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INTRODUCCIÓN GENERAL

I. LA SÁTIRA ROMANA COMO GÉNERO LITERARIO

Nombre, forma y contenido

Para determinar el origen, la forma y el contenido del género literario romano llamado sátira (en latín satura y accesoriamente satira) disponemos fundamentalmente de tres textos: el primero, del gramático Diomedes; el segundo, un breve comentario (o escolio) a un lugar de Horacio, comentario que coincide básicamente con el texto de Diomedes, pero con una discrepancia importante; en tercer lugar hay un texto de Tito Livio que parece caracterizar un tipo de satura no totalmente coincidente con el descrito por Diomedes 1 . El texto de éste último, cuya edición básica está en Grammatici Latini, debida a H. Keil, Leipzig, 1855-1923, I, pág. 485, traducido al castellano, reza así: «satura toma este nombre o bien de los sátiros, porque en esta forma de verso se recitan cosas cómicas y desvergonzadas tal como las que dicen o hacen los sátiros, o quizás satura proceda de una bandeja (lanx) que repleta de muchas y variadas ofrendas los antiguos ofrecían a los dioses en un rito sagrado, y se llamaba satura por lo lleno y abundante de material. También Virgilio hace mención de este tipo de bandeja en las Geórgicas cuando dice (II 194): “ofrecemos entrañas humeantes en redondas bandejas”, y también (ibidem): “hacemos ofrenda de bandejas de pasteles”. Pero satura podría también derivarse de una especie de salchicha que se rellenaba con muchos ingredientes, y que según Varrón se llamaba satura. Esto consta en el libro segundo de sus Cuestiones Plautinas, donde dice: “la satura se compone de uvas pasas, polenta y piñones, todo ello recubierto con hidromiel, a lo que algunos añaden los granos de una granada”. Otros opinan que satura procede de una ley compendiada, que incluía en sí diversidad de previsiones, argumentando que, en su forma de verso, satura combinaba muchos poemas breves entre sí. Lucilio menciona esta ley compendiada en su primer libro, cuando dice: “quien basándose en la ley compendiada puede absolver al edil electo”, y dice Salustio en su libro Jugurta (29, 5): “se acepta su rendición con unas previsiones precisas hechas como por ley compendiosa”».

El escolio a Horacio 2 dice en el prólogo al primer libro de sátiras: «la gente afirma que la sátira recibe su nombre de la bandeja (lanx) que, llena de diversos frutos de la tierra es ofrecida en el templo de Ceres; también por eso a esta poesía se la ha llamado satura, porque está llena de temas diversos para saciar a los oyentes...». En coincidencia casi exacta se lee en el prólogo de una colección de escolios de Juvenal: «se llama satira (aquí con esta grafía) a un tipo de bandeja (lanx) que se acostumbraba a ofrecer en los sacrificios a Ceres, llena de frutos diversos; a semejanza de esta bandeja, esta poesía se llama satira porque es una colección de muchos vicios».

El texto de Tito Livio (VII 2, 4-10) dice traducido: «En el consulado de Gayo Sulpicio Pético y de Gayo Licinio Estolón (año 364 a. C.), en Roma hubo una pestilencia... Se dice que, entre otros medios para aplacar la ira celestial, se instituyeron unos juegos escénicos, una innovación para el belicoso pueblo romano, puesto que hasta aquel entonces sólo había tenido los juegos del Circo. Pero no se trató de gran cosa... y, por añadidura, fue importada de fuera. Sin ningún tipo de canto, sin acción que en cantos se representara mímicamente, unos juglares (ludiones) llamados de la Etruria, danzando con acompañamiento de flauta, ejecutan movimientos no exentos de gracia, al modo etrusco. Entonces la juventud romana comenzó a imitarles, añadiendo por su cuenta versos indecentes, con los que se lanzaban pullas recíprocamente; los movimientos se adecuaban a la voz. La cosa agradó y progresó con el uso. Los actores del país, puesto que actor en lengua etrusca se llama hister, se llamaron histriones; éstos ya no se tiraron mutuamente, como ocurría antes, aquellos versos indecentes y groseros, del tipo de los fescenninos, sino que se representaban saturae completas y llenas de metros diversos, con el canto escrito y fijado de acuerdo con la música del flautista y con los movimientos de la danza. Livio Andrónico después de algunos años se atrevió por primera vez a abandonar las saturae y a componer dramas con un argumento total y según la costumbre normal en la época, fue actor en sus propias piezas. Pero debido a sus muchas actuaciones se le estropeó la voz y obtuvo licencia para situar a un esclavo que cantara delante del flautista mientras que él representaba con más grande vigor de movimiento, puesto que ya no le estorbaba el deber usar la voz. De ahí que se instituyera la práctica para los actores de tener quien cantara las partes líricas, y que reservaran su voz sólo para el diálogo». El texto de Tito Livio continúa aún prolijamente indicando que puesto que con los actores profesionales desaparecieron de la escena la chanza y la indecencia, la juventud romana prosiguió con la costumbre de intercambiarse, fuera de la escena, versos indecentes, de los que surgió la pieza llamada en latín exodium, que significa sainete y también personaje de sainete, y de ahí se llegó a la más conocida farsa atelana.

Todo este material ha sido valorado de forma no coincidente por los diversos estudiosos. El primer tratadista del tema en época relativamente moderna es Knoche 3 , quien nota que las etimologías segunda, tercera y cuarta propuestas por Diomedes tienen en común que relacionan el término satura con el adjetivo latino satur, que significa «lleno» y también «harto». Este adjetivo, prosigue Knoche, es de una raíz indoeuropea muy productiva en latín; da, entre otros, los términos saturitas, saturare, satis, satietas... El nombre del dios Saturno es de la misma raíz, y, en el polo opuesto, el nombre grotesco Saturio, de personaje de comedia. La forma femenina del adjetivo, satura, acompañó específicamente a determinados sustantivos, ejerciendo su función genuina de adjetivo: lanx, patina, olla (bandeja, cazuela, olla), luego el sustantivo, por ser muy conocido y supuesto, cayó en desuso, y el contenido del plato o bandeja pasó a denominarse por medio del adjetivo sustantivado: satura. Paralelamente algo así ocurrió con el género literario: la que primero se llamó poesis satura o bien fabula satura en su denominación, perdió el sustantivo correspondiente y pasó a llamarse satura a secas. El primer poeta que compuso una obra de estas características fue Enio. Knoche subraya con mucho énfasis que satura no es en latín ningún extranjerismo.

Coffey hila más delgado y dice exactamente lo contrario, que sí lo es. Nota que las tres sílabas de la palabra latina satura son breves y que el latín desconoce una desinencia nominal femenina acabada en -ura con esta penúltima vocal breve, lo cual hace de satura automáticamente un extranjerismo 4 . Más adelante se tocará debidamente este punto.

Knoche no trata en detalle de la primera de las etimologías propuestas por Diomedes, que relaciona el término con los sátiros griegos y el tipo de poesía que en griego también se puede llamar satírica. Coffey sí lo hace 5 , y en ello sigue los pasos de Rostagni 6 , ampliándolos, por cuanto una coincidencia meramente exterior y accidental, una procacidad cierta en los sátiros griegos y supuesta en las primeras fases de una poesía satírica latina podría hacer pensar en una relación de dependencia del género latino a partir del griego, pero hay una diferencia de grafía que es decisiva. La palabra griega va con «y» griega, sátyros, lo cual jamás puede dar en latín satura, de manera que el conocido drama satírico griego y la poesía satírica griega (con un concepto de sátira muy afín al nuestro, que indica un estado de espíritu, no un género literario) no tienen en absoluto nada que ver con la satura latina. También el hecho de que la primera poesía romana satírica conocida, la de Enio, se caracterice por su serenidad y su tranquilidad es un argumento decisivo para rebatir una supuesta relación entre la satura latina y los autores griegos.

Coinciden Knoche 7 y Coffey 8 en señalar que la cuarta etimología propuesta por Diomedes no puede ser tenida en cuenta, porque lo que ella supone, una lex satura relacionada con una lex per saturam, que incluiría en sí diversos preceptos; en Roma no existió jamás, de modo que tal derivación es imposible.

Quedan, pues, las etimologías segunda y tercera de Diomedes, de las que Coffey hace un tratamiento más diferenciado. Precisamente partiendo del supuesto, cierto para él, de que la formación satura en latín fue un extranjerismo, admite que su uso como sustantivo para determinar el género literario es indiscutible, y que se debe a la supresión de un sustantivo al que el adjetivo satura calificó; de la determinación de este sustantivo dependerá fundamentalmente la precisión de lo que significa satura concretamente. Fue un caso singular en que la lengua actuó con enorme energía, empujada por un uso poco común.

El sentido fundamental del adjetivo satur se aplica a algo lleno de comida, repleto. La segunda explanación del término satura a partir de una ofrenda hecha a los dioses en una bandeja tendría la coincidencia del testimonio de Diomedes, con sus dos citas de Virgilio, y del de los escolios de Horacio y de Juvenal. Aquí lanx satura sería una ofrenda concreta y determinada, por lo que aún en esta expresión satura debería tomarse como sustantivo en aposición, y no como adjetivo; no se trataría de cualquier ofrenda de frutos hecha en cualquier bandeja; hay accesoriamente la idea de variedad y de plenitud. Que una poesía que mutatis mutandis ofrezca las mismas características pase a denominarse también satura no puede excluirse, pero los testimonios de Diomedes, por un lado, y de los escolios de Horacio y de Juvenal, por otro, no pueden sumar su fuerza probativa, porque Diomedes en su segunda cita de Virgilio dice expresamente que esta bandeja se ofrecía a Baco, el dios del vino, y debía contener vino, por consiguiente; de los sacrificios ofrecidos a Ceres se sabe que el vino quedaba rigurosamente excluido, de manera que el uso no es el mismo.

La etimología más probable es la tercera propuesta por Diomedes, apoyada precisamente por un lugar de Juvenal. Según ella el género literario satura tomó su nombre de una especie de relleno (farcimen, en latín) que debió caracterizar un embutido, concretamente una salchicha, y luego significó la salchicha misma. Trasladada al género literario, la referencia sería al continente más que al contenido, aunque no se pueda excluir que sea una referencia a una bandeja que contendría lo que en lenguaje muy moderno llamaríamos un plato combinado, con la idea adicional, siempre existente en cualquier caso, de variedad y plenitud. Esta hipótesis tiene dos soportes fuertes a su favor. En primer lugar, la palabra actual «farsa» referida al género teatral de la comedia (básicamente los farsantes son comediantes) es un vocablo italiano que originariamente denominaba un revoltijo que se comía en un solo plato. De manera que por tierras itálicas la transición de una denominación de una comida a que signifique un género literario no es inusual. Aceptando esta hipótesis, el sustantivo que se habría suprimido ante satura más que lanx habría sido patina (cazuela) u olla (olla).

