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Capítulo I

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Emma

15 de marzo, 2014

—¡Imbécil, desgraciado, maldito!

Mi histeria alcanzó niveles insospechados. Objeto que se cruzaba en mi camino, objeto que terminaba en la calle porque lo arrojaba por la ventana.

Mis amigas, sentadas en aquel largo sofá púrpura —cortesía de mi hermano—, me miraban esperando a que la tormenta pasara. No querían cruzarse con el ogro, ni con los platos, secadora, batidora o plancha que volaron por la sala. Corrí hacia la habitación y destruí el armario, aunque dejé mi ropa intacta y saqué sin cuidado toda la porquería que pertenecía a aquel infeliz. Astrid llegó bastante tarde para impedir que arrojara todos los trapos por el balcón. Victoria se cubrió la cara con ambas manos, no sé si de vergüenza o en plan de “luego te vas a arrepentir”.

—¡Hijo de puta!, ¡púdrete en el infierno, maldito infeliz! —grité a todo pulmón por el balconcillo, mientras, abajo, en pleno centro de Londres, los transeúntes se reunían a ver el espectáculo.

En medio de toda la lluvia de ropa y de objetos punzantes, estaba él, mirando hacia arriba, cual Romeo arrepentido.

—Emma, preciosa, por favor… ¡Hablemos!

—¡Hablar!, ¿quieres hablar? ¡Hablemos! —grité— ¡Confiesa que te metiste con esa puta barata! ¡Deja en evidencia tu falta de hombría, maldito saco de mierda! —Detrás de mí alguien hizo un sonido parecido a un globo desinflado. Pudo haber sido Victoria, ya la imaginaba intentando pensar en alguna solución para cubrir las consecuencias de mi comportamiento.

Siempre fui demasiado impulsiva. Había llegado a culpar a todo el árbol genealógico de una persona cuando me habían hecho daño. Recordaba que cuando tenía quince años, en medio de una pelea escolar, expuse a gritos la entrepierna usada de la abuelita de una compañera, lo que me costó varios días de castigo y una amenaza de expulsión.

—Emma, basta… —pidió Victoria, sujetándome de un brazo mientras que Astrid lo hacía del otro.

Nunca me gustó llorar, pero no por considerarme una mujer de hierro. Simplemente no me gustaba desperdiciar lágrimas en alguien que no las merecía. Suponía que, si algún día lo hacía, sería porque habría encontrado a una persona que hubiese calado hondo en mi vida como para ameritarlas. Aun así, sentía mis globos oculares arder; no quería derramar ni una sola gota de agua por ese cretino. Pero lo hice. Me sentía humillada, ofendida... dolida.

Sí, podía llorar por humillación. Podía llorar por mí. Yo sí merecía mis propias lágrimas. No podía creerlo... cinco años de mi vida tirados a la basura por culpa de una calentura.

—No vale la pena... —susurró Astrid en un tono poco propio de ella.

Entré a la sala, Victoria cerró la puerta de vidrio que daba al balcón y de inmediato cayó el peso del silencio sobre nosotras. Me repantigué en el sofá y ellas se sentaron una a cada lado. Mi respiración subía y bajaba, ambas me sujetaban de las manos, como si temieran que hiciera algo con ellas.

—No debiste hacer eso... —dijo Victoria en un murmullo al cabo de un rato. La miré sin poder dar crédito a lo que escuchaba.

Ella era mi mejor amiga, la conocía desde siempre. Fuimos juntas a una escuela de señoritas, sin embargo, ella salió con honores, yo... por lo menos logré graduarme. Era preciosa. Tenía su cabello negro con rizos que parecían resortes. Siempre envidié su piel morena, tersa y brillante, su nariz levantada, sus labios con forma de corazón, sus mejillas sonrosadas y sus pestañas muy largas y gruesas. Qué decir de su postura elegante y su forma de vestir: era alta y delgada, tenía el cuello largo y caminaba con una gracia que ni ella misma se daba por enterada. En cambio, yo parecía su contraparte. Mi pelo castaño era largo hasta los codos y, aunque intentaba darle movimiento con un corte en capas, no dejaba de ser aburrido, liso y simple, sin ninguna gracia estética. Mi piel era demasiado blanca, el único adorno eran las pequitas que surcaban mi nariz. Si bien mis ojos eran de un lindo azul, al lado de mi amiga era solo la chica deslavada que le hacía sombra.

