Читать книгу La única - Katherine Applegate - Страница 9

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Una muy buena pregunta


Me llamo Byx. Soy una dairne.

Aunque no soy una gran cazadora.

Entonces, ¿por qué me ofrecí para ir con mis amigos Sabito y Gambler a cazar eshwins?

Buena pregunta. Es una muy buena pregunta, en verdad.

—¿Puedes percibirlos, Byx? —me preguntó Gambler con su voz ronca y grave—. Tu olfato es mejor que el mío.

Gambler es un felivet, una enorme criatura semejante a un felino. Su pelaje es negro y reluciente, como una piedra de río, a excepción de unas cuantas líneas blancas que le cruzan la cara. Sabito es un raptidonte, un depredador de gran tamaño, cuyas alas extendidas abarcan tanto como lo que mide Gambler del hocico a la cola.

Gambler cuenta con su rapidez, sus garras y sus colmillos. Sabito, con su velocidad, sus garras y su pico.

¿Yo? Yo cuento con mi andar torpe, mi piel blanca y sedosa, y unos dientes que no asustarían ni a un gatito.

Por otro lado, al igual que los perros (con los cuales tenemos más que un leve aire de familia), los dairnes tienen una nariz privilegiada.

—Los detecto —dije desde mi puesto, a lomos de Caos. Mi caballo plata moteado caminaba con cuidado, posando los cascos sobre piedras sumergidas en un arroyo poco profundo—. Pero no puedo determinar con precisión la dirección de la que viene el olor porque el viento sopla en ramalazos intermitentes.

Cuando llegamos al otro lado, Caos trepó a la orilla mientras yo me aferraba a él con todo mi ser. El terreno frente a nosotros era llano y abierto, con árboles jóvenes muy espaciados entre sí, y rápidamente alcanzamos a Gambler que corría veloz.

Ver a un felivet cazar es algo maravilloso. No corren sino que se deslizan.

Sabito descendió y planeó un poco por encima de nosotros. Era capaz de flotar así por breves periodos, ajustando en sus alas una pluma o dos y aprovechando el impulso ascendente del aire que subía al contacto con el suelo calentado por los rayos del sol.

—Están justo al frente –reportó Sabito—. ¿Ven la pradera? Allá, detrás de la hilera de cipreses altos.

Donde el poder de mi olfato había fracasado, su vista de raptidonte había triunfado. ¿Qué tan increíble es el ojo de un raptidonte? Sabito era capaz de leer un libro por encima de mi hombro, incluso desde el aire, mil codos más arriba.

—Tal vez, amigo Sabito, podrías tratar de acecharlos desde atrás, y estar preparado en caso de que huyan.

—Me parece que planean quedarse allí un rato —contestó Sabito.

—Entonces, la cena está servida —repuso Gambler.

Hubo una época en que los felivets cazaban a mis semejantes, pero eso ya no sucede. En todo caso, cuesta mucho ser una dairne en las cercanías de un felivet hambriento y no sentir algo de aprensión.

Las garras de los felivets son como puntas de flecha. Sus mandíbulas son capaces de romper rocas. Gambler podrá ser un amigo fiel, pero también es un asesino implacable y eficiente.

Eso me lleva de nuevo a la pregunta. ¿Por qué me ofrecí a salir en esta expedición de caza? ¿Por aburrimiento? ¿O sería para sentirme útil en el Ejército de la Paz? ¿O por la necesidad de demostrar que no tenía miedo?

Porque yo sentía miedo, por supuesto. Éramos un felivet, un raptidonte y una dairne contra una manada de doce eshwins hambrientos y frustrados. ¿Teníamos alguna probabilidad de éxito? No muchas.

Los eshwins son criaturas extrañas. Parecen producto de una cruza entre un jabalí salvaje y una rata hinchada. Tienen unos peligrosos colmillos curvos y la costumbre de ensañarse con los blancos más indefensos: las crías, los enfermos y los débiles. Esta manada de eshwins, en particular, había atacado a una familia de zapateros que seguía al Ejército de la Paz.

Se llama el Ejército de la Paz, y no el Ejército que Permite que los Eshwins Ataquen a otros Impunemente. Estábamos allí para asustar y alejar a los esh­wins. Si es que eso era posible.

¿Y si no? Bueno… ahí estaba Gambler.

Llegamos al galope a una pradera amplia salpicada de florecillas medio marchitas, con los cascos de Caos haciendo resonar la tierra. El pasto era alto y servía para ocultar por completo a un eshwin al acecho. Pero nada, nada, puede ocultarse a los ojos de un raptidonte.

