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Comunicado Matt

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Nunca fui de esos niños con ganas de seguir los pasos de su padre, de ponerme sus zapatos. Demasiado limpios, demasiado clásicos, demasiado grandes.

Sin embargo, lo más extraño es que son sus zapatos lo que recuerdo con mayor nitidez de él, cuando trazaban un círculo perfecto en torno a su escritorio durante una llamada telefónica tensa, mientras que yo, a sus pies, hacía un puzle.

Mi padre se esforzaba por alcanzar la perfección en todo, incluida su apariencia. Desde su impecable traje hecho a medida, a su rostro afeitado a la perfección y a su pelo bien recortado.

Mientras tanto, yo, joven y en las nubes, soñaba con la libertad. Con ser libre de la vida privilegiada que el éxito de mi padre nos había dado a mi madre y a mí.

Mi padre decía miles de veces que yo sería presidente. Se lo decía a sus amigos, a los amigos de sus amigos y a menudo me lo decía a mí; yo me reía y le restaba importancia.

Los siete años que viví en la Casa Blanca mientras crecía fueron siete años que pasé rezando por salir de la Casa Blanca.

Sí, la política me interesaba.

Pero sabía que mi padre apenas dormía; la mayoría de las decisiones que tomaba eran erróneas para un cierto porcentaje de la población, aunque fueran las adecuadas para la mayoría; mi madre perdió a su marido el día en que él entró en la Casa Blanca.

Yo perdí a mi padre el día en que decidió que su legado consistiría en ser presidente.

Intentó hacer malabarismos con todo, pero ningún ser humano podría dirigir el país y, encima, disponer de la energía para dedicar a su mujer e hijo adolescente.

Así que me centré en mis estudios y obtuve fantásticos resultados en la escuela, pero hacer amigos era difícil. No podía invitar a alguien a la Casa Blanca sin más. Mi vida como me la imaginaba después de la Casa Blanca estaría centrada en el trabajo, quizás en Wall Street. Tendría la libertad de hacer todo lo que no había podido hacer bajo el escrutinio de una nación entera.

Mi padre se presentó a las elecciones de nuevo y ganó.

Entonces, en el tercer año de su nueva legislatura, un ciudadano descontento le metió dos balazos.

Uno en el pecho y otro en el estómago.

Han transcurrido miles de días desde entonces. He estado demasiados años viviendo en el pasado.

Ahora, mientras me abrocho los gemelos y me aliso la corbata, vuelvo a recordar aquellos zapatos y me doy cuenta de que estoy a punto de ponérmelos.

—¿Listo, señor?

Asiento, y él abre la cortina.

El mundo me observa. Todos han estado especulando, confiando, dudando.

«Lo hará, no lo hará… Por favor, que lo haga; por favor, que no lo haga…».

«Si se presenta, ganará…».

«No tiene ninguna posibilidad…».

Aguardo hasta que el ruido se apaga, me inclino ante el micrófono y hablo:

—Damas y caballeros, tengo el placer de anunciar oficialmente mi candidatura a la presidencia de los Estados Unidos de América.

Presidente

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