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Una de las primeras responsabilidades del DMORT cuando se produce un desastre masivo es establecer un depósito provisional en un lugar lo más próximo posible al lugar de la tragedia. En general, los lugares preferidos para la instalación del depósito de cadáveres suelen ser las oficinas del examinador médico y el forense, hospitales, funerarias, hangares, almacenes y cuarteles de la Guardia Nacional.

Cuando llegué al Cuartel de Bomberos de Alarka, el lugar escogido para recibir los restos mortales del vuelo 228 de la TransSouth Air, la zona de aparcamiento principal ya estaba llena y había gran cantidad de vehículos esperando en la entrada. Me coloqué en la larga cola y comencé a avanzar despacio, haciendo tamborilear los dedos en el volante mientras echaba un vistazo a mi alrededor.

La zona de aparcamiento trasera estaba reservada para los camiones frigoríficos que se encargarían de transportar los cuerpos de las víctimas. Vi un par de mujeres de mediana edad que cubrían la valla con un plástico opaco a la espera de una presencia masiva de fotógrafos, tanto profesionales como aficionados, que llegarían para violar la intimidad de los muertos. Una ligera brisa movía y hacía crujir el plástico mientras ambas mujeres se esforzaban por asegurarlo a la valla metálica.

Finalmente llegué hasta donde se encontraba el guardia, mostré mi credencial y me autorizó a aparcar. En el interior, docenas de trabajadores estaban colocando mesas, unidades portátiles de rayos X y aparatos para revelar radiografías, ordenadores, generadores y calentadores de agua. Se limpiaban y esterilizaban los cuartos de baño y se construían áreas para que el personal se cambiara de ropa y descansara. En una esquina trasera se había creado una sala de conferencias. Y en otra estaban levantando un centro informático y la central de rayos X.

Cuando entré, la reunión ya había comenzado. La gente se alineaba junto a las paredes provisionales y alrededor de mesas portátiles que se habían juntado en el centro de la «sala». Las lámparas fluorescentes, colgadas del techo con alambres, arrojaban una luz azulada sobre los rostros tensos y pálidos. Me deslicé hacia la parte posterior y me senté.

El investigador del NTSB, Magnus Jackson, estaba acabando su exposición acerca del Sistema de Mando de Incidencias. El TIC, como llamaban a Jackson, era delgado y duro como un doberman, con la piel casi tan oscura como la de esos perros. Llevaba gafas ovaladas con una fina montura metálica y el pelo gris muy corto.

Jackson estaba describiendo el sistema de «equipo en acción» empleado por el NTSB. Uno por uno fue presentando a quienes encabezaban los grupos de investigación bajo su mando atendiendo a estructuras, sistemas, plantas generadoras de energía, actuación humana, incendios y explosiones, meteorología, datos del radar, registro de sucesos y declaraciones de testigos. Los investigadores se levantaban de sus asientos o alzaban la mano a medida que Jackson repasaba la lista, cada uno de ellos con una gorra y una chaqueta con las letras «NTSB» en letras mayúsculas de color amarillo.

Aunque yo sabía que estos hombres y mujeres determinarían la causa que había provocado que el vuelo 228 de la TransSouth Air cayera del cielo, la sensación de profundo vacío que me inundaba el pecho no desaparecía. Me resultaba muy difícil concentrarme en otra cosa que no fuera la lista de pasajeros del avión.

Una pregunta me devolvió a la realidad.

—¿Se han encontrado la CVR y la FDR?

—Aún no.

La grabadora de voz de la cabina, CVR, registra las transmisiones de radio y los sonidos en la cabina de los pilotos, incluyendo las voces de los pilotos y el ruido de los motores. La grabadora de datos de vuelo, FDR, controla las condiciones operativas del vuelo como la altitud, la velocidad del aire y la dirección. Todos estos factores tienen una importancia fundamental a la hora de determinar la causa probable del accidente.

Cuando Jackson acabó su intervención, un especialista en asistencia familiar del NTSB procedió a explicar el Plan Federal de Asistencia Familiar para Desastres Aéreos. Dijo que el NTSB actuaría como enlace entre la compañía TransSouth Air y las familias de las víctimas. En el Sleep Inn de Bryson City se estaba instalando un centro de asistencia familiar que actuase como central de información para la identificación de las víctimas, recogiendo datos que los miembros de la familia pudieran aportar para ayudar a identificar los restos de un hijo o una hija. No pude evitar sentir un estremecimiento.

