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La participación de Pablo
Hechos 8:1-3, RVR1960
«Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él. Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel».
Introducción
Desde el principio el joven Saulo se presentó como un celoso de la fe religiosa. Se veía como alguien destinado a defender el judaísmo farisaico en contra del recién movimiento cristiano del llamado Mesías Jesús de la Galilea. Pero allí, en la lapidación de Esteban, Saulo sería testigo de la muerte del primer mártir de la fe cristiana.
1. El consentimiento de Pablo
«Y Saulo consentía en su muerte...» (Hch.8:1).
El Comentario Bíblico de Matthew Henry, adaptado por Francisco Lacueva, declara: «Hay buena razón para pensar que el propio Pablo incitó a Lucas a consignar esto para vergüenza suya y gloria de la gracia de Dios» (Editorial CLIE).
La complicidad. Saulo o Pablo desde el principio se deja ver como un líder, alguien que podía tomar decisiones, y en este caso como responsable de la muerte directa o indirecta del diácono Esteban, primer mártir cristiano y modelo para los futuros mártires que a lo largo de la historia de la iglesia con su sangre han regado la misma.
¿Cómo consintió Saulo en dicha muerte? Posiblemente era uno de los miembros más jóvenes de la Corte del Sanedrín. Pero esto es conjetura, sin base textual para sostener dicha posición resaltada por la tradición.
Puede que haya sido uno de los agitadores principales en tornar a aquella turba contra el inocente Esteban. Pero es innegable que era un joven fariseo en busca del foco de atención y que deseaba sobresalir como un verdadero fariseo celoso y fanático de su religión. Son muchos los seres humanos como Saulo de Tarso que siempre están buscando las luces del teatro.
Es probable que Saulo hubiera asistido en Jerusalén a la misma sinagoga donde se congregaba Esteban. Los judeocristianos guardaban el sábado en las sinagogas y el domingo lo celebraban en las casas-cultos.
Sobre su inicio en el fariseísmo, Pablo de Tarso testificaría: «Yo soy judío. Nací en la ciudad de Tarso, en la provincia de Cilicia, pero crecí aquí en Jerusalén. Cuando estudié, mi maestro fue Gamaliel, y me enseñó a obedecer la ley de nuestros antepasados. Siempre he tratado de obedecer a Dios con la misma lealtad que ustedes» (Hch. 22:3, TLA).
Este pasaje nos da un breve resumen o curriculum vitae de Pablo de Tarso sobre de dónde vino, dónde creció y lo que logró. Aunque nació en Tarso, se crió en Jerusalén y se educó para ser un rabino en las cátedras de Gamaliel. Fue un hombre que obedecía la ley y obedecía a Dios. ¡Era ciudadano y jerosolimitano!
La participación. Es sabido que muchos como Saulo se hacen cómplices de la injusticia humana, sea que la promuevan o que con su silencio la permitan. Un refrán popular dice: «El que calla otorga». Nunca estemos de acuerdo con el mal hacia otra persona. Nunca seamos partícipes de algo que es injusto poniéndonos el bozal del silencio.
Seamos agentes defensores de la verdad, defensores del orden, vigilantes de la justicia humana, embajadores de los derechos humanos. Levantémonos contra la difamación y los falsos testimonios. No nos pongamos al lado de la injusticia porque nos conviene, llegará el día que la injusticia en contra nuestra le convendrá a otra persona.
2. El duelo por Esteban
«Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él» (Hch. 8:2).
El desafío. Aquí se puede hablar de líderes respetados, «hombres piadosos». La Traducción En Lenguaje Actual dice: «Unos hombres que amaban mucho al Señor». Por esa piedad y amor al Señor Jesucristo, esos «hombres piadosos» desafiaron a la multitud y reclamaron el cadáver del mártir Esteban para darle una honrosa sepultura. A los lapidados por blasfemia, herejías, inmoralidad, se les dejaban muchas veces sus cuerpos abandonados a las aves de rapiña.
