Читать книгу Suya hasta medianoche - Te enamorarás de mí - Oscura venganza - Ким Лоренс - Страница 12
Capítulo 8
ОглавлениеVieiras asadas y anguila ahumada con salsa de capsicum en corteza de parmesano y eneldo
–PARA.
No estaba invitándolo, estaba echándolo. Por supuesto que sí, se trataba de Audrey.
Oliver dio un paso atrás.
–Ha sido más corto de lo que yo esperaba –murmuró.
–Estamos en un lugar público.
Como si eso fuera lo que la detenía.
–Tengo una suite en la planta de arriba.
Por supuesto, ella no aceptó. Audrey tenía más clase de la que él tendría nunca.
–Pensé que estábamos en la última planta.
–La última planta para el público. Hay una más, un ático con una suite privada.
–¿Y es tuya?
–Va con el restaurante.
–¿Has comprado el restaurante? –exclamó ella, atónita.
–Sí.
–¿Por qué? ¿No hay buenos restaurantes en Shanghái?
–Me gusta este.
Y Qingting contaba con una ventaja: el eco de sus encuentros con Audrey. Y, cuando no apareció el año anterior, empezó a pensar que eso era todo lo que iba a tener.
Recuerdos.
–¿Cuánto te ha costado?
La adoraba. Tan elegante y tan descarada al mismo tiempo. Sin ningún respeto por las convenciones sociales. Pero él todavía no estaba dispuesto a poner un precio a su desesperación.
–Más de lo que puedas imaginar porque no estaba en el mercado –respondió. Pero él había seguido haciendo ofertas hasta que por fin tuvieron que aceptar.
Audrey lo miró con un brillo de comprensión en los ojos.
–Por eso hablaste con el encargado de las libélulas y por eso te hacen reverencias. Ahora lo entiendo todo… y antes has llamado Gerard al chef. Eres su jefe.
–Tratan igual a todo el mundo –se defendió él.
–¿Por qué lo has comprado, Oliver?
Ah, no. Eso no era algo que estuviese dispuesto a admitir ante una mujer que no quería saber nada de él.
–Era una buena inversión, los beneficios son enormes –respondió–. ¿Quieres ver la suite? Es espectacular.
–¿Y vas a…? –Audrey tragó saliva–. ¿Vas a dormir allí esta noche?
¿Era una sutil manera de preguntar si había una cama en la suite?
–Estás a salvo conmigo, no te preocupes.
–Lo sé.
Pero ¿no había sido él quien había instigado esa caricia unos segundos antes?
–Es mucho más que un dormitorio, es como una casa pequeña en lo más alto de las montañas. Desde cada ventana hay una vista diferente de Hong Kong.
A Audrey le gustaba mucho la ciudad y él lo sabía. De hecho, le gustaba todo lo oriental y eso hizo que se preguntase si Shanghái le gustaría tanto como a él.
¿Y por qué era tan importante…?
La notó indecisa. Quería ver la suite, pero no se atrevía a estar a solas con él. ¿En quién no confiaba, en él o en ella misma?
Un camarero se acercó entonces y dejó un plato sobre la mesa.
–Ah, genial.
No se había mostrado tan animada con los demás platos, pero, cuando corrió a sentarse, Oliver la siguió, sonriendo.
–Vieiras y anguila ahumada en un mar de capsicum en corteza de parmesano y eneldo –anunció Ming-húa antes de alejarse.
Cada bocado en un enorme caparazón blanco, con tres tiernas vieiras y trozos de anguila regados con una salsa roja y dos ramitas de eneldo.
–¿Blake te estafó o algo así? –le preguntó Audrey de repente.
Era lo último que esperaba escuchar, aunque no debería sorprenderle que se escondiera tras el recuerdo de su marido.
–No. ¿Por qué?
–Pensé que os habíais separado por una cuestión económica.
Oliver suspiró. No iba a dejarlo estar.
–Blake y yo fuimos amigos durante mucho tiempo, pero la gente cambia, los valores cambian. Cuanto más tiempo pasaba, menos cosas teníamos en común.