El siguiente orador fue Charles Hanover. Tenía un aspecto de lo más corriente, más parecido a un farmacéutico y miembro de los Elks que al presidente de una compañía aérea regional. Su rostro era grisáceo y no podía controlar el temblor de las manos. En el ojo izquierdo tenía un tic permanente, otro movimiento involuntario le deformaba las comisuras de los labios y un lado de la cara parecía saltarle cuando ambos tics actuaban al unísono. Había algo triste y afable en aquel hombre, y me pregunté cómo era posible que Crowe lo hubiese encontrado ofensivo.

Hanover informó de que la TransSouth Air había establecido un número gratuito para atender las consultas públicas. En el centro de asistencia familiar se estaban instalando teléfonos y se había asignado personal que atendiese regularmente a los familiares presentes y que mantuviesen contacto con los que no habían venido. También se había dispuesto lo necesario para brindarles apoyo espiritual y psicológico.

Mi agitación crecía a medida que la reunión avanzaba. Yo ya había me sabía todo aquello de memoria y solo quería ver la lista de pasajeros.

Un representante de la Agencia Federal de Gestión de Emergencias analizó la cuestión de las comunicaciones. El cuartel general del NTSB, el centro de mando en el lugar del accidente y el depósito provisional estaban ahora unidos, y el FEMA colaboraría estrechamente con el NTSB en la difusión de información pública.

Earl Bliss habló acerca del DMORT. Era un hombre alto, de rasgos angulosos, con el pelo fino y castaño peinado con raya en el medio. Cuando estudiaba en el instituto, Bliss trabajaba a tiempo parcial recogiendo cadáveres los fines de semana. Diez años más tarde tenía su propia funeraria. Llamado Early debido a su prematura llegada al mundo,2 Earl había vivido sus cuarenta y nueve años en Nashville, Tennessee. Cuando no se encontraba en el sitio de algún accidente con numerosas víctimas, se ponía una pajarita y tocaba el banjo en una banda que interpretaba música country.

Earl les recordó a los representantes de las otras agencias que cada equipo del DMORT estaba compuesto por ciudadanos de experiencia específica en un determinado campo, incluyendo a patólogos, antropólogos, odontólogos, especialistas en huellas dactilares, encargados de pompas fúnebres, técnicos y transcriptores de historias médicas, técnicos en rayos X, especialistas en salud mental y personal de seguridad, administrativo y de apoyo.

Uno de los diez equipos regionales del DMORT se había activado a petición de los oficiales locales para desastres naturales, accidentes aéreos y de otros medios de transporte, incendios, atentados con bombas, ataques terroristas e incidentes de asesinatos y suicidios masivos. Earl mencionó las actuaciones recientes del DMORT. El atentado con explosivos contra el Edificio Federal Murrah, Oklahoma City, 1995. El descarrilamiento del tren de Amtrak, Bourbonnais, Illinois, 1999. Accidentes aéreos, Quincy, Illinois, 1996, y Monroe, Michigan, 1997. Vuelo 801 de Korean Air, Guam, 1997; Vuelo 990 de Egypt Air, Rhode Island, 1999, y vuelo 261 de Alaska Airlines, California, 2000.

Presté atención mientras Earl describía el diseño modular del depósito provisional y explicaba cómo se tratarían los restos en su interior. Todas las víctimas y los efectos personales serían clasificados, codificados, fotografiados y sometidos a la acción de los rayos X en la sección de identificación de restos. Se crearían paquetes de víctimas del desastre, PVD, y los cadáveres, las partes del cuerpo y los tejidos serían enviados a la sección de recolección de datos post mortem para su autopsia, incluyendo los exámenes antropológicos, dentales y dactilares:

Todos los hallazgos post mortem serían informatizados en la sección de identificación. Los datos suministrados por los familiares de las víctimas también serían incorporados a la base de datos informáticos y se procedería a comparar toda la información anterior y posterior a la muerte. Después de realizados los análisis correspondientes, los restos serían enviados a un área de mantenimiento hasta el momento de su envío.

