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Capítulo VI

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Emma

No tenía pensado almorzar con ellas. La verdad era que no quería estar cerca de Victoria. Pero aquella petición salida del sombrero, era casi como una forma de disculparse nivel Dios todopoderoso. Ella jamás se había puesto nada mío. Nunca. Y ahora me pedía que hiciera su vestido de novia.

Un vestido que vería toda la familia. Que vería mi madre.

Fuimos a un local cercano al taller que servía un menú económico pero contundente. Me había comido la mitad de mi plato de sorrentinos y aún no terminaba de procesar el pedido de Victoria.

Era todo tan inverosímil. Quería que le diseñara su vestido de novia, de N-O-V-I-A. ¿Por qué justo ahora? ¿Era una forma de pedir disculpas por lo que había sucedido? ¿O lo había pensado con anticipación? Por supuesto, no me negué. A fin de cuentas, diseñar era lo que me gustaba, y poder hacer un vestido de novia, algo en lo que hasta el momento no había tenido la oportunidad de trabajar, me tenía bastante entusiasmada. Y aterrada al mismo tiempo.

Victoria iba a lucir un Vaughn original frente a mi madre. Un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Qué pensaría ella al ver ese vestido? ¿Quedaría tan lindo como el de Georgina?

Recordé las palabras de mi clienta, que mi vestido era mejor que los de Erika Pascale. Me sonrojé y mis amigas lo notaron.

—¿Qué te tiene tan contenta? —preguntó la morena como si con el haber aceptado su petición estuviera todo saldado entre nosotras. Movía su tenedor, jugando con su aburrida ensalada César.

Astrid se inclinó sobre la mesa para pincharme con el dedo.

—Yo sé, yo sé. Em está feliz porque tiene un suculento cheque esperando dentro de su bolso a ser gastado —exclamó con voz baja. Parecía loca, le faltaba poco para murmurar redrum.

Pero fue inevitable, estallé en una carcajada.

—Por supuesto que no gastará ese dinero. Lo ahorrarás, ¿cierto? —puntualizó Victoria mirándome a los ojos, quise golpearle la canilla. Inspiré profundo, buscando el rincón de la paciencia en mi pecho.

—Quiero hacer algunos arreglos en el departamento —dije mirando mi plato—. Si tengo suerte y Georgina me recomienda podré ganar esa suma de manera más constante. Tal vez alquile un espacio más amplio, no lo sé. Tengo muchas opciones y falta mucho para pensar qué haré con el dinero en el futuro.

—¡Qué aburrida eres! —bufó Astrid, yo sonreí.

—Descuida, cuando sea famosa te invitaré a los desfiles —bromeé, Astrid rio entusiasmada, a Victoria no pareció hacerle gracia mi comentario.

—Emma —advirtió con cuidado tomando mi mano por encima de la mesa, fruncí la nariz, la quité con suavidad y me acomodé un mechón de pelo que no necesitaba ningún arreglo. Su gesto me intrigó, pero más me sorprendieron sus ojos, que tenían las cejas demasiado ceñidas, como si no supiera qué decir—. Trata de no hacerte ilusiones, por favor —dijo con un tono maternal que me dio escalofríos. Y eso que no conocía los gestos maternales. Abrí mi boca para protestar, pero ella no me dejó—. No me malentiendas, solo… no esperes a que mujeres como Georgina caigan del cielo. Ahorra ese dinero, amiga, porque nunca sabrás cuándo podrás necesitarlo.

Apreté los labios. Mis neuronas habían comenzado a funcionar. Por un lado, le encontraba la razón a ese argumento, pero por el otro... mi cerebro me decía que no la escuchara, porque Victoria nunca apoyaría el hecho de que trabajara de forma independiente.

Mi mente trajo a flote imágenes que ya no recordaba o que bien había suprimido. Como cuando me inscribí en la carrera de Diseño y mi madre dijo que no serviría de nada. Ella en algún punto la apoyó, incluso intentó convencerme de que no podría sobrevivir trabajando sola. Pero mis sueños eran grandes. A pesar de la poca fe que me tenían mi madre y mi mejor amiga yo quería transformarme en una diseñadora famosa mucho antes de haberme inscrito en la universidad. No quería trabajar en una oficina, no quería encerrarme como ella, como mis hermanos, como mi padre, quería tener mi libertad. Libertad que había conseguido poco a poco y que, por lo visto, mi amiga aún no aprobaba.

