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El camino hacia la elección presidencial (1997-1999)

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Los resultados de las elecciones de octubre de 1997 fueron una sorpresa en más de un sentido. Con la creación de la Alianza fue la primera vez en toda una década que un partido político nacional se mostró realmente como una amenaza electoral para el peronismo, la cual incluso terminó por vencerlo en varios distritos. Aunque por supuesto, fue sin dudas el resultado alcanzado en la provincia de Buenos Aires el más importante de todos. Allí, el triunfo de Graciela Fernández Meijide (con el 48,3% de los votos) sobre Chiche Duhalde (41,4%) había mostrado la viabilidad electoral y la contundencia que la Alianza era capaz de ofrecer, y modificó el mapa político del país. Por su parte, esa victoria encontraba también en Fernández Meijide una candidata capaz de volverse virtualmente la próxima presidenta de la nación, puesto que con su logro había herido malamente al proyecto duhaldista, el rival que lucía como más importante por parte del PJ con miras a 1999 y que ahora yacía derrotado en su propio distrito.

Para entender las razones del vuelco político que implicó la Alianza con su éxito, debemos explicar los motivos que hubo para constituir tal coalición, dado que solo al comprender la naturaleza de aquello que se enfrenta y que posibilita una unión es más fácil caracterizarla. La Alianza no se había formado como pudo ocurrir en otros países en los cuales también los principales partidos opositores conformaron una coalición ya sea para derrotar una dictadura, llevar a cabo una profunda transformación social, detener un candidato o partido antisistema o de perfil fascista autoritario, ni tampoco evitar una guerra civil, salvar un régimen democrático débil o iniciar una transición política postdictatorial (Ollier, 2001). La situación argentina no era tan dramática. Sino que la unión se realizaba únicamente con el fin de debilitar la hegemonía peronista y enfrentar la visión supuestamente patrimonialista que daba al poder. Motivos que contaban con mucho peso en aquel contexto. Vale decir que la Alianza se impuso a pesar de que la situación económica había mejorado con respecto a 1995 (la economía creció al 7% ese año y la desocupación estaba bajando), y que su triunfo se logró sin realizar propuestas claras de cambio ni cuestionamientos al modelo vigente, por lo que los votos recibidos no fueron a favor de una ruptura que expresara un malestar económico. A su vez, parece difícil aplicar algún tipo de determinismo económico para entender tal resultado político ya que, paradójicamente, dos años atrás, en 1995, cuando el país estaba en crisis por el Tequila, la economía se desplomó y el desempleo tocó niveles realmente altos, el peronismo no tuvo problemas para imponerse. Es decir, que la Alianza haya alcanzado en 1997 una victoria en un contexto económico mucho más holgado que el de la anterior elección no solo era un mérito importante, sino que indicaba la fuerza con la que se había instalado la idea y la “necesidad” de transparentar la política y combatir la corrupción16. Como también, la Alianza, en vez de cuestionar el esquema económico, se había manifestado a favor de continuar con el mismo y había señalado que sería más bien una garantía de que este también podía funcionar pero ahora con “políticos honestos”. Como advirtieron Álvarez y Terragno antes de las elecciones frente a empresarios estadounidenses, para ellos “la estabilidad no se toca” (Clarín 02/10/1997) y como también aseguró Fernández Meijide después de los comicios: “La gobernabilidad está asegurada” (Clarín 28/10/1998). La falta de reacciones adversas en los mercados una vez conocido el triunfo opositor también daba cuenta de que nadie ponía en duda que la Alianza garantizaría igualmente la continuidad de la convertibilidad y de las pautas económicas. Por ello mismo, los líderes de la Alianza comenzaron a perfilar casi como bandera sus críticas al “estilo” de Menem más que al modelo mismo que este comandaba (Dikenstein & Gené, 2014). Dicho triunfo también indicaba todavía más el carácter consensual del ordenamiento sociopolítico vigente, en el cual la oposición podía triunfar electoralmente sin prometer cambiar prácticamente nada. La Alianza era así una oposición a imagen y semejanza del menemismo (Bonnet, 2007).