Larke Tyrell fue el último en ocupar la tribuna de oradores. El forense agradeció la intervención de Earl, respiró profundamente y recorrió con la mirada el ala improvisada.

—Damas y caballeros, ahí fuera tenemos a un montón de familias angustiadas que buscan un poco de paz y consuelo. Magnus y sus muchachos las ayudarán imaginando qué pudo haber derribado a ese avión. Nosotros también ayudaremos en el proceso, pero nuestra tarea principal aquí está relacionada con la identificación de los cadáveres. Tener algo que se pueda enterrar acelera la curación, y haremos todo lo que esté a nuestro alcance para enviar un ataúd a casa a todas y cada una de las familias.

En ese momento recordé mi caminata a través del bosque y sabía perfectamente lo que contendrían muchos de esos ataúdes. En las próximas semanas, el personal del DMORT y el personal local y estatal llevarían a cabo una tarea titánica para identificar cada fragmento de tejido asociado al accidente. Huellas dactilares, registros médicos y dentales, ADN, tatuajes y fotos familiares serían las principales fuentes de información y los antropólogos del equipo estarían estrechamente comprometidos en el proceso de identificación de las víctimas. A pesar de todos nuestros esfuerzos, quedaría muy poco para meter dentro de algunos ataúdes. Un miembro amputado. Una corona molar carbonizada. Un fragmento craneal. En muchos casos, lo que viajara dentro del ataúd pesaría solo unos gramos.

—Cuanto se haya completado el rastreo de la zona del accidente, todos los restos serán trasladados aquí desde el depósito provisional —continuó Larke—. Esperamos que el traslado comience en las próximas horas. Entonces va a ser cuando empiece para nosotros el verdadero trabajo. Todos sabéis lo que debéis hacer, de modo que solo os recordaré un par de cosas y luego cerraré la boca.

—Sería la primera vez.

Algunas risas.

—No separéis ningún efecto personal de ningún grupo de restos hasta que se haya fotografiado y registrado.

Mi mente se deslizó hacia la muñeca de trapo Raggedy Ann.

—No todos los grupos de restos pasarán por cada una de las etapas del proceso. Los tíos que se encargan de la recepción deciden adónde va cada uno de los materiales. Pero si se salta algún proceso, debe quedar claramente indicado en el PVD. No quiero estar adivinando después si el registro dental no se hizo porque no hubiera dientes o porque se pasó por alto. Debéis apuntar algo en cada hoja referente al PVD. Y tenéis que estar seguros de que la información permanezca con el cadáver. Queremos que cada identificación disponga de la información completa.

»Una cosa más. Estoy seguro de que lo habréis oído comentar, el FM recibió una llamada acerca de un artefacto explosivo. Debéis estar alertas ante los efectos de una deflagración. Comprobad los rayos X buscando trozos de explosivo y metralla. Examinad pulmones y tímpanos por si hay daños por presión. Buscad ampollas y quemaduras en la piel. Ya conocéis la rutina.

Larke hizo una pausa y volvió a recorrer la sala con la mirada.

—Algunos de vosotros sois primerizos en esto, otros ya lo habéis hecho antes. No tengo que deciros lo duras que serán las próximas semanas para todos nosotros. Haced turnos. Nadie trabajará más de doce horas al día. Si alguno se siente abrumado o superado por la situación, que hable con un consejero. Eso no significa ser débil. Estos tíos están aquí para ayudarnos. Recurrid a ellos.

Larke sujetó el bolígrafo al bloc de notas.

—Creo que eso es todo, solo me queda agradecer a mi personal y a los muchachos del DMORT de Earl que hayan llegado aquí tan rápidamente. En cuanto al resto de vosotros, fuera de mi depósito.

Cuando la sala se vaciaba me dirigí hacia Larke decidida a preguntarle por la lista de pasajeros. Magnus Jackson llegó en ese mismo momento y me saludó con un ligero movimiento de cabeza. Había conocido al TIC hacía algunos años cuando trabajaba en un accidente de trenes y sabía que no era la clase de persona que se dedica a intercambiar bromas.

—Hola, Tempe —me dijo Larke y luego se volvió hacia Jackson—. Veo que te has traído un equipo completo.

—Habrá mucha presión en este caso. Mañana tendremos alrededor de cincuenta personas trabajando en el lugar del accidente.

