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La persecución por Pablo

Hch. 9:4-5, RVR1960

«Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón».

Introducción

Hechos 9:1-9, narra la más extraordinaria conversión cristiana del primer siglo, y se puede afirmar que de todos los tiempos, y fue la de un rabino fariseo llamado Saulo o Pablo de Tarso, que llegó a ser uno de los paladines del evangelio. Con su conversión se inició un nuevo capítulo de evangelización y misiones para la naciente Iglesia cristiana.

1. El odio de Pablo

«Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén» (Hch. 9:1-2).

El perseguidor. A Saulo o Pablo se le identifica desde el principio como un feroz enemigo de la fe cristiana. Con él se inauguró la primera gran persecución cristiana. Por lo que se desprende de este pasaje bíblico, Saulo era un hombre lleno de amenazas y con ansias insaciables de dar muerte a aquellos que habían profesado a Jesús como Mesías. El cristianismo era para él una herejía, y tenía que ser erradicada. Y llegó a creer que esa era su misión. ¡Saulo fue uno de esos muchos seres humanos que creyendo hacer un bien, hacen mucho mal!

La estrecha teología farisaica que Saulo tenía, no le daba espacio para pensar y creer diferente. Él necesitaba un encuentro sobrenatural con el Dios del cielo. Más que religión con Jesucristo, se debe buscar relación con Él. Unas semanas atrás la hermana Nela Paredes expresó desde el púlpito de la IPJQ: «No es que visitemos la iglesia, sino que sirvamos al que está en la iglesia».

Como Saulo son muchos los que son de mente estrecha (en inglés ‘narrow minded’) que no pueden pensar fuera de la caja, en su manera de vivir y hacer teología. El sentido religioso de estos, es un sin sentido religioso para otros. En vez de dejar a Dios actuar, ellos quieren actuar por Dios. La gracia, la misericordia y el amor de Jesucristo, están ausentes en su desbocamiento religioso.

El apoyador. Saulo llegó hasta Caifás que era el sumo sacerdote, el mismo individuo que enjuició al Mesías Jesús, para recibir de este cartas autorizándole a perseguir a los «de este Camino» (Hch. 9:2).

Saulo era un joven de conexiones en el emporio religioso. Aparece en este pasaje asociado con el sumo sacerdote Caifás, de los saduceos, aquel mismo que actuó en la pasión de Jesucristo: «Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos» (Mt. 26:57).

«Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos, prendieron a Jesús y le ataron, y le llevaron primeramente a Anás, porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote aquel año. Era Caifás el que había dado el consejo a los judíos de que convenía que un solo hombre muriese por el pueblo» (Jn. 18:12-14).

Saulo ya gozaba de una preeminencia en la cúpula del fariseísmo. La expresión «de este Camino» nos deja saber cómo se conocían a los seguidores de Jesucristo antes de haber sido llamados cristianos. Y fue en Antioquía cuando por vez primera se les dio este nombre de «cristianos» o seguidores de Cristo.

Saulo era su nombre hebreo que se le dio para honrar al primer rey de Israel llamado Saúl. Su nombre en griego era «Paulos» y en latín «Paulus». Pablo es su nombre en español. Como ciudadano romano tenía dos nombres, el hebreo y el romano. Es decir que se pudo haber llamado «Saulo Paulus».

Vemos en el joven Saulo a un fanático religioso, un hombre celoso de la fe judía. Era un apasionado de sus convicciones. Buscaba grandezas humanas. Quizá miraba con ansias el día que fuera enlistado en el Tribunal Superior de la religión farisaica llamado el Sanedrín. Y en esos Saulos caprichosos, celosos, apasionados, de un carácter descontrolado, cerrados de razón, se glorificará el Espíritu Santo cuando estos se rindan ante su poder.

Hablando de grandeza humana dijo el Dr. Martin Luther King, Jr, lo siguiente: «Junto a esto ha proliferado una desordenada adoración por la grandeza. Vivimos en una época de ‘magnificación’, en la que los hombres se complacen en lo amplio y en lo grande –grandes ciudades, grandes edificios, grandes compañías–. Este culto a la magnitud ha hecho que muchos tuviesen miedo de sentirse identificados con una idea de minoría» (La Fuerza de Amar. Publicado en español por Acción Cultural Cristiana. Madrid. Publicado en el año 1999, página 25).

2. El encuentro de Pablo

«Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch. 9:4).

El lugar. «Ya camino a Damasco, y cerca de la ciudad, una luz resplandeciente del cielo lo rodeó: ‘Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo’» (Hch. 9:3).

