuadra, tomó la misiva y la comenzó a leer:

«Querido hijo: espero que al recibo de esta cartita te encuentres bien. Pasando a otro punto, te contaré que tu papá se mató, colgando del árbol, al chancho que tenía en engorda, para celebrar su cumpleaños».

El cabo no hallaba qué hacer, si reír o ponerse a llorar. Abrazó al soldado conscripto por su ingenua honestidad. Joven de campo, pensó… Por volver de su viaje y dar cuenta del error cometido.

Lo presentó a sus superiores directos, haciendo énfasis en la inexcusable inexperiencia de no haber reunido los antecedentes necesarios antes de presentarlo a quienes correspondía. El soldado conscripto, al término de su periodo básico de instrucción, fue premiado con unos días de permiso para visitar a su familia, por su honestidad y conducta moral, pasando a ser un ejemplo ante sus camaradas.

Aventuras y desventuras de un viejo soldado II

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