Victoria era otra cosa, demasiado hermosa y demasiado perfecta. No podía entender cómo es que habíamos terminado siendo amigas. Ella había nacido en la época equivocada, como mínimo fue una noble en otra vida, tal vez una reina. Me la podía imaginar con esos grandes vestidos renacentistas asistiendo a fiestas con un príncipe. La ironía es que ese príncipe se fue al carajo cuando conoció a mi hermano, con quien salía desde hacía casi diez años. Que no se malentienda, amo a mi hermano, pero Peter se había ganado la lotería con Victoria. Se habían hecho amigos cuando la llevé a casa de mis padres en secundaria, por supuesto no era secreto que él estaba loco por ella, era terrible disimulando. Después de varios novios y decepciones amorosas por parte de mi amiga, casi por arte de magia, se fijó en él cuando entraron a la universidad. Tal vez fue el rugby que lo transformó de un chico desgarbado y flaco a uno atlético y de espalda ancha, pero la verdad estaba más allá del físico. En aquel momento algo sucedió, se alinearon los astros, se vieron a los ojos y ¡bam! Amor a primera vista, como si antes jamás se hubiesen conocido.

Sus palabras causaron algún corto circuito en mi cerebro. Ella sabía por lo que estaba pasando y por eso mismo debía suponer cómo me dolía todo lo que había ocurrido. ¿Qué quería que hiciera?, ¿que dejara ir a Caden sin consecuencias?

—¿Cómo dices? —espeté sorprendida. Ella frunció la nariz como si se hubiese arrepentido de sus palabras.

—No me malinterpretes —se excusó con rapidez—. Entiendo por la situación horrible que estás pasando, pero ¿era necesario todo este espectáculo? Emma, no eres una adolescente, tienes veinticinco años, disculpa por lo que te voy a decir, pero creo que debiste haber sido un poco más racional, ya sabes... —Bajó la voz y desvió la atención hacia la ventana—. Esto traerá repercusiones en tu familia.

¿Así que eso era? La miré boquiabierta, sin poder creérmelo.

—¿No querrás decir que mi querida madrecita tenía sus expectativas puestas en ese imbécil para que fuera mi esposo? —me burlé solo para que aquel deseo no me doliera tanto. Por supuesto, sentí un ácido lacerante recorrer mi pecho, pues yo también me había creado aquellas expectativas. Victoria volvió a fruncir la nariz. Bien sabíamos las tres lo mucho que me gustaba tocar el tema de mi adorable madre.

—Emma —suspiró cerrando los ojos, como si pensara las palabras correctas—. Caden es lo más cercano a una relación decente que has tenido, pero después de esto... —Abrí la boca para protestar, indignada, mas Victoria se me adelantó antes que pudiera retrucarle—. Lo digo por ti. Si te hubieras desquitado con los cojines, llorando hasta la madrugada, comiendo helado, no habría problema. Pero has creado un espectáculo en pleno centro, quedaste como una histérica celópata. Arrojar su ropa, gritarle, humillarlo... hacer de esto un circo... Dios, amiga, si tu madre llega a saberlo dirá que la culpa la tuviste tú, que fuiste demasiado impulsiva.

—¡Él me engañó, Victoria! —dije sin dar crédito a mis oídos. Mi amiga conocía de sobra las actitudes de mi madre hacia mí. De vez en cuando trataba de ayudarme para evadir algún problema, solo que esta vez tenía razones suficientes para hacer lo que hice—. ¡El desgraciado se acostó con esa puta y apuesto lo que quieras a que no era la primera vez! —jadeé intentando apretar los puños, pero mis amigas no me dejaron—. ¡Qué asco! ¿Y si me engañó con más de una? ¿Cómo puedo tener la certeza de que no se metió con otras? ¿Y si me contagió algo?

—¡Emma, basta! —gritó Victoria, y apretó el agarre de su mano con la mía. Astrid a mi lado dio un salto de sorpresa—. ¡Caden tuvo un desliz con Emily! Punto. ¿Fue horrible? Sí. ¿Traicionó tu confianza? Sí. ¿Rompió tu corazón? ¡Rayos, sí! Pero ¡vamos! Tratarla de puta y gritarle a Caden todo eso... no solucionará nada. Si ella le movió el culo y él reaccionó fue porque quiso. ¡Acepta lo que está sucediendo! Si no quieres más problemas, sobre todo con tu madre, tienes que comenzar a actuar con la cabeza fría.

