Читать книгу La muerte - Kresley Cole - Страница 10

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—¡No funciona! —En el porche delantero de Arthur me había quitado el anorak nuevo y la mochila y esperaba a que me surgieran las garras. Había sentido un cosquilleo, pero permanecían ocultas—. Agotada. —Mis glifos tenían un color oscuro, como si el depósito de gasolina estuviese vacío—. Usé todo el arsenal anoche…

Selena me dio una bofetada.

—¿Qué narices haces? —Al llevarme la palma de una mano a la mejilla, ella me soltó un tortazo en la otra.

Sentí que los glifos se revolvían.

—Si no quieres que muramos, ¡espabila, Evie! Tienes que parecerte a la Emperatriz del pasado; escalofriante y sexy al mismo tiempo.

—Como me vuelvas a tocar, verás lo escalofriante…

Gracias a su velocidad aumentada, me dio un empujón antes de que pudiese reaccionar siquiera. Me tropecé con la mochila y caí de culo.

—¡Zorra! —Sentí la energía y mostré las garras de espinas.

—¡Eso es! ¡Finge, tía, o nos matarán!

Bajé la vista y me di cuenta de que mi piel relucía a través de la ropa. Las emociones fuertes como la ira o el miedo siempre desataban mis poderes; Selena me había cabreado lo suficiente como para despertarlos. Entrecerré los ojos hacia Matthew.

—¿Por eso quieres que esté enfadada, asustada y triste en época de lluvia?

Su sonrisa fue vacía.

¿Qué poder podía elegir? El glifo de la flor era la flor de loto; las púas, del tornado. La enredadera brillante que se retorcía por mi antebrazo ya estaba lista para usarse, salir de mi cuerpo y matar. El patrón de puntos que se movían por mi torso representaba los venenos.

Abrí la palma de la mano y observé las tres espinas que surgieron de mi piel. Las lancé al aire y vi que las púas se multiplicaron en el cielo hasta formar un tornado.

—Mooola —gritó Finn.

No has visto nada. Unos pocos rasguños de las garras en los antebrazos me dieron sangre para hacer crecer más enredaderas. Dejé que resbalara por mis dedos hasta que las gotas cayeron al suelo. Las plantas resurgieron. Cuando sentí un calambre en el cuello, mis dos robles se prepararon para recibir órdenes.

—Así me gusta, tía. —Selena tensó la flecha con el arco listo—. ¡Crea una selva!

Observé mi arsenal. No era igual de terrorífico que el de anoche, pero…

—Es lo que hay.

Todos nos colocamos en posición en el porche. En ese momento de calma mi mente volvió a Jackson y me empezó a doler el pecho. No pienses en él, no pienses en él. Era obvio que estaba más seguro lejos de nosotros. Ahora mismo nos enfrentábamos a una posible pelea sobrenatural.

—¿Crees que tu abuela puede ayudarte a abandonar el juego? —me preguntó Selena.

—Puede que sea la última cronista viva. —En el pasado había querido hablar con ella sobre las alucinaciones y las pesadillas, sobre los cambios físicos que sentía en mi interior. Ahora necesitaba que me ayudara a no convertirme en una asesina despiadada que sentía impulsos de matar a sus amigos—. Ella tendrá la respuesta.

Sí. Una vez, la abuela me dijo que «los matase a todos», pero había estado recitando las antiguas reglas. El caso era que su nieta, la Emperatriz, le había salido rana.

Esta Emperatriz no quería tener nada que ver con el juego.

—¿Cómo han podido encontrarnos las cartas tan rápido aquí? —dijo Finn—. Evie se cargó a uno de los bichos raros ayer.

Selena oteó la calle.

—Nos atrae el resto y buscamos algo que nos lleve a pelear. Seguramente ya estuvieran cerca.

—Convergencia —exclamó Matthew.

Finn se limpió las palmas sudorosas en el vaquero.