Ese «camino a Damasco» atravesaba por la Via Mari, la principal carretera hacia Siria, Babilonia, Persia. Cruzaba toda la Galilea y luego ascendía por las Alturas del Golán hasta cruzar el monte Hermón (quien escribe esto ha tomado parte de esa ruta en muchas de mis peregrinaciones a Israel). Saulo había avanzado bastante, estaba ya cerca de su meta. Pero Jesucristo tenía un propósito para él.

Se declara «Ya camino a Damasco». El rey Aretas de los nabateos, con su capital en Petra, parece que dominó por algún tiempo Damasco, de esa manera servía a los intereses romanos y se relacionaba muy bien con los judíos. Pero todos nosotros hemos tenido nuestro «camino a Damasco».

El Dr. Francisco Lacueva a raíz de su conversión a Jesucristo bajo la influencia del Dr. Samuel Vila, al enganchar los hábitos católicos, escribió un libro titulado: Mi camino a Damasco. Sus homólogos católicos en son de burla escribieron algo como una reacción en contra de la conversión del Dr. Lacueva: «Tu camino a Damasco».

Todos tenemos un «camino a Damasco», donde cae el hombre o la mujer viejos, para que se levante la nueva criatura en Cristo Jesús. Ese «camino a Damasco» es el camino de la rendición, es el camino de la muerte del yo, es el camino de nuestra crucifixión humana. ¿Recuerdas tu camino a Damasco? ¿Hacia dónde ibas cuando Jesucristo se te manifestó a ti?

El efecto de aquella luz, asustó la cabalgadura o caballo de Saulo, y este cayó a tierra (Hch. 9:4). Esa caída de Saulo lo humilló, lo hizo tocar polvo, y allí oyó una voz que le dijo: «... Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hch. 9:4).

Watchman Nee nos habló de nuestra propia indignidad a la luz de la manifestación de Jesucristo:

Cuando la luz llega, lo primero que hace es matar. No debemos pensar que la luz solo nos da la vista, ya que cuando ella viene, lo primero que hace es quitarnos la vista. La luz sí nos hace ver, pero eso vendrá más adelante. Al principio nos deja ciegos y nos hace caer hacia atrás. Si no nos hace caer por tierra, ni nos humilla, no es luz. Pablo fue rodeado de una luz y cayó a tierra; sus ojos no pudieron ver nada durante tres días (Hch. 9:8-9). Cuando recibimos la luz por primera vez, quedamos confusos, como cuando alguien sale de la oscuridad a una luz intensa y no puede distinguir nada; todo se le confunde. Aquellos que tienen confianza en sí mismos y son autosuficientes necesitan que Dios tenga misericordia de ellos, pues no han visto la luz. Lo único que conocen son doctrinas y teorías. Mas cuando vean la verdadera luz, dirán: «Señor ¿qué sé yo? No sé nada». Cuanto mayor sea la revelación, más ciego queda uno y más severo es el golpe que recibe. La luz derriba a la persona y hace que sea humilde; sólo entonces recibe la vista. Si nunca hemos sufrido un golpe certero ni hemos sido humillados, y si no hemos estado confusos ni sentido que no sabemos nada, nunca nos hemos encontrado con la luz y todavía estamos en tinieblas. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que su luz nos libre de la confianza que tenemos en nosotros mismos y nunca pensemos que nosotros tenemos la razón, que no nos equivocamos y que sabemos mucho. Que podamos decir: «Señor, Tú eres la luz. Ahora sé que lo único que había visto eran cosas y nada más». (Cristo Es La Luz de la Vida, Página 4).

Mientras uno no caiga de su cabalgadura, no podrá tener una revelación de quién es el Señor que está sobre nosotros. Muchos andan montados en el caballo del orgullo; andan montados en el caballo de sus pasiones; andan montados en el caballo de su desenfreno moral; andan montados en el caballo de su ego; andan montados en el caballo de su fanatismo religioso, sea muy legalista o sea muy liberal.

Pero de aquella cabalgadura, Jesucristo los derribará al suelo. Aquel joven fariseo que perseguía a la iglesia de Jesucristo, fue públicamente humillado, cayendo en tierra, para que recordara que él era polvo de la tierra.

La voz. Dos veces aquella extraña y sobrenatural voz, lo llamó por su nombre hebreo «Saulo, Saulo», que es una variante del nombre de Saúl (en hebreo significa ‘pedido’) y fue el primer rey de Israel. Saulo recibió ese nombre en honor al rey Saúl. Saulo de Tarso pertenecía a la pequeña tribu de Benjamín, al igual que Saúl. Benjamín fue el hijo menor de Jacob con la amada Raquel y hermano de padre y madre de José, el soñador.

