Читать книгу 20.000 leguas de viaje submarino - Julio Verne - Страница 7
3. COMO EL SEÑOR GUSTE
ОглавлениеTres segundos después de leer la carta, yo ya había decidido que lo más importante en mi vida era liberar al mundo de ese animal.
–¡Conseil! –grité de inmediato.
Conseil, mi asistente, era un joven tranquilo, serio y trabajador. Conmigo había aprendido las clasificaciones biológicas y podía enumerar todas las clases, subclases, órdenes, familias, géneros, subgéneros, especies y variedades de animales. Pero solo sabía clasificar. En la práctica, no podía distinguir un cachalote de una ballena. Más allá de esto, era un excelente muchacho. Aunque tenía un defecto: era tan formal que nunca se dirigía a mí sin utilizar la tercera persona, lo que me irritaba bastante.
–¡Conseil! –repetí.
Durante los últimos años, me había seguido a todos los lugares donde me llevaron mis investigaciones científicas. Y jamás lo había oído quejarse sobre la duración o las dificultades de un viaje. Pero esta vez se trataba de una expedición que podía prolongarse indefinidamente y, además, arriesgada: perseguir un animal capaz de echar a pique un barco, como si se tratara de una cáscara de nuez.
–¡Conseil! –grité una vez más.
–¿Me llamaba el señor? –preguntó cuando, por fin, apareció.
–Sí. Prepárate. Partimos en dos horas.
–Como el señor guste –respondió tranquilamente.
–Guarda mi ropa y ¡date prisa!
–¿Y las colecciones que trajimos de Nebraska?
–Voy a ordenar que nos envíen todo a Francia.
–¿Es que no regresamos a París?
–Sí... claro... –respondí–. Pero tomaremos un camino un poco menos directo, eso es todo. Viajaremos a bordo del Abraham Lincoln. Se trata del famoso narval. Vamos a liberar los mares de él. Es una misión importante, pero... arriesgada. Esos animales pueden ser muy caprichosos...
–Como al señor le parezca –respondió Conseil, con calma.
–Piénsalo bien. Es un viaje del que podríamos no regresar –le advertí, porque debía decidir si deseaba ir o no.
–Yo haré lo que haga el señor –dijo, simplemente.
Un cuarto de hora más tarde, llegábamos al muelle de Brooklyn. Subimos a bordo del Lincoln y busqué al capitán Farragut. Apenas me dio la bienvenida, ordenó soltar las amarras. Si hubiera llegado quince minutos después, habrían zarpado sin mí y me habría perdido ese viaje extraordinario, sobrenatural, inverosímil, cuyo relato, sin duda, a algunos les resultará increíble.