Читать книгу El único e incomparable Bob - Katherine Applegate - Страница 31
ОглавлениеSobre la poesía del hedor
Por supuesto, no todos pueden oler lo que yo huelo. Mi nariz es mil millones de veces más útil que la de un humano.
Los perros somos expertos en el olor. Estudiantes de los aromas. Analizamos el aire de la misma manera en que los humanos leen poesía, en búsqueda de verdades invisibles.
Y no sólo olemos las cosas buenas y malas que las personas perciben con sus deficientes narizotas. Las más comunes: palomitas de maíz y lilas y lápices recién afilados. Pañales y coles de Bruselas y mofetas asustadas.
No, nuestras narices lo captan todo, hasta el doble arcoíris en abril. Los humanos tienen suerte si perciben un día nublado en noviembre.
Captamos esa molécula de carne asada danzando en el viento a ochenta kilómetros, en la ordenada cocina donde acaba de salir del horno.
Captamos el polo helado de caramelo de cereza debajo del asiento trasero de ese Honda dieciséis coches adelante en la autopista, durante la hora de mayor tráfico.
Captamos cosas que los humanos ni siquiera en sus sueños podrían percibir. Somos los que encontramos al bebé milagrosamente acurrucado en su cuna, bajo toneladas de escombros, después de un terremoto.
Somos los que hallamos a los excursionistas perdidos en terrenos agrestes después de olisquear rápidamente un calcetín sudoroso.
Incluso podemos decir cuándo alguien está enfermo. Podemos oler convulsiones futuras y cáncer y dolores de cabeza. Intenta que tu conejillo de Indias haga eso.
Olemos también los sentimientos. La tristeza tiene un aroma agudo, con un toque de dulzura. La tristeza huele como estar perdido en un bosque invernal cuando el sol se acuesta.
¿Y la felicidad? La felicidad es la mejor, pero siempre se percibe un dejo de melancolía en los bordes. La felicidad huele como un helado de beicon servido en un caro zapato de piel.
Te encantará, pero sabes que no durará para siempre.