Cuando en la Biblia se llama a alguien dos o tres veces por su nombre significa que lo que se le va a decir es sumamente importante, tratando de capturar su atención, de desenfocarlo de sí mismo para enfocarlo en Aquel que lo llama.

Leemos de la experiencia del joven Samuel y de cómo Jehová Dios lo llamó por su nombre: «Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí. Y corriendo luego a Elí, dijo: Heme aquí; ¿para qué me llamaste? Y Elí le dijo: Yo no te he llamado; vuelve y acuéstate. Y él se volvió y se acostó. Y Jehová volvió a llamar otra vez a Samuel. Y levantándose Samuel, vino a Elí y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Y él dijo: Hijo mío, yo no te he llamado; vuelve y acuéstate. Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada. Jehová, pues, llamó la tercera vez a Samuel. Y él se levantó y vino a Elí, y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Entonces entendió Elí que Jehová llamaba al joven. Y dijo Elí a Samuel: Ve y acuéstate; y si te llamare, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye. Así se fue Samuel, y se acostó en su lugar. Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye» (1 Sam. 3:4-10).

A muchos de ustedes el Espíritu Santo los está llamando ahora mismo. Su voz está despertando su conciencia dormida. ¡Levántate y obedécelo! A la edad de 19 años, escuché la voz de Jesucristo que me llamó tres veces por mi nombre «Kittim... Kittim... Kittim». No dijo nada más, pero eso ha sido suficiente para que yo le esté sirviendo casi cinco décadas ya.

La pregunta a Saulo de Tarso era: «¿Por qué me persigues?». Muchas veces hacemos las cosas y no sabemos por qué. Saulo no tenía razones para perseguir a los creyentes. Al perseguirlos a ellos, él estaba persiguiendo al que murió por ellos. El grave problema de Saulo no era con la Iglesia era con el Señor de la Iglesia. Su problema no era con los cristianos, sino con el Cristo de los cristianos.

El que maldice a un creyente, maldice al Señor de ese creyente. El que critica a un siervo de Dios, critica al Dios de ese siervo. El que se mete con la iglesia, se mete con Aquel que murió por la iglesia. El que roba a la iglesia o a un pastor, le roba a Dios.

3. La conversión de Pablo

«Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer» (Hch. 9:6).

El temor. A muchos el Espíritu Santo los tiene que traer a los pies de Jesucristo, temblando y llenos de miedo, de lo contrario nunca se hubieran rendido ante el trono del Calvario. Necesitan haber tenido un accidente, caer presos o estar confinados en un hospital, ser abandonados o ser engañados por su pareja, tener a un hijo o hija en problemas, antes de que ellos o ellas puedan mirar hacia arriba, al cielo.

«Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón» (Hch. 9:5). El grave problema de Saulo al perseguir al Cuerpo de Jesucristo, era que perseguía a la Cabeza que es Jesucristo

Allí Saulo tuvo una revelación de un personaje espiritual. Por eso le preguntó: «¿Quién eres, Señor?». Eso indica que Saulo no conocía a esa persona, de ahí que le tenga que preguntar ¿quién es? Muchos hoy son enemigos de la cruz, porque no conocen al Crucificado de la cruz. Son enemigos de la iglesia, porque no conocen a quién murió por la iglesia. Rechazan el evangelio porque desconocen que es la mejor noticia para su vida.

Notemos que Saulo le dijo: «Señor». En griego es «Kyrios» que implica Amo, para que le sirvamos; Dueño para que seamos su propiedad y Soberano para ser sus súbditos. Esto implica un reconocimiento a la autoridad espiritual del «Señor» que se le reveló y le declaró.

A lo que este extraño personaje le respondió al vencido Saulo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón». Allí Dios Hombre, el Cristo Pascual, se le reveló en un «tú a tú» a Saulo. Y el Señor le dejó saber que Él era a quién Saulo perseguía. Y que al hacerlo, se hería a sí mismo como el buey que es incado por la vara afilada del aguijón.

La revelación. A Saulo, le dijo el Señor: «Yo soy Jesús». Allí le afirmó que él, Jesús, estaba resucitado, que vivía eternamente. A Saulo se le apareció como al último en su resurrección, como a un abortivo, como a uno que nació cuando no se esperaba que naciera.

«Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios» (1 Cor. 15:8-9).