—¿Y si algún jugador hubiera estado en el antártico antes del Destello? Ahora no podría viajar en barco ni volar.

Era una suposición válida, ya que no había aviones ni océanos.

—Convergencia —repitió Matthew con paciencia—. Nos dirigen. Dirigimos. ¡Seguimos los MacGuffin! La alianza de la Torre llegará en veinte… diecinueve… dieciocho…

Contaba hacia atrás en voz baja al tiempo que Finn preguntó:

—Si la Torre es un peso pesado, ¿qué poderes tiene?

—Controla la electricidad y los rayos. Le aparecen jabalinas de plata en la mano y cae un rayo donde las lance. Además, puede electrificar su piel —contesté.

—Catorce… trece…

—Un ataque directo me fundiría por dentro, pero quizás sobreviviría. Paralizaría a Evie, quizás lo suficiente como para cortarle la cabeza. Finn, Matt y tú moriríais al instante.

Finn puso una mueca y arrugó la nariz llena de pecas.

—¡Eso es injusto! ¿Por qué somos tan patéticos?

—Matt debería poder predecir un ataque y tú esquivarlo con tu magia. Pero él está loco y tú eres débil.

—Ocho… siete…

Y así estábamos: un Loco mentalmente inestable; una Arquera casi sin flechas; un Mago con problemas de magia y yo, cuya energía dependía de lo enfadada que estuviese.

¿Qué podía salir mal?

Me dije que el encuentro de hoy bien podría ser el primer paso para acabar con este antiguo torneo. Imaginaba que el juego era como una máquina con engranajes y ruedas que regresaba a la vida cada ciertos siglos. Quería meter un cartucho de dinamita entre los engranajes y reírme mientras explotaba y desaparecía para siempre.

—Chitón. —Matthew se cubrió los labios con el dedo índice—. Han llegado.

Cuando los tres doblaron la esquina, dos a pie y uno por el aire, sentí un subidón de adrenalina. Pero vi que nuestros adversarios no eran tan amenazadores como había imaginado. Para empezar, Gabriel volaba herido, ya que de una de sus sedosas alas negras manaba sangre que teñía su traje gris anticuado. Sus mechones de pelo negro enmarcaban una cara pálida.

Como era un arcano, pude ver su cuadro, una imagen superpuesta, como una carta del tarot. La suya era de un arcángel que portaba una vara y una espada mientras sobrevolaba una aglomeración de cuerpos.

—Está herido —murmuró Selena.

—La Muerte le atravesó el ala —contesté—. Justo antes de decapitar a la carta de la Templanza.

¿Y el Mundo? Tess Quinn era una castaña rolliza con nervios evidentes en los ojos. Llevaba una vara maltrecha. Estaba mordiéndose las uñas de la mano libre. Difícilmente se le podría considerar una asesina experimentada.

Apostaría a que tenía tan poco control sobre sus poderes como yo antes. Su cuadro era una doncella con el pecho descubierto con un trozo de tela alrededor de sus caderas y la enmarcaban los símbolos de los cuatro elementos.

Pero Joules parecía malo, con esos ojos oscuros que centelleaban mientras unas chispas recorrían su piel. Su cuadro era el más espantoso: cuerpos carbonizados desplomándose de una torre sobre la que impactaba un rayo.

Cuando los tres se detuvieron frente a la casa, exclamó:

—¡Echad un vistazo a las enredaderas! La Emperatriz ha debido de derramar litros de sangre para hacerlas crecer. —Su acento irlandés era pronunciado—. ¿Y también árboles altos? Apuesto a que estás cansada. El tornado es intenso, pero Gabe puede volar alrededor. —Abrió la mano y apareció una jabalina en ella.

Ante el gesto agresivo, las garras me hormiguearon y el calor se apoderó de mi cuerpo. Ven, Torre, tócame, estuve a punto de decir. En lugar de eso respiré para recuperar el control y me obligué a hablar.