—Tengo fe en que esta venta me abrirá las puertas, amiga —corté y le dediqué una sonrisa cínica que no pensaba ocultar. Por suerte, Astrid siempre salía en mi salvación.

—No seas fastidiosa, Victoria, comienzas a sonar como mi abuelita Dilmah —dijo y luego agudizó la voz—. «Astrid, si sigues escribiendo reportajes sobre cosas que no existen, te morirás de hambre». —Las tres reímos, la abuela de Astrid era todo un prospecto a viejas infames. Apoyó un codo en la mesa y se hizo a un lado el cabello para mirarnos—. Siempre me dijo cosas que podían destruir mis proyectos, pero si no fuera porque no dejé que eso me hundiera, nunca habría publicado mi reportaje sobre los monolitos de Stonehenge en el Mirror.

—¡Yo nunca he querido destruir los proyectos de Emma, Astrid! —exclamó Victoria ofendida—. Solo veo todo de una forma más realista —agregó con timidez, luego me miró, sus ojos esta vez brillaban—. Sabes que confío en ti, no dejaría mi vestido en las manos de nadie más que no fueran las tuyas, pero me preocupa que te dejes ilusionar por una sola clienta importante. No quiero que te estrelles contra el suelo cuando las alas no te lleven tan alto.

Con mucho pesar, le tomé la mano.

—Está bien, sé que te preocupas por mí, aun así, no necesito que me protejas, si me caigo, será mi responsabilidad. Tengo que aprender a asumir mis errores, eso me dijiste el otro día, ¿no?

Victoria asintió con aquel gesto de culpabilidad aún latente, como un perro al que han regañado y agacha la cabeza elevando los ojos. Se colocó un rizo detrás de la oreja que volvió a salir de su lugar cual resorte.

—Lamento haberte gritado de la forma en que lo hice cuando... ya sabes. —Se mordió el labio—. No encontré el momento apropiado para disculparme —susurró sin mirarme a la cara. Astrid sin embargo intercambió conmigo una mirada elocuente—. Cuando llegué a casa te quería llamar, pero...

—No hablemos de eso —le pedí, aunque por dentro sentí una leve sensación de poder. Había cierta satisfacción cuando veía a Victoria disculparse ante un error que ella había cometido. Dado que era perfecta en todo, le costaba mucho asumir sus errores. Era siempre gratificante verla bajar los humos de su grandeza—. Aunque yo también te debo una disculpa —agregué, con honestidad. Después de todo, había tenido un escape de lengua venenosa cuando le saqué en cara el revolcón de Kendra con mi hermano—. Estaba tan dolida que no pensaba en nada más que en hacer sentir a otros tan mal como yo me sentía —admití.

Victoria apretó los labios.

—¿Quedamos en paz, entonces? Siento que aún hay un vacío entre nosotras —dijo con tristeza. Yo sabía que ese vacío jamás desaparecería porque justo en el medio estaba mi madre, separándonos.

—No hay nada, Victoria —mentí. Podía sentir la distancia a pesar de la cercanía de nuestras manos. Mi corazón necesitaba desahogarse de ciertas cosas. Suspiré—. Me alegraría dejar atrás lo que sucedió el sábado con Caden, dije muchas cosas de las que me arrepiento, y también lamento lo que causé ayer. —En algún momento pensé que debería haberme quedado a pesar de todo el lío que armó mi madre, pero me era imposible seguir compartiendo el mismo espacio que ella—. Sería más simple si no me presentara a los eventos familiares.

Mis dos amigas se miraron, Victoria soltó mi mano y la colocó sobre su regazo junto a la otra, yo arqueé una ceja.

—Ni siquiera lo pienses, tienes que seguir asistiendo, de lo contrario conseguirá lo que quiere —dijo Astrid, la otra la miró rápidamente, yo achiqué los ojos.

—Gracias, As, ahora me siento mucho mejor sabiendo que mi madre no me quiere ver —ironicé.

—¡No, tonta! Ay, no quise decir eso. Tú sabes.

—Hay algo que tienes que saber, Emma —interrumpió entonces Victoria con un tono de voz diferente. No supe identificarlo. Era como si estuviera haciendo algo que no debería, o no quisiera—. Tiene que ver con lo que sucedió cuando te marchaste —agregó.

Quise decir algo, pero mi lengua no funcionó. No estaba segura si quería saber qué había sucedido cuando me marché. ¿O sí? Esperé.

