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Creamos milagros y maravillas


Hora y media después, Sabito y yo regresamos al campamento del ejército. Nos encontrábamos en la región central de Nedarra, aproximadamente a medio día de camino del río Telarno.

Estábamos muy cansados pero satisfechos de nuestros esfuerzos, aunque Gambler fue quien hizo la mayor parte de la labor. Luego de que el último eshwin cayó, Gambler decidió quedarse atrás, para así tener el gusto de “cenar a solas”, según nos dijo.

—¡Byx! ¡Estás toda ensangrentada! —gritó mi amigo Tobble al salir a recibirnos.

Bajé de Caos ya cerca de la fogata central del campamento.

—No es mi sangre, Tobble.

—¿Estás segura? —me tocó con sus patitas diminutas, en busca de heridas.

—Estoy bien, Tobble. Más que bien. ¡Estuve en una cacería!

—Eso veo —murmuró, mirando la especie de trineo provisional del cual Caos venía tirando.

Habíamos entrelazado ramas con ayuda de lianas anudadas, para apilar allí tres eshwins. El resto los habíamos dejado atrás para que los recogieran los soldados. Un ejército en movimiento siempre necesita provisiones.

—Debí acompañarlos —me lanzó una mirada acusadora.

No le había confiado mis planes a mi fiel compañero wobbyk. Adonde quiera que yo fuera, inevitablemente me acompañaba él, y yo ya tenía suficientes dudas de mis habilidades de caza para además tener que preocuparme por su bienestar. Por más que su valentía iguale la de un ejército entero, su tamaño es apenas una fracción del mío. Siento que mi deber es protegerlo, y a él le sucede lo mismo conmigo.

Tobble y yo formamos una pareja bastante peculiar. Mientras que los dairnes tienen rasgos semejantes a los de un perro, los wobbyks parecen más zorros bien alimentados. Tienen grandes ojos, orejas aún más grandes, tres colas, y son de naturaleza amistosa y conversadora. Son extremadamente corteses y, en apariencia, todo menos amenazantes.

Pero esa amable imagen de su exterior esconde un corazón de guerrero. Es increíble la furia a la que puede llegar un wobbyk cuando lo llevan al extremo. Ya había visto a unos cuantos soldados del Murdano ser víctimas de su locura salvaje.

—Perdóname, Tobble —me disculpé—. Debí invitarte. La verdad es que yo temía no estar a la altura de lo que se necesitaba. Y no quería tener que preocuparme también por ti.

—Yo puedo cuidar de mí —dijo, levantando la quijada.

Le di una palmadita en el lomo.

—Eso lo sé muy bien.

Tobble refunfuñó entre dientes. Logré captar las palabras “imprudente” y “alborotada” y, como Tobble es un wobbyk y los wobbyks son extremadamente bien educados, también oí que decía “no te preocupes” y “estoy seguro de que tuviste buenas razones para hacerlo”.

Reconocí a uno de los palafreneros que se encargaba de alimentar y dar de beber a los caballos.

—¡Dontee! —lo llamé—. Corre a decir a los cocineros que encontrarán muchos más eshwins a poco menos de un kilómetro hacia el oeste. Que deben enviar una carreta.

—¿Eshwins? —repitió Dontee con cierto terror.

—No te preocupes. Ya no podrán hacerle daño a nadie.

—Entonces, ¿ahora eres la increíble dairne cazadora? —bromeó Tobble—. Sin ánimo de faltarte al respeto, amiga mía, creo que debes darte un buen baño en el río. ¡Apestas a eshwin!

—Son unos animales repulsivos —dije—. Y sólo sirven para que otros los coman.

—Eso de que no sirvan para otra cosa es equivocado —anotó Sabito con su áspera voz de raptidonte. No me había dado cuenta de que estaba flotando en vuelo un poco detrás de mí, aprovechando la brisa—. Los eshwins desentierran las raíces de los burellos, y eso ayuda a que estos árboles se reproduzcan. Y los burellos, a su vez, sirven de hogar a muchas otras especies que viven en árboles. No hay criatura inútil, Byx. Cada una es una pieza de un rompecabezas tan vasto que nadie puede verlo en su totalidad.

Clavé la vista en el suelo, disgustada.

—Perdón —se excusó Sabito, suavizando su tono—, no tenía intenciones de sermonearte. Y te doy la razón en eso de que los eshwins no son precisamente los animales más encantadores.

Logré sonreír. Pero Sabito tenía razón. Todas las especies tienen su papel.

Yo, entre todos los seres, debería saberlo.