La Nueva Traducción Viviente rinde: «Por último, como si hubiera nacido en un tiempo que no me correspondía, también lo vi yo. Pues soy el más insignificante de todos los apóstoles. De hecho, ni siquiera soy digno de ser llamado apóstol después de haber perseguido a la iglesia de Dios, como lo hice».

Un gran pecador como Saulo o Pablo se encontró con un Gran Salvador llamado Jesús, que le ofreció una gran salvación. Amigo y amiga, ven al dulce salvador Jesús, antes de que sea demasiado tarde.

El Señor le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues...». Le estaba diciendo: «No es a los de ‘el Camino’ que tú persigues, sino al ‘Camino’. ‘No es a ellos, sino a mí’». Saulo perseguía a aquellos creyentes, cuando en realidad era al Señor de esos creyentes que él perseguía.

«Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén» (Hch. 9:1-2).

«Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres» (Hch. 22:4).

«Pero esto te confieso, que según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas» (Hch. 24:14).

Y le añadió: «Dura cosa te es dar coces contra el aguijón». El aguijón se utilizaba para mortificar al buey y obligarlo a caminar y a trabajar. Saulo era el buey que se estaba hiriendo contra algo que no podía vencer. Jesús lo estaba invitando a cambiar de equipo, a ser parte de los del ‘Camino’.

Saulo de Tarso contestó a ese llamado de salvación: «Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer» (Hch. 9:6). El «¿quién eres, Señor?», se transformó en el «¿qué quieres que yo haga?». Está la rendición incondicional de Saulo de Tarso. Allí rindió todo lo que era a cambio de todo lo que Jesucristo era para él.

Amigo pecador, alma que andas vacía del Espíritu Santo, ríndete ya al Señor Jesucristo. ¡Deja de dar coces contra el aguijón! Jamás podrás vencer al Nazareno. ¡Déjate vencer por el Galileo! La cruz es tu puente para que llegues al Crucificado.

La entrega. Aquella fue una rendición total sin condiciones para el vencido por el Vencedor. Saulo o Pablo lo llamó «Señor». Fue un reconocimiento de que ese personaje era mayor en rango que él, y aún mayor que el jefe de los sacerdotes llamado Caifás. En él se produjo temblor y temor. Y con una pregunta aceptó el señorío de Jesucristo para su vida: «¿Qué quieres que yo haga?».

A partir de aquí, Saulo ya no haría más su voluntad, sino la voluntad de Aquel que pudo más que él. Allí le doblegó su voluntad religiosa Aquel que camino a Damasco lo había vencido. Allí Saulo fue crucificado espiritualmente y murió aquel fariseo fanático llamado Saulo o Pablo.

Los acompañantes. Con Saulo iban varios hombres, ellos oyeron la voz, pero solo con Saulo trató la gracia divina. Él era el elegido, el escogido, el que había sido predestinado para ese día de salvación: «Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie» (Hch. 9:7).

Aquellos hombres oyeron la voz, pero no vieron al de la voz. Saulo se levantó de la tierra, se había quedado ciego: «Entonces Saulo se levantó de la tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco» (Hch. 9:8).

Ninguno de ellos se convirtió a pesar de tener la misma experiencia sobrenatural que tuvo Saulo en su camino a Damasco. Lo sobrenatural no salva a nadie, sino cuando el ser humano mueve el pestillo de la voluntad para dejar obrar al Espíritu Santo en vida.

En lo natural Saulo de Tarso se quedó ciego, perdió su visión religiosa y celosa, y recibió en lo sobrenatural una visión celestial. Nadie vio aquella visión de Jesús de Nazaret, solo la vio Saulo.

Cuando perdemos la visión de la carne, recibimos la visión del espíritu. El Saulo invencible se transformó en el Saulo vencido. El Saulo perseguidor sería el Saulo perseguido. El Saulo enemigo de la cruz, sería el Saulo amigo de la cruz. Un encuentro con Jesucristo, oír su voz y tener una visión de Él, producirá una transformación en el alma-espíritu.

Y allí en Damasco, Saulo entró en un ayuno de tres días: «Donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió» (Hch. 9:9). Aquel perseguidor de la iglesia pasó los primeros días de su conversión ayunando. Al morir aquel gran perseguidor de la Iglesia, había nacido el gran defensor de la Iglesia.

Conclusión

De lo malo, Jesucristo sacó lo bueno. Del perseguidor hizo el evangelizador. Su camino de Damasco fue cambiado por su camino de la salvación. Saulo de Tarso salió con sus planes, pero en el camino se le cambiaron por los planes de Jesucristo.

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