Читать книгу Presidente - Katy Evans - Страница 15
El equipo Matt
ОглавлениеEn las campañas presidenciales no solo se necesita al candidato adecuado; se necesita el equipo adecuado. Ojeo las docenas de carpetas desperdigadas en mi escritorio. Llevo seis tazas de café y doy el último sorbo mientras reflexiono sobre la última incorporación a mi equipo.
—Mujeres del Mundo, Charlotte Wells. Es prácticamente una becaria, no tiene experiencia. ¿Estás seguro de esto? —preguntó Carlisle.
Tomé la decisión delante de una caja de donuts, burritos vegetarianos, latas de refresco y botellas de agua de sabores.
No puede decirse que Charlotte sea guapa, es demasiado impresionante para eso. Uno no olvida sin más una cara como la suya.
Su cabello pelirrojo le cae por los hombros como una llama. Y ese brillo en sus ojos. Es activa, sin complejos, exquisita. A pesar de haber sido educada como la hija de un senador, hasta ahora se ha visto libre de escándalos políticos, libre de los negocios sórdidos con los que se asocia a veces la política.
Está más capacitada para este trabajo de lo que cree Carlisle. Soy consciente de su reticencia, pero estoy convencido de que Charlotte demostrará con creces lo que vale.
En lugar de contratar a los aliados políticos experimentados de la época de mi padre, todos muy deseosos de apoyarme, estoy eligiendo a personas que quieren marcar la diferencia, que piensan en los demás antes que en sí mismos y en sus bolsillos.
Estoy decidido a tenerla en mi equipo.
Antes incluso de fijarme en ella en la fiesta de inauguración, ya había planeado pedirle a Carlisle que llamara a aquella niña que había conocido, la que había llorado un océano y medio en el funeral de mi padre. La de la carta que releí, por algún motivo, el día en que mi padre murió.
Después de la fiesta de inauguración… digamos que ha estado en mi cabeza, y no solo porque es preciosa y en otra vida me habría gustado deslizar las manos bajo su vestido y acariciar su piel, inclinar la cabeza y besarla en la boca durante un buen rato. No, no por eso, sino porque le encanta la presidencia, siempre le ha gustado.
Y ahora está confirmado que trabajará en mi equipo gracias a Carlisle. Él es mi director de campaña y quien lo lleva todo. Ya hemos reclutado a asesores de prensa, jefe de estrategia y encuestador, director de comunicaciones, director de finanzas, asesor de medios, secretario de prensa, portavoz, director de estrategia digital y fotógrafa oficial.
Tenerlos a todos en la sede de la campaña me proporciona una sensación de satisfacción; hemos formado un equipo que nos llevará sin problemas a las elecciones de este año.
Estoy listo para acabar el día, así que doy una palmadita a Carlisle en la parte posterior de la cabeza y digo:
—Confía en mí. —Cojo las llaves de mi coche y salgo.
***
Vivo en un piso de soltero de dos dormitorios cerca del Capitolio. Dista mucho de las ciento treinta y dos habitaciones y la superficie interminable de la Casa Blanca. Es moderno y del tamaño perfecto para tenerlo todo bajo control sin problemas. Además, mi madre vive a tres manzanas. Aunque tiene una agenda social apretada y un novio que lleva cinco años intentando que se case con él, sin éxito, me gusta tenerla cerca.
Mi perro, un cruce entre pastor alemán y labrador, se pone a ladrar cuando inserto la llave en la cerradura. Es de color negro brillante y los medios lo llaman Black Jack; es más famoso que el perro de Taco Bell. Sus ojos son casi tan negros como su pelaje y, afortunadamente, ya ha pasado la fase en que mordía todos mis zapatos hasta destrozarlos. Está detrás de la puerta y ladra tres veces. La abro y da un brinco.
Lo atrapo con una mano, cierro la puerta con la otra y lo dejo en el suelo. Viene conmigo a la cocina. Lo adopté una vez que di una charla para sensibilizar sobre la adopción animal. Jack era un cachorro por entonces, a la madre la encontraron en las calles, encogida sobre él y sobre sus dos hermanas muertas.
La Casa Blanca será algo radicalmente distinto de sus comienzos.
