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La María Mortero

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Se paseaba por los alrededores de la unidad, ocasionalmente, buscando relacionarse con los soldados conscriptos, normalmente con los que se encontraban de guardia.

Era pequeña, menuda y sencilla en su forma de vestir, de buena y agradable presencia, siempre usaba vestido lo que resaltaba su figura de mujer, muy habladora y amistosa. Los soldados la ubicaban debido a que, normalmente, ella les llevaba algún alimento, lo que los hacía enganchar muy fácilmente.

Hablaba largo rato con ellos, principalmente con los centinelas en las garitas y puestos de observación más alejados, con el objeto de huir y desaparecer del lugar sin ser ubicaba.

Sin embargo, un comandante de relevos, un día cualquiera y por antecedentes recibidos de un soldado, supo que la señorita María Mortero, como le habían puesto por sobrenombre los soldados, andaba rondando por las cercanías de los puestos de vigilancia, enamorada de un conscripto que siempre visitaba, logrando con él una amistad más íntima y duradera que con los otros. El pretendido soldado, una vez que era informado que la niña estaba esperando en una de las alejadas garitas, se presentaba voluntario para ocupar el puesto de su compañero, así lograban verse y emprender sus charlas amorosas, hasta el momento del respectivo relevo.

Fue así que el comandante de relevos, en vez de hacer sus rondas por dentro del recinto, las realizó por fuera de la unidad, sorprendiendo infraganti a la enamorada. La que todavía se encontraba con algunos de sus regalitos en alimentos para el conscripto de guardia. Abordada y detenida, fue trasladada hacia las dependencias de la guardia, junto con el centinela que fue relevado inmediatamente de su puesto, con el objeto de ser interrogado por el oficial de guardia.

Efectivamente, la María Mortero se había enamorado del conscripto como se lo manifestó al oficial en el interrogatorio, expresando que cada vez que este estaba de guardia concurría a visitarlo a alguna garita alejada de la guardia principal, donde conversaban largos momentos, mientras su compañero vigilaba que nadie los descubriera esperando el relevo correspondiente. ¡Eso sí! Saboreando algún manjar que la enamorada muchacha, a modo de agradecimiento, le entregaba mientras compartía con su adorado galán.

Dentro de las cosas que normalmente le llevaba, encontraron fruta, pan, queques y los infaltables cigarrillos. Se cuenta que ambos se enamoraron y una vez licenciado y cumplido su Servicio Militar Obligatorio, él ahora ciudadano, se la llevó a vivir a una ciudad en el sur del país. Sin volver a saberse nunca más de aquella sencilla joven que merodeaba por las cercanías de la unidad y que todos apodaban María Mortero.

Aventuras y desventuras de un viejo soldado II

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