Precisamente Juvenal en su lugar I 86 dice: «lo que ocupa a los hombres, el deseo, el temor, la ira, el placer, los goces, los discursos...», todo ello es nostri farrago libelli, «lo que se revuelve, el revoltijo de mi libro». Ahora bien: la palabra latina farrago indica muy específicamente comida, pero jamás humana, era una mezcla, una, digamos, comida compuesta que se suministraba a los gatos. Entonces la interpretación más común de la expresión nostri farrago libelli es «la mezcla de comidas de que consiste mi libro» pero, en buena sintaxis latina, no se puede excluir que nostri libelli sea un genitivo objetivo, en otras palabras, que indique el destinatario: se ha concebido al libro como a un animal que debe ser alimentado. De ser así Juvenal, con una metáfora desenvuelta y demoledora, aludiría despectivamente a lo que en su época debió de ser la teoría corriente acerca del origen de la sátira.

En cualquier caso fue éste un uso proverbial que Enio recogió cuando tituló Saturae (así, en plural) sus colecciones misceláneas de poemas. Cuando lo hizo disponía de la tradición paralela helenística del sor ó s (montón). En el s. III a. C. se editaban colecciones de poemas llamadas misceláneas (sýmmeikta). Un poeta griego contemporáneo de Enio, Demetrio, tituló una de sus compilaciones Sor ó s, y ello movería a Enio a dar a su obra miscelánea no un título genérico, sino uno concreto, y eligió el de saturae. Con ello es verdad lo que menos parece serlo, y al revés. Porque aquí, y sólo aquí, tenemos un género literario designado con un término genuinamente romano, que nunca se denominó como sus, de algún modo, paralelos griegos, pero algo paralelo en Grecia sí existe, no por el espíritu que anima al género, sino sólo por la materialidad simplemente formal de reunir elementos heterogéneos en un mismo libro.

Se ha aludido antes al hecho de que la palabra italiana «farsa» remonta también a un plato confeccionado con diversos ingredientes, y que luego pasó a significar, por lo menos parcialmente, un género teatral. Ello nos lleva directamente a tratar de la satura dramática, de la que da cuenta Tito Livio. Según lo expuesto hasta ahora, la satura como género literario no sería anterior a Enio (239 a. C.-169 a. C.), pero el texto liviano presupone una satura dramática en pleno s. IV a. C.

No otro que el primer estudioso moderno de Juvenal, Carlos Federico Heinrich, ya en 1839 vio en el texto de Livio un documento auténtico que acreditaba para el s. IV a. C. la existencia de una satura dramática paralela más o menos al drama satírico griego, no originada por él: en su particularidad de que la satura latina es genuinamente romana coinciden todos los estudiosos de todas las épocas. Escribe Heinrich: «Pero los aficionados romanos echaron mano de semejante materia también fuera de la escena. Pues pronto surgió en un círculo distinto una satura escrita para lectores, entonces no todavía para recitales hechos a unos oyentes. Y si ya no lo era en la escena, tampoco fuera de ella la satura como forma artística fue algo determinado: más bien se quedó, por lo que respecta al contenido y a la forma, en una mezcla de prosa y verso, y, en cuanto a este último, de versos de distintos tipos 9 ».

Knoche cree 10 que el texto de Tito Livio contradice las afirmaciones de Diomedes, pero no le da crédito, o en todo caso no cree que ahí haya un antecedente de la satura tal como la cultivó Enio. Pero formula serios reparos a la credibilidad del texto de Tito Livio 11 , que más tarde vienen reproducidos por Coffey 12 . En resumen vienen a decir que el historiador romano, o su fuente, Varrón, no podían estar minuciosamente informados del desarrollo del teatro romano en el s. IV a. C., que generalizaron sobre cosas que sí sabían, y que indujeron abusivamente intentando un paralelo a lo griego, pero exclusivamente romano. Parece que estamos ante una combinación histórico-literaria; la satura dramática es una hipótesis necesaria como estadio intermedio entre unas primeras actuaciones que eran una simple danza acompañada de flauta y una formalización de un teatro como tal, el de los histriones; en el estadio intermedio los actores mezclarían, de ahí el nombre de satura, la danza y el canto. Pero Tito Livio y Varrón carecían de datos objetivos para justificar esta hipótesis, de ahí que la redacción de Tito Livio sea especialmente vaga: «después de algunos años Livio Andrónico...». El paso de una modalidad a otra aún dentro del mismo género literario no queda muy justificada.

Para ver el alcance de la cuestión hay que invertir los términos. Tito Livio quería llegar a una meta determinada, y se inventó el camino. Su procedimiento puede explicarse en parte. Esbozó el desarrollo tanto de las partes dialogadas como el de las partes líricas de la comedia. Pero tal como explicó el diálogo sin referirlo a modelos griegos, de manera igual, una lírica romana sin argumento fijo y adecuado a una trama le fue hipótesis necesaria para explicar las partes líricas. De ahí que introdujera los diálogos, entre jóvenes, de tema burlesco y obsceno, de los que, por traslación, surgiría la sátira redactada en verso, que se habría dado anteriormente a Ennio. Pero los datos históricos no abonan esta tesis 13 .

De modo que en su origen la satura fue un género literario poético no conectado con el drama, caracterizado porque en una composición mezclaba diversidad de temas. Ennio la compuso con estas características: Lucilio usó para ella, e impuso para sus sucesores, el hexámetro dactílico. Quintiliano (Institución oratoria X 1, 95) no dice de él que fuera el inventor, sino el que descolló. La existencia de la sátira como género literario ha llegado a ponerse en duda. Wilamowitz 14 llega a decir que no hay sátira latina, que lo único que hay es: Lucilio, Horacio, Persio y Juvenal. Naturalmente, ello es una exageración, pero tiene su punto de verdad: las sátiras que conocemos bien, las de Horacio, Persio y Juvenal, son tan poco parecidas entre sí tanto en temática como en talante que poco más pueden hacer que no sea apelar a su origen común.

La última visión importante de conjunto que se ha dado del tema modifica poco este estado de cosas. Kenney y Clausen 15 parecen más bien aceptar la existencia de la sátira dramática postulada por Tito Livio, pero en todo caso no la relacionan con la obra de Ennio. La conocida expresión de Quintiliano satira quidem tota nostra est (X 1, 93) puede significar, alternativamente, o que es absolutamente superior a la griega, o bien, como es más admitido corrientemente, que el origen de la sátira es exclusivamente romano.

II. BIOGRAFÍA DE JUVENAL

1. Fecha, lugar y familia de nacimiento 16

Es indudable que en vida de Juvenal su sátira interesó, pues de lo contrario no se habría conservado de manera suficiente para pasar a la posteridad. Pero no es menos seguro que inmediatamente después de su muerte dejó de interesar 17 . Marcial le menciona tres veces, como tendremos ocasión de ver, pero no como escritor, sino como amigo, y excepción hecha de él, no hay autores o contemporáneos o inmediatamente posteriores que le mencionen. Hay que esperar al cristiano Lactancio para encontrar una primera cita del satírico; si pensamos que la muerte de éste debe ponerse después del año 127, pero no mucho más allá, y que Lactancio le cita en sus Instituciones divinas hacia el año 310, han pasado no menos de ciento ochenta y siete años para esta primera emergencia de su figura. Con todo, no será hasta casi cien años más tarde cuando surja un grande y apasionado interés por su producción escrita, y es por obra de Niceo, un discípulo de Servio, el comentarista canónico de Virgilio, quien ya cita con mucha frecuencia a Juvenal en su comentario virgiliano; Niceo hacia el año 400 redacta un comentario a Juvenal. Unos diez años antes Amiano Marcelino hace una pesimista descripción de la vida de la aristocracia de su tiempo, y dice que debería dedicarse a tareas más nobles, pero que pierden el tiempo leyendo a Juvenal 18 . Un cierto recuerdo de la obra del satírico no se había perdido, pues Tertuliano hace de seguro dos citas implícitas de él, de los lugares III, 21, y VI, 1 19 . De modo que una noticia mortecina de Juvenal quedó siempre; San Jerónimo, sin citarlo, lo usa numerosas veces 20 ; San Agustín, en cambio, lo cita una sola vez, pero por su nombre, añadiendo «el satírico» 21 .

En estas condiciones, en parte por la injuria del tiempo y en parte por un innegable interés de Juvenal en esconderse detrás de su obra, de su vida sabemos realmente poco. Esta ignorancia afectó ya a los primeros comentaristas de Juvenal. Para establecer su biografía nos hemos de valer de una serie de breves Vidas, que en realidad son variaciones, confusas casi siempre, sobre dos o tres puntos capitales de ella, de un par de noticias extraídas de la obra del propio satírico (I, 15; III, 319), de tres epigramas de Marcial, y de una crítica interna ejercida con más o menos acuidad. Estas Vitae, editadas por J. Dürr 22 y que encabezan la edición crítica que Jahn hizo del texto latino de las sátiras 23 , no se escribieron con anterioridad a los finales del S . IV . Se compusieron con las pobres tradiciones que entonces corrían sobre la persona del satírico, y parecen proceder todas de una única fuente, probablemente la Vita que una mano posterior añadió al Códice Piteano 24 ; en todo caso es la mejor de que disponemos.

Juvenal mismo insinúa que nació en Aquino (III, 318):

Siempre que Roma te devuelva... a tu Aquino natal

le dice Umbricio al propio poeta, y a mayor abundamiento, en el s. XVIII se descubrieron cerca de la iglesia de San Pedro, en Aquino, dos inscripciones contiguas que, afortunadamente, fueron transcritas a tiempo, porque consta que en el año 1846 ya se habían perdido 25 . El nombre de Juvenal aparece en la primera, y aunque no lo hace en la segunda, ésta se refiere claramente al personaje que mandó labrar la primera; la segunda 26 , la dedica la municipalidad de Aquino a su bienhechor, y la primera, este bienhechor a Ceres Helvina, seguramente en demanda de protección y ayuda para una carrera militar y política que entonces está empezando. Podemos dar por sentado que estas inscripciones se refieren a Juvenal, quien, de acuerdo con su misma indicación en la sátira III, nació, pues, en Aquino.

En cuanto a la fecha de su nacimiento podemos establecer alguna aproximación 27 . Marcial publicó su libro VII de epigramas en el año 92, y ello da una buena pista para inducir la edad de Juvenal en aquel momento. Es importante señalar que Marcial le saluda como amigo, no como escritor. Por otro lado, tenemos motivos para pensar que Juvenal se dedicó a la poesía satírica no en su juventud, sino en una madurez quizás incipiente. Si cuando Marcial le dedicó sus poemas Juvenal hubiera sido un poeta conocido, no hubiera dejado de hacerlo notar. En consecuencia, hacia el año 92 Juvenal llevaba ya en Roma tiempo suficiente como para haber entablado una relación amistosa con Marcial (y con algunos círculos literarios), pero aún no había empezado su carrera poética, que empezó, dice expresamente su anónimo biógrafo, «hacia la mitad de su vida» 28 . Pongamos, pues, que hacia el año 92 Juvenal contara de veinticinco a treinta años; ello nos lleva a fijar su nacimiento en el quinquenio 62-67.