Pero aquellos valientes «hombres piadosos», se sobrepusieron a todos y a todo, para honrar a un buen ser humano, que por su creencia murió públicamente. Necesitamos muchos «hombres piadosos» y también incluyo a «mujeres piadosas», que se atrevan a actuar moralmente-correctamente, políticamente-correctamente, y socialmente-correctamente.
Ellos no se avergonzaron de identificarse con la fe de Esteban, aunque eso los fuera a implicar como creyentes de Jesucristo. Nunca nos avergoncemos de dar testimonio de alguien que es un hombre o una mujer de Dios.
La honra. Pero notemos ese duelo expresado por la muerte de Esteban: «... e hicieron gran llanto sobre él». La muerte de alguien a quien se ama o que de alguna manera ha tocado nuestras vidas, produce en nosotros un fuerte dolor. Mientras otros celebraban la muerte de Esteban, un grupo lo lloraba.
A nuestros soldados espirituales caídos en combate contra las huestes del mal, se les tiene que honrar. Cuando están vivos y cuando mueren. El mundo norteamericano celebra el «Memorial Day» o «Día de los Veteranos». Y, pregunto: ¿Recordamos nosotros a nuestros «Veteranos de la Fe»?
Lamentablemente, a los impíos, a los no convertidos, a los hijos de las tinieblas, se les honra muchas veces más que a muchos paladines del evangelio, hombres y mujeres cuyas vidas se han desgastado en el servicio a la humanidad.
Al andar por muchas calles de New York City, veremos murales en algunas bodegas, que son pagados para honrar a vendedores de drogas o jefes de ‘mafias’, por personas que se benefician de sus actos. Pero nunca veremos un mural dedicado a un hombre o a una mujer de Dios. Muchas veces el mundo hace por los suyos, lo que nosotros no hacemos por los nuestros. ¡La verdadera ironía de la vida!
José de Arimatea se comprometió con el funeral de Jesús. «Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente por miedo a los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús» (Jn. 19:38, RV1960).
Nicodemo, el fariseo, se comprometió con el funeral de Jesús. «También Nicodemo, el que antes había visitado a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloe, como cien libras» (Jn. 19:39, RV1960).
«Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Y en el lugar donde había sido crucificado, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno. Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús» (Jn. 19:40-42, RV1960).
Son muchos los funerales de líderes y creyentes en la obra de Jesucristo a los que he asistido como visitante o predicador, y he visto una notable ausencia de compañeros y de personas que en vida se beneficiaron de los mismos. ¿Por qué se ha perdido esta cultura de duelo funeral? A muchos no les importan los muertos de otros.
Pero peor aún, es cuando a muchos no les importan sus propios familiares fallecidos. Buscan las mil y una excusas para que otros asuman las responsabilidades de dar un funeral y un entierro digno a un ser querido. Y las iglesias muchas veces son blanco de oportunismo para esa clase de individuos. ¡Han gozado de sus seres queridos, los disfrutaron en vida, les han sacado finanzas a sus seres queridos, ahora que mueren los lloran, pero buscan que otros asuman la responsabilidad de los gastos funerarios!
3. El asolamiento de Pablo
«Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba a la cárcel» (Hch. 8:3).
«... En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles» (Hch. 8:1).
Aquí se menciona a «Jerusalén... Judea y Samaria...» (Hch. 8:1), tres de los lugares mencionados en la asignación dada por el Señor como sus últimas palabras durante su ascensión: «Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hch. 1:8). La conjunción ‘y’ indica la proximidad de Judea y Samaria.
La iglesia fue comisionada para llenarse del Espíritu Santo y transformarse en una agencia de testimonio y de proclamación en su área y periferia. Pero la iglesia parece que se estancó, se quedó en Jerusalén. Entonces vino la persecución y se vio forzada a causa de la misma para cumplir con su asignación misionera y evangelizadora.
La iglesia fue esparcida, pero los apóstoles se quedaron en Jerusalén. Leemos: «... y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles» (Hch. 8:1). La Iglesia de Jesucristo somos luz y debemos alumbrar en el mundo de las tinieblas.