—Hola, Joules, me llamo Evie.

La Torre se sorprendió.

—Y quiero que sepas que siento lo que le pasó a Calanthe. Fue una luchadora valiente. Merecía algo mejor.

La Muerte emitió un chasquido en mi cabeza: Me ofendes, criatura.

Lo ignoré y me dirigí a Joules.

—Queremos unirnos a vosotros en una alianza para vencer a la Muerte. Seríamos siete contra él.

Joules manipulaba la jabalina con facilidad. Era preciosa, brillante, con símbolos antiguos grabados.

—O podría acabar con vosotros ahora, quitaros los símbolos y tener más poder para vencerlo yo mismo.

—Te lo dije, idiota —murmuró Selena por la comisura de la boca.

—No queremos problemas contigo —respondí.

—Qué pena, porque son problemas los que vais a tener.

—¿Qué pasa con eso de «el enemigo de mi enemigo es mi amigo»?

—La Muerte me arrebató a mi chica. Ahora yo le voy a quitar lo que más desea: tu muerte.

Trataba de vendérselo lo mejor que podía y sin embargo parecía que estuviésemos a punto de empezar a pelear.

—No va a ser así, Joules. Nuestra alianza es demasiado poderosa. El Loco ya ha predicho que ganaremos esta batalla y los tres moriréis. —Era un farol—. Podríamos habernos ocultado gracias a los espejismos del Mago y haberos tendido una trampa, pero quería ofreceros una alianza. No vamos a jugar a este juego. Nos negamos a matar a otro jugador excepto a la Muerte. Os lo podemos prometer.

Los ojos de Tess se abrieron como platos y su cara denotó esperanza. Volando sobre nosotros, Gabriel ladeó la cabeza con expresión indescifrable. Joules parecía incluso más cabreado.

—¿La despiadada Emperatriz haciendo promesas? El problema es que nunca las cumples. Todos sabemos que rompes tus promesas en todos los juegos.

¿En serio? Miré a Selena para comprobar si era cierto, pero tenía los ojos fijos en Joules.

—Bueno, pues este es distinto. Nos negamos a matar.

—No me digas. —Su hostilidad era casi tangible e iba en aumento por alguna razón.

—Pues sí. —La esperanza de tener una alianza estaba yéndose por el desagüe. Ya solo quería salir viva de esta. Preparé a mi ejército. Podría atarlos con la enredadera y darnos tiempo para escapar.

—¡Mentirosa! —gritó Joules—. ¿Crees que no te he visto la mano, zorra? ¡Ya has matado! —Me lanzó la jabalina de repente.

Selena soltó la flecha de inmediato. Dio contra su jabalina y desvió su trayectoria. La lanza impactó contra la casa de al lado. El rayo la hizo explotar y los escombros cayeron sobre nosotros.

Varios trozos de la casa golpearon al roble más cercano como si fueran tajos de un hacha; rajaron el tronco y aquello me dolió. Unos trozos me hicieron cortes a un lado de la cara y la sangre empezó a brotar. ¿Nos había atacado? ¿Después de haberle ofrecido una tregua?

¿Me había atacado? Me inundó la rabia y grité. Mi pelo teñido de rojo comenzó a ondear y mis manos, a dar órdenes. Unas raíces surgieron del suelo, atravesando la superficie alrededor de Tess y de él. Mientras Joules apuntaba con otra jabalina, la enredadera se enredó entorno a su cintura y lo estampó contra el suelo.

Las ramas del árbol restante se curvaron a su alrededor y la madera crujió al ajustarse. Él se revolvió para liberarse, pero ya estaba bien atado.

Gabriel profirió un grito de guerra y se lanzó en picado para atacar, pero mi tornado lo hizo retroceder.

Cuando las enredaderas rodearon a Tess como serpientes, ella emitió un chillido nervioso y giró la vara sobre su cabeza como si fuese un lazo. Tanto Joules como Gabriel parecían estar esperando, aguantando la respiración.