Salvo Audrey. Ella era la única constante.
–No entiendo que Blake lo mantuviera en secreto.
Incluso después de muerto Blake, seguiría mintiendo para no delatar a su amigo, pero era más que eso. ¿No acababa de contarle Audrey los problemas de autoestima que había tenido durante su adolescencia? ¿Qué sentiría si supiera que su marido había sido un adúltero?
El deseo de protegerla era más fuerte que todo lo demás.
–Déjalo ya.
Estaba claro que algo la perturbaba porque mordió una vieira como si fuera una tostada, masticando sin prestar atención al suculento bocado.
–¿Qué valores?
–¿Cómo?
–Has dicho que los valores cambian con el tiempo. ¿Qué cambió si no se trataba de una cuestión de dinero?
–Audrey…
–Por favor, Oliver, tengo que saberlo.
–¿Por qué?
–Porque unos años antes de que muriese, Blake cambió y quiero saber si tiene algo que ver.
–¿En qué sentido cambió?
–Pues… no sé, se volvió más afectuoso.
–¿Más afectuoso?
–Me abrazaba, me besaba… nunca lo había hecho antes.
–¿Te preocupa que tu marido se mostrase afectuoso contigo?
¿Qué clase de matrimonio había sido el suyo?
–No, pero es que fue algo repentino –Audrey se aclaró la garganta–. Sobre todo a principios de diciembre, como un reloj.
Las semanas antes de su peregrinaje a Hong Kong, compensándola porque iba a traicionarla.
–Pensé que podría tener algo que ver con mi viaje a Hong Kong, que no le gustaba que viniera.
–Pero era él quien te animaba a venir, ¿no?
–Sí, por eso no lo entiendo. Sabía que no le gustaba el trato que había entre nosotros y pensé que tal vez creía…
Audrey no terminó la frase.
«El trato que había entre nosotros». Oliver sabía a qué se refería.
–¿Blake creía que había algo entre nosotros?
–Es la única explicación que encuentro.
–¿De verdad, Audrey? ¿Esa es la única explicación que encuentras?
No había querido decirlo en voz alta, pero lo hizo.
–¿Qué quieres decir?
«Demonios».
–Que podría haber otras opciones. Blake sabía que podía confiar en mí.
Y por eso la traición era más vil.
–Pensé que tal vez había hablado contigo y… no sé, os habíais enfadado. Tal vez te sentiste insultado porque Blake pensó eso…
Tal vez eso era lo que ella quería creer.
–No, no ocurrió nada de eso.
–Ah, muy bien.
Oliver sabía que podría cambiar de tema y ella lo aceptaría. Jugaba con varias posibilidades, pero estaba decidida a no acercarse a la verdad. Y era comprensible.
Pero… ¿sería así para siempre?
Audrey tomó una vieira y sorbió la rica salsa.
No. No iba a dejar que la curiosidad muriese con su marido. Iba a dejar que las dudas se pudriesen, como ocurría con todos los secretos. Pero contarle la verdad no serviría de nada.
Claro que, si lo sacara a la luz… tal vez entonces podría enfrentarse a ello. Esas cosas perdían fuerza cuando eran expuestas a la luz. Si Audrey no sospechase nada lo habría dejado estar, pero tarde o temprano lo descubriría. O alguien se lo contaría. Alguien que no sería su amigo.
Oliver tomó una decisión.
–Se sentía culpable. Estaba compensándote porque sabía lo que iba a pasar en cuanto te fueras del país.
Audrey dejó la vieira sobre el plato.
–¿Qué quieres decir?
Él respiró profundamente.
–Tu marido te engañaba. Muchas veces. Cada año, cuando venías a Hong Kong…
Audrey se levantó de un salto, justo en el momento en que un camarero le servía una copa, manchándose la blusa y la falda de vino.
La traición de Blake le había dolido como una bofetada y se le llenaron los ojos de lágrimas. Ni siquiera se dio cuenta de que tenía la blusa empapada, a pesar de las profusas disculpas del camarero.