Yo sabía que in situ solo se realizaría un examen superficial de los restos del accidente. Una vez fotografiadas y clasificadas, las partes del avión serían retiradas y trasladadas a un emplazamiento permanente para su montaje y análisis.

—¿Alguna otra noticia con respecto a la bomba? —preguntó Larke.

—Diablos, probablemente no se trate más que de una broma, pero los medios de comunicación ya tratan el asunto como si fuese verdad. En la CNN lo llaman Blue Ridge Bomber, maldita sea la geografía. La ABC ha optado por Soccer Bomber.

—¿El FBI nos acompaña en el viaje? —preguntó Larke.

—Están aquí, golpeando la valla con los puños, de modo que solo es cuestión de tiempo.

Los interrumpí, incapaz de seguir esperando un segundo más.

—¿Disponemos de una lista de pasajeros?

El forense sacó una fotocopia de su cuaderno y me la entregó.

Experimenté una especie de terror que jamás había sentido en mi vida.

Por favor, Dios.

El mundo desapareció mientras recorría velozmente los nombres de la lista. Anderson. Beacham. Bertrand. Caccioli. Daignault.

Larke hablaba pero yo no oía lo que decía.

Una eternidad más tarde dejé de morderme los labios y volví a respirar.

Ni Katy Brennan Petersons ni Lija Feldman figuraban en la lista.

Cerré los ojos y respiré profundamente.

Los volví a abrir ante las expresiones interrogativas de Larke y Jackson. Sin ninguna explicación devolví la fotocopia mientras la sensación de alivio profundo era reemplazada por otra de culpabilidad. Mi hija estaba viva, pero los hijos de otras personas yacían muertos en las laderas de la montaña. Quería ponerme a trabajar.

—¿Qué quieres que haga? —le pregunté a Larke.

—Earl tiene el depósito bajo control. Ve a echar una mano con la recuperación de los cadáveres. Pero te necesito aquí cuando empiece el traslado de los restos.

De vuelta en el lugar del accidente, fui directamente al remolque de descontaminación y me proveyeron de mascarilla, guantes y un mono de tela plástica. Con un aspecto más parecido al de una astronauta que al de una antropóloga, saludé al guardia con un movimiento de cabeza, rodeé la barricada y crucé hasta el depósito provisional para informarme de los últimos acontecimientos.

La localización exacta de cada objeto clasificado se incorporaba a un programa informático, CAD, mediante una tecnología denominada Total Station. La posición de las partes del aparato siniestrado, los efectos personales y los restos humanos se añadirían más tarde en cuadrículas virtuales y se imprimirían como fotocopias. Puesto que esta técnica era mucho más rápida y menos complicada que el sistema tradicional de levantar un mapa de la zona con cuerdas y cuadrículas, la retirada de los restos ya había comenzado. Me dirigí hacia la zona donde se hallaban esparcidos los restos del accidente.

El sol describía un círculo sobre la línea del bosque y una delicada trama de sombras cubría la carnicería como una telaraña. Se habían colocado focos y el olor a putrefacción era ahora mucho más intenso. Por lo demás, el escenario apenas si había cambiado en el tiempo que había estado ausente.

Durante las tres horas siguientes ayudé a mis colegas a colocar etiquetas, fotografiar y empaquetar lo que quedaba de los pasajeros del vuelo 228 de TransSouth Air. Los cuerpos completos, los miembros y los torsos era introducidos en grandes bolsas de plástico, los fragmentos se colocaban en bolsas más pequeñas. Luego las bolsas eran trasladadas colina arriba y se colocaban en estantes dentro de los camiones frigoríficos.

La temperatura era cálida y sentía el sudor de la piel, por debajo del mono y los guantes. Las moscas, atraídas por la carne en descomposición, formaban masas compactas. En varios momentos tuve que hacer un gran esfuerzo para reprimir las náuseas mientras examinaba vísceras y tejidos cerebrales. Finalmente, mi nariz y mi mente se insensibilizaron. Ni siquiera me di cuenta de que atardeció y se encendieron las luces.

Entonces encontré a la chica. Yacía boca arriba, las piernas dobladas hacia atrás en mitad de las espinillas. Sus facciones habían sido devoradas y el hueso, que quedaba expuesto, brillaba con una tonalidad carmesí bajo la luz del crepúsculo.