Sin embargo, a pesar de la espuma inicial que pudiera implicar el resultado obtenido por la Alianza, existían varios elementos a tener en cuenta. Para comenzar, es preciso relativizar los alcances de su triunfo, puesto que de los quince distritos donde se realizó la unión, esta se impuso solamente en seis (Buenos Aires, Capital Federal, Chaco, Entre Ríos, Santa Fe y Misiones), dando cuenta de la fortaleza que todavía registraba el peronismo en el interior del país. Por su parte, en los otros nueve distritos donde la coalición no se llegó a formar esto no se debió únicamente a que las elecciones internas ya se habían realizado y que, por más intentos que se hayan hecho, no hubo forma de que quienes se habían impuesto desistan de encabezar las boletas –aunque en algunos casos fue así–, sino que se debió principalmente a dos motivos más: el primero, es que en varios distritos del interior la UCR y el Frepaso estaban fuertemente enfrentados y era imposible la convivencia entre ellos17; y el segundo y más importante aún, era que donde el radicalismo era verdaderamente fuerte y/o el Frepaso muy débil, no existían incentivos suficientes para compartir aunque sea mínimamente los espacios. Esto último fue lo que sucedió en cuatro de las cinco provincias gobernadas por la UCR (la sola excepción fue Chaco), lo que sugería con cierta contundencia que la Alianza era más bien un matrimonio por conveniencia y que a sus miembros no los unía el amor a un proyecto común, sino el espanto de nuevas victorias peronistas18. Igualmente, y a pesar de estos bemoles, también debemos decir que la imagen global pareció clara: si se suman los diputados conseguidos donde se formó la Alianza (47) y los que obtuvieron por separado la UCR (12) y el Frepaso (3), se totaliza en 62 bancas, lo que alcanzó para superar las 50 que obtuvo el PJ en esa elección, como también para obtener un millón y medio de sufragios más que aquel y conquistar así el 45,54% de los votos del país (un 9% más que el peronismo); con lo cual, de repetir estos guarismos en 1999, los aliancistas podían soñar con hacerse del gobierno nacional sin mayor dificultad.

CUADRO 2.1. RESULTADOS DE LA ELECCIÓN DE DIPUTADOS DE LA NACIÓN DE OCTUBRE DE 1997

Partido Políticovotos%bancas
Alianza6.313.67736,60%47
Justicialista6.267.97336,33%50
U.C.R.1.201.9046,97%12
Acción por la Republica662.4033,84%3
Frepaso339.2491,97%3
Alianza opositora73.2340,42%1
Fuerza republicana247.1291,43%2
Demócrata228.2911,32%2
Frente partido nuevo223.6601,30%2
Demócrata progresista159.0350,92%1
Desarrollo y justicia77.4760,45%1
Alianza P.A.L. - P.D.P. - U.Ce.De.77.2190,45%1
Mov. Popular Neuquino42.7010,25%1
Mov. Popular Fueguino10.7400,06%1
U.Ce.De32.6430,19%
Otros1.294.1027,50%
Votos positivos17.251.48493,39%
Votos en blanco958.6735,19%
Votos anulados262.2161,42%
Diferencia actas3620,00%
Total votantes18.472.735127

Fuente: Ministerio del Interior de la Nación.

De esta manera, el camino de la Alianza hacia la presidencia de la Nación parecía relativamente despejado, aunque para asegurar esto debía terminar de consolidarse como espacio político y ofrecer una significativa unidad que le permitiera mostrar una imagen de opción de gobierno sólida y no solamente de oposición electoral. Puesto que, de no lograr suturar las diferencias que la habitaban, podría costarle muy caro. Así, existían varios dilemas políticos que debía sortear en relación a ello y con vistas a su futuro. El primero se refería a encontrar una forma de estructurar y definir las candidaturas del espacio sin entrar en una confrontación que lo disolviera, ya que el riesgo de generar heridas que luego no pudieran sanar era grande, como también lo era el de poder integrar con cierta armonía las heterogeneidades que existían en la coalición. Una parte importante del problema ya estaba resuelto previamente cuando se negoció inicialmente la conformación de la Alianza y se estableció que un miembro de alguno de los dos partidos de la coalición encabezaría la boleta presidencial, mientras que el otro partido encabezaría las boletas de los candidatos a gobernador de la provincia de Buenos Aires, a jefe de gobierno porteño y que completaría la fórmula presidencial con el vice, y que se intercalarían las postulaciones a los ejecutivos y legislativos entre una y otra fuerza. Sin embargo, el gran dilema pendiente que restaba por resolver entonces era sobre qué mecanismos se definiría el primer lugar de la fórmula. Las opciones que se barajaron fueron tres. La primera de ellas era hacerlo por consenso y según los números que mostraran las encuestas. Este mecanismo, si bien ofrecía la posibilidad de generar menor desgaste interno y una baja confrontación entre dos partidos que debían funcionar como aliados, permitiéndole al Frepaso compensar su debilidad institucional frente al radicalismo, guardaba la dificultad de que había dos candidatos en la Alianza que eran igual de potentes según los sondeos (tanto De la Rúa como Fernández Meijide se imponían sobre cualquier candidato del PJ)19, como además era una forma de sentar sospechas y de ser, como en el Pacto de Olvidos, un acuerdo cerrado solo entre elites, sin representar la transparencia que los miembros de la Alianza deseaban proyectar. De esta manera, las otras dos opciones que existían eran realizar elecciones internas, ya sea cerradas (solo para miembros de la UCR y del Frepaso) o bien abiertas (incluyendo también a quienes estuvieran afiliados a otros partidos políticos y los independientes). Siendo esta última opción la que se escogió y en la que se estableció como fecha de votación fin de noviembre de 1998.

