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El testimonio a Pablo

Hechos 7:58-60, RVR1960

«Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió».

Introducción

En Hechos 7:58-60 se menciona la lapidación del primer mártir cristiano, llamado Esteban. En dicha narración se hace la primera mención en el pasaje leído a «un joven que se llamaba Saulo» que estuvo presente ese fatídico día.

1. Las ropas de Esteban

«Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo» (Hechos 7:58, RV-60).

El lugar. Los judíos no lapidaban ni ejecutaban a ningún violador de la Ley dentro de las murallas de la ciudad, sino que lo hacían fuera de las murallas. Según la tradición Esteban fue apedreado fuera de la Puerta de las Ovejas, conocida desde la época de Sulimán como la Puerta de los Leones, por los cuatro leones que tiene en alto relieve. Para los cristianos es conocida como la Puerta de san Esteban.

Dice Hebreos 13:12 de esta manera: «Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta».

Jesús también fue crucificado fuera de la ciudad. Según una tradición evangélica desde el siglo XIX, en una cantera que está cercana a la Puerta de Damasco, Jesús fue crucificado y cerca sepultado en lo que se conoce como El Jardín de la Tumba. Ese llamado Calvario de Gordon por su descubridor, tiene forma de una calavera o cráneo humano y recuerda al nombre del que se le dio al lugar donde Jesús de Nazaret fue crucificado.

La tradiciones católica-romana, ortodoxa-griega, armenia, etíope, copta, entre algunas, identifican la crucifixión y sepultura con la Iglesia del Santo Sepulcro, señalada por la primera peregrina llamada santa Elena en el siglo IV. Lugares que para la época de la crucifixión de Jesucristo, estaban de igual manera fuera de la muralla de la ciudad.

De igual manera los creyentes somos llamados a ser probados «fuera de la ciudad» como Esteban y a «padecer fuera de la puerta» como Jesucristo. Fuera del templo salimos para llevar el vituperio: «Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio» (Heb. 13:13).

Debemos salir «fuera» llevando el desprecio y el rechazo a causa de nuestra fe evangélica. Si Jesús padeció por nosotros, también nosotros debemos padecer por Él. Los mártires, cuando la hora del martirio les llegaba, aunque estaban muy tristes por esa gran prueba humana, sabían que era una manera honrosa de testificar su fe cristiana.

La misión de la iglesia es afuera y no únicamente adentro. Es una fuerza centrífuga hacia afuera con la evangelización y las misiones y no simplemente una fuerza centrípeta hacía adentro con el culto (oraciones, alabanza y adoración). De ahí es la asignación dada por Jesús a sus seguidores y por ende a la iglesia, mediante «La Gran Comisión» de «id» (RVR-60). Que para muchos se ha transformado en la gran omisión «de quedaos».

«Pero él se acercó y les dijo: ‘Dios me ha dado todo el poder para gobernar en todo el universo. Ustedes vayan y hagan más discípulos míos en todos los países de la tierra. Bautícenlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Enséñenles a obedecer todo lo que yo les he enseñado. Yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo’» (Mt. 28:18-20, TLA).

En Getsemaní, Jesús lloró por tercera vez, previo a su arresto para ser sentenciado y crucificado: «Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente» (Heb. 5:7).

Llevar la cruz de Cristo no es una vergüenza, es una gloria. De esa manera lo vieron aquellos mártires del siglo I y el siglo II. Pedro fue crucificado con la cruz invertida porque no se sintió digno de ser crucificado como su Maestro.

Pedro de Alejandría, obispo en la ciudad que le da su apellido, que posiblemente murió por el año 311 d.C., declaró sobre la muerte del apóstol Pedro: «Pedro, el primero de los apóstoles, habiendo sido apresado a menudo y arrojado a la prisión y tratado con ignominia, fue finalmente crucificado en Roma».

Eusebio De Cesarea dijo que Pedro: «Fue crucificado con la cabeza hacia abajo, habiendo él mismo pedido sufrir así». Interesante que la profecía de Jesús acerca de la muerte de Pedro, solo se refiere a una muerte como mártir y no a la muerte por crucifixión. Pedro sería conducido a la muerte y aceptaría la misma para dar testimonio glorioso acerca de Jesús. Ser crucificado con la cruz invertida era morir mirando al cielo.

Andrés, al igual que su hermano Pedro, a quién trajo hasta Jesús, tuvo la gloria de la crucifixión. Él fue crucificado en una cruz en forma de X, con los brazos y las piernas extendidas. Símbolo del que abraza con los brazos del evangelio y se mueve con las piernas del evangelio.