Saulo de Tarso fue un asolador, un perseguidor, un inquisidor de la iglesia que estaba en Jerusalén, se metía en las casas para arrestar a los creyentes, arrastrándolos, los metía presos: «Mientras tanto, Saulo seguía maltratando a los miembros de la iglesia. Entraba en las casas, sacaba por la fuerza a hombres y a mujeres, y los encerraba en la cárcel» (Hch. 8:3, TLA).
Saulo de Tarso fue un fanático, un joven sin escrúpulos lleno de ambiciones, que maltrataba a hombres y mujeres. Haciendo daño a otros sentía que agradaba a Dios. Era un abusador «bully» religioso. ¡Un religioso equivocado! Y son muchos los religiosos bien intencionados, que hacen daño a quién no piensa como ellos. No somos amos de la verdad, somos siervos de la verdad.
Pero de ese perseguidor Jesucristo haría un seguidor. El perseguidor sería convertido en perseguido. El enemigo de la cruz sería el amigo de la cruz. Solo el poder de Jesucristo transforma a hombres y mujeres malos y no tan malos, en hombres y mujeres que hermosean la sociedad.
La muerte de Esteban de alguna manera influenció la vida de aquel joven llamado Saulo de Tarso. No solo le pusieron a sus pies las ropas de Esteban, Saulo guardó también las ropas de los que mataban a Esteban. Y eso lo demuestra en su testimonio posterior.
Aquella memoria del cuadro de la muerte de Esteban, siempre colgó en la pared del recuerdo: «Cuando mataron a Esteban, yo estaba allí, y estuve de acuerdo en que lo mataran, porque hablaba acerca de ti. ¡Hasta cuidé la ropa de los que lo mataron!» (Hch. 22:20, TLA).
En la vida de Pablo de Tarso se dejan ver varias vestiduras que señalan un propósito para con su vida:
Las vestiduras usadas por Esteban. «Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo» (Hch. 7:58). Eran las vestiduras del hombre insultado, del siervo maltratado, del creyente abusado, del hombre santo, como lo era Esteban (Hch. 7:58). Aquellas vestiduras puestas a los pies de Saulo de Tarso, le dieron testimonio de una verdadera fe y una verdadera esperanza.
Las vestiduras usadas por los inquisidores de Esteban. «... Y guardaba las ropas de los que lo mataban» (Hch. 22:20). Eran hombres irracionales, arrastrados por sus impulsos emocionales, llenos de celo religioso, pero vacíos de misericordia y gracia. A Saulo le dieron testimonio de falta de amor, de celo religioso equivocado y falta de comprensión hacia el prójimo.
Las vestiduras rasgadas por Pablo de Tarso. «Cuando Bernabé y Pablo se dieron cuenta de lo que pasaba, rompieron su ropa para mostrar su horror por lo que la gente hacía. Luego se pusieron en medio de todos, y gritaron: ‘¡Oigan! ¿Por qué hacen esto? Nosotros no somos dioses, somos simples hombres, como ustedes. Por favor, ya no hagan estas tonterías, sino pídanle perdón a Dios. Él es quien hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos’» (Hch. 14:14-15, TLA).
Bernabé y Pablo rasgaron sus vestiduras como demostración que no eran dioses. Con ese acto rechazaron toda adulación y pleitesía humana. En el drama divino solo Jesucristo es actor principal. Nosotros somos los extras.
Las vestiduras usadas por Pablo de Tarso. «Cuando vengas, tráeme la capa que dejé en Tróade, en casa de Carpo; también los libros, y especialmente los pergaminos» (2 Tim. 4:13, DHH). Pasado el tiempo Saulo de Tarso fue un hombre cambiado y santo. Esa Tróade es conocida como Troas o Troya. Muchos recuerdan a esta legendaria ciudad por el caballo de Troya mencionado en la Ilíada de Homero.
(Quien escribe esto ha visitado las ruinas de Troya. Allí he subido hasta el caballo conmemorativo de madera). Pero la Biblia recuerda a Troya asociada con la «capa» o «el capote» de Pablo de Tarso. Era el abrigo usado en el invierno por el apóstol. Allí dejó su capote bajo el cuidado de su amigo Carpo. Era una vestidura que daba testimonio de una vida entregada y gastada al servicio del reino de Jesucristo.