Del mismo modo, el camino a dicha elección interna final también dejaba abiertos otros problemas, especialmente por las diferencias internas que atravesaba la UCR. En este caso, porque en contraste con lo que ocurrió con el Frepaso –que designó sin dificultad a Fernández Meijide como su candidata partidaria para la interna–, el radicalismo debió batallar en varias oportunidades para presentar un candidato de unidad, puesto que Terragno –presidente de la UCR– estaba decidido a competir contra De la Rúa por esa candidatura. A su vez, el partido también tenía que terminar de alinear a los sectores díscolos del interior del país que no aceptaban conformar la Alianza en sus distritos. El caso más notorio al respecto era el de Ramón Mestre, gobernador de Córdoba (segunda provincia en importancia en el país), que era inclaudicable al respecto20. No obstante, en estos dos casos la UCR logró finalmente avanzar bastante: por presión de Alfonsín y de los gobernadores, Terragno terminó por declinar su candidatura en pos de De la Rúa, mientras que se logró que la Alianza se conformara esta vez en 21 de los 24 distritos electorales (las excepciones terminaron por ser sólo Córdoba, Catamarca y Santiago del Estero)21.

Asimismo, y para asegurar un compromiso todavía mayor en la conformación de la Alianza, desde el “grupo de los 5” se presentó el programa de gobierno que llevaría a cabo la Alianza en caso de llegar a la presidencia, el cual se denominó “Carta a los Argentinos”, oficializado en un acto a mediados de agosto de 1998 –tres meses antes de la interna partidaria–. La Carta, sin embargo, más que un programa de gobierno, era una laxa declaración de buenas intenciones, puesto que era un documento muy escueto y redactado de modo suficientemente ambiguo para no establecer compromisos firmes ni propuestas claras, lleno de mensajes generales y de afirmaciones incluso contradictorias entre sí. Esta imprecisión fue un objetivo deliberado por parte de ambos partidos para lograr la flexibilidad suficiente durante la campaña y también para no desatar conflictos internos, ya sea entre los partidos socios o bien al interior de ellos. Así, aunque la Carta buscó acentuar en su plataforma sus propuestas económicas es poco lo que finalmente se afirmaba al respecto. Por ejemplo, se defendía a la convertibilidad, aunque aclarando que solo sería posible conservarla si se puede “consolidar la economía en diferentes frentes”; se hacía énfasis en eliminar el déficit fiscal, pero sin explicar cómo y, al mismo tiempo, se hablaba de aumentar fuertemente el gasto público en infraestructura; se proclamaba por casi duplicar las exportaciones en apenas cuatro años aunque reconociendo que con la caída de los precios internacionales sería muy difícil hacerlo. Cuando se asumía posiciones tajantes, las mismas resultaban ser muy livianas en sus consecuencias: no proponía aumentar el gasto social, sino distribuirlo; señalaba que las empresas privatizadas eran monopólicas, generaban concentración de la riqueza y perjudicaban la equidad, pero no proponía revisar o anular sus contratos, sino fortalecer los entes reguladores (Pousadela, 2003). En fin, las propuestas parecían simplemente asegurar el neoliberalismo y proclamar la intención general de “trasparentar las instituciones” y de “gobernar sin corrupción”, pero sin señalar cambios de peso, lo que permitiría improvisar las medidas sobre la marcha en función de lo que marcasen las encuestas o de lo que la agenda periodística de coyuntura pudiera imponer.

Por su parte, y con respecto a la resolución perentoria entre Fernández Meijide y De la Rúa, el debate entre ambos se terminó por centrar en una confrontación mesurada y sin agresiones, y en la cual no asomaron diferencias muy claras por parte de uno y otro candidato22. El resultado final resultó ser no obstante perfectamente previsible: el candidato radical triunfó con el 64% de las preferencias frente al 36% obtenido por Meijide, en una elección en la que participaron 2,3 millones de personas (La Nación 30/11/1998). Allí, la consolidada maquinaria partidaria de la UCR se impuso sin problemas ante la endeble base organizativa del Frepaso. Cómo comentó Álvarez tiempo después:

[N]o se le podía pedir a nuestra fuerza que renunciara a la posibilidad de competir. Y menos mal que no lo hicimos y que hubo internas. Si hubiese sido de otra manera, muchos habrían tenido la certeza de que se podía ganar. Yo, aún con dudas, creía percibir parte de lo que pasó: que Graciela [Fernández Meijide] no era una figura con tanta fuerza y carisma como para movilizar, por sí sola, tantos independientes para derrotar a la poderosa estructura radical. Salvando las distancias y las diferencias, no se podía reproducir el fenómeno de Menem cuando derrotó al aparato cafierista en las internas partidarias del peronismo de 1988. Por otro lado, tiene cierta lógica que en la primera experiencia de una Alianza [en la Argentina], el presidente pertenezca al partido más estructurado, con más recursos de todo tipo. En las cámaras legislativas y en las provincias, el radicalismo tenía un poder institucional varias veces más importante que el nuestro, y esta base de sustentación es muy significativa a la hora de gobernar. Al aceptar la idea de hacer la Alianza con el radicalismo era muy improbable que nosotros pudiéramos conducirla (Álvarez & Morales Solá, 2002: 91).

Un mes después de los comicios internos, la Alianza terminó por diagramar su propuesta electoral cuando Chacho Álvarez anunció que sería el compañero de fórmula de De la Rúa y que Fernández Meijide sería candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires (Clarín 05/12/1998). Por último, debemos decir que la Alianza también debió surcar el dilema sobre qué posición adoptar frente a los planes de Menem de buscar un tercer mandato consecutivo. En este caso, los líderes aliancistas se sintieron tentados en más de una oportunidad de formar un frente común junto a Duhalde para detener tal ambición. Sin embargo, finalmente desistieron de ello optando por privilegiar una ofensiva contra la Corte Suprema de Justicia en caso de que esta habilitara al riojano. Así, podrían tener un posicionamiento más institucional y menos riesgoso políticamente23, como también relegar el tema a la interna peronista y que sirviera esto para que los hombres del PJ se desgastaran mutuamente entre ellos.

Siguiendo este punto, debemos decir que luego de conocerse el resultado de octubre de 1997 con el cual triunfó la Alianza, fue –justamente– el espacio peronista el que terminó por entrar en crisis, sin hallar la forma de salir del pantano al que había caído. En principio, porque hasta ese momento el peronismo parecía tener en Duhalde una figura en ascenso y un “candidato natural” con las condiciones suficientes para imponerse en 1997, y con ello se suponía que podría arrebatarle el liderazgo del PJ a Menem, ordenar el espacio partidario y finalmente tener un fuerte impulso triunfador hacia 1999. Sin embargo, la victoria aliancista arruinó dichas perspectivas y dejó a Duhalde herido en su propia provincia. Además, el proyecto “Duhalde 99” también sufrió los golpes de la Alianza en los distritos donde estaban los gobernadores peronistas más cercanos al proyecto de Duhalde: Jorge Obeid (Santa Fe), Jorge Busti (Entre Ríos) y Arturo Lafalla (Mendoza), lo que significó que sus virtuales aliados habían salido sumamente debilitados de esas elecciones. En contraposición a esto, muchas de las listas del PJ alineadas con Menem pudieron igualmente vencer en sus provincias (La Rioja, Jujuy, La Pampa y Corrientes). En consecuencia, el resultado no podría haber sido peor para Duhalde, ya que con esos valores desde el menemismo se sintieron con el suficiente aire como para continuar con el control partidario y con la pelea por una nueva candidatura presidencial de Menem para 1999, alegando ahora también que solo Menem era capaz de asegurar un triunfo partidario allí. Por lo que, finalmente, y con estos resultados, Duhalde no pudo evitar el mal trago y terminó por declararse al otro día de las elecciones como “el padre de la derrota” (La Nación 27/10/1997).