No pasó nada. ¿Y se suponía que era de las más fuertes? Reprimí un bostezo cuando volvió a girar la vara. Me aburría el Mundo, así que lancé mis plantas contra ella.

Ella las golpeó con la vara, pero le siguieron atacando. Con los ojos anegados en lágrimas, se encorvó y gimoteó.

Joules se removió contra las ataduras.

—¡Suéltame, zorra!

La Muerte se echó a reír. Sabía que el numerito de Emperatriz de la paz no duraría mucho. Tu destreza te… enorgullece demasiado.

Antes de tomar la decisión siquiera, vi que eché a correr hacia Joules al tiempo que las ramas del árbol se abrían para dejarme pasar. Casi ciega de ira, salté sobre él, apoyándome en la rama que lo agarraba por el pecho y con cuidado de no tocar su piel electrificada. Sentía que usaba la corriente contra las ataduras.

—La madera —expliqué— es malísima conductora. —Mientras forcejeaba, alcé las garras para acabar con él—. Parece que estás indefenso.

La Muerte me espoleó. Hazlo. Una vez me dijiste lo mucho que te gustaba clavar las garras en piel. ¿Te acuerdas?

—¡No le hagas daño! ¡No, por favor! —gritó Tess.

Gabriel gritaba frustrado a la vez que trataba de escapar de mi tornado y salvar a su amigo, pero estaba demasiado herido y era muy lento.

—Póg mo thóin —escupió Joules—. Bésame el culo, Emperatriz.

—Ay, Torre, deberías haber aceptado mi oferta. —Mi voz sonaba más susurrante, más maligna—. El veneno es una forma muy dolorosa de morir.

La Muerte susurró: ¿Por qué los provocas siempre? Que sea una muerte limpia y acaba de una vez.

¡Cállate!

Aunque Joules parecía asustado, su voz rebosaba bravuconería.

—Entonces hazlo. De todas formas, lo que quiero ya está al otro lado.

Acerqué la cabeza a la suya y saboreé la forma en que mis glifos se reflejaban en sus ojos aterrorizados.

—Ven. Tócame. Pero pagarás…

Las palabras se me atascaron en la garganta cuando vi a…

Jackson.

Había venido corriendo por un callejón próximo con la ballesta preparada, pero se quedó petrificado al verme.

Mi corazón latió desbocado. ¿No nos había abandonado?

Se puso a cubierto tras un viejo cobertizo a unos quince metros. Llevaba una cazadora, una sudadera con capucha y mitones. Había sustituido las botas de motociclista por otras de escalada.

¡Había estado cogiendo provisiones antes de volver a por mí! Debería haber confiado más en él.

Jackson abrió la boca al verme. Había sido testigo de las secuelas de mi pelea con el Alquimista, ahora estaría en primera fila para la ejecución.

¿Ejecución?

Yo no era así. No era una asesina. Jack no nos había abandonado esta mañana, pero sabía que si mataba lo perdería para siempre. Miré a Joules.

Ya no veía a una carta de la Torre mala. Solo era un niño que sudaba debido al miedo. Sacudí la cabeza con fuerza y reprimí la rabia. Inspirar. Espirar. Miré a Jack. Mejor.

—Te dije que no quería matar. La razón por la que tengo este símbolo en la mano es porque tuve que defenderme. Hice todo lo que pude para no hacerle daño al Alquimista —exclamé.

—¡Hazlo ya de una vez!

Ver toda la rabia que Joules tenía acumulada, y, al parecer, sus tendencias suicidas, hizo que me cuestionara la oferta de la alianza. Aunque no reclutara a este grupo, los liberaría con una condición…

—Si os libero, ¿prometes no volver a por nosotros?

—¡Promételo! —chilló Tess.

—Hazlo, Torre —le dijo Gabriel.

Joules me miró.

—¿Nos vas a liberar?

