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I

LOS MISTERIOS DEL NAUTILUS

1. ALGO HUIDIZO

Un extraño suceso, un misterioso fenómeno hizo famoso al año 1866: varios buques vieron “algo enorme” en el mar. ¿Pero qué?

Todo el mundo estaba tan desconcertado como preocupado, en especial los capitanes de barcos mercantes y los de la Marina de guerra. Al principio, muchos creyeron que era un islote, una roca, un escollo. Pero no, pues cuando se le acercaban, huía a una velocidad excepcional. ¿Tal vez se trataba de un animal marino? Algunos lo habían visto expulsar altísimos chorros de vapor y agua, pero dudaban. En lo que sí coincidieron todos fue en que ese objeto o ser fenomenal era puntiagudo, a veces luminoso, y mucho más grande y rápido que una ballena.

El primero en encontrarse con esa masa móvil fue el vapor Gobernador Higginson. A este, le siguieron otros avistamientos. Los científicos no se explicaban el tamaño del animal, que superaba el de todos los conocidos. Pero no podían negar que existía. Entonces, el monstruo se puso de moda y los periódicos sensacionalistas se preguntaban si se trataría de la terrible ballena Moby Dick o del desmesurado Kraken, cuyos tentáculos pueden abrazar un buque y llevárselo a los abismos del océano.

Como a los seres humanos les fascina lo maravilloso, esa aparición sobrenatural produjo una gran conmoción en el mundo entero. Pero pronto, algo nuevo despertó el interés de la gente y dejó de hablarse del monstruo. Hasta que, a principios de 1867, nuevos hechos llegaron al conocimiento del público.

El 5 de marzo, el buque canadiense Moravian navegaba por el Atlántico a 27º 30’ de latitud y 72º 15’ de longitud, cuando chocó con lo que parecía una roca que no figuraba en ningún mapa. Los oficiales de guardia observaron el mar con atención, pero solo vieron un remolino a poca distancia, como si algo hubiera sacudido violentamente el agua. El Moravian continuó su viaje, sin averías aparentes. ¿Había chocado con un escollo submarino? ¿O lo había golpeado un objeto enorme, tal vez el resto de algún naufragio? No se supo. Pero en el puerto, vieron que una parte de la quilla del buque estaba destrozada. Y si no hubiera sido por la gran calidad de su casco, se habría ido a pique con sus doscientos treinta y siete pasajeros.

El 13 de abril, el Scotia navegaba a 45º 37’ de latitud y 15º 12’ de longitud, con mar sereno. Pero, mientras los pasajeros merendaban en el gran salón, algo golpeó contra el barco. El impacto casi no se sintió y nadie se habría dado cuenta, si varios marineros no hubiesen subido al puente gritando: “¡Nos hundimos!”.

El casco del Scotia estaba dividido en compartimientos herméticos de modo que, si alguno se inundaba, el barco podía seguir a flote. Inmediatamente después del golpe, el capitán descubrió que el quinto compartimiento estaba invadido por el mar. Entonces, ordenó detener las máquinas y un marinero se sumergió para examinar la avería. Cuando volvió a la superficie, informó que en el casco había un agujero de dos metros de ancho. Era imposible tapar una entrada de agua tan grande, así que el Scotia debió continuar su travesía algo sumergido.

Ya en el puerto, los ingenieros que examinaron el barco no pudieron creer lo que veían: el casco, construido con una plancha de acero de quince pulgadas de espesor, estaba tan bien perforado que un taladro no lo habría hecho mejor. Era evidente que el instrumento que había producido semejante agujero debía tener una potencia poco común.

Este último suceso volvió a atrapar el interés de la gente y, desde ese momento, todos los accidentes marítimos sin causa conocida se atribuyeron al fantástico animal. Justa o injustamente se lo acusó de muchísimos naufragios. Y como su existencia hacía peligrosos todos los viajes en barco, el público exigió que se liberaran los mares de él, a cualquier precio.

20.000 leguas de viaje submarino

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