Aprieto el botón para escuchar los mensajes del contestador.
«Matthew, soy el congresista Mitchell. Enhorabuena, puedes contar conmigo».
«Matthew, soy Robert Wells, muchas gracias por la oportunidad que le has brindado a mi hija. Es evidente que puedes contar con el apoyo de la familia… Quedemos para comer alguna vez».
«Matt —esta vez es una voz femenina que no reconozco—. Espero que recibas este mensaje. Estoy… estoy embarazada. Me llamo Leilani. Estoy embarazada de tus hijos… son gemelos. Por favor, necesitan a su padre».
Saco una botella de cerveza Blue Moon de la nevera y un plato del horno. Borro los mensajes, enciendo la televisión, apoyo los pies y empiezo a comer mientras espero a Wilson.
Quería quedar y le dije que las diez era lo más temprano que podía.
Entra en el piso y va a buscar una cerveza, luego se deja caer en el sofá a mi lado. Tiene casi cincuenta años y aún está soltero, así que pasa tiempo con su sobrino en sus días libres del Servicio Secreto. Es sorprendente que no se haya puesto en contacto conmigo después de soltar la bomba presidencial por todo el país.
Me observa durante un momento y junta los dedos de las dos manos mientras me mira directamente a los ojos.
—Pues aquí estamos.
—Aquí estamos. —Sonrío y tomo un trago.
Por la expresión de Wilson, parece que no esperaba decir eso, lo que encuentro ligeramente divertido.
—Vi el comunicado. Vaya, nunca pensé que te oiría decir eso. —Se pasa una mano por su cabeza calva y la deja caer, mirándome como si esperara una explicación.
Yo me limito a alzar la cerveza para brindar.
—¿Por qué? —pregunta.
—Diez años es mucho tiempo para pensárselo. Es una idea que siempre ha estado aquí… —Giro un dedo, simbolizando los engranajes de mi cabeza.
—Hay quien dice que deberías haber esperado a las siguientes elecciones, hasta ser un poco mayor.
—Ya, pero no estoy de acuerdo. Estados Unidos no puede esperar más. ¿Día libre?
—He dimitido.
Me detengo con la cerveza a medio camino de mis labios.
—Me necesitarás —explica Wilson—. Y quiero formar parte de esto.
Estoy tan sorprendido que guardo silencio. Entonces me pongo en pie y Wilson se levanta (la costumbre, supongo), y le doy la mano.
—Te meteré en la Casa Blanca de nuevo.
—No, yo te meteré a ti. De una pieza. Sé de muchas damas que estarían agradecidas por ello. Y tu madre también.
—¿Te ha contratado ella? —pregunto, inseguro sobre si reírme o quejarme cuando volvemos a sentarnos.
—No. He tomado mi propia decisión. Pero sí que ha llamado: está preocupada.
—He permanecido en la sombra para calmar sus miedos, Wil. Pero ya no puedo quedarme más ahí. —Sacudo la cabeza, luego lo examino con curiosidad—. ¿Cuándo empiezas?
—Mañana —dice.
Estamos tan acostumbrados el uno al otro que no nos saludamos ni nos despedimos; simplemente se levanta y se marcha.
Cojo el mando para cambiar de canal y entonces los presentadores se ponen a hablar de las personas seleccionadas para mi equipo.
«Eso es, Violeta, parece que Matt Hamilton está más interesado en traer sangre nueva que experiencia a la campaña. Tendremos que ver si este método resulta efectivo a medida que nos adentremos en el año electoral… Tenemos alrededor de una docena de nombres confirmados como parte del equipo de campaña. Una de las asistentes políticas más jóvenes en el equipo es la hija del exsenador Wells…».
Nada que no sepa ya. Una fotografía de Charlotte aparece en la pantalla; lleva el pin de mi padre en la solapa. Me inclino en el sofá y me limito a examinarla, la sonrisa de su cara, la expresión de sus ojos, y no puedo creerme lo atractiva que es.
«El motivo de su inclusión entre el personal permanente es un enigma, y la especulación en torno al motivo por el que Hamilton la ha elegido…».
—Por una corazonada —contesto en voz alta, y me reclino en cuanto la imagen desaparece. Luego, alzo la cerveza y le doy un trago.
