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LOS NIÑOS CRECEN DEVORANDO IMÁGENES

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Théo creció. Pasó de la preadolescencia a la adolescencia sin que nos diésemos cuenta. Su personalidad se iba asentando. Y así había de ser. Ahora sus gustos son similares a los de muchos otros adolescentes: le gustan las historias de ficción sobre sociedades imaginarias amenazadas por la guerra, el totalitarismo o las catástrofes ecológicas. Pertenece a la generación de Harry Potter, de las series de Narnia, Crepúsculo o X-Men (entre muchas otras), pero también conoce a George Orwell y sabe de los peligros de la manipulación. En muchos de los libros dirigidos a los jóvenes de hoy, todo el mundo sale bien parado gracias al amor y a la tolerancia. Con ello, se están forjando idealistas.

Y luego está la información. Internet, Twitter, Instagram, YouTube… Todas las imágenes que circulan por las pantallas desde que son niños. Cuando hoy echo la vista atrás, me doy cuenta de que determinadas noticias le calaron muy hondo.

Nosotros, los padres, creemos que nuestros hijos adolescentes están curtidos por los horrores de los telediarios. Aunque nos gustaría protegerlos, en esta época en que la información se cuela en los teléfonos móviles resulta difícil hacerlo, cuando no imposible. ¿O es que tú sabes la contraseña de su teléfono móvil? Pues claro que no. Sin embargo, con el teléfono, en pocos minutos puede darse una vuelta por el mundo sin defensa ni protección de ningún tipo. Si trataras de confiscarle el móvil pondría el grito en el cielo por esa flagrante vulneración de su intimidad y su integridad intelectual.

Algunos psicólogos afirman incluso que el teléfono es como una prolongación del cuerpo del adolescente. Privarle de su móvil es amputarle un miembro (estoy bromeando…, pero solo un poco). En cualquier caso, los adolescentes todavía no son adultos. Sensibles y permeables como esponjas, les afectan las terribles imágenes que sin cesar se difunden por los teléfonos móviles. La violencia de tales imágenes tiene el mismo efecto que si les pegaran una paliza. Yo casi tengo medio siglo de vida y a veces se me saltan las lágrimas con determinados reportajes, así que ¿cómo va a ser de otro modo para quien acaba de cumplir quince años y hace cinco todavía acariciaba su peluche?

Esas nuevas tecnologías también han hecho que los animales vuelvan a ser un centro de atención para los niños, en este caso más para mal que para bien. Por desgracia, de los clásicos de Disney a los vídeos trash que circulan por YouTube no hay más que un paso.

Théo se había prohibido terminantemente ver los vídeos de ovejas arrojadas con violencia contra los cercados, de trabajadores riéndose con los chispazos de las pinzas eléctricas que electrocutan y queman a los cerdos o de animales despellejados vivos, pero sabía muy bien lo que había en esos vídeos, gracias a los más que numerosos comentarios sobre su contenido difundidos principalmente por la radio o por Twitter (sí, digo gracias y no por culpa de, porque son actos que deberían denunciarse).

Al igual que otros muchos adolescentes de hoy, educados en el amor a los animales, cualquier noticia que tocara de cerca o de lejos las condiciones de vida de los animales volvía sin cesar a su cabeza. Violenta y dolorosamente. Todas las generaciones han debido confrontarse con la violencia. La de nuestros jóvenes adultos no escapa a la regla. Es el aprendizaje de la vida. Pero esta es una violencia que surge de los teléfonos móviles sin previo aviso.

Estamos todos tan conectados que, aunque un asunto no nos interese, de todos modos nos va a llegar información sobre él. Así que ya podemos imaginar qué sucede cuando se trata de una cuestión que afecta a los sentimientos de un adolescente recién salido de la niñez. Eso es lo que ha vivido Théo, al igual que toda su generación.

Por la televisión, siguió horrorizado la mutilación con motosierra del joven Vince, un pequeño rinoceronte blanco de cuatro años al que unos furtivos abatieron salvajemente en el municipio de Thoiry (ubicado en la región parisina) para serrar y robar su cuerno principal, de veinte centímetros. Su muerte indignó al mundo entero. Un acto de barbarie nunca visto en Europa.

Cuando empezó a navegar al azar por Internet, no tardó en descubrir las torturas que se infligían a los animales en los mataderos. También se enteró del explosivo comunicado de la asociación animalista francesa L214 y de sus operaciones de choque.

Con el transcurso de los meses y los años, estos reportajes que escuchaba en la radio o veía por televisión le quitaban el apetito y alimentaban sus reflexiones sobre este «mundo podrido que no respeta nada», o le hacían repetir que «es algo que da miedo» o que estaba «harto de no hacer nada para que deje de suceder».

A veces, le oía sin prestar demasiada atención, no porque no me interesara lo que él sentía, sino para protegerme. Tampoco yo era insensible al sufrimiento animal, pero, como muchos otros adultos, prefería cerrar los ojos, esconder la cabeza como un avestruz y esperar a que pasara.


Milo, 15 años

Vi un vídeo del L214 en el que mostraban los mataderos. Creo que si los mataderos tuvieran paredes de cristal, todos seríamos vegetarianos.

Mi hijo adolescente es vegetariano

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