Читать книгу Presidente - Katy Evans - Страница 16

La primera semana Charlotte

Оглавление

No duermo bien. Sueño con la campaña, con quién ganará las primarias para los partidos políticos más importantes, y también sueño con el día en que el padre de Matt fue asesinado.

Aún es de noche cuando despierto. Me doy un baño caliente, aunque no estoy muy cansada pese a que no he dormido bien. La adrenalina producida por mi entusiasmo me impulsa y casi tropiezo medio desnuda en la cocina. Me visto mientras desayuno.

Llevo una falda de color caqui, una sencilla camisa blanca de botones y un par de zapatos abiertos con un tacón moderado de seis centímetros. Me recojo el pelo hacia atrás con una práctica coleta, no demasiado apretada, solo lo suficiente como para que no se suelten mechones rebeldes.

El entusiasmo en la sala es palpable cuando llego al edificio. Los teclados hacen clic, los teléfonos suenan, la gente está ocupada y recorre los pasillos de un sitio a otro apresuradamente. Hay respeto en el ambiente, gratitud por estar aquí.

Queremos que nuestro candidato gane.

Matt nos pregunta qué queremos de nuestro próximo presidente, qué queremos para nuestro país. Mientras el grupo reflexiona, esa mirada ridículamente sexy se clava en mí.

—Si tuvierais un genio que os concediera tres deseos, ¿cuáles serían?

Cada palabra que emite es como una proposición indecente. Las mujeres a mi alrededor parecen acaloradas. Me pregunto si todas pedirían acostarse con él como primer deseo y casarse con él como último, igual que yo.

Una mujer levanta la mano.

—Empleo, salud y educación. Es lo que todos queremos; así nos sentimos valorados, ocupados, sentimos que tenemos algo que ofrecer. El amor es imposible de conceder, pero si nos mantenemos ocupados, si nos sentimos útiles y valorados, obtendremos amor propio.

—Yo seré vuestro genio. Tienes razón: el amor no es algo que yo pueda conceder. Pero en lo que respecta a esos tres deseos, seré un genio para todo aquel que dé toquecitos a mi lámpara. —Golpea la mesa con el puño y luego nos deja con el trabajo por hacer, charlando inspirados.

Todos queremos impresionarlo. Todos queremos sentir que hemos hecho algo por esta campaña. Si Matt Hamilton sale elegido como presidente, haremos historia.

Miro a los encargados de crear los eslóganes.

hamilton es el cambio

una nueva visión

predestinado a liderar

el cambio que necesitamos

la voz que merecemos

por el futuro

Eslóganes para captar lo que representa.

liderazgo para el pueblo

el más capacitado para el cargo

Mi favorito: nacido para esto.

Me adapto a este ambiente de trabajo durante la mañana, y me alegra decir que me adapto bien.

El teléfono empieza a sonar desde el mediodía y ya no para. Voy a contestar tan frenéticamente que casi se me cae.

—Sede de la campaña de Matt Hamilton.

—Matt, por favor —exige una voz masculina.

—¿De parte de quién, por favor?

—Su padre, Law.

Los demás asistentes me lo han advertido, por supuesto. Pese a todo, es difícil permanecer imperturbable con una afirmación como esa.

—Lo siento, necesito su nombre, por favor.

—Soy George Afterlife, soy clarividente y su padre me está usando para comunicar un mensaje. Es imperativo que hable con él enseguida.

Es difícil ignorar el tono de desastre inminente al otro lado de la línea.

—Señor Afterlife, si desea dejar un mensaje, me aseguraré de que lo reciba.

—¡Matt, soy tu padre! —empieza a gritar el hombre, cambiando la voz.

—Matt no puede atenderlo ahora, pero si deja un mensaje…

—Tengo que hablar con Matt: conozco la conspiración que está detrás de mi asesinato.

Durante los siguientes diez minutos, intento que el hombre deje un mensaje, pero lo único que me da es un número. Yo lo anoto.

El teléfono suena de nuevo y me da un pequeño ataque al corazón.

—¿Sí? Sede de la campaña de Matt Hamilton.

Una voz suave y entrecortada dice:

—Matt. Necesito hablar con Matt.

—¿De parte de quién? —Saco mi libreta para anotar su información.

—Su novia.

Vacilo. ¿Novia? El corazón se me hunde un poco, pero lo ignoro.

—Su nombre, por favor.

—Mira, él sabe mi nombre: soy su novia. —Ahora tengo sospechas. No tiene novia, ¿no?

—¿Y usted lo llama para…?

—¡Dios, vete a la mierda! —Cuelga.

Vaya. Yo también cuelgo.

Me quedo hasta medianoche, alternando las llamadas telefónicas y la pila de cartas.