»Nada, y escúchame bien, nada compensa su traición con haberlo humillado en público. Mañana te darás cuenta de que tú habrás salido más perjudicada que él, porque Caden irá tras ella y volverá a su vida de siempre. Sin embargo, tú te quedarás con las repercusiones de todo este espectáculo y no lograrás nada más que quedar como la exnovia histérica.

Me liberé de su agarre y me puse de pie en medio de la sala sintiéndome la villana de la película, la culpable de algo que jamás causé. La rabia afloraba en cada poro de mi piel. Apreté los puños como quería. Los ojos de Victoria, de un castaño ambarino, estaban fijos en mí con esa intensidad que solía usar en tribunales cuando enfrentaba un caso difícil. Mi mejor amiga era abogada, sí, todo un orgullo... especialmente para mi propia madre. La situación completa me superaba, odiaba a todas las mujeres del planeta, pero en particular a Emily Lasester, mi asistente en el taller.

Apreté los labios, no iba a llorar, no podía llorar. Caden había sido una de las pocas cosas buenas que me habían ocurrido. Incluso en algún momento creí que existía la posibilidad de tener un futuro juntos. Era guapo, y había sabido superar mis expectativas. Pero el sueño se acababa ahí. Casi, casi, me había hecho la idea de que podía sorprender a mi madre con un maravilloso anillo de compromiso, algo que nunca se habría esperado. ¿Cuántas veces me dijo que debía cuidar a Caden, que un hombre como él era codiciado y fácil de perder si no le prestaba atención? Aunque no andábamos pegados todo el día jamás creí que él sería capaz de traicionarme.

Cerré los ojos imaginándome a mamá, ya le veía reclamándome por haber perdido un partido como él, culpándome por ser tan imprudente, por no haber alimentado bien la relación, estoy segura de que hasta me culparía de su engaño porque no fui suficiente para él. De mi madre podía aguantar cualquier cosa, estaba acostumbrada. Pero que Victoria, mi mejor amiga, casi hermana, que conocía mi situación, me dijera cosas semejantes, era demasiado para un día.

—Por supuesto —dije sonriendo con sarcasmo, dejando que la rabia fluyera—. Supongo que tú reaccionarías de manera calma y reflexiva si descubrieras a Pete con otra en tu propia cama —mascullé—. ¿Qué te parece Kendra? Es una buena elección, ¿no crees?

Los ojos de mi amiga se achicaron peligrosamente. Astrid nos miró de una a otra, su expresión se contrajo en una clara señal de alarma de «no sigas».

—No es lo mismo y eso es jugar sucio —espetó Victoria resoplando. Un rictus se dibujó en su rostro y sus ojos se desviaron hacia el ventanal.

—¿Me lo vas a negar? —inquirí—. Sabes que es lo mismo. Y Kendra es tu prima, lo que lo hace aún peor. Tienes suerte de que Pete no sea como Caden, porque de lo contrario lo habrías encontrado revolcándose con ella en tu propia cama.

—¡Calla! —saltó del sofá—. ¡Estás hablando de mi prima y de tu hermano, por Dios! ¡Fue una borrachera y ni siquiera lo recuerda! ¡No lo hizo a propósito!

Mi respiración comenzó a temblar, Victoria nunca reconocería que su prima predilecta era una perra de las peores.

—Claro —ironicé alargando la última sílaba—, se emborrachó, se vistió con ligas y llegó a tu casa sin saber cómo, justo cuando Peter se encontraba solo. Sí, me lo imagino. —Suspiré, sintiendo cómo mis ojos se aguaban una vez más. Victoria apretó sus labios formando una línea, Astrid me hacía señas con los ojos, pero no quise ceder, estaba dolida, quebrada. Tenía un punto fijo con quien desahogarme, no me iba a callar, mis ojos picaban, el dolor quería salir por algún lado—. Pobre de ella, lo que debió de haber sentido cuando cayó sobre él y no pudo hacer nada por levantarse. Seguro que sus piernas no respondían y mi pobre hermano, que no es de fierro, no supo cómo reaccionar con tremenda mujer semidesnuda sobre él, lamentable. ¡Pobre Kendra!, es toda una víctima...