A partir de entonces, Duhalde se vería obligado una y otra vez a destinar gran parte de sus energías en detener los planes de Menem para que este no consolidara su liderazgo en el peronismo o habilitara su candidatura presidencial, así como también –y paralelamente– volver a reflotar su alicaído proyecto hacia 1999. La interna peronista –frente al contraste de la experiencia que arrojaba la Alianza de reglas claras, convivencia y prolijidad–, cargaba con muchas dificultades y trabas para pensar un horizonte de resolución cierto. Asimismo, la carrera por atender todos estos desafíos debía hacerse de manera necesariamente conjugada, atacando todos los frentes a la vez, puesto que ellos eran sumamente dependientes entre sí. Menem ya venía desplegando desde tiempo atrás sus estrategias; ganaron algunas de ellas más peso mientras que otras se hundieron de forma rápida. Por ejemplo, mientras que por un lado logró sumar a Ortega a su gabinete como Secretario de Desarrollo Social y le ofreció ser su compañero en una virtual fórmula para 199924, por otro, la ambición del Presidente por lograr una nueva reforma constitucional se terminó de desmoronar una vez que la Alianza se impuso en las urnas, ya que esta le quitó bancas al PJ en el Parlamento y resultaba ahora imposible siquiera soñar con alcanzar los números para tal empresa. Finalmente, y con estas perspectivas, solo la vía judicial quedó disponible como opción para habilitar una nueva reelección. Así, para atravesar este último camino, desde el menemismo comenzaron a hacer una larga serie de presentaciones en juzgados y provincias de todo el país con el fin de hallar algún juez que le diera respaldo legal a sus pretensiones, aunque aguardando como verdadera esperanza no tanto lo que pudiera pasar en fallos de primera instancia, sino en lo que la Corte Suprema pudiera resolver en algún momento. Tras obtener algunos avances y retrocesos –donde el grueso de sus presentaciones fueron rechazadas en los tribunales–25, logró también que alguna de ellas se filtrara y llegara hasta la Corte Suprema en junio de 1998. Sin embargo, el máximo tribunal eludió dar una sentencia final atrapado entre dos fuegos: rechazó el pedido menemista alegando una excusa técnico formal (faltó firmar un papel) y quedó –de ese modo– sin fijar una sentencia de fondo, lo que en los hechos no denegaba totalmente los deseos de Menem, pero tampoco los ratificaba como este había intuido que pasaría (Clarín 12/06/1998). Porque las presiones sobre ese fallo eran muchas, en las que desde el duhaldismo –y luego desde la Alianza– habían comenzado a hablar de un “golpe de estado jurídico”. Por eso mismo, la Corte no podría habilitar a Menem para un tercer periodo porque hacerlo hubiera desencadenado seguramente un peronismo dividido, y aun cuando esto no pasara, era muy difícil pensar que Menem podría igualmente derrotar a la Alianza, con lo que esta junto a Duhalde podrían tener motivos suficientes para impulsar juicios políticos y remover a los integrantes del máximo tribunal. Es decir, la supervivencia de quienes formaban parte de la Corte Suprema también estaba en juego, ya que la habilitación menemista solo podría lograrse si su jefe lograba expresar un alto consenso político y el respaldo suficiente para darle también un respaldo seguro a la Corte. Por su parte, un mes después de esta evasiva del Tribunal Superior, Duhalde se decidió a apurar los tiempos políticos al convocar a un plebiscito no vinculante en su provincia contra la reelección menemista (La Nación 10/07/1998) y en la cual todos los sondeos señalaban que el grueso de los votantes terminarían por poner fin a la cuestión rechazando la opción de que Menem pudiera presentarse. Del mismo modo, también separó a los legisladores bonaerenses del peronismo en el Congreso Nacional (el grupo más grande) para amenazar con una ruptura partidaria si el partido llegara a respaldar a Menem en sus ambiciones. La respuesta de Menem ante estos desafíos que lo acorralaron fue convocar a un Congreso partidario para demostrar que su poder interno dentro del PJ era grande y que no estaba solo sino que el grueso del partido lo apoyaba. Sin embargo, allí los planes tampoco resultaron: con la ausencia del numeroso contingente de delegados bonaerenses –controlados por Duhalde–, la flaca concurrencia de varias provincias (Entre Ríos, Neuquén, Mendoza y Santa Cruz) y el retiro a último momento de los concurrentes de Santa Fe –que respondían a Carlos Reutemann–, el plenario quedó deslegitimado y sin fuerza. Además, el plebiscito duhaldista en Buenos Aires era casi inminente y aseguraba una derrota que humillaría públicamente a Menem, cerrando toda especulación sobre su liderazgo. En definitiva, el presidente no tuvo más alternativa y anunció por medio de una carta abierta su decisión de “excluirme de cualquier curso de acción que conlleve la posibilidad de competir en 1999” (La Nación 22/07/1998), disfrazando su derrota política en una elección personal.