Si insistimos aún en el impreciso dato que nos ofrece la Vita, de que Juvenal «hacia la mitad de su vida» se dedicó a la sátira, y tenemos en cuenta el lugar, de indudable resonancia virgiliana, I 24:

... cuando con sus riquezas provoca a todos los patricios un hombre que cuando yo era joven hacía crujir mi ya molesta barba,

vemos que cuando escribió esta primera sátira, la cual supone seguramente varios ensayos previos, y, además, quizás no fuera la primera que redactó de las cinco que componen el primer libro, se refiere como a un tiempo más bien remoto a la época en que éste, que ahora es un ricachón, era un barbero que le hacía crujir la barba cuando le rasuraba. Pero los romanos empezaban a cuidarse la barba a los cuarenta años, no antes, de modo que al empezar su dedicación a las sátiras Juvenal tenía como mínimo cuarenta años; si cita este tiempo como ya lejano, cuando escribe el lugar I 24, estaría entre los cuarenta y cinco y los cincuenta. Hay buenas razones para pensar que el poeta publicó su primer libro de sátiras hacia el año 110, o en todo caso muy poco después 29 , lo cual, suponiendo para él la edad indicada de los cuarenta y cinco o los cincuenta, nos coloca en una fecha de nacimiento para el poeta hacia el año 65, quizás uno o dos años después.

Quizás se pueda precisar algo más. Juvenal publicó su último libro de sátiras (XIII-XVI) después del año 127, pero antes del 131. En efecto, la sátira XV tiene una referencia precisa al año 127 (XV 27):

... más yo voy a explicaros un suceso increíble, pero ocurrido no ha mucho, durante el consulado de Junco,

y Emilio Junco fue cónsul en el año 127, de manera que su libro V fue publicado por Juvenal después, pero muy poco, del año 127, lo cual se confirma porque en el lugar XIV 96-106, Juvenal declara que algunos romanos siguen el perverso ejemplo que les dan sus padres, que se han convertido al judaísmo; ellos hacen lo mismo y se mandan circuncidar. Ahora bien, en el año 130 el emperador Adriano prohibió la circuncisión en todo el Imperio, incluida la Judea, lo cual suscitó en ella una sublevación formidable en el año 131. Resulta poco verosímil una alusión de Juvenal a este uso luego de tal prohibición y sublevación judía, por lo que la publicación de este libro V debe colocarse precisamente en el bienio 128-130.

Y en el lugar XIII 16-17, el satírico dice a su interlocutor Calvino que ha sido víctima de una estafa:

¿Y esto llena de estupor a un hombre que tiene ya sesenta años, pues nació en el consulado de Fonteyo?

Fonteyo Capitón fue cónsul en el año 67; si la sátira XIII fue compuesta por Juvenal cuando Calvino tenía sesenta años, se redactó en el 127 o en el 128. Pero la obra de Juvenal se interrumpe, por su muerte, casi inmediatamente después, tras la brevísima e incompleta sátira XIII. Todo hace pensar que Juvenal muere en el año 130 o muy poco después. Y le ha hablado a Calvino como a un coetáneo, o quizás como a persona de edad algo menor, de unos cinco años menos. Podemos pensar, pues, que en el bienio 128-130 el satírico rondaría los sesenta y cinco años, o algo más, lo cual nos remite, para fijar la fecha de su nacimiento, otra vez hacia el año 65.

Aquí debe añadirse aún que Juvenal nació en una familia provinciana, pero extraordinariamente rica. El simple hecho de poder ofrendar una inscripción votiva a Ceres ya indica una muy alta posición económica, pero es que además, la carrera militar que iniciaba, testificada por la primera inscripción, y la segunda, ofrecida a su memoria por la municipalidad de Aquino en gracia a un beneficio no común, dan fe, también, no ya de una economía desahogada, sino de un rango financiero verdaderamente descollante 30 . Hay que excluir, sin embargo, que perteneciera por linaje a la nobleza.

2. La formación de Juvenal. Su carrera oratoria

Al principio mismo de las sátiras, Juvenal declara:

¡Ea! También mi mano esquivó la palmeta, también yo aconsejé a Sila que renunciara a sus cargos públicos y que durmiera como un tronco.

Con ello declara 31 que asistió a la escuela primaria, donde el castigo de los palmetazos debía de ser habitual; cuando dice que aconsejó a Sila que renunciara a sus cargos públicos, es decir, a la política, para echarse a dormir tranquilamente, con ello indica que asistió a la escuela de retórica, más probablemente en Roma que en la rústica Aquino. En uno de los epigramas que Marcial le dedica (VII 91) le califica de «elocuente», seguramente por su dedicación entonces actual. Parece que fue discípulo de Quintiliano 32 , quien dio por concluida su docencia en Roma hacia el año 90 33 , con lo que si Juvenal asistió a su escuela debió de vivir ya en Roma como mínimo unos tres años antes, antes de cumplir los veinticinco. Que Juvenal fuera discípulo de Quintiliano parece muy probable por las veces que el satírico le nombra con alto aprecio, y porque, además, su sátira tiene un pathos retórico indudable que él asimiló en alguna escuela, ya que tal artificio no puede en modo alguno ser algo natural.

Además, que se dedicó a la retórica se puede deducir por exclusión. En el lugar XIII 120-122, dice a su amigo Calvino:

Ahora atiende al consuelo que, por el contrario, puede brindarte uno que ni lee a los cínicos ni los dogmas de los estoicos, los cuales difieren de los cínicos sólo porque usan túnica, y jamás contempla a Epicuro satisfecho por las legumbres de su huertecillo 34 ,

que es una confesión expresa de desinterés por la filosofía. Pero en aquella época para un joven que quisiera efectuar estudios superiores sólo había esta alternativa, de manera que también por aquí hay que concluir que Juvenal asistió a la escuela de retórica.

¿Para qué? A ciencia cierta no podemos decirlo. La retórica tenía tres ramas principales 35 , la judicial (pero el poeta no compone, evidentemente, para argüir ante tribunales), la deliberativa, que es, ciertamente, mencionada alguna vez por el satírico, pero la verdad es que en su obra no la ejerce. Sí, en cambio, la demostrativa, que se ocupaba ampliamente de elogiar y de vituperar. En realidad, hay que entender «retórica» en un sentido amplio, de manera que incluya todos los aspectos de la sátira juvenaliana: su hipérbole casi salvaje, su obscenidad, su paradoja. Aunque Rudd extraiga de ello una conclusión sorprendente e inaceptable: dice que básicamente la sátira de Juvenal no pretende ni atacar ni predicar, pretende simplemente entretener.

Lo cierto es que Juvenal en Roma no debió tener problemas económicos hasta bien entrado en la madurez, cuando seguramente Marcial le describe como un cliente (XII 18), y él mismo en la sátira V parece insinuarlo, vv. 20 y sigs.:

De modo que si le plugo admitir a un cliente tras un olvido de dos meses, para que no quede libre el tercer cojín de un diván: «hoy cenaremos juntos», te dice. ¡El colmo de tu ambición! ¿Podrías pedir más? Trebio ya tiene suficiente para interrumpir su sueño, y ni siquiera se anuda los cordones de los zapatos, preocupado de que todas las turbas de clientes hayan ya concluido su ronda cuando aún titilan las estrellas, o en la hora en que el perezoso Boyero hace describir un círculo todavía a su helado carro.

y vv. 76 y sigs.:

¿De modo que fue para esto por lo que tantas veces dejé a mi esposa y corrí por el monte frontero al gélido Esquilino, cuando el dios primaveral se estremecía con el cruel granizo y mi abrigo chorreaba de abundante agua?

Interesa señalar que en un determinado momento de su vida Juvenal se vio reducido a la ínfima categoría social de la clientela. Pero entre la escuela primaria y su asistencia a la escuela de retórica hay que colocar su carrera militar.

3. La carrera militar de Juvenal 36

Un cierto paso por la milicia era imprescindible para poder aspirar a una situación política y social de alguna altura, lo que hace prácticamente seguro que Juvenal pasara por esta experiencia. Su última sátira, que se posee incompleta, parece ser un recuerdo de juventud del satírico, que se enorgullecería de haber estado en el ejército. Distingue claramente las ventajas de que gozan todos los soldados de aquellas de que deben gozar sólo los que ostentan algún grado, y contrasta la lentitud y el caos que reinan en los tribunales civiles con la presteza con que se resuelven los casos en que está envuelto un militar. Algo antes, en la sátira XIV, vv. 192-198, añade un provecho nada desdeñable de la vida militar, el provecho económico, que seguramente habría salido también en la última de no haber quedado, al menos para nosotros, interrumpida:

O bien presenta una instancia en solicitud del sarmiento, en cuyo caso que Lelio se aperciba de que el peine no tocó tu cabeza, que vea tu nariz hirsuta y que admire tus axilas peludas. Tú echa abajo las tiendas de los moros y los fortines de los brigantes, para que cuando cumplas sesenta años te corresponda el águila que te va a enriquecer.

Y no se encuentran en las sátiras burlas o alusiones maliciosas contra los soldados; una alusión a ellos en III 248:

Voy con las piernas perdidas de barro, todo son pisotones de unas plantas enormes; un clavo de soldado me ha herido un dedo

es totalmente inocua.

Las vidas que poseemos del satírico, por discordantes que sean, aluden todas a un cargo militar, aunque lo sitúan en distintas fases de su vida; precisamente la que encabeza el Códice Piteano lo pone, en la extrema vejez del poeta, en relación con un disimulado destierro a Egipto, según la fórmula clásica promoveatur ut removeatur. Ya veremos que ello es poco verosímil.

La primera de las inscripciones halladas en Aquino relacionadas con Juvenal dan alguna orientación acerca de su paso por la milicia 37 . La tercera línea de la primera inscripción a que aludimos dice que su donante había sido oficial en una unidad auxiliar en el ejército romano, y concreta más aún, en una unidad de dálmatas; éstos guarnecían el noroeste de la Península de los Balcanes. Este extremo nos explica muchas cosas con respecto a Juvenal. Detentar el mando en una unidad auxiliar de este tipo era el inicio de la carrera hacia el rango ecuestre, de los caballeros, y era propio de jóvenes pertenecientes como mínimo a una clase media alta; la accesión al rango de caballeros posibilitaba directamente, sin una carrera política previa, el acceso a cargos de responsabilidad y bien remunerados tanto en el estamento civil como en el militar, que podían culminar, en casos muy afortunados, en ser lugartenientes directos del Emperador en alguna provincia romana (un caso que está en la mente de todos, el de Poncio Pilatos, gobernador romano de los territorios que hoy forman, aproximadamente, el Estado de Israel). Pero sólo con que el aspirante llegara a centurión (principalmente a centurión primipilo 38 ), ya tenía asegurado económicamente un buen porvenir. A veces este paso por la milicia era fugaz, sólo de seis meses, lo justo para poder alcanzar el rango de caballero como trampolín a dignidades más altas 39 .