—Sucedieron varias cosas —complementó Astrid después de ver mi reacción, tal vez esperando mi respuesta. La otra asintió. Yo fijé la vista en el soporte para servilletas.

—No es necesario que me cuenten chicas, creo que...

—Es que tienes que entender que no estás sola —dijo Victoria con el ceño fruncido—. Calla y escucha. Yo estaba sentada cerca de Paul, Martan y tu padre, así que pude oír bien lo que decían.

—¡Esto se pondrá bueno!

—¡Astrid, por favor! —exclamó mi cuñada. La rubia me guiñó un ojo mientras la morena volvía su atención hacia mí—. Paul le pidió explicaciones a tu madre por su comportamiento, ya sabes, como no vive con ella hace años, le tomó por sorpresa su actitud contigo. Martan fue quien le explicó que tu madre no puede tolerar ningún comportamiento inapropiado de su propia hija.

Quise que se callara. No quería volver a revivir la sensación de la daga venenosa apuñalando mi estómago. Pero, por lo visto, no se dieron cuenta de mi expresión, porque siguieron con su relato:

—Yo no podía saber lo que estaban hablando, pero sí tenía una magnífica visión de tu madre con la cara roja —acotó Astrid con una sonrisa similar a la de mis hermanos cuando hacían alguna broma.

—Cómo iba diciendo —prosiguió Victoria mirando de reojo a Astrid—, ambos se ensalzaron en una discusión con tu madre, mas ella no quiso seguir. La evadió de manera muy elegante, solo respondió que era algo entre tú y ella y les dijo que no metan sus narices donde no les incumbe.

Debo admitir que el relato de Victoria hasta ese momento no me sorprendía. Todos mis hermanos sabían que yo no tenía una buena relación con mamá y que siempre trataba de destacar lo peor de mí, como si quisiera hundirme.

—Entonces tu padre se levantó dándole un golpe a la mesa —dijo Astrid entusiasmada. Victoria asintió, un dejo de incomodidad apareció en su rostro—. Le gritó que era suficiente y que fuera a pedirte disculpas —continuó. No pude imaginarme la escena porque sencillamente jamás había visto a papá confrontando a mamá—. Tu madre le dijo que te lo habías buscado y que no perdiera tiempo contigo, que ya volverías, que era habitual en —pausó. Victoria, aún incomoda con la situación, movió la cabeza incitándola a continuar—... en ti comportarte como una niña malcriada.

Apreté mis manos, se me había cerrado el apetito.

—Fantástico, es todo lo que siempre quise saber. —Ironía, dolor, acidez. Aún recordaba que aquella discusión se había dado por el tema de Caden. Caden, que no estaba ahí para consolarme por los desaires de mi propia madre.

—No te pongas así, aún no has escuchado todo lo que sucedió —intentó animarme Astrid con aquel timbre tan extraño en ella cuando hablaba de manera normal.

—No quiero saberlo —resolví. Victoria colocó su mano sobre la mesa, como si quisiera imponer una fuerza física que impidiera mi huida.

—Emma, tu padre enfrentó a tu madre, le exigió que dejara de actuar así contigo, sobre todo por el momento de dolor que estabas atravesando, y reveló... bueno, en pocas palabras dijo que le alegraba tu ruptura con Caden porque merecías a alguien mucho mejor.

Una sonrisa asomó en mis labios, pero el nudo en el pecho había vuelto a apretarse. Aunque me costaba imaginar a papá enfrentando a mamá por mí, el solo hecho de saber que había ocurrido, suplantaba el dolor de la daga venenosa.

—Tu padre fue tras de ti —dijo Astrid entonces, sorprendiéndome—. Se disculpó con los padres de Vicky en nombre de tu madre por su comportamiento. ¿Cuál fue la palabra que usó, Vic?

—Desatinado —contestó la otra. Mi cabeza iba de izquierda a derecha como en un partido de ping-pong—. Y no me digas Vicky, sabes que lo detesto.

Astrid se alzó de hombros.

—Como sea, fue a buscarte. Cuando regresó, estaba furioso. Se sentó a mi lado y trató de distraerse con James, Milo y los niños, pero a tu madre no le dirigió la palabra en toda la tarde. Creo que incluso intentó llamarte.

—Todos lo intentamos.

Recordé las llamadas perdidas que tenía en mi teléfono y los mensajes que no había querido contestar. Lo había apagado solo para no pensar en todo lo que me había ocurrido los últimos días. No quería la lástima de nadie.