Me puse de pie, me abracé con fuerza la cintura y respiré profundamente varias veces. Inhalar. Exhalar. Inhalar. Exhalar.

Dios bendito. ¿Acaso no era suficiente una caída desde diez mil metros? ¿Las criaturas salvajes tenían que cebarse en lo que había quedado?

Todos estos chicos habían bailado, jugado al tenis, montado en la montaña rusa, dispondrían de correo electrónico. Representaban los sueños de sus padres. Pero ya no. Ahora serían fotografías enmarcadas sobre ataúdes cerrados.

Sentí una mano en el hombro.

—Tempe, es hora de tomarse un descanso.

Los ojos de Earl Bliss me observaban desde la estrecha abertura que dibujaban la mascarilla y la gorra.

—Estoy bien.

—Tómate un descanso. Es una orden.

—De acuerdo.

—Al menos una hora.

A medio camino del centro de mando del NTSB me detuve, temiendo el caos que me encontraría en ese lugar. Necesitaba serenidad. Vida. Pájaros cantando, ardillas cazando y aire que estuviese libre del olor de la muerte. Di media vuelta y me dirigí hacia el bosque.

Avanzando por el borde del campo de desechos divisé un hueco entre los árboles y recordé que Larke y el vicegobernador habían aparecido en ese punto, viniendo del lugar donde había aterrizado el helicóptero. Al acercarme distinguí claramente el camino que probablemente habían tomado. En otro tiempo tal vez hubiese sido un sendero o el cauce de un arroyo, ahora era un paso sinuoso, sin árboles, cubierto de piedras y bordeado de espesos matorrales. Me quité la mascarilla y los guantes y me interné en el bosque.

Mientras avanzaba entre los árboles, el alboroto organizado alrededor del sitio del accidente fue apagándose y lo reemplazaron los sonidos del bosque. Después de recorrer una veintena de metros, me subí a un grueso tronco caído, me senté cogiéndome las piernas con ambos brazos y elevé la mirada hacia el cielo. El amarillo y el rosa dibujaban rayas en el rojo del crepúsculo mientras la oscuridad comenzaba a cubrir la línea del horizonte. Pronto se haría de noche. No podía quedarme mucho tiempo.

Dejé que mis neuronas escogiesen un tema.

La chica del rostro destrozado.

No. Mejor otro.

Las células eligieron a personas vivas.

Katy. Mi hija tenía ahora poco más de veinte años y vivía una vida independiente. Era lo que yo quería, por supuesto, pero romper los lazos era muy duro. La niña había pasado por mi vida y luego había desaparecido. Ahora me encontraba ante la joven mujer y me gustaba mucho.

Pero ¿dónde está?, preguntaron las neuronas.

El siguiente.

Pete. Desde que estábamos separados éramos más amigos que lo que jamás habíamos llegado a ser estando casados. De hecho, de vez en cuando me hablaba y me escuchaba. ¿Debería pedirle el divorcio y seguir adelante o continuar con el statu quo?

Las células no tenían respuesta.

Andrew Ryan. Últimamente había estado pensando mucho en él. Ryan era detective de homicidios de la policía de Montreal. A pesar de que hacía casi diez años que nos conocíamos, hacía solo un año que había accedido a tener una cita con él.

«Cita». Experimenté mi habitual reacción negativa. Tenía que existir un término mejor para los solteros mayores de cuarenta años.

Las células no tenían ninguna sugerencia que hacer.

Nomenclatura aparte, Ryan y yo nunca habíamos ido demasiado lejos. Antes de que nuestra relación pudiese hacerse oficial, él había comenzado a trabajar como agente infiltrado y hacía meses que no le veía el pelo. En momentos como este, le echaba mucho de menos.

Oí ruidos entre los matorrales y contuve la respiración para escuchar mejor. El bosque estaba en silencio. Segundos más tarde volví a oírlos entre la hojarasca, esta vez del otro lado de donde me encontraba. Pensé que un simple conejo o una ardilla no podían provocarlos.

Las neuronas emitieron una señal de alarma.

Quizás Earl me había seguido, me puse de pie y miré a mi alrededor. Estaba sola.