Como sea, Juvenal, cuando hizo este voto a Ceres, era un joven de muy buena posición que iniciaba su carrera en la sección administrativa del Imperio Romano, y que llegó por lo menos a prefecto o a tribuno de una cohorte.

Esto conlleva inmediatamente la cuestión de dónde ejerció Juvenal su carrera militar 40 . Friedländer y Highet están de acuerdo en que el satírico debió de salir de la Península Italiana, y en que sus referencias a Egipto y a la región norteafricana del Atlas son tan precisas que delatan un conocimiento de visu; el editor alemán añade aún la isla de Inglaterra. Ya adelantamos más arriba que las vidas hablan de un destierro a Egipto ya en la extrema vejez del poeta. También hemos visto que habla de la cohorte, quizás primera (porque en este lugar hay una laguna en la inscripción), de los dálmatas. Pero, soprendentemente, del lugar en que estaba estacionada, Juvenal no habla nunca. Lo que sí queda claro es que si Juvenal estuvo en el noroeste de la Península de los Balcanes, no fue como desterrado. Pero las cohortes de los dálmatas en el año 124 estaban en Inglaterra. La decisión acerca del sitio en que Juvenal vivió su vida militar depende de cómo se solucione el problema del exilio, que luego examinaremos 41 .

4. La carrera política de Juvenal 42

La impresión que dan las sátiras es que Juvenal vivió en Roma durante el imperio de Domiciano, que se extendió entre los años 81-96. El ingreso en el ejército con la finalidad requerida por el joven futuro satírico se hacía a los diecisiete años; suponiendo, pues, que naciera hacia el año 65 o algo más tarde, tenemos para este ingreso el trienio 81-83. Luego regresó por lo menos un año a Aquino. En efecto, las líneas cuarta y quinta de la inscripción dicen del oferente que fue duovir quinquennalis. Los duoviri eran dos hombres que gobernaban los municipios itálicos cuyos habitantes eran ciudadanos romanos. Para decirlo de una manera aproximada, venían a ser el alcalde y el jefe de una policía local. Para ostentar estos cargos se debía tener una renta no pequeña, pero además, Juvenal ejerció el cargo en Aquino en un año de especial responsabilidad. En todas las poblaciones romanas se hacía un censo de ciudadanos romanos cada cinco años, y como título de especial honor y responsabilidad los duoviri que en tal año ejercían tal magistratura recibían el epíteto de «quinquenales»; ello conllevaba que los nombrados para este cargo fueran las personas que en la colonia (pues éste era el nombre genérico de tales municipios) gozaran de más prestigio y posición.

Lo que sigue encaja exactamente con esto. La inscripción dice que este Juvenal, también en Aquino, fue sacerdote del emperador Vespasiano, naturalmente cuando éste, después de su muerte, fue proclamado dios. Esto ocurrió a mediados del año 80, unos meses después de tal fallecimiento, en el 79. Pero la inscripción de Aquino se puede fechar con suma precisión, porque el hijo de Vespasiano, Tito, sólo reinó dos años, y murió en el 81; fue deificado en las mismas condiciones que su padre. Luego, el hecho de que en la inscripción se mencione a Vespasiano, pero no a Tito, dice a las claras que Juvenal ejerció el cargo en el año 80 o en el 81, no después. Había empezado seguramente su carrera política en su Aquino natal, tras su experiencia militar, y en un año indeterminado del decenio de los ochenta se establece definitivamente en Roma, gozando de una excelente posición económica y de un futuro no exento de interrogantes, pero prometedor. En Roma se dedica al estudio de la retórica, pero va tanteando también sus posibilidades de una promoción política y social, cultiva amistades y frecuenta círculos literarios. Y más por gusto que por necesidad se dedica a la declamación.

5. El destierro de Juvenal 43

En mi ya lejana edición crítica del texto latino del poeta expuse, en la introducción, cómo ante el problema del supuesto exilio sufrido por el satírico, la opinión de los estudiosos se escindía en dos campos, el de los que lo aceptaban y el de los que lo negaban. Hoy no se puede decir que la situación haya cambiado.

Aquí hay que arrancar de la cauta posición de Friedländer, que apunta, por un lado, que la noticia de este destierro no puede ser una invención; sólo podría serlo si en las sátiras se hallara algún texto que la justificara plenamente, o al menos que la hiciera muy verosímil. Y éste no es el caso. Pero no se puede excluir, siempre según Friedländer, que la carrera militar de Juvenal haya durado más de lo que sabemos, o pensamos, y que en un momento determinado fuera nombrado comandante (exactamente, prefecto de una cohorte) en alguna guarnición alejada de Roma, incluso fuera de la Península Italiana, lo cual hubiera sido interpretado como una forma encubierta de exilio. Entonces se habría buscado en las sátiras un texto que lo justificara, y se habría dado con uno que ha resultado clásico del tema, y que viene citado por doquier, VII 125-92:

Lo que no dan los próceres lo dará un histrión. ¿Te interesan los Camerino y Báreas, los espaciosos atrios de los nobles? Una Pelopea nombra prefectos y una Filomela, tribunos,

pasaje alusivo a un actor favorito del emperador Domiciano, llamado Paris, que, a cambio de que se le proporcionaran, por parte de sus verdaderos autores, libretos de piezas de teatro para representar, lograba del Emperador que nombrara para altos cargos a los que le suministraban tales textos. Estos versos según Friedländer pertenecen a la redacción definitiva de la sátira, en cuyo caso la alusión es un invento, y hay que buscar en otro sitio la fundamentación del exilio; pero para otros, y la idea no es desdeñable, fueron escritos por el poeta mucho antes de la constitución de esta sátira séptima, en cuyo caso, si existían antes independientemente, sí podían motivar el exilio, y luego ser intercalados en la sátira 44 . En fin, una variante de esta segunda idea es lo que otros insinúan, que hay una primera redacción, muy anterior, y no definitiva, de esta sátira, que sería la que llegaría a oídos del Emperador y de su favorito.

Se puede aceptar bien que hubo un verdadero exilio, pero no hacia el fin de la vida del presuntamente octogenario Juvenal, bajo capa de una promoción a un cargo militar superior, mas en los confines de Egipto, tanto porque el satírico ya habría sido jubilado, hacía muchísimo tiempo, de su cargo castrense, para el que sería verdaderamente inútil, como porque probablemente no llegó a los ochenta años, que es lo que afirma la Vida que encabeza el Códice Piteano, aunque sí a los setenta. En la vida de Juvenal hay un hueco entre los años 92-96, los últimos del imperio de Domiciano, en los que los versos aludidos de la sátira séptima habrían molestado al pantomimo y privado del Emperador, sin excluir totalmente que el exilio respondiera más generalmente a una actitud normalmente crítica del de Aquino, pues la crítica molesta siempre a los tiranos. Esta segunda hipótesis goza de alguna posibilidad, por cuanto Nerva, el sucesor de Domiciano, repatrió a los exiliados por éste. Pero Juvenal, como arguye brillantemente Highet, fuera cual fuera la causa de su exilio, con él lo habría perdido todo: habría visto arruinada su carrera militar y política, confiscada su hacienda, y se habría visto reducido a la humillante condición de cliente, que él mismo describe tan impresionantemente en las sátiras I y V.

La ya repetidamente citada Vida que encabeza el Códice Piteano dice exactamente, se ha visto ya, que Juvenal hasta la mitad de su vida se dedicó a la declamación más por gusto que porque se preparara a la docencia o a la abogacía. Sí, ello implica que no sufría penuria económica. La Vida continúa diciendo que redactó «no desacertadamente» una sátira de unos pocos versos alusiva al pantomimo Paris, y que la recitó repetidamente, y que tuvo un gran éxito. Aquí habrá el paso de su dedicación a la declamación a su consagración a la sátira. Esto ya lo notó Heinrich 45 . Pero la entrega de Juvenal a la sátira no fue sólo, ni aun principalmente, un mero cambio de gusto, sino que obedeció más a algo más hondo, a un sentimiento de decepción ante el fracaso de sus esfuerzos por promocionarse, pues ser rico no excluye, sino que fomenta la pretensión de éxito; Juvenal no lograría alcanzar ni en la milicia ni en la política ningún puesto de relieve. Y antes de publicar su primer libro de sátiras debió de hacer múltiples ensayos 46 , y dar recitales, entre los que se contarían los de la breve sátira, que luego fue la séptima de la colección, y que motivaron su desgracia 47 .

El análisis de Highet es una brillante confirmación. Las primeras sátiras del poeta, las que muestran su célebre indignación 48 , vienen dominadas por dos sentimientos, miedo y decepción. Aquí interesa más esta última, que es en el satírico un sufrimiento amargo y profundo de la injusticia que domina la sociedad romana. Pero Juvenal no es, por decirlo así, un campeón de la clase obrera ni de los trabajadores, no es un apóstol de la justicia social que hoy se llamaría, con alguna falacia o ingenuidad, un progresista. Ni su extracción social, adinerada, pero campesina, ni los círculos ciudadanos en que se movía se lo hubieran permitido. Juvenal siente la angustia de los hombres de la alta clase media o incluso pertenecientes a la aristocracia, que no pueden medrar por la corrupción administrativa reinante y por los advenedizos que se encaraman en el poder y que ponen zancadillas a todos sus competidores. No se puede dudar de que aquí hay un rasgo autobiográfico.

Después del emperador Domiciano, la persona más odiada por Juvenal es el egipcio Crispino, que pasó de ser un vendedor ambulante de pescado a detentar uno de los dos cargos máximos a que podía aspirar un caballero, la jefatura de la guardia imperial (IV 31-33):

... este payaso vestido de púrpura, acomodado ahora en el gran palacio, que en su país se desgañitaba vendiendo siluros averiados y ahora se nos ha convertido en comandante en jefe de la caballería.

En la sátira I se burla con sarcasmo de otro egipcio, pero éste de origen judío, que ha arrambado otro puesto de gran categoría a que podía aspirar un caballero, ser gobernador, aquí de Egipto. Son gente de mala laya, que han alcanzado rastreramente máximos honores, de los que Juvenal se siente, al menos potencialmente, desplazado. El tema emerge con más fuerza en la sátira III. El amigo de Juvenal, Umbricio, dice (vv. 21 y sigs.) que en Roma no hay lugar para los oficios honestos ni para ciudadanos romanos que los ejerzan, y luego sigue una observación extemporánea, y que no viene muy a cuento. «Además somos expulsados del asiento de los caballeros, en los espectáculos del Circo» (vv. 155-158):

pueden sentarse en él, en cambio, los hijos de los rufianes nacidos en cualquier prostíbulo. Que aplauda aquí el hijo del pimpante pregonero entre la elegante prole del reciario y los nacidos del entrenador de gladiadores.

