Читать книгу La llamada de Siete Lagos - Julieta P. Carrizo - Страница 4
Enero de 1646
ОглавлениеLos rayos dorados del sol se escabullían a través de los árboles, bañaban sus hojas rojizas con pequeños haces de luz que bailaban allí donde había claros. El hombre observó absorto la belleza infinita de aquellos colores, se extasió con el aroma de los abetos y las coníferas, y se dejó encantar por el sonido de los pájaros.
No muy lejos se oía el murmullo de un pequeño río que desembocaba en el gran lago. El espejo azul se extendía varios kilómetros, luego se dividía en algunos lugares, donde formaba lagos menores. Siete en total.
«Un buen nombre si logramos asentarnos aquí —pensó Olek, mirando al cielo—: el pueblo de los Siete Lagos». Sonrió. El caballo que montaba bufó algo inquieto y dio unos pasos hacia delante.
—Tranquilo Iván —musitó el indígena acariciando la cabeza del alazán. A su lado, su compañero también se había quedado inmóvil mientras observaba el paisaje.
—Es un lugar hermoso —replicó el otro con voz ronca—. La tribu podrá renacer aquí, alejados de nuestros enemigos, con recursos suficientes para vivir y crecer de nuevo.
—Olek —llamó alguien detrás de ellos.
Ambos se voltearon para encontrarse con un hombre entrado en años, con ropas más suntuosas que las simples telas que ellos llevaban. Una túnica de exquisito género aterciopelado con hilos de oro entrelazados le ceñía el cuerpo, una capa de piel caía majestuosa por su espalda y un cinto de cuentas doradas le rodeaba la cintura. Cubría su cabeza con un turbante de paño oriental. En su mano derecha sostenía un largo bastón de madera con joyas incrustadas.
—Dmytro —saludó Olek. Se apeó del caballo y se acercó a su jefe.
—¿Ya investigaron los alrededores? —El jefe clavó los profundos ojos negros en el muchacho. Este se sintió intimidado ante la mirada penetrante y profunda del Gran Brujo, sin embargo, consiguió mantener la cabeza en alto para responder.
—Está todo limpio, Gran Jefe. —Indicó con un movimiento, lanzó una mirada de soslayo a su compañero, que se había bajado de la montura y se mantenía inmóvil—. Creemos que otras tribus han pasado por aquí hace algún tiempo. Pero el lugar se encuentra desierto, podremos asentarnos sin ningún problema.
Detrás de Dmytro estaba su asesor, un hombre alto y corpulento, demasiado grande para ser humano, con el rostro angular, rígido y deformado. Sin embargo, no era su semblante lo que asustaba, sino la amenazante mirada feroz de sus ojos negros. Nadie se atrevía a cruzar palabra con el Gran Guerrero, únicamente Dmytro tenía relación con él.
—Yegor —llamó el brujo con un movimiento apenas perceptible de la mano. El gigante se acercó a ellos y Olek tuvo ganas de escapar—. Este es el lugar.
—No cabe la menor duda —respondió Yegor con voz gutural—. Los dioses lo han dispuesto, nosotros lo hemos encontrado.
—Será aquí donde renazca nuestra tribu. —Dmytro volvió a mirar a Olek—. Toma tu caballo, ve hacia donde se encuentran los demás, junten todo y guíalos hasta nosotros. Una nueva era comienza. —Sonrió.
Los rayos de sol, que hacía minutos se escurrían entre los árboles, desaparecieron. Las nubes se aprestaron a cubrir el cielo y algunos truenos resonaron a lo lejos. Olek se subió a su caballo. Junto a su compañero, comenzaron a cabalgar en dirección al campamento. El bosque le pareció lúgubre y oscuro, como si la belleza de unos momentos antes se hubiera desvanecido. Ya no estaba seguro de querer asentar su hogar allí, pero si el Gran Brujo lo ordenaba no podía hacer otra cosa, pues era él quien tenía el don de ver el futuro y predecir las cosas venideras.