—Emboscada al frente —nos advirtió Sabito—. Se dividieron a derecha e izquierda, para abalanzarse sobre ustedes una vez que pasen.

—Estamos preparados —dijo Gambler.

Tal vez él lo estaba. Yo no.

Templé la rienda a Caos que se lanzó a galope tendido. El viento me alborotó el pelaje y llenó mi nariz de mil olores, incluida la peste rancia de los eshwins, y el olor acre y metálico de mi propio pavor.

—Tienen a cuatro que los siguen más atrás y ocho al frente, en la hilera de árboles —reportó Sabito—. ¡Los cuatro que vienen atrás están cerrándose rápidamente sobre ustedes!

—Byx —dijo Gambler con un tono de voz en completa calma—, ¿podrías hacer una pequeña locura?

—¿Algo así como acompañarlos en esta cacería? —pregunté jadeante.

—¿Te importaría mucho dejarte caer del caballo?

—¿Que si me importaría qué?

—Quiero que crean que estás indefensa.

—¡Estoy indefensa!

—Esa tupida mata de hierbas que ves delante servirá para amortiguar tu caída.

Gambler planeaba usarme como carnada.

Todos tenemos nuestras fortalezas y nuestros puntos débiles y debemos aportar lo que podamos. Al menos, eso fue lo que me dije a medida que Caos se acercaba al matojo.

Me preparé, sacando mi pata izquierda del estribo.

Más cerca. Los cascos marchando.

Más cerca aún.

Al deslizarme por el flanco derecho de Caos me oí gritar. La caída sobre el matojo fue lo suficientemente fuerte para sacar el aire de mi pecho, pero la hierba y los macizos de hongos amortiguaron el impacto y pude sentarme…

Justo en el momento para toparme de frente con los colmillos de un eshwin enfurecido.

Se abalanzó sobre mí con la cabeza baja, y no hubo manera de que pudiera esquivarlo a tiempo.

Arremetió contra mí, soltando su gruñido triunfal, ¡errrOOOT!, y babeando y echando espumarajos por la boca, anticipando el momento en que sus colmillos desgarrarían mi carne.

—¡Noooo! —grité, con pánico en la voz, en las cuatro patas, en el corazón.

Fue ahí cuando un manchón negro saltó fuera del lugar donde acechaba, con las garras a la vista y las fauces abiertas. Gambler embistió al eshwin. Tres segundos después, la bestia estaba lista para ser desollada y asada.

Uno menos. Quedaban once.

Todavía quedaban tres más atrás, que se acercaban a toda velocidad, abriéndose camino en el pastizal. Pero debido a la altura de la hierba, no podían verse entre sí y seguramente no se habían enterado de que uno de los suyos ya estaba muerto.

Sabito se precipitó desde lo alto como una estrella fugaz. Agitó las alas para reducir su caída, y fue a golpear a uno de los eshwins, hundiéndole las garras en la cabeza.

Gambler, por su lado, se encargó de los otros dos. Tres más estaban listos para llenar la olla.

Mientras tanto, los ocho que se ocultaban en la hilera de árboles decidieron, ingenuamente, salir a ayudar a sus compañeros caídos. Avanzaron en bloque, gruñendo y chillando, una muralla de pelaje pestilente, colmillos brillantes y ojillos colorados.

Encabezando el ataque iba una criatura tan grande que parecía más un caballo que un eshwin. Era vieja y se le notaban las cicatrices de sus muchas, seguramente victoriosas, batallas.

Vi que Gambler abría los ojos de par en par, cosa que no resultaba tranquilizadora.

—Yo me encargo de su líder —dijo—, pero tú, Byx, lo mejor será que huyas y busques protegerte.

—¿Que huya?

—No puedo ocuparme de ella y del resto a la vez. ¡Huye!

Gambler avanzó para interceptar a la reina de los eshwins. Sus compañeros se desplegaron a izquierda y derecha, con la intención de rodearnos mientras su líder se enfrentaba a Gambler.

Caos había llegado hasta mí de nuevo. Tomé sus riendas y monté de vuelta en la silla. El camino estaba despejado hacia atrás, listo para permitir mi retirada.

No soy cazadora ni tampoco guerrera, y estoy muy lejos de ser una heroína. Todo lo que tengo de racional estaba con Gambler: era hora de que huyera.

Pero Gambler era mi amigo.

Más que eso. Era mi familia.

Desenfundé mi insignificante espada y azucé a Caos hacia la batalla.

La única

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