—¡BASTA, EMMA! Kendra es una buena mujer, no la vengas a comparar con Emily —exclamó Victoria temblando y poniéndose de pie, enfurecida—. ¡Si tienes problemas con tu vida personal, destrúyela, haz lo que quieras, jódete la vida sola, pero no mezcles la mía con la tuya que yo conozco muy bien a quienes me rodean! ¡Kendra es una buena persona, habría que ser idiota para creer que es capaz de hacer semejante atrocidad! —sentenció. Astrid aún se mantenía impávida, aunque su mirada me decía con todas sus letras «la cagaste»—. Lamento si te cuesta tanto ver la realidad, Emma, pero debes madurar, deja de echarle la culpa a otros y comienza por ti.

Me quedé sin palabras. Victoria agarró su bolso y salió del departamento dando un portazo, Astrid y yo nos quedamos en silencio. Mi respiración estaba agitada, tenía rabia acumulada y estaba harta de que Victoria me culpara siempre de todos mis fracasos.

Astrid por fin habló:

—Se te pasó la mano —advirtió, alzando sus cejas claras—. Sabes que Victoria nunca va a admitir que Kendra es una perra, no puede, se criaron juntas, es como su hermana.

—¿Tú también me vas a recriminar? ¿Nadie aquí quiere ponerse en mi lugar? ¡Caden me engañó! ¡Tiró cinco años de noviazgo a la basura! ¡Me siento una mierda! —No quería llorar, pero las lágrimas caprichosas comenzaron a deslizarse por mis mejillas, tenía rabia, estaba humillada—. ¡Victoria me saca de quicio! ¿Por qué hace eso? ¡Es mi amiga!

Astrid se puso de pie y me abrazó.

—Tranquila, nena, yo estoy contigo —susurró—. Pero no puedes desquitarte con Victoria. Caden es un hijo de puta y la verdad es que el espectáculo estuvo genial. —Me soltó para mirarme y sonrió con picardía—. Aquí el único que quedó mal parado fue él. Además, fuiste amable, si Leroy me hiciera lo mismo terminaría castrado, está advertido.

Mi amiga logró sacarme una risa. Me enjugué las lágrimas con el dorso de la mano.

—Lo que me duele es que Victoria encontró un modo de hacerme sentir culpable... ¿Cómo una mente tan brillante puede ser tan obtusa ante lo lógico? ¡Y es mi amiga!

—Ya sabes lo que dicen: lo esencial es invisible a los ojos —comentó. Se amarró su larga cabellera rubia en una cola alta con un lápiz—. Ella ve solo lo que quiere. En tribunales es una genio, pero en la vida personal prefiere omitir detalles que la dejen en una posición tan retorcida como tú lo estás ahora. —Me miró elocuente—. Ella no sabría cómo reaccionar si le pasara lo mismo que a ti, por eso prefirió creerle a Kendra cuando le dijo que estaba borracha antes de admitir los hechos: que su querida prima se había aprovechado de que ella no se encontraba en la casa para meterse en los pantalones de tu hermano.

Asentí, entendía sus palabras, aunque no dejaba de dolerme que no empatizara un poco con todo el dolor que estaba sintiendo. No obstante, sí me impresionó escuchar a Astrid hablar con tanta lucidez. Ella era esa amiga un poco excéntrica y alocada que ayudaba a que la vida fuera más amena. Era aficionada a los ovnis, cosas paranormales y misterios históricos, por eso había estudiado arqueología y dirigía su propia revista online dedicada a esos temas. Siempre ataba su pelo con un lápiz o un palito chino y tenía un estilo muy hippie chic. Su largo cabello olía a sándalo y era tan rubio y brillante como el de una muñeca. Pero lo que más me gustaba de ella eran sus ojos verdes, gigantes y despiertos. De su boca a veces podían salir muchos disparates, pero era muy observadora, con una inteligencia emocional mayor a cualquier ser humano que hubiera conocido. Era divertido ver que mis dos mejores amigas eran tan opuestas en todo, incluso hasta en sus colores.

Conocí a Astrid en un café literario cuando tenía diecisiete años. Se subió a la tarima a narrar un poema sobre calabazas y zombis, fui la única que le aplaudió, por cortesía. Desde ese entonces no nos separamos más. Admito que nunca pongo demasiada atención a lo que sale de su boca. A veces finjo que la entiendo, pero también ella lo sabe, y sabe que lo hago por respeto. Astrid es feliz mientras la escuchen, aunque no sepas de qué está hablando.