Alguien que haya sido siempre un pobre, uno que se las haya visto negras para simplemente supervivir jamás hubiera atinado a pensar que él tenía derecho a ocupar tales asientos. La queja se ajusta totalmente en el lugar si procede de alguien que ha pertenecido al rango ecuestre y que por un azar injusto ha perdido su dinero y por ende su categoría de caballero.

Si se hace una lectura entre líneas correcta de las sátiras de Juvenal se puede incluso deducir el lugar al que fue desterrado en el período de los años 92-96. Hay que partir de un hecho objetivo: Juvenal declara, indiscutiblemente, haber estado en Egipto. En la sátira XV comenta el salvajismo de sus habitantes, y en el v. 45 apostilla: «por lo que yo he alcanzado personalmente a ver». La fuerza del pasaje es grande, y las sutilidades de los comentaristas que niegan la existencia de este exilio no convencen. O los silencios 49 .

Es una reacción muy humana que el mal recuerdo que se guarda de un lugar repercuta, en el escritor, en dejarlo malparado en la creación literaria propia. Y Egipto es el país que en las sátiras de Juvenal sale peor. Ante todo, la sátira XV íntegra, escrita ya en edad muy avanzada del poeta, es la expresión de una repugnancia feroz frente a este pueblo. Es, sin duda, el fruto de un mal recuerdo. Pero la primera persona que nombra como prototipo de advenedizo sinvergüenza es el egipcio Crispino, del que hablábamos no ha mucho. En I 26, justo al principio de su obra, lo que Juvenal le reprocha es esto, ser egipcio:

cuando un miembro de la chusma del Nilo, un esclavo nacido en Canopo, este Crispino...

Luego, en esta misma sátira primera, Juvenal, que en calidad de cliente sigue a su patrono, se encuentra con la estatua de otro egipcio, que para colmo de los colmos es de origen judío, y quizás de religión. Tal efigie está en pleno Foro romano, y Juvenal nos dice, sin ambages, que aquello sirve de letrina (vv. 129-131):

... y las estatuas triunfales, entre las cuales no sé qué egipcio, un magnate de moros, osó poner sus títulos; podemos mearnos en su estatua, ¡y no sólo esto!

sed etiam cacare apostilla lapidariamente el comentarista latino antiguo, por quien sabemos que se trataba de la estatua de Tiberio Julio Alejandro, general de Vespasiano, judío de origen, pero que había vivido la mayor parte de su vida y de su carrera militar en Egipto. No hay que multiplicar los ejemplos. La feroz inquina de Juvenal ante todo lo que signifique Egipto y los egipcios dice bien a las claras que este país fue aquel en que Juvenal vivió su destierro.

6. Juvenal, poeta de sus sátiras 50

Arrancando otra vez de la Vida que encabeza el Códice Piteano, hacia la mitad de su vida, quizás algo más allá de esta mitad, Juvenal empieza a publicar sus sátiras, distribuidas al final en cinco libros, el último de ellos incompleto. Ya había empezado a ensayar el género satírico antes de su destierro. Efectivamente, la alusión malévola a Paris de la sátira VII ha de ser anterior al año 83, porque sabemos por Dión Casio (LXVII 3) que en este año Domiciano mandó asesinar a su actor hasta entonces favorito. Seguramente prosiguió sus ensayos durante el exilio, y al volver a Roma le acució más a ello su pérdida de categoría social, pero ya sea porque quiso pulir y perfeccionar su obra, ya sea porque esperó a un clima de mayor libertad, empezó a publicar algún tiempo después del asesinato de Domiciano. Porque el libro I no apareció antes del año 100 51 . En efecto, en el lugar II 102-103, se dice del emperador Otón que en sus campañas militares se llevaba un espejo:

acción que se debe reseñar en los últimos anales y en la historia más reciente.

Las campañas de Otón fueron descritas por Tácito entre los años 104-109, y el historiador pudo mencionar otra vez a Otón en sus Anales; por los títulos que Juvenal da, la referencia al historiador parece segura, en cuyo caso la aparición del libro I de Sátiras sería posterior incluso al año 110.

El libro II de las Sátiras (que contiene sólo la sátira VI, la más larga de la colección) cita la invasión de Armenia por los romanos, efectuada por Trajano en el año 113, y un terremoto ocurrido en Antioquía en diciembre del año 115, de modo que este libro apareció hacia el año 116.

El libro III, que comprende las sátiras VII-IX, tiene una única referencia cronológica segura, al emperador Adriano, al principio mismo de la primera de estas sátiras, VII 1 ss.:

No sólo la esperanza, sino también la razón de los estudios estriba únicamente en nuestro César. Pues no otro que él miró en estos tiempos las Musas entristecidas.

¿De qué emperador se trata? No es, naturalmente, Domiciano, blanco de los feroces ataques del satírico. Nerva pasa como una exhalación por la historia romana. Trajano vivió totalmente despreocupado de la literatura, y de la cultura en general. Hay que llegar a Adriano, que revitalizó el Ateneo fundado por Vespasiano, y él mismo fue algo poeta. Adriano empieza a reinar en el año 117. Pero si pensamos que el libro anterior es del 116, y por otro lado que Adriano entró en Roma en el 118, y que en el 121 se ausentó de la ciudad para efectuar un largo viaje por el Imperio, y que en estos tres o cuatro años fue cuando activó la vida del Ateneo, se puede pensar que el libro apareciera hacia el año 120, e inducir todavía otro punto más importante. Las últimas sátiras de Juvenal, especialmente a partir de la XI, reflejan en el poeta no una gran riqueza, pero sí un cierto desahogo económico. ¿No será que Adriano protegió algo al satírico?

El libro IV (sátiras X-XII) carece de indicaciones cronológicas, pero hay que suponer que se publicó antes del V, y de éste, por otros motivos, hemos hablado ya 52 ; se publicó dentro del bienio 128-130.

Preguntamos por el Sitz im Leben de este Juvenal cuando redacta sus sátiras. Ya notó Friedländer 53 que por lo menos a partir del año 100 la situación económica de Juvenal se había deteriorado, que seguramente el poeta había pretendido en vano un puesto de importancia en la administración civil del Estado, pero que había fracasado en su empeño, y que esto le habría inducido, junto con una tendencia natural y un nuevo gusto literario, a redactar sátiras. Pues conoció por experiencia propia y personal la amarga condición del cliente (I 99-101):

Él ordena al vocero que llame incluso a los descendientes de Troya, ya que también éstos, revueltos con nosotros, infestan el portal.

Y el largo alegato de Umbricio que es la sátira III sobre la dura vida de las clases humildes romanas responde a una experiencia personal. Esto, lo admiten prácticamente todos los investigadores 54 . Pero ha sido Highet quien ha descrito magistralmente la situación 55 . Los tres primeros libros de sátiras reflejan una gran pobreza. Y Marcial lo da a entender cuando, retirado, tras la muerte de Domiciano, a su Bílbilis natal, le escribe invitándole, no sin cierta sorna, a visitarle (Epigramas XII 18):

Mientras tú vagabundeas sin reposo, Juvenal, por la Subura ruidosa, o pisas el collado de la señora Diana, mientras por los umbrales de los ricachones tu vuelo hincha tu toga empapada de sudor, y te fatigan el Celio Mayor y el Menor...,

lo cual es un resumen condensado de las andanzas descritas por nuestro poeta en sus sátiras I y III; la diferencia de situación la da bien la comparación de las sátiras V y XI, que describen lo mismo, una cena, pero la primera con las desastrosas humillaciones a las que que se ve sometido el cliente a quien su patrono ha invitado casi por compromiso, pero estableciendo una feroz discriminación entre sus amigos, los invitados ricos, a quienes atildados criados sirven manjares exquisitos, y los demás, una pobretería chillona, a la que se sirve comida miserable en vajilla más miserable aún, y, por unos servidores, el mejor de los cuales parece un facineroso del que huirías corriendo si dieras con él en plena calle por la noche (V 52-55). En cambio, la sátira XI describe apaciblemente la modesta cena que el propio Juvenal puede ofrecer a un amigo; echamos de ver que posee una pequeña propiedad en Tívoli, algunos esclavos tratados muy humanamente, y unos servidores aseados que sirven en una vajilla rústica, pero digna.

Y esto es lo que, genéricamente, podemos decir de este Juvenal autor de sus sátiras.

III. LA SÁTIRA DE JUVENAL

1. Juvenal como poeta

Como punto de partida del aspecto que ahora nos ocupa puedo establecer el que ya fijé muchos años atrás, el de preguntar por la entidad poética de las sátiras de Juvenal, es decir, si Juvenal es verdaderamente un poeta 56 . Desdeñando posiciones extremas como la de Marmorale 57 , que niega cualquier capacidad poética a Juvenal, de quien dice que es un versificador que aprendió en la escuela las reglas de versificación y que las aplica de manera superficial y sin verdadero espíritu de poeta, se impone la consideración de que muchas generaciones de críticos y de poetas han visto en él un vate verdadero. Poeta, claro está, con sus peculiaridades distintivas, particulares y no genéricas, por las que precisamente su inspiración y su talento poético han sido puestos algo en duda, pero poeta innegable. Hace años intenté demostrarlo por la vía más directa, por vía de análisis, y acotando exactamente mis precisiones 58 . A mi demostración me remito, de la que en todo caso aquí ofrezco un apretado extracto. Cito diversos lugares de Juvenal, entre ellos VI 1-13, III 223-231, III 171-179, XI 60-76... Y del primero, por ejemplo, pretendí hacer ver cómo contiene una magnífica evocación de la vida rústica de los primitivos. En este lugar los rasgos se acentúan con maravillosa potencia creadora, pues una de las virtudes de Juvenal es la de decir lo que en la vida de los hombres y mujeres es normal (a cualquier nivel) de una manera estupendamente realzada, que no es el estilo normal: la huraña esposa y su marido harto de bellotas, la yacija ancestral hecha de hojarasca y de pieles de fiera dentro de la fría oquedad de una cueva o caverna, es algo tan impresivo en su lectura que se nos mete incisivamente en la imaginación. Cuando Juvenal ha compuesto esta escena definitiva no ha escrito superficialmente ni con una pasión retórica y declamatoria, nos ha comunicado su vivencia más íntima en imágenes y versos inmortales. Lo mismo cabe decir de un pasaje bien opuesto en sus características, la admirable y equilibrada descripción de la cena en la sátira XI, en el lugar señalado, en el que no hay ni retórica ni preocupación, diríamos angustia vital. Se trata de un cuadro empapado de la poesía profunda y humilde de las cosas sencillas... Los hexámetros de Juvenal vienen aquí acuñados de noble autenticidad, que transfiere a nuestro espíritu una indecible serenidad. ¡Y podríamos analizar en parecidos términos tantos lugares de las Sátiras!