Ante el importante triunfo político que representó para Duhalde el fin de una virtual nueva candidatura de Menem, el plebiscito rápidamente fue desactivado y aquel comenzó su estrategia de diferenciación política con vistas a delinear un perfil programático para 1999. Duhalde ya había invertido demasiado energía y tiempo en acabar con los planes de Menem, como también debía garantizarse, aún con la derrota que le había causado al riojano, de que este no continuara con el control partidario, lanzara nuevos competidores alternativos (como Ortega, todavía en carrera a pesar del retiro de Menem) u otros candidatos del PJ que lo pudieran desafiar en pos de la candidatura partidaria (como la débil opción que comenzó a representar el gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá). Por ello, del mismo modo en que Menem había buscado convertir al peronismo en un clásico partido conservador y liberal de derecha, Duhalde, como ya mencionamos, pulseaba por llevarlo en otra dirección y rumbear más bien hacia un perfil neodesarrollista, que lindaba con el populismo tradicional, en el cual reclamaba más participación del Estado en la economía y que hubiera una mayor sensibilidad social. En este caso, si el menemismo había terminado por construir una coalición detrás de la convertibilidad en la que se alineaban el capital financiero, los bancos, las empresas privatizadas y los organismos de crédito multilaterales, Duhalde intentó conformar una articulación entre sindicatos, pequeños y medianos productores locales y el grupo de empresarios con intereses mercadointernistas y de perfil exportador, sin excluir tampoco a grandes grupos económicos locales. Así, primero señaló con contundencia que “el modelo está agotado” (Clarín 27/07/1998), sugiriendo que las perspectivas económicas abiertas por el ciclo de la convertibilidad y del tipo de cambio fijo estaban languideciendo, dado que una recesión estaba en curso, el desempleo era un problema muy grave y que la competitividad externa del país iba de mal en peor. Decía al respecto Duhalde: “El modelo está agotado porque cumplió los objetivos para los cuales fue creado, que fueron derrotar la inflación y asegurar la estabilidad […] mientras más tardemos en darnos cuenta que este modelo está irremediablemente agotado, más vamos a tardar en poner en marcha uno nuevo” (Clarín 03/08/1998). De allí que fuera instalando como principal lema de campaña electoral la consigna “Concertación ahora” y elaborara distintos tipos de propuestas para motorizar la economía luego del estancamiento recesivo en el que entró el país durante la segunda mitad de 1998. Las medidas que fue planteando, no sin ciertos zigzagueos y ambigüedades, eran de corte activo y keynesiano: suspender los despidos por un año como una forma de luchar contra la desocupación, realizar una moratoria de la deuda externa del país, crear un seguro universal de desempleo, bajar el IVA del 21% al 15%, aumentar el haber jubilatorio “como primera medida de gobierno” y aplicar alternativas económicas para favorecer a los sectores “productivos”, reforzando la idea del “compre argentino”. Por otra parte, también logró sumar al vicepresidente del país, Carlos Ruckauf –enfrentado con Menem–, para que lo acompañara en su proyecto, acordando con este para que fuera su candidato a gobernador en la provincia de Buenos Aires. Aunque, inexorablemente, para que su plan global y aliados se estructuraran detrás de sí en una coalición viable, le era indispensable contar con un fuerte respaldo dentro del PJ como hilo vertebrador de todas sus fuerzas.

Ahora bien, más allá de los avances que Duhalde pudiera realizar para terminar de delinear su proyecto político, era el peronismo el que continuaba siéndole esquivo. Porque Menem, a pesar de haber dejado de lado sus pretensiones de reelección –por lo menos públicamente–, comenzó a volcar todo su esfuerzo político en sabotear las oportunidades del proyecto duhaldista. Para ello, Menem no solo continuó con buena parte del control oficial del peronismo, sino que trazó distintos tipos de incentivos hacia los gobernadores del PJ (económicos, políticos, de obra pública, etc.) para que estos separaran las fechas de los comicios de sus provincias de los nacionales, buscando así, de esta forma, que las maquinarias partidarias del interior del país no estuvieran activas al 100% en la elección presidencial, sino con una menor disposición de acompañar a Duhalde. Muchos de los gobernadores peronistas, del mismo modo, parecieron estar dispuestos a tomar medidas de este tipo, puesto que no confiaban además en que el PJ pudiera imponerse a la Alianza en la elección presidencial de octubre de 1999. Por lo tanto, resguardar sus distritos y desvincular lo que allí sucediera de los resultados nacionales era la mejor actitud que pudieran tener como estrategia de supervivencia política individual. Fueron así 16 provincias las que adelantaron las fechas de su elección a gobernador, casi escalonadamente, antes de la presidencial. Además, muchos gobernadores no deseaban que un bonaerense se hiciera de la presidencia puesto que ello implicaría un desequilibrio regional en la transferencia de los recursos a favor del centro y en perjuicio de los distritos del interior26. Con esta estrategia Menem podría asegurarse que el peronismo pudiera continuar gobernando en el interior del país, pero no que triunfara su candidato presidencial, y con ello el riojano podría seguir con el control partidario luego de 1999 y presentarse por el PJ en 2003. A su vez, con la bicefalia peronista que debilitaba la verticalidad del partido les permitió a los gobernadores ganar mayor peso, tener más autonomía, capacidad de hacer demandas y desconcentrar el poder en pos de un renovado federalismo y horizontalidad.