Pero, así como parecía que vivía en las nubes, también exis­tían esas oportunidades en las cuales los astros la ilumina­ban y decía cosas que dejarían al mismísimo Platón como un analfabeto.

—El día que Victoria acepte lo que pasa a su alrededor no sé qué será de ella. Vivir rodeada de una mentira y no querer verla es peor a que te tomen por idiota —refuté sentándome de golpe, ella me imitó y apoyé mi cabeza en su hombro. Me sentía derrotada por algo que ni siquiera era mi culpa—. ¿En verdad crees que hice mal?

Astrid suspiró.

—En términos generales, no, pero creo que no era el momento para desquitarte... —dijo mirando hacia un punto fijo en la pared frente a nosotras. Le miré el perfil, su nariz era puntiaguda y pequeñita, como un duende salido de esas historias de CS. Lewis—. Creo que fue un mal momento para recordarle que su vida no es tan perfecta como ella cree.

—¿A qué te refieres?

Me miró con esos enormes ojos verdes coronados por pestañas tan doradas como su cabello. Sus labios se fruncieron.

—Cuando te llamó más temprano no fue para saludar —dijo mordiéndose una uña, como si temiera meterse en algún asunto que no le incumbía. Mi mente trajo a flote el momento en el que había descubierto al desgraciado de Caden con Emily en mi cama, justo cuando estaba al teléfono con Victoria y yo entraba a la habitación.

—Oh... cierto —asentí dolida. Fruncí la nariz para evitar que mis ojos se humedecieran—. Le arrojé el celular a Caden, no pude terminar de hablar con ella. ¿Sabes qué quería?

Astrid apretó los labios y movió la cabeza imperceptiblemente volviendo sus ojos a la pared. Por un momento me pareció que quería reírse de mi reacción con el celular. Pero luego la noté nerviosa.

—Sí, pero no me corresponde a mí decírtelo. Deberías llamarla más tarde, arreglar las cosas —habló rápido y se levantó, mi cabeza cayó sobre los almohadones—. Al menos, no sé, intenten hacer las paces, pregúntale para qué te llamó. Yo... ya es tarde, debo irme. Suegros a cenar —dijo mostrándome su reloj y cogiendo su bolso que había quedado cerca del mesón de la cocina.

La observé curiosa mientras se dirigía hasta la puerta tropezando a su paso con las cosas que estaban repartidas por el suelo; se arremangó su larga falda para pasar por encima de unos adornos.

—¿De verdad tienes que irte ahora?

Me puse de pie y me acerqué hasta ella. Solo ahí noté cómo me dolían los brazos debido al esfuerzo por lanzar las cosas por la ventana. Mi amiga me tomó ambas manos y me sonrió con ternura.

—Hablamos mañana —dijo con calma—, y por favor, trata de dormir y de no pensar en ese imbécil, no lo merece. —Me abrazó y yo le devolví el apretón. Eso necesitaba, contención, no recriminación. Me dio un beso en la mejilla—. Buenas noches, y cualquier cosa que necesites me llamas. —Miró el desorden—. Pero no para asear, sabes que se me da pésimo —sonrió, imité su mueca, o al menos eso intenté, no tenía muchas ganas de sonreír.

—Gracias por estar aquí... —sentí el nudo en la garganta.

—Cuando quieras —dijo dirigiéndose hacia la puerta—. En serio —aseveró, girando para mirarme—, intenta dormir. Mañana será otro día.

Asentí a medias. Sabía que no podría, mas prefería darle la esperanza de que encontraría algo de paz las próximas horas.

Salió del departamento y sentí la soledad caer sobre mí. Suspiré, me quedé unos segundos con la mirada perdida. Sentía un nudo extraño en el estómago, pero no tenía nada que ver con Caden. Era culpa. Me había invadido una culpa que no era mía. ¿Cómo era posible que Victoria lograra que me sintiera así por sacar a relucir en mi propia desdicha sus problemas con mi her­mano? Me rasqué los ojos y luego miré alrededor: el desorden, mi departamento destruido por la rabia. Volví al sofá y me desplomé en él.

—Juro que nunca más volveré a dejar que me hagan daño, ni un hombre, ni mis amigas... ni siquiera mi madre. —Cerré los ojos, intentando convencerme de ello.

No sabía cuánto me costaría cumplir ese juramento.

Todo lo que soy

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