El mismo Juvenal ha sabido decir muy bien lo que es la auténtica poesía, y quién es el verdadero poeta (VII 52-59):

Pero al poeta egregio, de inspiración no vulgar, que no acostumbra a plagiar y que no acuña un poema banal en versos sin originalidad, a este poeta, del que no puedo mostrar ningún ejemplo y que sólo imagino, lo hace un ánimo libre de ansiedades, que no sufre ninguna amargura, que apetece los bosques y es capaz de beber en las fuentes de las Aónidas.

Ésta es de verdad una espléndida definición de lo que en sí es indefinible: el concepto del verdadero poeta es ideal y sólo se puede llegar a él con un movimiento cordial. Juvenal ha realizado este ideal con frecuencia (además de los lugares ya aludidos), ha logrado eternizar en sus versos la fugacidad de la visión de un instante de gracia poética. Highet señaló con agudeza cómo la originalidad de Juvenal, ésta de la que él mismo habla, consiste en hacer síntesis poderosas y sorprendentes de elementos tópicos y tradicionales 59 .

La cuestión de la capacidad poética de Juvenal se ha de plantear en sus términos justos. Las posiciones unilaterales de aceptación o de rechazo total desde un punto de vista poético tienen un fundamento de las Sátiras: al lado de momentos en que la inspiración de Juvenal es noble y elevada, hay instantes de desfallecimiento y de prosaísmo vulgar. Los detractores de la personalidad poética de Juvenal se han fijado sólo en esto último; sus partidarios entusiastas, sólo en los instantes de estado de gracia poética. Pero que Juvenal en muchos pasajes es lo que modernamente se ha dado en llamar «poesía pura», un poeta auténtico y genial, esto no puede en modo alguno ponerse en duda.

Pero es posible perfilar y concretar más la cuestión. Juvenal es un poeta satírico, es decir, cultivador de un género de inspiración en la que confluyen elementos oratorios, polémicos, filosóficos y líricos incluso. Pero a Juvenal le falta congénitamente una capacidad de emoción lírica, la inspiración alada, las «aladas palabras» de que tantísimas veces habla la epopeya homérica. Pero a pesar del género, que en sí puede no resultar poético, y de su natural incapacidad lírica, Juvenal es un poeta satírico, un gran poeta satírico. Porque la forma o el género literario no cuentan, son elementos casuales y externos: lo que hay que mirar es si en estas formas, en este género, el poeta ha sido capaz de introducir poesía genuinamente tal, en nuestro caso satírica. Luego veremos más demoradamente que sí. La innegable formación retórica y la tendencia de Juvenal a la declamación pueden obstruir algo su inspiración poética, pero jamás anularla.

El impacto y la eficacia poética del poema responden también al elemento formal que es la composición, que en principio debe ser armónica y equilibrada. Esto se consigue tanto más fácilmente cuanto más breve sea el poema; la maravilla de muchos sonetos de Quevedo y de Góngora estriba en la prodigiosa distribución de su material poético.

Si la sátira de Juvenal es novedosa en cuanto es una confrontación directa con la realidad circundante, no lo es menos porque se aparta radicalmente del elemento que en buena parte la inspira, la poesía epigramática de Marcial; quiere ser una ampliación de ella, y además una proyección de la sociedad, hecha no con gracia y a veces con humor picante y chocarrero, sino con furia y con rabia; además Juvenal pretende poner su sátira en parangón con la poesía épica, la trágica y con la creación oratoria, también ello una profunda y radical novedad. Juvenal se separa también fundamentalmente del espíritu y del estilo de la sátira horaciana. Ahora bien, uno de los problemas de los poetas épicos y trágicos, también de los oradores, es que deben controlar una masa muy amplia de material. Horacio fue consciente de la dificultad, y formuló lo que podríamos llamar «ley de la sátira» 60 del satírico se espera que sea moralmente responsable, y que opere según las leyes del género. Además, podemos deducir una serie de regulaciones que definen la sátira como poesía (hexamétrica) que ridiculiza el vicio y la estupidez en un estilo basado en una conversación educada, elevando este estilo cuando el tema parezca requerirlo. Y Horacio, en su propia sátira, ha cumplido su programa. En sus sátiras las divisiones estructurales representan habitualmente fases de un argumento progresivo. También oradores, poetas épicos y dramáticos ponderan y disponen su material de manera armónica y equilibrada, coherente, porque la unidad del todo colabora decisivamente a la impresión de perfección que da la obra poética.

Pues bien, esto en Juvenal ocurre poco. En sus sátiras echamos de ver muy al principio el pensamiento que va a vertebrarlas, y luego sigue una variopinta y poco proporcionada ilustración de sus tesis. A Juvenal se le ha reprochado desde siempre una composición deficiente, ocasionada en buena parte por digresiones, a veces extensas, que no vienen nada a cuento con el hilo principal de lo que se dice. En ello hay que reconocer que esta vez la crítica lleva razón. Y aquí sí que hay un perjuicio de la verdadera poesía. Sorprende, sin embargo, que un editor tan minucioso y competente y que trabajó tan a fondo Juvenal, se muestre desde esta perspectiva tan frío y distante como Friedländer: son tantos los lugares de su libro en que increpa desdeñosamente al satírico su indiferencia hacia las cuestiones de forma y su falta de equilibrio y armonía en la composición, que llevaría tiempo y espacio innecesario reseñarlos 61 . Años más tarde Schanz señala con ironía 62 que es curioso que el satírico, que tan bien asimiló la retórica en la escuela, no aprendiera allí la composición del todo, pues una coherencia íntima de las partes se encuentra en él raramente. Muy recientemente, Rudd ha insistido en lo mismo 63 y Highet, cuyo libro es el más importante que se ha escrito sobre Juvenal en los últimos cuarenta años, acepta también este reproche con alguna salvedad 64 . Juvenal no estaba radicalmente incapacitado para componer a la perfección con equilibrio en las partes, como lo demuestra la pequeña joya que es la sátira IX, pero su impulso más subjetivo y personal le llevaba normalmente por otros derroteros.

Yo pienso que probablemente la mescolanza que originariamente es la sátira se proyecta demasiado en la de Juvenal, pero que se debe hacer la observación importante de que con frecuencia la sátira juvenaliana no es un cuadro poético, sino una suma de ellos, y que cada uno brilla con su propia luz. Si una sátira es o no en sí una unidad perfectamente equilibrada y coherente ello debe afectar poco a su calidad poética, es decir, su esencia poética resulta poco afectada. Cuando tratemos de la poesía de Juvenal en cuanto satírica saldrán objeciones de más fuste.

2. Juvenal, observador de la realidad y de la historia

Sean cuales fueren los años del nacimiento y de la muerte de Juvenal, lo cierto es que nació durante el imperio de Nerón, que vivió la época de los emperadores de la dinastía Flavia, Vespasiano (69-79), Tito (79-81) y Domiciano (81-96), que vivió íntegramente el breve imperio de Nerva (96-98), el de Trajano (98-117), y que murió durante el imperio de Adriano (117-138). De manera que para él el imperio de Nerón representó su infancia, el de Vespasiano, el de Tito y el de Domiciano una adolescencia y una juventud que ya pudo ser inicialmente creadora, y el de Nerva y el de Trajano una plena madurez que le asiste en la creación de su obra satírica.

Esta obra de Juvenal se propone ofrecernos una visión del mundo que le rodea más personalmente, el de la ciudad de Roma. Sus alusiones son siempre, y especialmente en las nueve primeras sátiras, a la época, en la urbe, que le es estrictamente contemporánea. Su sátira I se abre con el ridículo espectáculo, que le toca vivir, de los poetas y dramaturgos que recitan públicamente en pleno verano por las calles y los pórticos de Roma (I 1-13). Sigue el espectáculo del repugnante séquito del jurista Matón (I 30-35) y la reseña de la vieja tan rica como libertina que distribuye su dinero en razón directamente proporcional al vigor amoroso de sus diversos amantes (I 37-41). Lo mismo cabe observar en la sátira II, la primera de las dos que el poeta dedica a los homosexuales, citando a los más conocidos de su Roma y describiendo las orgías que, trasunto de las fiestas de la Buena Diosa que celebraban las mujeres, celebran los afeminados ricos de su entorno (II 82-107). El largo monólogo de Umbricio que es la sátira III nos detalla con pelos y señales la triste situación de la menestralía romana. La sátira IV es una ruptura del sistema, una solución de continuidad, pues nos retrotrae a la época de Domiciano, y además nos desplaza de Roma a Alba Longa, la primitiva capital del Lacio; allí Domiciano tenía un palacio en el que se desarrolló el ridículo consejo de ministros que forma el cuerpo de la sátira. Pero la siguiente, la quinta, es el retorno al uso omitido. Juvenal retoma en ella el tema de la institución tan romana de la clientela, ya tocado en las sátiras I y III, para concretarlo en la descripción de la cena vergonzosa ofrecida por el rico y afeminado Virrón a sus clientes pobres, para reírse a su costa y ahondar en su humillación. La sátira VII nos cuenta las miserias de los intelectuales romanos, la IX, las desdichas grotescas de un afeminado que pretende vivir, sin conseguirlo, de su repugnante condición.

Pero en el final de la sátira I encontramos un quiebro. Efectivamente, después de alardear de una omnímoda libertad en el fustigamiento de los vicios, ante la propuesta dificultad de la dura venganza por parte de los atacados, el satírico declara que se meterá sólo con aquellos que ya son polvo y ceniza, es decir, que han muerto (vv. 153-156 y 170-171):

¿De quién no me atrevo a decir el nombre? ¿Qué importa que Mudo Escévola perdone o no mis dichos?

Representa un Tigelino, y arderás, antorcha viva, como los que de pie, con el pecho clavado en un palo, no son más que fuego y humo.

... En tal caso probaré qué se puede decir de aquellos cuyas cenizas están cubiertas por la Vía Flaminia y por la Vía Latina.

Juvenal publica, que no escribe, su primer libro de sátiras hacia el año 110, y en todo caso no anteriormente al año 100; además, por razones de crítica interna, se puede pensar que ésta que encabeza su colección de sátiras no fue la primera que escribió, por lo que podría ser la proyección de algunas o de todas las restantes del libro I. Y siempre nos movemos en el imperio de Trajano. En esta época la libertad de expresión en la ciudad de Roma era muy amplia, por no decir total. ¿A qué vendría, pues, esta limitación que Juvenal se impone?

Lo primero que cabe pensar es que la redacción de estas sátiras es muy anterior, que responde a muchos años atrás, y que ahora una revisión a fondo de ellas habría supuesto a su autor una remodelación tal que habría sido escribirlas de nuevo de cabo a rabo, y que el satírico renunció a ello.