–Ming-húa –Oliver habló en voz baja con el maître–. Vamos –dijo después, tomándola del brazo–. Arriba podrás cambiarte.
Lo que en realidad quería decir era: «Voy a llevarte a un sitio donde podrás llorar sin que nadie te vea».
Audrey se dejó llevar, apoyándose en su mano, fuerte y cálida, pero en lugar de llevarla hacia los ascensores la llevó hacia la escalera circular que conducía al ático.
Al final de la escalera, la decoración oriental se convertía en occidental, con suelos de madera y tonos beiges y grises. Como su casa. Todo del gusto de Blake, no del suyo. Con mucho estilo, pero sin alma.
Como su matrimonio.
Oliver sacó una tarjeta magnética para abrir la puerta… tras la que había un espacio asombroso.
La vista desde las paredes de cristal debería haberla dejado admirada. Podía ver todo Hong Kong desde allí. Daba igual que la suite no fuese grande, tenía el patio más grande que había visto nunca.
Era una pena que no estuviese de humor para disfrutarlo.
–Cuéntamelo –dijo, con los dientes apretados, en cuanto cerró la puerta.
–Lo llamaba «el extra de Navidad» –empezó a decir él, suspirando.
–¿Quiénes eran esas mujeres? ¿Dónde las conocía?
–No lo sé, Audrey.
–¿Y desde cuándo lo sabías? ¿Todo este tiempo?
–El primer año pensé que había sido un tropiezo, pero cuando volvió a hacerlo al año siguiente me di cuenta de que no iba a cambiar, así que hablé con él.
–Entonces… ¿cinco años en total?
O sea, durante todo su matrimonio.
–Lo siento mucho, Audrey. Tú no te mereces esto.
–¿Por qué no me lo contaste antes?
–Porque sabía cuánto iba a dolerte.
–¿Y preferiste no decirme nada? ¿Sabiendo que Blake se reía de mí?
–No estaba seguro de que tú no lo supieras…
–¿Pensabas que yo lo sabía? –lo interrumpió ella–. ¿Que lo sabía y lo aceptaba?
–No podía estar seguro –repitió Oliver–. Y no era fácil sacar el tema.
–¿Es por eso por lo que no fuiste al funeral?
–Ya te he explicado por qué…
–Sí, claro. Porque temías no poder apartar tus manos de mí –volvió a interrumpirlo Audrey, irónica.
–¿Por qué crees que envié tus flores favoritas y no las de Blake? Las mandé por ti.
–Es una pena que Blake no compartiera tu entusiasmo por mi persona. Si hubiera sido así, no habría tenido que buscar fuera de casa.
Aunque Blake había sido el débil, el traidor, ella no podía dejar de sentirse patética.
–Entonces, él y tú…
–¿Quieres saber si teníamos una vida sexual plena? Aparentemente no. Yo sabía que no le entusiasmaba, pero no hasta el punto de tener que tomar medidas tan desesperadas.
–No eras tú, Audrey.
–Yo era al menos la mitad.
Oliver tomó sus manos.
–No tenía nada que ver contigo.
–El donjuán no parecía tener problemas en ese aspecto.
–Te juro que tú no podrías haber hecho nada de otro modo. No es culpa tuya.
–¿Y cómo lo sabes? ¿Es que Blake te habló de nuestra vida sexual?
Esa sería una humillación intolerable.
–No, no lo hizo. Pero sí hablaba frecuentemente de… sus otros encuentros. Hasta que le cerré la boca.
Audrey se dejó caer sobre una otomana y se tapó la cara con las manos.
–Me siento como una tonta. ¿Cómo no me di cuenta?
–Él no quería que lo supieras.
–Pero debería haber notado algo –Audrey se levantó–. Estábamos juntos todos los días. Debería haber sospechado algo.
–Tú siempre buscas lo mejor en la gente.
–No, ya no.
–No hagas eso, no dejes que él te cambie. La gente juzgará a Blake por lo que hizo, no a ti.
«¿La gente?».
–¿Cuánta gente lo sabe?
