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La embajadora Byx


No lejos de la villa, aguas abajo, el río Telarno formaba un meandro amplio, en el que había un remanso de aguas lodosas color marrón a la sombra de los sauces. No quedaba a gran distancia del campamento, así que Kharu, Renzo, Tobble y yo fuimos a pie. Bodick y tres soldados iban detrás de nosotros, a cierta distancia. Kharu quería transmitir con claridad el mensaje de que el Ejército de la Paz era justamente eso: pacífico.

El natite estaba aguardando nuestra llegada, o al menos eso me aseguró Kharu. Pero yo nada vi.

—¡Embajador! ¡Embajador Delgaroth! —gritó.

Las aguas se abrieron casi sin alterarse y el natite subió a la superficie. Delgaroth era del mismo azul profundo que el cielo al anochecer, con marcas de un verde vívido en los costados y la cara. Sus ojos eran grandes para ser los de un natite, con el iris azul oscuro rodeado por un anillo de turquesa claro. Al parpadear, lo hacía con uno o los dos juegos de párpados. El primero era opaco, el segundo, translúcido. Me habían dicho que los párpados transparentes les permitían a los natites ver bajo el agua.

—Muy buenos días tenga usted, embajador —dijo Kharu con un movimiento de cabeza.

—Y que también los tenga usted, Señora Kharussande Donati —contestó Delgaroth.

Me sorprendió lo fácil que era entender lo que decía. A los natites les cuesta articular los sonidos cuando respiran aire. También hablaba a un buen volumen, casi gritando, tal vez porque estaba acostumbrado a hablar bajo el agua.

—Le presento a mis compañeros y además buenos amigos, Renzo y Tobble, y a mi embajadora, Byx de los dairnes —dijo Kharu.

Tragué en seco al oír las palabras “mi embajadora” pronunciadas en voz alta. Tuve que convencerme de que Kharu estaba hablando de mí.

Delgaroth escasamente echó un vistazo a Renzo y a Tobble. En lugar de eso concentró su intensa mirada en mí.

—Es la dairne.

—Como puede verlo —contesté, algo sonrojada. Sentí que debía hacer algo así como una reverencia, cosa que hubiera sido ridícula.

Delgaroth cerró con firmeza sus labios de un rojo oscuro, dirigiéndose a todos.

—Nuestro viaje tomará casi dos días.

—¿Será en una embarcación? —preguntó Renzo, aunque no había una a la vista.

—Es una embarcación un poco diferente a las que están acostumbrados —Delgaroth apuntó con uno de sus seis tentáculos—. Está en el fondo del río.

Renzo y yo cruzamos una mirada de incomodidad.

—Sí —murmuró—, dijo “en el fondo”.

Era lo que me había temido. Ya habíamos tenido la extraña experiencia de viajar bajo el agua en otra ocasión, gracias a la teúrgia de los natites. Suspendidos en burbujas gigantescas, habíamos sobrevivido, pero había sido irreal y perturbador, por decir lo menos.

Delgaroth salió del agua y se sentó en la orilla.

—¿Son capaces de nadar? —preguntó.

Lo éramos, aunque a ninguno le entusiasmaba la idea de demostrarlo.

Renzo dijo:

—Hummm… Voy cargando este… este objeto pesado. Para ser franco, se me dificultaría mucho nadar con él.

—¿Le importaría decir que es ese objeto? —inquirió Delgaroth con cortesía.

Respondí antes de que Renzo pudiera hacerlo.

—Más adelante, tal vez, cuando hayamos conocido a su reina, y tengamos tiempo para contar nuestras historias.

Delgaroth dejó pasar mi respuesta aunque miró con extrañeza hacia mí.

—Si están listos, los invito a abordar mi humilde nave. Basta con que vayan internándose en el río. Estarán totalmente a salvo, se los aseguro, envueltos en miles de pequeñas burbujas. Pero tengan cuidado de que la corriente del río no los haga caer. Ustedes, las criaturas terrestres, siempre se están tropezando y cayendo.

—Como líder de esta expedición, Byx —empezó Renzo, dando un paso atrás—, tú deberías ir primero.

—Qué tontería —respondí—. Debería ir al final.

—Yo definitivamente no iré primero —dijo Tobble. Era un buen nadador, pero eso no parecía ser motivo suficiente.

Al final, nos pusimos de acuerdo en meternos al río todos al mismo tiempo. La orilla estaba un codo por encima del agua, lo cual quería decir que el primer paso sería un salto, con la incertidumbre de lanzarse a las profundidades. Automáticamente tomamos aire y llenamos nuestros pulmones, con Renzo marcando la cuenta con sus dedos, uno, dos, tres, saltamos a lo desconocido.

Y fuimos a dar en una parte donde el agua nos llegaba apenas a los tobillos.

No sabría juzgar las caras de los natites, pero estoy segura de que Delgaroth hacía grandes esfuerzos por no reírse de nosotros.

Kharu, por su parte, estaba doblándose de la risa.

Y así fue como comenzó mi labor como embajadora.

¿Cómo explicar la extraña sensación de meterse a un río, con agua que te rodea por todas partes y, a pesar de eso, permanecer completamente seco? Era teúrgia, claro, y no era buena idea confiarse demasiado en la magia, pero los encantamientos de Delgaroth eran poderosos. Incluso con el agua helada llegándome al cuello, me encontraba seca.