«Parece tener un sólido trasfondo católico y predilección por ayudar a los necesitados. Esa cara angelical definitivamente no se ganará enemigos…».
—Además, no la habéis mancillado, es pura —continúo, y dejo la cerveza a un lado mientras miro las imágenes de ella en la pantalla.
Han pasado casi diez años desde el funeral de mi padre, pero todavía recuerdo cómo lloraba, como si también fuera su padre.
«Tenemos una instantánea de la joven abrazada a Matt Hamilton en el funeral del presidente Hamilton. ¿Crees que puede haber algún lío amoroso?»
—No… de momento —murmuro. ¡Vaya! ¿Acabo de decir eso?
«No pasará, Hamilton. Ahora no».
Joder.
Me termino la comida y llevo el plato a la cocina para dejarlo en el fregadero, donde frunzo el ceño y me inclino cuando su cara vuelve a aparecer en mi mente. Charlotte, con ese vestido amarillo brillante. La confirmación de Carlisle de que había aceptado unirse a la campaña.
Me confunde lo mucho que me ha afectado eso y lo mucho que la quiero cerca. Regreso a la sala de estar para oír el resto.
«La verdad es que no. Hamilton ha tenido mucho cuidado con eso, es un hombre muy discreto».
«Es cierto que desde su abrupta salida de la Casa Blanca se ha hecho con la simpatía y el apoyo del público. El número de seguidores que ha ganado hasta ahora no tiene precedentes para alguien independiente y, al parecer, le llueven las donaciones incluso antes de que los eventos para recaudar fondos empiecen. Será interesante ver qué hace este equipo de personas bastante jóvenes pero impresionantes. Se esperan estrategias originales e inventivas para llegar al público, y una gran campaña por internet».
Me froto la nuca y apago el televisor.
Estoy acostumbrado a la atención. A mi madre nunca le pareció bien la disposición de mi padre para usarme con fines publicitarios. Se esforzó todo lo posible por salvaguardar mi privacidad, y supongo que, antes de esto, yo también.
Pero mi padre me enseñó que la prensa no tenía que ser el enemigo, que podía ser amiga o una herramienta para ayudar a su administración. Durante aquellos años en la Casa Blanca siempre estábamos rodeados de un ejército de prensa y fotógrafos hábiles. El único respiro lo encontrábamos en Camp David, donde no tenían permiso para entrar. No obstante, rara vez fuimos allí, a pesar de lo mucho que le gustaba a mi madre ese sitio de vacaciones. Mi padre sentía que pertenecía al pueblo e insistía en ser tan abierto y estar tan disponible como fuera posible.
«Paso mucho tiempo fuera, quiero que me conozcas», me decía.
«Te conozco», respondía yo.
Yo lo acompañaba al exterior, al jardín sur, y luego se subía al Marine One. Por supuesto, yo era un adolescente fascinado con todo lo militar.
«¿Qué opinas?», preguntaba a todo el mundo, con el orgullo paternal de cualquier padre estadounidense. «Algún día será presidente », decía.
«Ah, no», me reía yo.
Le habría encantado verme intentándolo.
Sin embargo, falleció hace más de diez años.
Cuando sucedió, mi madre recibió la llamada de un senador de Estados Unidos.
Mi abuelo se enteró por la televisión de que su hijo había muerto.
Lo único que recuerdo del funeral es a mi madre besando la parte superior de su cabeza, sus dedos, sus nudillos y sus palmas antes de colocar su alianza en la mano de él y llevarse la de mi padre.
El vicepresidente envió una carta a mi madre y otra para mí.
«Matt, soy consciente del hombre fenomenal y del gran líder que era tu padre. No lo olvidaremos».
La carta era un amable recordatorio de que mi madre y yo nos habíamos quedado sin casa por primera vez en nuestra vida.
Tras el funeral de estado, hicimos las maletas, ya que la familia del nuevo presidente se iba a instalar en la Casa Blanca. Eché un vistazo al Despacho Oval por última vez, a las paredes, al escritorio, a la silla vacía, y me fui de allí sin imaginarme lo decidido que estaría a regresar dos legislaturas después.