A los incrédulos, el Espíritu Santo los cambia en crédulos. A los mundanos, la Biblia los influencia para convertirse en santos. A los enemigos de la cruz, los vuelve amigos de la cruz. Los que no querían visitar la iglesia, ahora no quieren salir de la iglesia. Los que no querían saber nada de teología, ahora estudian teología. El que antes no oraba ni leía la Biblia, ahora en su nueva vida es un practicante de estos nuevos hábitos espirituales.
Debemos tener un equilibrio entre la pasión religiosa y el fanatismo religioso. Debemos mirar al mundo con los ojos de Jesucristo y tratarlo con el corazón compasivo de Jesucristo. La Palabra de Dios se debe presentar como miel que atraiga al pecador.
No hemos sido llamados para condenar al mundo, sino para decirle al mundo que en Cristo Jesús hay salvación. Jamás podremos convencer al mundo de su pecado, prediquemos y dejemos que el Espíritu Santo lo convenza de su pecado.
El Gran Maestro de Galilea dijo: «Cuando el Espíritu venga, hará que los de este mundo se den cuenta de que no creer en mí es pecado. También les hará ver que yo no he hecho nada malo, y que soy inocente. Finalmente, el Espíritu mostrará que Dios ya ha juzgado al que gobierna este mundo, y que lo castigará. Yo, por mi parte, regreso a mi Padre, y ustedes ya no me verán» (Jn. 16:8-11, TLA).
4. El alcance de la iglesia
«Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio» (Hch. 8:4). Es decir, aquellos creyentes fueron a la diáspora. Aquella persecución contribuyó para que Hechos 1:8 se cumpliera. Se nos declara que «iban por todas partes anunciando el evangelio».
La palabra griega διεσπάρησαν (diesparesan) es un verbo directo. Procede del verbo διασπείρω (diaspeiro). Cuando pensamos en la palabra diáspora, nos viene a la mente los judíos y palestinos dispersados por el mundo. La iglesia de Jesucristo es una comunidad de fe integrada por muchos creyentes que viven y conviven en la diáspora. El mundo es nuestra diáspora, es nuestro exilio.
Jesús de Nazaret oró diciendo: «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y he sido glorificado en ellos. Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros» (Jn. 17:9-11).
Ese trabajo de evangelizar que salió de las manos de los doce apóstoles está ahora en las manos de todos los creyentes. A todos nosotros, clérigos o laicos, líderes o subalternos, con Instituto Bíblico o sin Instituto Bíblico, con muchos años de convertidos o recién convertidos, con o sin el bautismo del Espíritu Santo, nos toca la gran responsabilidad de ir «por todas partes anunciando el evangelio».
Ese en «todas partes», es dondequiera que vayamos, en la comunidad, en el trabajo, en la escuela, en la familia, es dondequiera. Y aunque los líderes se queden, nosotros iremos fuera. Nuestro llamado es para evangelizar. Nuestra misión es el mundo.
Si el mundo no conoce a Jesucristo, nosotros debemos presentárselo. Si el mundo no oye su voz, nosotros seremos la voz de Jesucristo. Alguien te habló a ti y a mí de Jesucristo, y ahora estamos en la iglesia. Ahora nos toca a nosotros hacer lo mismo, hablarles a otros de Jesucristo, para que también estén con nosotros en la iglesia.
Cómo sea, cuándo sea, dónde sea y con quién sea, el propósito del evangelio se predicará. Si no somos nosotros, otro lo hará. Si no es por las buenas, será por las malas, pero de una manera u otra, tenemos que predicar a Jesucristo.
Conclusión
Un mártir como el diácono Esteban estuvo frente a un martirizador como Saulo de Tarso. Un día aquel joven perseguidor sería también un perseguido y mártir de la Iglesia cristiana. Las sandalias que dejaba vacía Esteban, Saulo las usaría.