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La Independencia, S. A. de C. V.

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Los países de América Latina que hace poco más de doscientos años decidieron correr su propia suerte son un teatro de las paradojas. Con ánimo bolivariano, los equipos de futbol de la región se unieron en la liga Libertadores. Sin embargo, de acuerdo con los tiempos que corren, el empeño recibió patrocinio de un banco español y fue rebautizado como la liga Santander Libertadores. Tal vez en el futuro otros proyectos apelarán de manera simultánea a la independencia y la dependencia. ¿Veremos el Museo de la Patria Corte Inglés?

Que el futbol latinoamericano dependa de un banco español podría ser un detalle baladí. Por desgracia, es la metáfora perfecta de países que celebran su independencia y donde algunas de las empresas más rentables se llaman Repsol, Gas Natural, Endesa, Telefónica, Iberia, Caja Madrid o Mapfre. Los principales grupos editoriales que operan en la región son españoles y el principal periódico del idioma es español. La Torre Bicentenario, que estuvo a punto de erigirse en la Ciudad de México con apoyo de la compañía española Inditex, dueña de Zara y Massimo Dutti, hubiera aportado otra ironía al festejo. ¿Virtud de ellos o culpa nuestra?

Mientras España se convertía en un próspero país de clase media, México mostraba una cara muy distinta. De acuerdo con los datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social de 2015 estamos en un país con 53.3 millones de pobres (45.4 por ciento de la población).

Doscientos años después de la Colonia es más barato comprar en España un paquete turístico a la Riviera Maya que hacerlo en México, y una llamada telefónica de Madrid a la Ciudad de México cuesta lo mismo que el IVA de una llamada en sentido inverso. ¿Qué ha pasado?

La ciudad se llena de guirnaldas tricolores, la gente coloca banderas en los balcones y el ánimo celebratorio no disminuye, pero sabemos que el país se encuentra hipotecado. Las calles del México independiente son escenarios donde prosperan uno, dos, tres Starbucks. ¿Llegaremos a la utopía que aparece en un episodio de Los Simpson donde toda una cuadra es ocupada por cafeterías Starbucks?

El maíz, origen del hombre en las cosmogonías prehispánicas, es la planta nacional que ahora importamos de Estados Unidos, donde se utiliza para hacer etanol (quizá por eso Speedy Gonzales corre tanto) y donde viven los paisanos cuyas remesas mantienen a flote nuestra economía.

¿Qué tan independiente es un país donde el dinero circulante proviene en su mayoría del narcotráfico, el subsuelo, que tarde o temprano dejará de dar petróleo, y los migrantes? No sólo la autosuficiencia económica, sino también la soberanía parecen en entredicho.

Las ciudades más “típicas” de México tienen un casco colonial español (Zacatecas, Oaxaca, Guanajuato o Morelia) y el nombre más común del país no es Ilhuicamina, sino Juan Hernández. Sin embargo, en las escuelas la Independencia se sigue enseñando como un extraño regreso a las raíces: éramos mexicanos puros, dejamos de serlo en la Conquista y volvimos a serlo cuando sonó la campana de Dolores.

La visión patriotera del origen ha tenido una función ideológica para explicar nuestro fracaso: la NASA no está en México porque Pedro de Alvarado degolló a los astrónomos vernáculos. En el discurso oficial, la Conquista ha servido de pretexto para justificar un presente empantanado.

Aceptar las mezclas de las que estamos hechos pertenece a la misma operación intelectual que criticar el colonialismo. En El laberinto de la soledad, Octavio Paz planteó el desafío de reconocer la identidad para vencer complejos, definir lo propio como prerrequisito para enfrentar lo ajeno. Este ejercicio puede llevar a una simplificación, a decantar en exceso e idealizar una condición que es compleja y aun contradictoria. No hay un mexicano unívoco, idéntico a los otros, como podrían serlo los granos del maíz transgénico. En consecuencia, Paz matizó su enfoque en Posdata: “El mexicano no es una esencia sino una historia”. Abierto al tiempo, se somete a nuevas realidades. En La jaula de la melancolía, Roger Bartra remató el tema de la identidad vista como algo inmodificable. Somos mixtos y no siempre lo somos del mismo modo.

En su obra de teatro Dirección Gritadero, el dramaturgo francés Guy Foissy propone la creación de un espacio donde la gente se desahogue con alaridos. No estaría mal que tuviéramos un gritadero urbano donde verter inconformidades. Nadie nos escucharía, pero serviría de terapia. Por ahora, disponemos de una fecha incontrovertible para unirnos en el desfogue y transfigurar los deseos incumplidos en jolgorio y hedonismo. El 15 de septiembre no ha perdido brío ni lo perderá. Es un entusiasmo que no requiere de más evidencia para ocurrir que el calendario.

Ese día, en las plazas de la ciudad, nos fundimos en un colectivo sin rostros individuales. Asimilados a la grey, todos somos como los héroes fantasmales que me cautivaban en la infancia: los Ausentes Necesarios.

A la mañana siguiente, compramos mole en Walmart y pagamos con tarjeta BBVA.

El vértigo horizontal

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