—Este juego es distinto. Esta vez la Emperatriz no va a jugar. Os perdonaré a todos.

Selena, Matthew y Finn se acercaron y se colocaron a ambos costados. Un frente unido.

—Ninguno va a jugar. —Miré a Selena—. ¿Verdad?

Ella suspiró.

—Por lo visto vamos a tratar de buscar una forma de matar a la Muerte y parar el juego.

Joules alzó la barbilla.

—Entonces sí, prometo no daros caza. Pero si nos atacáis, todo vale.

—¡Me vale! —contesté. Me moría de ganas de hablar con Jack.

Las púas cayeron al suelo una vez más. Mis garras desaparecieron. Los glifos se atenuaron. Con solo pensarlo, liberé a Tess y desaté a la Torre antes de ofrecerle una mano para que se levantara.

Joules la miró.

—Joder.

Y la cogió.

Tras haber evitado pelear, Gabriel aterrizó y se inclinó formalmente ante Selena. ¿Al Arcángel le gustaba la Arquera?

—¿No tienes que mudar la piel o algo así? —resopló ella.

Compadeciéndose, Matthew le dijo a Tess:

—El Mundo no se construyó en un día. —A continuación, se volvió hacia Joules y, más autoritario de lo que nunca lo había visto, exclamó—: Tienes que marcharte de este valle, Torre. Antes de que se ponga el sol.

La mirada de Joules se posó en cada uno de nosotros.

—Sin problema.


En cuanto la Torre y sus aliados estuvieron fuera de nuestra vista, todo pareció querer atraer mi atención, aunque lo que yo quería era hablar con Jackson.

Selena me dio una palmada en la espalda.

—Si fuese una buena persona que no te odia, te diría que lo has hecho bien.

Una rama del roble que quedaba en pie se ofreció a mis garras de espinas, como un brazo que se extendía para una donación de sangre. Energía para absorber.

La Muerte tenía su propia opinión: ¿De todos los arcanos has dejado ir a la Torre? ¿Te has vuelto loca, criatura?

Pero no le presté atención a ninguno; en lugar de hacerlo me apresuré a llegar hasta donde se encontraba Jackson, detrás del cobertizo. Ya había empezado a marcharse.

—Jack, espera. —Corrí tras él.

Él siguió andando en dirección a las montañas. Las que llevaban a territorio caníbal.

Selena le llamó, «¡J.D.!». Él hizo caso omiso.

Los otros se quedaron rezagados, confusos, mientras yo lo seguía.

—¿Qué haces?

—Irme de Requiem. —Me lanzó mi mochila de emergencia, la que pensé que había perdido para siempre.

La miré con la boca abierta.

—¿Cómo lo has hecho? —Debió rescatarla del ejército paramilitar. Miré en el interior. Habían robado las joyas que había heredado y pensaba intercambiar, pero habían dejado algunos recursos básicos y la memoria USB con las fotos de mi familia—. ¿Cuándo la has recuperado?

—Seguramente cuando pensabas que estaba liándome con Selena.

Me sonrojé.

—Anoche te dejaste tu mochila.

—Fue un error. —Me miró y añadió—: No volverá a pasar. —Y siguió andando.

Intenté seguir sus zancadas.

—¿Adónde vas? —¿Y tan rápido? ¿Lejos de mí?

—A las montañas.

—¿Las que están llenas de caníbales? —exclamó Finn mientras el resto cogía las mochilas y chaquetas y empezaban a seguirnos—. Los que he visto viven allí, ¿sabes? Los que comen carne humana cruda. ¿Hay alguien que me escuche cuando hablo?

Yo sí.

—Nos dirigimos al otro lado —le dije a Jack—. Por el cuello de botella.

—Entonces moriréis.

—¿Te importaría acaso?

Tensó los hombros, pero no ralentizó el paso.