De repente me sentí fatal. No porque no me agradase saber que mi padre por fin había despertado del yugo controlador de mi madre, sino porque no quería ser la persona que destruyera la relación que ellos tenían. Sabía que papá amaba a mamá, y que discutieran por mí no me hacía sentir mejor.

—Gracias, chicas —dije con una mueca que intentaba ser sonrisa. Si ellas querían hacerme sentir mejor, por lo menos podía tratar de hacerles creer que algo habían logrado.

—Sabemos que no te sentirás mejor por algún tiempo, amiga —adivinó Victoria—, pero no estás sola, incluso yo me sorprendí por la actitud de tu madre —dijo analizando mi cara. Entonces su voz se tornó más gruesa, como cuando defendía las pruebas en un caso desagradable—. Emma, sé que crees que ella te odia, pero debes comprender que ninguna madre odia a sus hijos. Estoy segura de que durante su vida intentó hacer lo mejor por ti, pero no supo enfocarlo de manera correcta. Puede ser un poco exigente, pero eres su única hija, la única en la que puede depositar un poco de ella, solo que le salió algo rebelde.

Soltó una risita cómica y yo apreté los labios, no pude imitarla.

Victoria tenía ese corazón con el que no podía pensar mal de las personas, un talento extraño para alguien que debía enviar criminales a la cárcel. Si le era imposible creer que su prima favorita era una puta de esas caras que se vendían en hoteles cinco estrellas, mucho menos iba a creer que mi madre tenía un odio irracional hacia mí, que sí, debía admitirlo, me dolía como la mierda. Y ¿cómo no sentirme así? Era mi madre después de todo.

No sabía si sonreír o llorar, así que opté por la mejor opción. Saqué la billetera de mi bolso y extraje algunos billetes para pagar la cuenta del almuerzo. Miré la pantalla del celular, fingiendo ver la hora.

—¡Oh, no! —exclamé y me puse de pie con rapidez—. Les agradezco que me hayan contado todo esto, chicas, ya debo irme, tengo que abrir el taller en veinte minutos, no puedo dejar a las clientas esperando.

—¡Pero si recién es la una! —se quejó Astrid—. Quería postre. —Hizo un puchero.

Respondí con un gesto de congoja que no sabía si había resultado creíble.

—Puedes quedarte y pedir el cheescake, aquí lo preparan delicioso —la apremié. Quería salir de ahí lo antes posible. Urgente—. No quiero perder una clienta por llegar tarde. —Le entregué los billetes a Victoria—. Esa es mi parte. Tenemos que juntarnos para ver las medidas y diseños que quieras para tu vestido.

Vi cómo le brillaron los ojos con una ilusión que parecía muy lejana a mi propia realidad.

—Claro —contestó feliz—. ¿Cuándo nos podemos juntar? Esta semana tengo un caso de estafa que me tiene algo ocupada.

Asentí. Siempre tenía algo que hacer, al final era yo la que tenía que adaptar mis horarios a los suyos.

—Yo también tengo la semana muy ocupada, te llamo cuando tenga un día disponible —comenté con un leve dejo de petulancia en la voz. Esta vez ella se iba a adaptar a mi tiempo. Me miró con una expresión bastante sorprendida, pero asintió.

—Te llamaré en la tarde —se despidió Astrid con una sonrisa felina que la otra no podía ver, su gesto de “no te creo nada, pero te has jodido a Victoria de lo lindo” era notorio en toda su redonda cara.

—Sí, claro, hablamos. ¡Nos vemos!

***

Volví tarde a casa ese día. Liam no se encontraba en el departamento, pero había una nota de color verde limón pegada en el refrigerador.

«No sé si llegaré a dormir, no me esperes».

—Como si quisiera —mascullé. La verdad es que me interesaba poco lo que hiciera con su vida mientras no fuera bajo mi techo.

Dejé las llaves sobre la mesa de la cocina y miré la sala, se iluminaba con las luces de los bares y restaurantes que rodeaban la zona cerca del edificio. Encendí las de mi propia casa y, muy a mi pesar, me sentí sola.

No era que Liam fuera la mejor compañía del mundo, pero de alguna manera lo extrañé. Era un gran amigo y, aunque sin querer, había sido el único que estuvo ahí apoyándome el fatídico día. Al menos había hecho que el fin de semana fuera un poco más ameno.