Todo permaneció inmóvil durante un largo minuto, luego se sacudieron las ramas del rododendro que había a mi derecha y oí un gruñido. Me giré pero solo había hojas y matorrales. Con la mirada clavada en el follaje, salté del tronco y planté con fuerza los pies en la tierra.

Un momento después el gruñido se repitió, seguido de una especie de lamento agudo.

Las neuronas se dispararon y la adrenalina invadió todos los rincones de mi cuerpo.

Me agaché lentamente y busqué una piedra. Oí movimientos a mi espalda y me di la vuelta.

Mis ojos toparon con otros ojos, negros y brillantes. Los labios curvados sobre unos dientes pálidos y húmedos bajo la menguante luz de la penumbra. Entre los dientes, algo horriblemente familiar.

Un pie.

Las neuronas lucharon por encontrar un significado.

Los dientes estaban clavados en un pie humano.

Las neuronas se conectaron con los recuerdos almacenados recientemente. Un rostro despedazado. El comentario de uno de los ayudantes del sheriff.

¡Oh, Dios! ¿Un lobo? Estaba desarmada. ¿Qué debía hacer? ¿Amenazar?

El animal me miraba fijamente, su aspecto era salvaje y parecía hambriento.

¿Correr?

No. Tenía que recuperar ese pie. Pertenecía a una persona. Una persona con familia y amigos. No lo abandonaría a los depredadores del bosque.

Entonces un segundo lobo surgió de la oscuridad y se colocó detrás del primero, los dientes desnudos, la saliva que oscurecía la piel alrededor de la boca. Lanzó un gruñido y los labios me temblaron. Lentamente, me erguí y levanté la piedra.

—¡Atrás!

Ambos animales se quedaron inmóviles y el primer lobo dejó caer el pie que llevaba entre las mandíbulas. Olfateó el aire, la tierra, nuevamente el aire, bajó la cabeza, alzó la cola, dio un paso hacia mí, luego retrocedió sigilosamente un par de metros y se detuvo, sin hacer el más mínimo movimiento, vigilante. El otro lobo lo imitó. ¿Se sentían amenazados o tenían un plan? Empecé a retroceder, oí un chasquido y me giré. Había otros tres lobos a mi espalda. Parecían estar rodeándome lentamente.

—¡Alto!—grité, al tiempo que lanzaba la piedra, alcanzando en el ojo al lobo que estaba más cerca.

El animal lanzó un aullido de dolor y retrocedió. Sus compañeros se detuvieron un momento y luego reanudaron el cerco.

Apoyé la espalda contra el tronco del árbol caído y comencé a mover una de las ramas hacia ambos lados tratando de arrancarla.

El círculo se iba reduciendo. Podía oír sus jadeos, oler sus cuerpos. Uno de los lobos dio un paso hacia el interior del círculo, luego otro, alzando y bajando la cola. Me miraba fijamente sin hacer un solo ruido.

La rama se rompió y el lobo saltó hacia atrás ante el chasquido de la madera, luego volvió a avanzar sin dejar de mirarme.

Aferrando la rama como si fuese un bate de béisbol, grité:

—Atrás, carroñeros. Fuera de aquí —y me lancé contra el lobo líder sacudiendo mi bate.

El lobo se apartó fácilmente, retrocedió unos pasos y luego regresó al círculo sin dejar de gruñir. Mientras preparaba mis pulmones para lanzar el grito más potente que jamás hubiese salido de ellos, alguien se me adelantó.

—¡Largo de aquí, putos sacos de huesos! ¡Fuera! ¡Moved el culo!

Entonces un proyectil y después otro aterrizaron a pocos pasos del lobo que lideraba la manada.

El lobo olfateó el aire, lanzó un gruñido, luego dio media vuelta y se escabulló entre los matorrales. El resto de la manada vaciló un momento y lo siguió.

Dejé caer la rama con las manos temblando y me abracé al tronco caído.

Una figura vestida con un mono de protección y el rostro cubierto con una mascarilla corrió hacia mí y lanzó otra piedra contra los lobos que se alejaban. Luego alzó una mano y se quitó la mascarilla. Aunque apenas visible a la escasa luz del anochecer, reconocí aquel rostro.

Pero no podía ser. Era demasiado increíble para que fuese real.

Informe Brennan

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