Alguna vez, los dairnes vivieron por toda Nedarra, nuestro hogar, en grandes cantidades. Ahora sólo quedaba un puñado. Y por un tiempo llegué a pensar que era la última dairne en el mundo: la única superviviente.

A los dairnes siempre se les cazó por su sedoso pelaje. Pero ésa no es la única razón que llevó a mi especie al borde de la extinción. Demasiados de mis semejantes han sido asesinados a causa de esa destreza única que tenemos: la capacidad de saber cuando alguien miente.

Es el don y también la maldición de mi especie.

Los humanos codician nuestro pelaje pero le temen a nuestra habilidad para detectar la mentira.

En los últimos tiempos he aprendido un poco sobre los humanos. Sus deseos podrán ser poderosos, pero sus miedos lo son todavía más.

Aunque, a decir verdad, eso quizá se extienda a todos. En estos últimos días pareciera que el miedo nunca me abandona ni se separa de mí, como una sombra.

—¿Ves al más pequeño en el trineo? —le pregunté y oí luego una incómoda mezcla de orgullo y vergüenza en mi voz—: A ése lo cacé yo.

—Una vez más —dijo Tobble contemplando los cadáveres ensangrentados e inertes—, agradezco que los wobbyks no somos carnívoros —se encogió levemente de hombros—: Cada quien tiene su lugar —dijo—. Los insectos, los pájaros, la humanidad.

—¿Qué era eso? —preguntó Sabito.

—Es parte de un poema titulado Introducción al mundo para un joven wobbyk.

Sabito se posó en una roja rama de árbol de mara.

—Me gustaría mucho oír el resto —dijo—. ¿Se menciona a los raptidontes?

—Figuran las seis especies gobernantes —Tobble se acomodó con cuidado las colas trenzadas—. También los wobbyks, por supuesto.

—Por favor, Tobble —dije—. A mí también me gustaría oírlo.

—No sé si me acuerde del poema entero —admitió—, pero lo intentaré.

Tobble tosió para despejarse la garganta. Y comenzó con voz suave pero clara.

Sigilosos los felivets acechan su presa,

evitan el día y atacan por sorpresa.

Bajo el suelo los terramantes túneles cavan

entre la oscuridad su trabajo nunca acaban.

En lo más profundo, los natites nadan y nadan

en mares y océanos, ellos tienen su morada.

Los raptidontes en vuelo se elevan al cielo,

y miran desde arriba cuanto sucede en el suelo.

Los dairnes tienen una rara habilidad,

pues en todo lo que oyen, distinguen la verdad.

La humanidad nunca está satisfecha,

entre ambición u orgullo, se mueve cual flecha.

Los wobbyks, de buen corazón y temple fiero,

son también una parte del mundo entero.

Cada quien tiene su lugar,

los insectos, los pájaros, la humanidad.

entre todos creamos milagros y maravillas,

así como siempre llega un nuevo día.

Tobble terminó con una pequeña reverencia. Yo lo aplaudí y Sabito agitó las alas.

—Me gustó bastante —dijo—, aunque los raptidontes no seamos muy dados a la poesía en realidad.

—Creamos milagros y maravillas —rematé con un suspiro—. Yo diría que los milagros escasean en estos tiempos.

—Vamos a salir de ésta, Byx —dijo Tobble—. El Ejército de la Paz triunfará. Tenemos que hacerlo.

Contemplé las interminables filas de tiendas polvorientas que se extendían frente a nosotros como enormes lápidas.

—Cómo quisiera compartir tu optimismo.

¡Qué abrumada sonaba! ¡Qué apática! ¿Qué le había sucedido a la Byx de antes?

No hacía mucho, yo no era más que una tonta cachorra. La renacuajo de mi camada. Retraída, ingenua, impaciente por ver el mundo.

Pues lo cierto es que se había cumplido mi deseo. Había visto demasiado del mundo. Había presenciado suficiente dolor y peligro y muerte para bastarme en varias vidas.

Ya no era esa Byx, la inocente soñadora, curiosa y despreocupada. La cachorra que podía quedarse mirando durante horas un enjambre de murciposas de alas de arcoíris que bailaban en el viento.

La Byx de siempre no iba a lanzarse a todo galope a matar eshwins, gritando triunfante como una tonta al verlos caer.

Tal vez Tobble tenía razón y nos aguardaban tiempos mejores. Tal vez esa antigua Byx estaba oculta en mi corazón, por el momento.

Tal vez.

Por lo pronto, debía ir a lavarme toda la sangre ajena que tenía untada en el pelaje.

La única

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