Ha transcurrido menos de una semana y ya he empezado a recibir llamadas telefónicas de gente que no dice nada y notas raras en mi correo electrónico de su «hermana», su «mujer» y su «padre de entre los muertos».

¿Cómo puede Matt dormir por las noches?

¿Realmente estoy hecha para esto?

***

Dos días después, Carlisle convoca una reunión.

Esta carrera política es una jungla y la competencia ya está afectando a Matt. Al parecer, el presidente Jacobs ya ha comenzado a lanzarle dardos envenenados.

—¿Se siente amenazado? —Matt sonríe y cubre su expresión con una mano cuando Carlisle nos convoca a todos en la sala de la televisión y reproduce una grabación del mismo día.

Vemos la entrevista al presidente sobre la candidatura de Matt en un canal de noticias importante.

Observo su lenguaje corporal, pero es difícil discernir algo con esa falta de energía que muestra y con lo estoico que parece.

—¿Cómo puede dirigir el país eficazmente sin una primera dama? —Señala a su elegante esposa, que sonríe con recato.

Al día siguiente, Matt Hamilton aparece en el mismo canal, con un aspecto aún más presidencial que el propio presidente.

—Me parece una broma que el presidente Jacobs crea que un hombre soltero e independiente no puede dirigir el país eficazmente. —Mira hacia la cámara con sobriedad y con una ligera sonrisa en los labios, con esos firmes pero alegres ojos marrón oscuro taladrando la lente de la cámara—. El rol oficial de la primera dama ni siquiera estaba apropiadamente definido cuando la señora Washington sirvió en Mount Vernon durante la legislatura de George Washington. Tengo mujer —añade mientras sus labios se curvan aún más—, y se llama Estados Unidos de América.

La avalancha de llamadas no tiene precedentes. Carlisle, el director de campaña, crea frenéticamente más eslóganes.

comprometido con todos

hecho en estados unidos

estadounidense hasta la médula

Durante la semana citan una frase de Hewitt, el director de prensa de la campaña de Matt.

«La única obligación de Matt Hamilton es para con vosotros, los Estados Unidos de América. Necesitamos que quede claro. Su primera dama es este país».

«He de decir que, gracias a cómo está representando a Estados Unidos Matthew Hamilton, he vuelto a sentirme orgullosa de ser estadounidense», bromea una presentadora de noticias de la tele con su compañero y copresentador esa misma noche.

El efecto que tiene en las electoras resulta casi obsceno.

Las primarias no se terminan hasta dentro de unos meses, pero ya me he dado cuenta de que su adversario más formidable será el actual presidente. Por otro lado, el principal candidato republicano es tan radical y la gente está tan harta de cómo van las cosas, que también está ganando terreno.

De evento en evento para recaudar fondos, Matt responde de doscientas a quinientas invitaciones para dar discursos a la semana.

Hoy estamos sentados en la mesa redonda de Matt y la tensión se palpa en el ambiente. La gente de diseño creativo y de Marketing ha propuesto ideas, confiando en responder a la gran pregunta del día: «¿Cómo debemos enfocar la campaña de cara al público?».

Carlisle ha establecido lo básico; simplemente ha dicho que los esfuerzos de la campaña deberían centrarse en los puntos fuertes de Matt: la presidencia exitosa de su padre y su increíble popularidad como presidente, la popularidad de Matt entre la gente (especialmente entre la gente lista para cambiar las cosas) y su sencillez.

No obstante, aún hay que idear una auténtica estrategia de campaña para transmitir al público las ideas de cambio de Matt.

Matt parece exasperado, se pasa los dedos por el pelo oscuro y se frota la barba incipiente de su barbilla con los nudillos.

Quiero pronunciarme, ofrecer una sugerencia, pero el silencio me intimida… él me intimida. Su expresión indescifrable hace que todos los que están en la sala se remuevan con incomodidad.

Él alza la vista y barre a todo el mundo con los ojos; nos mira directamente de uno en uno.

—Podemos hacerlo mejor.

Su mirada conecta con la mía aunque solo por un instante y, durante ese segundo, de pronto vuelvo a tener once años, maravillada y confusa por el efecto que tiene sobre mí.

Me muerdo el labio y pienso en una carta escrita por un niño. He podido contestar todas las cartas, incluso algunas que contenían descabelladas propuestas de matrimonio, pero no se me ha ocurrido qué contestarle a este fan en particular. Cada vez que pienso en él, siento un dolor, pero, a pesar de ello, no tengo el valor de dirigirme a Matt directamente y preguntarle.

—Venga ya. —Suspira—. ¿De verdad esto es lo único que tenemos?