Nosotros somos llamados a llevar espiritualmente la cruz de la negación propia. Mas que llevar una cruz colgada al cuello o ponerla en una pared, nosotros debemos cargarla cada día y ser crucificados en ella juntamente con Cristo. ¡Tenemos que vivir un discipulado de crucifixión! ¡Tenemos que ser entrenados en una vida de crucifixión.

«Luego Jesús les dijo a sus discípulos: ‘Si ustedes quieren ser mis discípulos, tienen que olvidarse de hacer su propia voluntad. Tienen que estar dispuestos a cargar su cruz y a hacer lo que yo les diga. Si sólo les preocupa salvar su vida, la van a perder. Pero si deciden dar su vida por mi causa, entonces se salvarán. De nada sirve que una persona gane en este mundo todo lo que quiera, si al fin de cuentas pierde su vida. Y nadie puede dar nada para salvarla. Porque yo, el Hijo del hombre, vendré pronto con el poder de Dios y con mis ángeles, para darles su premio a los que hicieron el bien y para castigar a los que hicieron el mal. Les aseguro que algunos de ustedes, que están aquí conmigo, no morirán hasta que me vean reinar’» (Mt. 16:24-28, TLA).

«En realidad, también yo he muerto en la cruz, junto con Jesucristo. Y ya no soy yo el que vive, sino que es Jesucristo el que vive en mí. Y ahora vivo gracias a mi confianza en el Hijo de Dios, porque él me amó y quiso morir para salvarme» (Gal. 2:20, TLA).

Las ropas. Aquellas «ropas» de Esteban (su manto y su túnica), fueron arrojadas a los pies del joven Saulo por los testigos manipulados en contra de aquel diácono helenizante de la iglesia judeo-cristiana. La mala justicia se disfraza como buena justicia para manifestar sus pretensiones de justicia.

Aquellas «ropas» fueron una señal profética del martirio futuro que luego caería sobre Pablo de Tarso. Este testimonio de las «ropas» de Esteban, Pablo de Tarso nunca lo dio. Pero de seguro, que en alguna conversación privada con el médico Lucas, compartió aquel recuerdo. Y Lucas, años después vio la importancia de registrarlo en su libro de los Hechos.

La palabra griega para joven es «neamías» y puede significar un joven de entre 25 a 40 años de edad. Saulo de Tarso tendría cerca de 30 a 35 años. Probablemente nació en el año 8 de la era cristiana, en el año 2008 la Iglesia Católica Romana celebró el «Año Paulino» de los dos milenios del nacimiento del Apóstol a los Gentiles. Es probable que Lucas utilice dicho término para también dejar ver la falta de madurez y de sabiduría espiritual en Saulo.

Dios habla por señales proféticas. El manto de Elías sobre Eliseo fue una señal profética del llamado a Eliseo:

«Elías se fue de allí y encontró a Eliseo hijo de Safat. Eliseo estaba arando su tierra con doce pares de bueyes. Él iba guiando la última pareja de bueyes. Cuando Eliseo pasó por donde estaba Elías, éste le puso su capa encima a Eliseo, y de esta manera le indicó que él sería profeta en lugar de él» (1 R. 19:19, TLA).

El manto que se le cayó a Elías y lo recogió Eliseo fue otra señal profética de que Eliseo era confirmado como el sucesor de Elías:

«Eliseo, viendo lo que pasaba, se puso a gritar: ‘¡Padre mío, padre mío, carro y fuerza conductora de Israel!’. Pero no volvió a verlo. Entonces agarró su ropa y la rasgó en dos» (2 R. 2:12, NVI).

«Luego recogió el manto que se le había caído a Elías y, regresando a la orilla del Jordán, golpeó el agua con el manto y exclamó: ‘¿Dónde está el Señor, el Dios de Elías?’. En cuanto golpeó el agua, el río se partió en dos, y Eliseo cruzó» (2 R. 2:13-14, NVI).

«Los profetas de Jericó, al verlo, exclamaron: ‘¡El espíritu de Elías se ha posado sobre Eliseo!’. Entonces fueron a su encuentro y se postraron ante él, rostro en tierra» (2 R. 2:15, NVI).

Pero antes de que Saulo de Tarso llegara a entender y a aceptar que era uno de los elegidos por el Señor Jesucristo para continuar la misión evangelizadora de Esteban, pasarían algunos años dando «coces contra el aguijón». Pero ya el Espíritu Santo lo tenía en la mirilla y Jesucristo personalmente tendría que tratar con él.

Por ahí andan muchos huyendo de Jesucristo, actuando como sus enemigos, aplaudiendo las malas acciones del mundo, pero Jesucristo ya los está velando. La red del evangelio se está abriendo para ellos. Tarde o temprano tendrán que venir humillados para ser salvados por el Salvador Jesucristo.