—Bajaremos con rapidez —nos advirtió Delgaroth y saltó de vuelta al río—. Yo los guiaré.

Me detuve y observé a Renzo dar un paso, con el agua hasta la cintura, y luego otro paso. Un poco más y cayó hacia delante, agitando los brazos.

—¡Aaahh! —gritó y desapareció bajo las aguas turbulentas.

Rápidamente se puso en pie, para quedar con el agua hasta el pecho, que era un nivel algo por encima de mi cabeza, y bastante más arriba que la de Tobble, que seguía cerca de la orilla.

—¡Oigan, esto funciona! —exclamó Renzo—. ¡Y además hace cosquillas!

—Aquí vamos —dije. Contuve la respiración y me sumergí. Para mi alivio y maravilla, las diminutas burbujas teúrgicas se extendieron y cubrieron mi cabeza. Respiré con cautela. Las burbujas se movieron hacia mi nariz, reventándose y expulsando aire.

¡Aire!

Si caminar bajo el agua es difícil, respirar es aún más. El instinto trata de evitarlo. Y ahí estaba yo, respirando en la corriente, con pequeños jadeos que me hacían cosquillas en la garganta y me daban ganas de reír.

A pesar de que ya antes había visitado el reino subacuático, éste era bastante diferente. En lugar de una ola de vez en cuando, aquí había una corriente constante. Tal como lo había predicho Delgaroth, me costaba mantener los pies abajo para apoyarme en ellos.

—¡Socorro! —oí que gritaba un Tobble atribulado en la parte menos profunda—. Lo siento mucho y no quiero dar problemas, ¡pero necesito ayuda!

Las cortas patas de Tobble pateaban frenéticamente cuando lo vi pasar a mi lado, envuelto en su propia burbuja. Traté de agarrarlo por un pie, pero no lo conseguí. Renzo, desde el otro lado, no pudo más que manotear.

Y allá fue Tobble, un wobbyk dentro de una burbuja.

Y no estaba precisamente feliz.

Yo estaba a punto de salir a la superficie para nadar tras él, pero vi por el rabillo del ojo algo que nos aventajaba a una velocidad asombrosa. Era Delgaroth, en su elemento natural. El embajador natite atrapó a Tobble sin problemas. Buscó en la bolsa plateada que llevaba al hombro, y le entregó a Tobble un pequeño ladrillo.

—No lo vayas a soltar, amigo wobbyk —dijo Delgaroth—. Es kurz, un metal muy pesado que se encuentra bajo el mar.

Con el kurz entre manos, Tobble tenía lastre suficiente. Y yo le ayudaba a mantener los pies en el lecho del río al agarrarlo por el hombro.

—Eso fue emocionante —dijo con voz temblorosa.

—Todo va a ir bien —contesté.

—Estaría más convencido si no sintiera el temblor en tu mano.

—Tengo más kurz —dijo Delgaroth mirándonos a Renzo y a mí —, si lo necesitan.

Los dos negamos con la cabeza. Con el escudo y la corona que nos servían de lastre, teníamos menos dificultades que Tobble.

—Síganme, y si tienen algún otro problema, sólo tienen que gritar —nos dijo Delgaroth.

—Claro que vamos a gritar —dijo Renzo. Su voz, al igual que la mía y la de Tobble, se oía amortiguada. Cosa rara, la de Delgaroth resultaba más clara. Había algo en la naturaleza de las voces de los natites que las hacía sonar como música una vez que estaban bajo el agua.

Un enorme bagre nadó junto a nosotros y me miró con desaprobación. Sentí el empuje constante del agua, y al recostarme en él pude mantener los pies en el fondo. El lecho del río, algo que pocas veces había podido ver desde la superficie, era una mezcla de arena colorida formando remolinos junto con piedras rutilantes. Aquí y allá vi tiras de algas y uno que otro parche de lo que parecía ser hierba crecida, con franjas azules.

Al fin, cerca de lo que podía ser el punto medio del río entre una y otra orilla, llegamos a algo que no era ni arena ni piedras, ni algas ni peces. Era una nave que flotaba sobre el lecho, a un nivel tan alto como el doble de mi estatura. A pesar de que no era tan grande como un barco que surca los océanos, sí medía de largo unas diez veces mi tamaño. Y carecía de un elemento vital para un barco: la vela. Comenzaba y terminaba en puntas agudas, y refulgía con destellos irisados que cambiaban de color con cada nuevo rayo de luz.

—Es una barcabrena —explicó Delgaroth.

—¿De qué está hecha? —pregunté, esperando que me diera razones para tranquilizarme.

—De un tipo de cuerno, que parece un colmillo largo —dijo Delgaroth—. Dos de ellos, de hecho. De un narvalik, un tipo de pez.

—¿Cuernos? ¿Un pez con cuernos?

Delgaroth tal vez sonrió.

—Hay muchos más misterios en las profundidades de lo que podría imaginar, embajadora Byx.

Y ahí estaba, saliendo de boca de un natite: embajadora Byx.

Era la primera vez que ostentaba un título, y me parecía demasiado grandioso para alguien como yo. Pero eso es lo que yo era, justamente: la embajadora de Kharu. Una dairne despachada para parlamentar con los natites en representación de una humana.

La vida a veces nos sorprende.

A veces quisiera que dejara de hacerlo.

La única

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