–Unos cuantos. Parece que no era muy sutil.
Audrey se imaginó a Blake paseando por Sídney con una pechugona jovencita. Todo lo que ella no era: joven, bien dotada, delgadísima y con una experiencia en la cama que ella no tendría nunca.
Y lo hacía delante de todos. Tal vez quería que lo descubriesen. ¿No era eso lo que decían los expertos sobre los hombres adúlteros? Tal vez lo habría descubierto si hubiera prestado más atención a su matrimonio.
Era la verdad. Estaban destinados a ese final desde el día que su trabajo, sus amigos y sus aficiones se volvieron más importantes que su matrimonio.
–Audrey, sé lo que estás haciendo –le advirtió Oliver.
–¿Qué estoy haciendo?
–Estás pensando que esto es culpa tuya.
La conocía tan bien… ¿Cómo era posible?
–Tiene que ser en parte culpa mía.
–No, no lo es. Tú no podrías haber hecho nada a menos que… cambiases de sexo.
–¿Qué?
–Blake no te engañaba con mujeres.
Audrey lo miró en silencio durante unos segundos, hasta que por fin lo entendió.
–No… –empezó a decir, atónita.
–Creo que Blake lo supo siempre. Lo sabía cuando salíais juntos y cuando os casasteis. No podía ser lo que no era…
–¿Estás defendiéndolo?
–Estoy defendiendo su derecho a ser quien era en realidad, pero no defiendo lo que hizo. Engañar es engañar y te hizo daño, por eso rompí mi amistad con él.
–¿Y él lo sabía?
–Perfectamente. Se lo dije a la cara.
–¿Estuviste en Sídney? ¿Por qué no me dijiste nada? No, déjalo, está claro.
En ese momento sonó un golpecito en la puerta, muy suave, casi como un arañazo. Una camarera del restaurante le llevaba un precioso kimono azul bordado en hilo de plata.
–Para que te cambies de ropa –dijo Oliver–. Tu traje será lavado y planchado. Te lo devolverán antes de que te vayas.
La joven sonrió, mostrando unos dientes perfectos a juego con una perfecta cinturita de avispa. Audrey tomó el kimono, le dio las gracias y se volvió para buscar el baño.
–La segunda puerta a la derecha –dijo Oliver.
Debía de haber comprado el kimono en alguna de las boutiques del edificio, pensó Audrey. Era largo, de corte oriental, tan ajustado que acentuaba sus curvas. El azul era asombroso y el hilo de plata iluminaba su cara.
Suspirando, se apoyó en la pared de azulejos. La vida secreta de Blake explicaba muchas cosas. Su a veces enigmático comportamiento, su indiferencia. Jamás era grosero, pero siempre parecía un poco distante. Y su rutinaria vida sexual.
Técnicamente correcta, pero ninguno de los dos ponía el corazón.
Y, por lo visto, había una buena razón para que fuera así.
Y no era ella.
Su alivio era eclipsado por la sorpresa de descubrir que su marido era gay. Qué triste que Blake no hubiera sido capaz de reconciliarse con esa parte de sí mismo. Qué triste que hubiese mentido a todos y qué pena que ella no hubiese podido ayudarlo porque no sabía nada. Si Blake hubiese confiado en ella, lo habría apoyado. Después de romper con él.
Esconderse en un matrimonio no era la manera de ser feliz.
Audrey se miró al espejo...
«Hipócrita».
También ella tenía secretos. No tan destructivos como los de Blake, ni tan colosales.
–¿Audrey? Abre un momento.
–¿Qué? –murmuró ella, asomando la cabeza.
–He pensado que necesitarías esto –Oliver le ofreció su bolso.
–Ah, gracias.
Saltó una chispa de electricidad estática cuando sus dedos se rozaron… pero no podía ser electricidad estática porque el suelo era de bambú.
Tuvo que mojar una toalla y pasársela por la cara para buscar un poco de calma antes de darse un toque de colorete y arreglarse el pelo. Luego se miró al espejo por última vez antes de salir del baño para volver a reunirse con Oliver.