En este contexto, el calendario electoral comenzó en diciembre de 1998 en Córdoba. Curiosamente fue una provincia gobernada por el radicalismo la primera en competir y la que más adelantó su elección (casi un año con respecto a la presidencial). Esto se debió a que, como vimos, el gobernador Mestre no estaba dispuesto a unir el destino de su provincia a la Alianza, como además pensaba que el radicalismo era lo suficientemente fuerte allí como para ser derrotado. Sin embargo, los cálculos fallaron: el peronismo detrás de Juan Manual de la Sota se impuso en Córdoba por primera vez desde el retorno de la democracia. Un mes después de la elección, al comenzar 1999, la devaluación brasilera golpeó la economía argentina, sembrando dudas sobre la continuidad de la convertibilidad en un año electoral. Las dos sorpresas, tanto la victoria del PJ en Córdoba como el shock externo, generaron cierta intranquilidad, la cual fue aprovechada por Menem para volver al centro de la escena. En este caso porque con la victoria peronista de Córdoba, volvió a reflotar su proyecto reeleccionista, ya que confiaba en que los números electorales –después de todo– mostraban que todavía tenía apoyo, al tiempo que lograba que el juez Bustos Fierro habilitara su candidatura. A su vez, frente a este panorama, decidió hacer hincapié una vez más en que solo su figura podría garantizar el modelo frente a los golpes externos y presentar su propuesta de dolarización total de la economía como la mejor alternativa para blindar la convertibilidad27. Así, Menem, detrás de su proyecto dolarizador, comenzaba a tejer un guiño hacia los Estados Unidos y a la ambición del país del norte de crear una plataforma continental de libre comercio, el ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas).

Las reacciones que se generaron fueron de distinto tipo. Por el lado del peronismo, Ortega terminó por cerrar un acuerdo con Duhalde en febrero para ser su compañero de fórmula, ya que había perdido la confianza en que Menem finalmente lo apoyara o que aquel pudiera presentar su candidatura. A su vez, también sirvió para que la Alianza, junto a Duhalde, Rodríguez Saá y Cavallo se unieran para poner fin a las ambiciones de Menem, puesto que la amenaza a partir de la habilitación judicial de Bustos Fierro pareció más real que nunca y con visos de llevar a una fractura institucional al país (La Nación 22/03/1999). En paralelo a la unión publica de todo el arco político contra la habilitación, se dieron una serie de reveses contra Menem (nuevos fallos adversos de otros magistrados, la derrota del candidato menemista en Catamarca –Ramón Saadi–, amenazas de convocar a plebiscitos por parte de Duhalde y de la Alianza, así como la asociación de estos en Diputados contra el presidente), los cuales fueron un cóctel demasiado duro que terminó por cercar el sueño menemista de manera definitiva. Con ello, Duhalde pudo asegurar su candidatura junto con Ortega y quedar como única fórmula peronista –sobre todo cuando Rodríguez Saá se vio obligado a retirar la suya (Página 12 03/08/1999) – aunque no pudiera, igualmente, contar con todo el respaldo partidario detrás de sí, puesto que careció del importante apoyo de los caudillos de Córdoba (De la Sota) y de Santa Fe (Reutemann). Por otro lado, debemos decir que la incertidumbre que se pudiera haber presentado con la devaluación brasilera hizo que se fortaleciera en el país un más robusto consenso conservador de defensa de la convertibilidad, ya que una salida de ella pareció representar el temor cierto de la destrucción de la estructura de contratos (pactados en gran medida en dólares), de un default gubernamental, la suba del riesgo y de las tasas de interés, corridas bancarias y cambiarias, así como también el fantasma de un pronto retorno a las épocas de alta inflación. Es por ello que a medida que avanzó el año 1999 y el clima de campaña electoral comenzó a imponerse, desde la Alianza prometieron abiertamente que –de imponerse y casi como única promesa expresa de campaña– se continuaría con la convertibilidad, lo cual le permitió asegurar su primacía electoral a la coalición y su casi segura victoria según todos los sondeos28. De una manera mucho más endeble, Duhalde tuvo más problemas para asumir una posición clara, sin terminar de certificar su estrategia de diferenciación con la obra de Menem, ya que a veces la recuperaba mientras que en otras oportunidades anunciaba que la cambiaría. Así, al estar siempre por detrás de la Alianza en las encuestas, debió hacer propuestas más arriesgadas y animarse a plantear cambios concretos –como las críticas que llamaban a “romper con el modelo” –, aunque poco después se desdecía de ello porque el apoyo a la convertibilidad era muy alto en la población, con lo que finalmente terminaba sin definir un mensaje nítido y solo generaba inquietud sobre lo que haría en caso de triunfar29. Ante este horizonte, contempló hasta tres meses antes de la elección presentar una alianza o fórmula electoral junto a Cavallo30, se encargó de continuar con sus críticas al modelo, aunque señalando que para él “la consigna sigue siendo Convertibilidad o muerte” (Clarín 20/08/1999); asimismo, cuando el FMI pidió conocer los planes económicos de los tres candidatos con más chances de acceder a la presidencia, Duhalde envió allí a su principal referente económico, del mismo modo en que lo hicieron Cavallo y la Alianza, para afirmar los tres juntos que –cualquiera triunfase– se garantizaría la continuidad del tipo de cambio fijo y de los lineamientos económicos básicos en caso de ganar (fueron a Washington Jorge Remes Lenicov, Adolfo Sturzenegger y José Luis Machinea respectivamente) (Página 12 01/08/1999), sin embargo, poco más de un mes después de eso, Duhalde criticó con dureza las propuestas hechas por el Fondo para la Argentina y afirmó que, si él se imponía, tomaría un rumbo distinto31.