Pero el núcleo del interrogante continúa: ¿por qué esta autolimitación? La cosa es tan extraña que Rudd llega a decir que es sencillamente inexplicable 65 . Sin embargo, no podemos desembarazarnos tan cómodamente de la cuestión. Algo debe de haber. Los tres primeros libros de sátiras de Juvenal (I-IX) dan la impresión de haber sido compuestos con un miedo permanente 66 y de pertenecer a una época en que el contexto político y social urbano de Roma era de opresión y de tiranía. En consecuencia, las sátiras que Juvenal compusiera entonces tendrían el doble juego que Highet llamó acertadamente anacronismo en el sentido estricto de la palabra, pero no en el amplio 67 : la ilustración y amonestación de hechos presentes y actuales mediante ejemplos cuyos protagonistas fueran lo suficientemente alejados en el tiempo como para no levantar sospechas de alusiones personales molestas y zahirientes. Juvenal conocería como recuerdos de su niñez o quizás por haberlo oído contar de tiempos aún más pretéritos, hechos repugnantes y crímenes de la época de Nerón y de las anteriores, como la caída de Seyano, con el consiguiente linchamiento por parte de las masas, del valido del emperador Tiberio, en el año 31. Quizás Juvenal pensara que estos ejemplos del pasado con clara repercusión en el presente no pierden eficacia 68 , o quizás vivía tan obsesionado por el recuerdo de la mala época que representó el reinado de Domiciano que concentró en él todo su furor, que luego se irradia potencialmente al mundo que le circunda. Así Highet 69 . O quizá busque ejemplos donde los encuentre mejores, y sea en la época de Domiciano. Difícilmente se encuentran otras razones.

De hecho, éste es otro defecto de la obra de Juvenal, pues este contraste entre la rabiosa actualidad de las escenas anónimas que describe y el vapuleo correspondiente retrotraído a personajes como mínimo de cincuenta años atrás, resta efectividad a su diríamos predicación. En la sátira II, en su misma apertura, Juvenal se mete con dos homosexuales muy conocidos en la Roma de su tiempo, un tal Varilo y un tal Peribomio, y luego, para poner en solfa a Varilo y a otro de la misma ralea llamado Sexto, que se las da de predicador de buenas costumbres, pone nada menos que el ejemplo de Domiciano, o sea, por lo menos treinta o treinta y cinco años atrás, que dictó leyes muy duras contra el estupro y el adulterio al tiempo que su sobrina Julia, hija de su hermano y sucesor en el imperio, Tito, quedaba embarazada de él y moría por los abortivos que él mismo le había mandado tomar. La disfunción del ejemplo es clara, y en la obra del satírico, en las nueve primeras sátiras, ello es bastante corriente, y debe achacársele como claro defecto de fondo en su concepción general de su producción satírica.

Lo que a todas luces no se puede hacer es desleír la densidad de la sátira juvenaliana como recientemente lo ha hecho Rudd, quien declara que, por lo que atañe al imperio de Domiciano, no es tan fiero el león como lo pintan, que no hay para tanto. Dice que su figura fue bastante apreciada, principalmente en el ámbito de fuera de Roma, y aun dentro de la misma ciudad. En consecuencia, la posición de Juvenal, de limitarse a alusiones a su reinado como época de terror es injustificada e injustificable, es un mero artificio literario, concluyendo que cualquier gobernante, por el mero hecho de serlo, está en el punto de mira de cualquier autor satírico 70 . Esta posición destruye definitivamente la fuerza de la poesía de Juvenal al conferirle una industriosidad esencialmente arrasadora, arguye en él insinceridad y aplique manual y forzado en detrimento de su verdadera capacidad directamente creadora. Desde otra perspectiva, esta posición no está muy lejos de la reseñada de Marmorale, y parece como si Highet, unos treinta años atrás, hubiera intuido este desgraciado ataque, porque respondió a él como si éste se hubiera hecho a medida de tal previa defensa 71 . Apunta el sabio inglés, en primer lugar, que jamás podría tacharse a Juvenal de falsario, pues los hechos históricos a que alude vienen siempre confirmados por otras fuentes historiográficas muy de fiar. Además, los hechos, en su dimensión de barbarie, no han sido exagerados por Juvenal; la historia, la inmediatamente posterior a él, los gobiernos de Cómodo y de Heliogábalo, por ejemplo, y toda la subsiguiente, hasta el terror de la Revolución Francesa y el de la Alemania nazi, conoce casos infinitamente peores, posibilitados atrozmente por los avances de la técnica. Los casos horrorosos descritos por Juvenal no sobrepasan los límites atendibles de la bestialidad humana. Tampoco por aquí Juvenal es falsario.

Y por lo que hace al gobierno de Domiciano, hay un testigo de excepción, amén de otros, que confirma al cien por cien la imagen que de él nos da Juvenal: se trata del historiador Tácito. También él refleja el clima de terror que oprimió la ciudad de Roma mientras el tirano vivía, como vivió casi siempre, en su dorada fortaleza de Alba Longa, la primitiva capital del Lacio. Fue la gran época de los delatores; las ejecuciones y en el mejor de los casos los destierros, estaban a la orden del día. Los asistentes al ridículo consejo de ministros descrito por la sátira IV se asustan incluso a la voz del esclavo liburno que les advierte que el Emperador ya les aguarda impaciente. ¡Pues cómo no iban a temer cualquier capricho del déspota! Ellos y toda la ciudad de Roma. Tácito confirma totalmente el clima en que se mueven las sátiras de Juvenal.

De modo que un anacronismo que descentra algo la visión poética de Juvenal se debe aceptar como existente, pero jamás como interpretación interesada por parte del satírico; ello falsearía radicalmente la intencionalidad de su sátira.

Si como observador de la historia debemos estar algo en desacuerdo con nuestro poeta, todo lo contrario ocurre cuando le consideramos como observador de la realidad 72 . En ello no hay quien le supere en toda la historia de la literatura latina, es un verdadero maestro. Su ojo avizora espléndidamente los detalles más eficaces: los lóbulos de las orejas de la mujer penden en tensión hacia abajo por el peso de los colgantes de perlas que lleva, para puntualizar a continuación que nada hay más intolerable que una mujer rica (VI 458 y ss.). La infidelidad de una esposa es delatada al marido por sus orejas acaloradas (XI 189), y el pobre civil que se enfrenta en un pleito contra un soldado ante un tribunal compuesto por militares, tiene delante las musculosas pantorrillas de los soldados puestas encima de los grandes bancos de los espectadores (XVI 14). Con frecuencia la entidad de las escenas viene vitalizada por un toque de fantasía, y las cosas abstractas o inanimadas cobran existencia personal. «¿Dónde duermes ahora, Ley Julia?» (II 37), clama un protagonista del principio de la sátira II, que se revuelve airada contra los homosexuales moralizantes. Las ventanas parecen esperar abiertas al viandante que es lo suficientemente incauto como para pasearse por Roma por la noche, con el peligro de que le caiga lo que sea en la cabeza (III 275), el jabalí asado parece espumajear en la parrilla tal como el jabalí vivo de Meleagro (V 115), la figura de una estatua ecuestre parece que vaya a disparar su lanza (VII 128), una bolsa repleta de dinero «crece con su boca atiborrada» tal como crece la codicia del que la posee (XIV 138). Tan elogiado como ha sido Juvenal como satírico, aún debiera haberlo sido más por su poderosa imaginación poética, de fuerza evocadora inigualable. Desde este punto de vista jamás será bastante conocido.

De Nerón y Domiciano a Trajano y Adriano, Juvenal vivió un verdadero cambio de época en lo político y en lo social. Y tal como Tácito fue el único historiador capaz de relatarlo con objetividad pasmosa, Juvenal, lejos del afectado optimismo de Plinio el Joven que describe la época de Trajano, fue el único poeta que encontró el tema y el tono exactos, que encajaban a la vez con los condicionamientos políticos y sociales de la época que fundamentalmente describió. De ahí su valor imperecedero.

3. La cuadratura del círculo

Por lo que vemos, Juvenal se aparta decididamente de la sátira de Horacio y de la de Persio, no podemos ver hasta qué punto se separa de la de Lucilio por el deficiente conocimiento que tenemos de ésta. Y por opuesto que su genio poético sea al de Virgilio, no hay duda de que profesó una admiración sin límites hacia la poesía del mantuano, que más de una vez suena como eco o trasfondo en los irónicos contrastes entre el mundo ideal imaginado de la poesía heroica o pastoril y la sucia realidad del mundo circundante que la sátira juvenaliana describe: un aliento épico o bucólico, en el primero de los casos algo por vía de declamación.

Sabido es que el humanista Justo Escalígero llamó a la de Juvenal «sátira trágica», y con esto la inscribió, seguramente más de lo que él mismo pensara, en el ámbito de la tragedia, de la de Sófocles y aun más de la de Eurípides, centrada ésta en la lóbrega descripción del sufrimiento humano. Aunque a quien cita expresamente Juvenal es a Sófocles (VI 634-637); se refiere a crímenes horrendos que acaba de relatar:

¿No será todo esto algo fingido, como si la sátira hubiera asumido el sublime coturno, y que yo, excediendo las normas y los límites de mis predecesores, versifico al estilo de Sófocles un gran poema desconocido bajo el cielo del Lacio, extraño a las montañas rútulas?

En esta órbita se inscribe la sátira de Juvenal, épica, tragedia, oratoria, como un cuarto elemento muy equidistante de ellas. Ésta es su novedad más radical. Que se debe, sin embargo, también a otros aspectos aún más inapelables.

Al principio de esta introducción general dimos una visión diacrónica de la constitución, en lo esencial, del género satírico; ahora estamos en condiciones de dar de él una visión estructural, sincrónica. La que en el año 1795 diera Schiller sigue en plena validez, y sospecho que el dramaturgo y teórico de Marbach la dio a la vista, más que de otra, de la sátira precisamente de Juvenal, por más que él cita a otros autores; de ser así tendríamos lógicamente una especie de petición de principio, pero ello no invalida en absoluto la teoría propuesta por Schiller, tanto porque se apoya también en otros autores como porque andarse con estas zarandajas con un crítico de la talla del romántico alemán es buscarle tres pies al gato. Schiller dice así:

En la sátira se oponen por un lado la realidad sentida como deficiente y el ideal percibido como verdad suprema. Por lo demás, no es en absoluto imprescindible que ésta última venga declarada, si el poeta sabe despertarla en el ánimo, mas esto ha de hacerlo como sea, so pena de renunciar al efecto poético. O sea que aquí la realidad es un imprescindible objeto de rechazo, pero todo depende de que este rechazo brote del ideal contrapuesto... De manera que la sátira patéticá 73 debe fluir siempre de un ánimo penetrado vivamente por el ideal. Sólo un impulso dominante hacia la coherencia puede y debe engendrar el profundo sentido de las contradicciones morales y la espléndida desafección contra la inversión moral que en Juvenal, en Swift, en Rousseau y en Haller, además de otros, se convierte en entusiasmo 74 .