Abrí el refrigerador y encontré un poco de pizza congelada del día anterior. Descongelé algunos trozos y me serví chocolate caliente. Reí, siempre me habían gustado las mezclas extrañas y beber chocolate caliente con pizza era algo que mi paladar hallaba sublime.

Me senté en el sofá y encendí la radio. Podría haber puesto una película en la laptop, pero había algo de magia en el bullicio de las calles alrededor. Me hacía sentir menos sola.

Recosté mi cabeza y cerré los ojos, disfrutando del silencio. Hasta que sonó el celular. Lo tenía sobre la mesa ratona, así que lo cogí de inmediato. Era un número desconocido.

—¿Hola?

—¿Emma Vaughn? —La voz del otro lado era de mujer, pero sonaba pausada y elegante.

—Con ella habla —contesté.

—Querida, me llamo Frances Drumond. Georgina Harrison me dio tu número, creo que la conoces.

El corazón comenzó a bombear sangre a mi cerebro con demasiada rapidez. Asentí con la cabeza, sin darme cuenta de que debía responder con la voz.

—Sí... sí, dígame. ¿En qué puedo ayudarla?

—Verás, estoy en búsqueda de una diseñadora, la mía está de viaje y Georgina me recomendó tu trabajo. Me mostró el vestido que confeccionaste para ella y, querida, debo decir que estoy admirada con el nivel de detalle y minuciosidad que hiciste con ese maravilloso atuendo —dijo la mujer con un inglés musical, embelesada. Mi boca se secó. No me había dado cuenta de que estaba casi encaramada sobre la mesa.

¿Sería amiga de Georgina? Si así era, significaba que ella le había pasado el dato a otra mujer de su mismo estrato social. Se me secó la boca.

—Muchas gracias, señora —respondía pausado, para que los nervios no me delataran. ¿Frances Drumond había dicho? ¿Dónde había escuchado su nombre?

—Oh, por favor, llámame Frances. —Intenté tragar saliva, pero mi boca no respondía.

—Gracias, Frances —me corregí con una sonrisa estúpida en la cara.

—Cariño, quisiera saber si tienes tiempo de ayudarme a diseñar un vestido, es para dentro de dos meses, para la boda de mi nieto, Thomas Michel, el director de...

—La revista Effortless Style —susurré anonadada.

Era mi revista favorita desde pequeña. Aquella revista había sido la inspiración para convertirme en diseñadora. Era como mi biblia. Por supuesto que sabía dónde había escuchado el nombre de la mujer, toda su familia trabajaba en el rubro de la moda.

—¡Exactamente! ¿La conoces?

—¿Conocerla? ¡Es mi biblia!

Juro que mi cerebro colapsó, algo en mis neuronas hizo corto circuito a tal punto que casi me pongo a gritar como una maniática. Pensé en el vestido de mi amiga, pero Victoria aún no tenía fecha para la boda, podía aplazar su vestido si era necesario para poder trabajar con esta mujer.

Frances soltó una risa encantadora.

—¡Qué maravilla! ¿Tienes disponibilidad, entonces?

Respiré hondo.

—Claro que —carraspeé, mi voz estaba a punto de sonar como un pollito afónico—. Claro que sí, Frances. —respondí todo lo formal que pude—. Encantada diseñaré su vestido.

—¡Estupendo! —exclamó ella con un tono demasiado feliz—. Estoy muy complacida de poder quedar en tus manos.

—¿Le parece si la espero en mi taller el jueves a las nueve de la mañana? Le paso la dirección.

—La hora está perfecta, y no te preocupes, linda, Georgina me la dio —dijo con amabilidad, mi corazón latió con rapidez—. Nos vemos, preciosa. Hasta luego.

—Hasta luego —dije en un hilo de voz.

Colgué. Pasaron dos segundos y estallé en un grito. Salté por todos lados, me subí sobre el sofá, sobre la mesita. De repente había olvidado toda la amargura de las últimas horas. Caden había quedado relegado en un rincón de mi pecho mientras duraba la euforia. La adrenalina estaba al máximo.

¡Iba a diseñar para la abuela de Thomas Michel! ¡El director de mi revista de moda favorita!

—¡VOY A DISEÑAR PARA EFFORTLESS!

Chillé como niña y me dejé caer sobre el sofá con las piernas en alto. Esa dicha ni mi madre ni sus comentarios ácidos podrían quitármela.

Todo lo que soy

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