Finalmente, frente a las contradicciones y balbuceos duhaldistas, la Alianza una vez que asumió un compromiso expreso de sostener la convertibilidad, dedicó el último tramo de la campaña a los aspectos que parecían más débiles del peronismo, como eran su imagen de poca transparencia institucional y de prácticas políticas deshonestas. Para ello, el grueso de la estrategia electoral se concentró en resaltar la figura de su candidato, Fernando De la Rúa. En este caso, porque según los estudios privados realizados por los aliancistas era la persona de De la Rúa una de las mayores fortalezas electorales que podía ofrecer la Alianza: una persona serena, de perfil austero, moderado, que no era agresivo ni confrontativo y que tenía una larga carrera política respetando las instituciones. Es decir, un hombre que lucía ideal para alcanzar la presidencia y para representar los valores que buscaba gran parte del electorado por ese entonces, en pos de mayor institucionalidad y de respeto por las normas, a la par que para los aliancistas personalizar la campaña en su candidato contribuía a desideologizar sus propuestas (evitando así tocar temas espinosos y los compromisos tajantes) como también a reforzar el liderazgo y autoridad de aquel. Un caso donde se cristalizó claramente esta táctica fue en el spot publicitario que tuvo mayor circulación en la televisión y la radio, y que comenzaba con la frase “Dicen que soy aburrido”. Aquí se buscó trasmitir que la figura de De la Rúa era el contraste absoluto con la de Menem (asociado al despilfarro y el descuido por las normas) y se hacía converger en el candidato aliancista los ideales que la coalición prometía efectivizar: privilegiar un tiempo de paz con continuidad y tranquilidad, una vida nacional sin sobresaltos que permitiera que todo fuera claro y previsible (casi hasta ser “aburrido”)32. En síntesis, la campaña de la Alianza se centró en expresar el programa módico de prometer mayor neoliberalismo y convertibilidad pero sin corrupción. Según los sondeos, con esto la victoria parecía inevitable.

No obstante, la recta final de la campaña tuvo un único sobresalto, cuando a mediados de septiembre se produjo un asalto a un banco con toma de rehenes en la localidad de Villa Ramallo, provincia de Buenos Aires. Este hecho, conocido como la “masacre de Ramallo”, desembocó en el asesinato de varios de los rehenes, aunque no por las balas de los delincuentes sino de la policía provincial –que una vez más fue el centro de las críticas– y sobre todo porque uno de los asaltantes sobrevivientes terminó muerto en la comisaría bonaerense en la que se lo detuvo, simulando un suicidio. El nuevo hecho de violencia y la mala actuación de la policía duhaldista dejaron a Duhalde sin esperanzas de revertir las tendencias previas33. Por lo cual, más allá de todos los esfuerzos trazados y de competir por el peronismo –un partido que solía garantizarse pisos electorales de entre el 35 y el 40% de los votos–, el proyecto “Duhalde 99” debió sucumbir ante lo inexorable de su derrota. Dado que, mientras la Alianza se mostraba como la continuidad económica, pero sin los peores vicios a los cuales se asociaba al peronismo –tanto de Duhalde como de Menem–, el bonaerense terminó por construir la imagen de su proyecto político de modo inverso: aparente continuidad de las prácticas políticas oscuras que tanto se repudiaban pero con quiebres económicos inciertos. Así, Duhalde trató de hacer varias advertencias de último momento: “No quiero ser pájaro de mal agüero, pero el año que viene puede pasar como en el 89, cuando le explotó la economía en las manos al expresidente Raúl Alfonsín”, señalando que su “modelo productivista” era lo único verdaderamente opuesto al “modelo del ajuste” que encarnaba la Alianza34. En el acto de cierre de campaña, buscó ser más claro aún: “El domingo habrá muchos argentinos que estarán tentados de expresar su bronca. Querrán que cambie el gobierno. Pero la Alianza no quiere cambiar nada. Nosotros somos el cambio” (Clarín 22/10/1999). No obstante, más allá de sus advertencias, el resultado electoral fue el esperado: la Alianza se impuso en casi todo el país alcanzando la presidencia y dejó a Duhalde en segundo lugar –Cavallo terminó tercero con el 10% de los votos–, para dar desde allí la promesa de inicio de una nueva era política.

Camino al colapso

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