Se oyen papeles que se deslizan por la mesa; hay quien tose o suspira incómodamente. Nos miramos los unos a los otros y suplicamos en silencio con nuestros ojos que alguien, quien sea, hable. Estoy a punto de lanzar mi idea, pero Carlisle se me adelanta y siento que el corazón se me hunde en el pecho.

Carlisle sugiere que Matt enfoque su campaña como «el siguiente paso» o la «continuación» del plan presidencial de su padre. Lo llama una especie de Hamilton 2.0, el nuevo y mejorado plan Hamilton.

Matt lo descarta de inmediato.

—Quiero que la gente sepa que voy a continuar con el legado de mi padre, pero que también tengo ideas propias.

Carlisle suspira y levanta las manos en señal de derrota, exasperado.

—¿Alguien más tiene ideas?

Matt nos observa a todos y sus penetrantes ojos se detienen en mí. Noto que el aliento se me corta en el pecho. Alza una ceja, para animarme en silencio a hablar, a asumir el riesgo y decir lo que pienso.

Incapaz de soportar su mirada inquietante ni un segundo más, carraspeo, y todo el mundo me mira al instante.

—¿Qué opináis de algo que recalque que trabajaremos en todo, desde la misma base? —empiezo a decir nerviosamente—. Podemos llamarla la campaña del abecedario. Vamos a solucionar, a abordar y a mejorar todo desde la «A» hasta la «Z» en este país. Arte. Burocracia. Cultura. Deuda. Educación. Futuras relaciones…

La mesa guarda silencio. Echo un vistazo a Matt y veo que sus ojos brillan con aprobación.

Carlisle es el primero en hablar; se dirige a Matt con una amplia sonrisa.

—Eso es muy bueno.

Matt no se gira para encararlo, se limita a mantener su mirada sobre mí.

—Sí —aprueba sin más. Asiente, se pone en pie y se abrocha la chaqueta—. Haremos eso. Para mañana a primera hora, quiero un abecedario entero con los temas de la campaña —anuncia mientras camina. De inmediato, todos se van de la mesa, aliviados por tener algo que hacer ahora que Matt ha elegido una idea.

Una idea que resulta ser mía.

Mientras me doy la vuelta para seguirlos, una profunda sensación de orgullo bulle en mi interior y me calienta el pecho. Continúo caminando, pero antes de llegar a mi cubículo, Matt habla de nuevo:

—Charlotte, ven a mi despacho, por favor.

Me trago el nudo de la garganta y logro proferir:

—Claro. —Y lo sigo.

Se sienta y hace un gesto para que tome asiento frente a él.

Lo hago y empiezo a retorcer los anillos de mis dedos.

—Lo has hecho bien, Charlotte —asegura, mirándome con ojos cálidos. No puedo descifrar si quiere darme una palmadita en la espalda y decirme «bien planteado», o besarme hasta dejarme sin aliento y después decirme «ven a mi cama».

Sacudo la cabeza porque ese pensamiento ha despertado la calidez entre mis piernas.

—Gracias. —Sonrío.

Él me devuelve la sonrisa y se frota la barba incipiente del mentón. Entonces, comenta más para sí mismo que para mí:

—Sabía que te había traído a esta campaña por una razón.

Arqueo una ceja.

—¿Y qué razón es esa? —pregunto.

Me mira de arriba abajo con una sonrisa diabólica en la cara.

—Por tu aspecto físico, claro.

Me río y él se ríe conmigo, pero su risa se esfuma.

—Te he traído porque algo me decía que sientes tanta pasión por este país como yo y que quieres cambiar las cosas.

Noto que me ruborizo; él me observa con curiosidad.

—No creía que fueras a aceptar, ¿sabes? —confiesa, y luego añade—: ¿Por qué lo hiciste?

—¿Por qué hice qué? —pregunto, confusa por la expresión de sus ojos, por cómo me hacen sentir cuando me miran con tanta intensidad, como si fuera la única mujer en el mundo.

—¿Por qué aceptaste?

Hago una pausa y pienso en la pregunta. Pienso en ella de verdad durante un momento.

¿Por qué le dije que sí?

Siento que mis engranajes mentales giran y, antes de darme cuenta, contesto con seguridad.

—No podía dejar pasar la oportunidad de hacer algo grande.

Me mira fijamente; yo le devuelvo la mirada.

Y, en ese momento, siento un cambio en el ambiente. Noto que me he ganado algo que Matthew Hamilton no entrega fácilmente o con frecuencia: su admiración.

—Si no necesitas nada más, debería volver a mi trabajo —digo.

Asiente.

Nerviosa por la conexión que he sentido con él, regreso a mi mesa apresuradamente. Los teléfonos no han dejado de sonar y las pilas de cartas distribuidas en mi mesa y en la de Mark (otro asistente) aumentan por momentos.

Presidente

Подняться наверх