Aquellas eran las «ropas» de la futura elección como apóstol y misionero para un Saulo de Tarso, que vivía su presente, pero ya Jesucristo le tenía marcado su futuro. Eran las ropas del martirio que algún día con honor Saulo de Tarso llevaría como testimonio ante el verdugo romano.

2. La invocación de Esteban

«Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch. 7:59).

El nombre Esteban es una traducción al castellano del nombre griego Στέφανος «Stéphanos» y significa «corona». Y encaja proféticamente con su testimonio como mártir. Esteban fue uno de los siete diáconos judeo-helenistas o judíos de habla griega, seleccionados para «servir a las mesas» de los pobres (Hch. 6:5). Se perfiló como profeta predicador carismático.

Esteban expresó el discurso más extenso del libro de los Hechos, pues tiene el solo la misma extensión que los tres discursos de Pablo de Tarso en dicho libro. Ese discurso de Esteban menciona a Abraham, Isaac, Jacob, los doce príncipes de los hebreos, a José y la hambruna de la tierra, la salida del pueblo hebreo de Egipto por intermedio de Moisés y el peregrinaje del desierto. Y eso demuestra cómo el Espíritu Santo lo inspiró para predicar.

Esteban, mientras era martirizado, tomó prestados elementos de la primera palabra y de la última palabra, oraciones que su Salvador Jesucristo expresó al Padre Celestial desde el altar del Calvario.

En la primera palabra Jesús oró. «Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y partiendo sus vestidos, los echaron a suertes» (Lc. 23:34).

El Dr. Martin Luther King, Jr. escribió sobre esa expresión «... perdónalos, porque no saben lo que hacen»:

La historia abunda en testimonios de esta tragedia vergonzosa. Hace siglos, un sabio llamado Sócrates se vio obligado a beber cicuta. Los hombres que exigían su muerte no eran malos, ni tenían sangre de demonios en las venas. Al contrario, eran sinceros y respetables ciudadanos de Grecia. Sostenían que Sócrates era ateo porque su concepto de Dios tenía una profundidad filosófica que iba más allá de los conceptos tradicionales. Sócrates fue inducido a la muerte, no por maldad, sino por ceguera. Saulo no tenía mala intención al perseguir a los cristianos. Era un devoto sincero y consciente de la fe de Israel. Pensaba que iba por el buen camino. Perseguía a los cristianos no por falta de rectitud, sino por falta de luz. Los cristianos que emprendieron las persecuciones infamantes y las inquisiciones vergonzosas no eran hombres malos, sino hombres equivocados. Los eclesiásticos que creían tener la misión divina de oponerse al progreso de la ciencia bajo la forma del sistema planetario de Copérnico o de la teoría de Darwin sobre la evolución no eran malvados, sino que estaban mal informados. Las palabras de Cristo en la cruz expresan una de las tragedias más hondas y trágicas de la historia: «No saben lo que hacen» (La Fuerza de Amar. Publicado por Acción Cultural Cristiana. Madrid, España. Publicado en el año 1999, página 42).

En la séptima palabra Jesús oró. «Jesús gritó con fuerza y dijo: ‘¡Padre, mi vida está en tus manos!’. Después de decir esto, murió» (Lc. 23:46, TLA).

La oración del mártir judeo-helenista fue: «Mientras le tiraban piedras, Esteban oraba así: ‘Señor Jesús, recíbeme en el cielo’. Luego cayó de rodillas y gritó con todas sus fuerzas: ‘Señor, no los castigues por este pecado que cometen conmigo’. Y con estas palabras en sus labios, murió» (Hch. 7:59-60, TLA).

Ambas oraciones del Mesías Jesús, Esteban las hizo propias y personales. Esteban entregó al cuidado eterno del «Señor Jesús» que descendió y ascendió, el cuidado de su alma-espíritu. Esteban es el protomártir de los mártires cristianos, el primero que con su sangre bañaría el campo de la evangelización. Con esa sangre de los mártires se humedecieron los surcos donde era plantada la semilla del evangelio.

El protomártir Esteban fue apedreado a las afueras de lo que hoy se conoce como «La Puerta de los Leones» (por el diseño de cuatro leones sobre el arco superior de la entrada) en el lado este de la muralla. La tradición cristiana ortodoxa la llama «La Puerta de San Esteban». Cuando se entra por la misma se llega al «Estanque de Betesda» y a la Iglesia de Santa Ana en el barrio Cristiano.