—Hay una horda de zombis por ahí. Mayor que la de anoche, en un almacén a unos diez kilómetros por la carretera. —Se volvió para hablarle al resto con expresión cruel—. Con lo lenta que es Evie os pondrá en medio de ese sitio para el anochecer.

No podía decir nada sobre mi ritmo. Como si pudiera escapar con saltos mortales hacia atrás.

—Montañas. O cebo de hombres del saco —exclamó Jackson—. Eso queda entre tu dios y tú. Yo me alejo del peligro más cercano.

Había más cosas de las que hablar, más preguntas que formular…

—Pásalo bien, Emperatriz —dijo la palabra con desdén.

—¿Por qué estás tan cabreado conmigo? —Sabía que la ira era la emoción en la que se escudaba, pero estaba prácticamente temblando de furia.

Él se dio la vuelta y se acercó a mí.

—No. Estáis. Bien. De. La. Cabeza. Ninguno.

Lancé un grito ahogado.

—N-no puedo evitar ser como soy.

—Eso no significa que tenga que lidiar con ello. Ya no necesitas que te cuide. —Se puso la capucha, se giró y continuó andando.

—¿Estás más enfadado por lo que soy o por el hecho de habértelo ocultado?

—Mitad y mitad. Asunto zanjado.

—Tú… ¡tú le hiciste la promesa a mi madre de que me llevarías hasta mi abuela!

Me miró con los ojos entrecerrados por encima del hombro.

—¿Eso quieres? Vale. Intenta seguirme el ritmo, porque voy en esa dirección. —Señaló las montañas como si me retase a seguirle.

Como si esperase que no lo hiciera.

Permanecí inmóvil, sorprendida, y Matthew llegó hasta mí.

—¿Deberíamos seguir a Jack? —le pregunté.

—Te llevaré por el camino correcto. Te diré cuándo desviarte. —Me adelantó y siguió al cajún.

¿Ese era el camino correcto? Los otros me miraron de nuevo como si fuera su líder.

—Seguiremos el borde —les aseguré a Finn y Selena—. Iremos hacia el sur por el borde de la cordillera y después cortaremos camino hacia Carolina del Norte. No nos meteremos mucho en las montañas.

—¿Y si nos perdemos? —preguntó Finn—. Hay muchísimas minas por ahí. Cada una repleta de caníbales, como un nido de hormigas. Ya te dije que no volvería a atravesar los Apalaches.

—Yo voy a seguir a Matthew. —Jackson no tenía nada que ver en mi decisión. Y una mierda, Eves.

Selena casi pudo fingir no sentirse aliviada por seguir con Jack de momento. Finn casi pudo ocultar su rechazo. Frente a nosotros, los pasos de Matthew giraron cuando cogió lluvia con la lengua.

—Vamos…

Durante media hora deambulamos por el pueblo fantasma desolado sin ver o esperar a nadie. Pasamos junto a pilas de cuerpos abandonados por el Destello. Sin ropa, parecían maniquís apilados.

Miré hacia las montañas a las que nos dirigíamos. Antaño, la zona baja había estado cubierta por bosque. El Destello había calcinado los árboles hasta convertirlos en troncos quemados que se asemejaban a postes de alta tensión sin cables. El suelo estaba cubierto de ceniza.

Ceniza. Los restos de árboles, animales y gente que habían ardido por culpa del Destello. Me estremecí; la idea me daba repelús. Desde el apocalipsis, la ceniza había volado entre huracanes y ventiscas hasta pegarla contra la pared de esa pendiente.

Un banco de niebla baja cubría la montaña más cercana y se arremolinaba en la base. Cuando se cernió sobre nosotros, esa sensación de mal agüero se intensificó hasta pensar que me ahogaría.

Justo en el momento en el que le iba a decir al resto que me estaba replanteando el plan, escuché a un hombre del saco chillar detrás de nosotros. Hacia delante, Evie.

¿Qué nos esperaba en esas oscuras montañas?

La muerte

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