Pues bien, esta oposición de realidad y verdad ideal aflora por primera vez en toda la sátira latina en Juvenal, junto con la pasión por la utopía de la perfección. El poeta ha prescindido de la mitología y la ha sustituido por una confrontación directa con la realidad viva y actual; ya comprobamos como lo hizo con enorme vigor expositivo. De modo que Juvenal se ajusta al cien por cien a este esquema operante de poesía satírica propuesto por Schiller. Efectivamente, en vano buscaríamos en sus sátiras la formulación expresa y abstracta de unos principios morales de conducta, pero éstos se nos dan múltiplemente por contraposición inductiva: de una serie de ejemplos, a veces propuestos con un cierto caos, concluimos lo que debe y no debe ser.

Entonces, la pregunta es obvia: ¿Juvenal, es un moralista o un predicador? El último que se ha manifestado sobre ello declara muy cautamente que si bien en sus sátiras, y especialmente en las últimas (las más flojas, apostilla), asume un tono moral elevado, si al satírico le interesa hurgar en la conducta humana no es tanto porque sea malvada como porque sea sórdida, vulgar y molesta. «Por encima de todo» —escribe Jenkins, pues de él se trata— «Juvenal es un observador de la sociedad que combina la precisión de la observación y la imaginación. No debemos acudir a él en busca de sabiduría; él no pretende hacernos sabios 75 ». Esta posición frente a Juvenal no es totalmente justa.

Al mismo tiempo que Jenkins, Rudd había sido más concluyente 76 . Se opone a la tesis más general de que Juvenal ha de ser tenido por predicador, y alega que no lo pudo ser por su convicción, certera por lo demás, de que el deterioro moral de Roma era irreversible. La única ética posible en el satírico era el inconformismo, mostrar su esencial desacuerdo con la situación. Una posición límite, evidentemente, desde su perspectiva. También Highet afirma el profundo pesimismo de Juvenal 77 . Pero Rudd va más allá. A propósito de la sátira VI dice que en ella hay demasiada comedia como para tomarla en serio, pero también demasiada gravedad como para tomarla en broma; la tercera vía para él es que toda la sátira de Juvenal busca un entretenimiento provechoso. Nada más. La cuestión de la moralidad de Juvenal queda obviada, pero la misma sátira definitivamente trivializada.

A esta trivialización colaboraría el hecho de que, entre sus contemporáneos, Juvenal sólo hostiga a personas que le son inofensivas. ¿Qué interés moral puede tener en ello?

Años atrás, mucho más dura había sido la posición de Marmorale 78 . Para él, en la célebre indignación de Juvenal hay un mal disimulado rencor, una envidia sorda ante la prosperidad de los demás. De ello deriva en algunas partes de su sátira un cierto teñido de humanismo, que ha hecho incluso que haya quien vea en Juvenal algo así como un socialista de la época. Pero en realidad esto era lo más alejado de su mente y de su alma, va desgranando Marmorale, y si alguna vez da la sensación de ser humano, la da por contraste. Así, la verdadera definición del estado de ánimo de Juvenal no es la del moralista, sino la de un observador apasionado y exacerbado de la vida de sus semejantes, que le irritan y que él quiere irritar, es el desahogo de un desheredado que pretende esconder detrás de unas razones de moralidad un estado de ánimo que nada tiene que ver con el de un moralista.

Ha salido el tema de la indignatio. Hacia la mitad de su programática sátira I (vv. 79-80) hay los celebérrimos versos:

Si natura negat, facit indignatio versum

qualemcumque potest, quales ego vel Cluvienus.

Y, efectivamente, el rasgo más conocido de Juvenal es el de su indignación. La última interpretación que ha salido de este lugar es absolutamente novedosa e inaudita; se debe a Jenkins 79 . Hasta ahora en todas las explanaciones de estos dos versos claramente enlazados en una unidad de intención, eran explicaciones en que, por lo menos en general, se consideraba capital sólo el primero de ellos, y el segundo como un apéndice del que se podía incluso cómodamente prescindir. Si la indignación es verdadera y sincera o no, esto ya es otro cantar, pero para todos los comentaristas lo esencial era el primer verso, y algo muy secundario el segundo: la situación en Roma era tan mala, que un verso te salía siempre, compuesto ya por la naturaleza ya por la indignación. Pues bien, Jenkins defiende que el segundo verso es como mínimo tan importante como el primero en el conjunto de los dos, ello si no lo es más, porque señala en toda su complejidad el contexto íntegro en que escribe Juvenal. Éste ha limitado, muy voluntariamente, desde luego, la temática de su sátira: el deterioro moral de la Roma de su tiempo; a todos los niveles la sátira de Juvenal es una burla de la Roma de esta época. Cuando Juvenal escribe: «Si la naturaleza te niega el verso, te lo hace la indignación, sea el que sea, como los míos o los de Cluvieno» lo que significa es que el género poético que la burla produce es muy pobre. Es decir, Juvenal declara sus limitaciones como satírico. Pero ni éstas ni su voz, áspera y amarga, están reñidas con el esplendor de su dicción, muy al contrario, son la verdadera esencia de este esplendor. En el mejor de los sentidos, ésta es una salida de tono muy digna de atención, y que debe examinarse a la luz de toda la sátira juvenaliana, pero su formulación es tan reciente que no creo que hasta ahora nadie haya acometido esta tarea.

De manera más somera, hay una teoría de estudiosos que se agrupan en torno a la posición señalada de Marmorale. No tan acremente, niegan sinceridad a esta indignación. Schanz afirmó 80 que es simplemente una ficción aprendida en la escuela de retórica; Rudd establece 81 que responde a prejuicios, que se ve aupada por el ingenio retórico, pero que muchas veces desemboca en una frivolidad amoral, y aduce el texto de la sátira III en que, después de oponer los griegos sicofantas a los honestos romanos, añade (vv. 92-93):

todo esto, también lo podemos alabar nosotros, pero el crédito se les otorga a ellos,

observación que destruye la antítesis que esforzadamente hasta ahora había construido. Y cita bastantes lugares más que aduce como paralelos.

Dejando aparte que la exégesis que Rudd hace del lugar me parece equivocada, establecí hace ya años que la indignación de Juvenal es sincera y que no destruye la fluencia de la verdadera poesía 82 . Empecemos por el segundo aspecto. Si la poesía es, entre otras cosas, la transmisión de una vivencia sentida idealmente y acuñada en versos penetrantes, la indignación puede ser un ingrediente de ella, y no una inhibición. Éste es el caso de Juvenal. Su visión no es material y anónima, siempre es la suya, muy íntima, con características tales que señalan al instante su personalidad. Cuando Matón se pasea por las calles de Roma, Juvenal ve en ello una verdadera provocación a la ira: nos hace contemplar sarcásticamente la indigna obesidad del jurista, que le hace ocupar por entero una litera de dos plazas, y el abominable cortejo que le escolta (I 32-35). En otra secuencia de la misma sátira un marido consiente e incluso contempla el adulterio de su propia mujer, porque extrae de ello sus buenos dineros (vv. 55-58):

cuando el lenón cuya esposa es legalmente inhábil para heredar acepta los bienes del adúltero, y es hombre diestro en contemplar el techo, diestro en roncar con la nariz despierta y pegado a la copa...

Ambas visiones son profundamente personales y radicalmente ciertas en su mordacidad e indignación. Y hay que decir que éste es el Juvenal más auténtico, el de la indignación, que le aísla y le confiere su singular personalidad en las letras latinas.

Como conclusión quiero acogerme a unas palabras de Knoche que para mí son definitivas 83 :

(Juvenal) no fue hombre que huyera a las regiones de la mitología, que es lo que hicieron otros muchos poetas de su época. Declara que la cólera y la indignación son los resortes de su poesía satírica, y estos resortes son fuertes y auténticos. No se hace justicia ni a la actitud ni a la creación poética de Juvenal cuando se le quiere liquidar diciendo que es un declamador. Pues si lo fuera no se identificaría con su tema, y sus manifestaciones tendrían sólo el valor de un virtuosismo. Pero la poesía de Juvenal quiere ser una confesión, el poeta siempre se identifica con su tema. Más bien se le podría reprochar incluso un exceso de identificación, no lo contrario. Porque sus temas le aprisionan, y con frecuencia sólo a duras penas consigue distanciarse de ellos y trascenderlos. Aquí radica la poderosa fuente de su fuerza expositiva.

Quizás la posición de Knoche sea demasiado simple; Juvenal quizás sepa distanciarse más de su obra, y no ser tan expositivo como Knoche pretende, pero su análisis es inteligente y se aproxima más al ethos de Juvenal que las actitudes recientes de Rudd y (quizás) de Jenkins. Juvenal es un satírico, no un moralista, pero ello no rebaja la fuerza de su convicción ni la categoría de su pensamiento. Es sincero, auténtico y profundo, y en nada se puede rebajar su valor.

Por aquí se explica también, por la tesitura básicamente satírica, una deficiencia que Highet señala con acierto 84 . Alguna vez Juvenal mete en el mismo saco crímenes horrendos y fruslerías insignificantes. Por ejemplo, en la sátira VIII, vv. 215-220, compara a Nerón con Orestes, responsables ambos de matricidio. Pero Nerón es infinitamente peor, arguye Juvenal, porque... Orestes jamás se atrevió a componer poemas ni a actuar como actor en la escena. Peccata minuta, evidentemente, pero no desde la perspectiva de un romano, para quien un emperador disfrazado de mimo y actuando en escena era una vileza repugnante. El rigor de la sátira equipara ambos extremos.

Queda un último aspecto por dilucidar, y en ello voy a diferir radicalmente de cómo lo hice treinta años atrás 85 . Juvenal tiene pasajes muy obscenos, descripciones de depravaciones sexuales que hieren verdaderamente el pudor. No es la suya una lubricidad que si se afinara y se potenciara con delicadeza desembocaría en la gracia, como es el caso muchas veces de Marcial; en todo caso, si se hiciera con los textos de Juvenal se desembocaría en la catástrofe y en la ruina de una vida. Da lo mismo. Yo lo justifiqué hace treinta años diciendo que Juvenal no se puede poner en todas las manos (y esto sigo afirmándolo todavía) y añadiendo que aquí actúa la exigencia irreprimible de llegar al fondo de las cuestiones, y que la vergüenza que deben engendrar tales protagonismos es un revulsivo eficaz para determinadas situaciones. Hoy no pienso exactamente así. Ya el humanista Heinsio 86 señalaba: «¡Vaya torpeza e indignidad defender la castidad con textos que un casto no puede leer!». Heinsio señaló la buena dirección, pero no llegó al final. Desde nuestra perspectiva este aspecto de Juvenal es tan inexplicable como antes. Aquí el satírico tenía menos fronteras que en otras partes. Desde su mentalidad no podía intuir límites. Nosotros sí, por descontado desde otro enfoque. Abro el Libro y leo, Mt. 5, 8: «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios».

MANUEL BALASCH

Cornellá de Llobregat, 8 de febrero de 1990.

Sátiras

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