En la iconografía católica, anglicana y ortodoxa, se presenta a Esteban con tres piedras, dos piedras sobre sus hombros y una piedra sobre su cabeza y en su mano derecha un libro y en la izquierda la palma del martirio. En la iconografía oriental se presenta con una iglesia o un incensario en su mano. En la Iglesia Ortodoxa con el monasterio en el valle de Cedrón, cerca de la Puerta de San Esteban, se venera el lugar de la lapidación de Esteban.

Otra tradición religiosa ubica la lapidación de Esteban fuera y cerca de la Puerta de Damasco. Allí se conmemora con la Basílica de San Esteban o la Iglesia de San Esteban. Está cerca de la calle Nablus. Bajo la emperatriz Eudocia se construyó un templo para conmemorar el evento, y ella luego fue sepultada allí.

La meta de todo creyente es que algún día cercano o lejano, pueda entregar en las manos del Amado su alma-espíritu. La vereda de la Iglesia está marcada en rojo por la sangre del Cordero-Hombre. Del Génesis al Apocalipsis fluye un río rojo de la sangre del Cordero Mesías.

Esteban terminó su discurso con estas palabras: «Pero como Esteban tenía el poder del Espíritu Santo, miró al cielo y vio a Dios en todo su poder. Al lado derecho de Dios estaba Jesús, de pie. Entonces Esteban dijo: ‘Veo el cielo abierto. Y veo también a Jesús, el Hijo del hombre, de pie en el lugar de honor’» (Hch. 7:55-56, TLA).

El poder en Esteban. «Esteban tenía el poder del Espíritu Santo, miró al cielo y vio a Dios en todo su poder». El Espíritu Santo, el gran «empoderador» de la iglesia de Hechos, fue el poder que abrió el cielo para Esteban para así ver a «Dios en todo su poder».

La visión de Esteban. «... Al lado derecho de Dios estaba Jesús, de pie». Tuvo una visión de Jesús, el Hijo de Dios, en su estado de gloria, a la derecha de Dios Padre. Es como si el Jesús entronizado se hubiera levantado para recibir al mártir Esteban.

El testimonio de Esteban. «Veo el cielo abierto. Y veo también a Jesús, el Hijo del hombre, de pie en el lugar de honor». No se sabe nada de si Esteban pudo haber visto a Jesús resucitado aquí en la tierra, pero lo vio resucitado como «Hijo del hombre», levantado en un sitial de honor, disfrutando aquella gloria eterna que su encarnación le interrumpió, pero que su resurrección y ascensión le devolvió.

Tú y yo podemos tener una visión de cielos abiertos, de ver la gloria de Jesús manifestada en las reuniones congregacionales y en los devocionales personales. Ora, adora y alaba para que los cielos se abran para ti. ¡Vivimos en tiempos de cielos abiertos!

3. La oración de Esteban

«Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió» (Hch. 7:60).

La posición. Esteban oró arrodillado. Jesús el Mesías le había enseñado a sus discípulos a orar de rodillas. Esteban que era la segunda generación de creyentes judeocristianos, aprendió a orar de rodillas. Lo tradicional para el judío era y es orar de pie o sentado. Pero en la tradición cristiana modelada por el mismo Señor Jesucristo, la oración de rodillas representa humillación, rendición y reverencia. Pero sea que oremos sentados, oremos de pie, oremos acostados, oremos caminando, lo importante es que oremos.

El contenido. En esta parte de su oración, Esteban tomó prestado el contenido de la oración de Jesús el Mesías en el Calvario. Como su Señor hizo, Esteban emuló su gran ejemplo perdonando. Los mártires cristianos a lo largo de los siglos, han muerto regando el rocío del perdón a sus ejecutadores.

El «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», dicho por su Maestro, Esteban lo parafraseó: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado». Dijo lo mismo pero con diferentes palabras.

Perdonar es el máximo acto de amor que un creyente puede hacer. Perdonar es el sermón más elocuente que se pueda predicar. El perdón produce más beneficios al que lo ofrece que al que lo recibe. Perdonamos aunque seamos los ofendidos. Perdonamos para ser sanados interiormente de resentimientos, venganzas, odio, mala voluntad y malos deseos hacía el prójimo. Perdonar produce sanación interior.

Cuando alguien me ofende, ofende a Dios y se pone en la posición del pecador. Cuando yo ofendo a alguien, ofendo a Dios y me pongo en la posición del pecador. Cuando no perdono al ofensor, me pongo en la posición del pecador. Cuando el ofensor no me perdona a mí, se pone en la posición del pecador. ¡Vale la pena perdonar!

Conclusión

El perdonar trae beneficios al que lo expresa, se aplica al ofensor y beneficia al ofendido. Jesús y Esteban vieron la ignorancia de aquellos que los abusaban. Primero no ofendas y segundo perdona.

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