Читать книгу La muerte - Kresley Cole - Страница 7
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Los cinco corrimos hacia el porche. Desde las sombras, docenas de hombres del saco se acercaban hacia el jardín de la entrada. Su piel correosa y quemada por culpa del Destello segregaba una baba apestosa.
—¿Cómo han podido llegar aquí tan rápido? —gritó Finn—. Se les oía a bastantes kilómetros de distancia.
—La niebla nos la ha jugado. —La niebla miente, Evie. Esas habían sido las palabras de mi abuela hacía tiempo.
Los hombres del saco más cercanos eran tres hombres altos que llevaban chándales Adidas negros a juego. ¿Un equipo de atletismo zombi? A su espalda, una mujer huesuda ataviada con un sujetador y un culote se lanzó hacia adelante con un rulo rosa balanceándose entre su pelo grasiento.
Decenas más aparecieron por la calle. Una médica con la bata andrajosa. Un anciano vestido con un pijama de cuadros. Un policía con la funda de la pistola colgándole de la cadavérica cintura.
No había raciocinio alguno tras sus ojos pálidos y llorosos. Desde que se crearon en el Destello, los hombres del saco solo respondían ante la sed.
Selena apuntó con el arco y se acercó más a mí.
—¿La lluvia no les sirve?
Se lanzaron hacia adelante.
—¡Supongo que no! ¡Evie, ataca con los árboles! —Se giró hacia mí y frunció el ceño ante lo que fuese que hubiese visto—. Los glifos se te han atenuado. Maldita sea, inténtalo igualmente.
¿Atenuarse? Había aprendido que eso significaba que la reserva de mis poderes se había agotado; el contenedor de combustible para transformarme en la Emperatriz estaba vacío. Aun así, moví el brazo para ordenarles a los dos robles colosales que barrieran el jardín con sus ramas. Ellos protestaron y obedecieron despacio, como si se tratasen de músculos recargados.
—Vamos, ¡vamos!
Lograron golpear a un grupo de hombres del saco, que salieron disparados por los aires cual bolos.
—¡Joder! —gritó Finn—. Sabía que podías moverlos, ¡pero verlo…!
—Mère de Dieu —oí carraspear a Jackson. Madre de Dios. Esa era la primera vez que había hablado.
Antes de poder golpear otra vez, más hombres del saco inundaron el jardín. Nunca había visto a tantos, ni siquiera en casa de Matthew cuando lo rescatamos.
Aunque me esforzaba por controlar a los árboles, ellos se encontraban igual de débiles y torpes que yo. Se bamboleaban despacio, nada como las hidras furiosas que habían parecido ser antes.
Los hombres del saco atacaron a los árboles como chacales ante una presa herida, mordiéndoles las ramas. Podía sentir cada mordisco. Y, al fin, mis soldados simplemente… se apagaron. Cuando se quedaron quietos, yo me tambaleé hacia atrás y Matthew me atrapó entre sus brazos.
Selena me maldijo.
—Menuda forma de agotarte las reservas, idiota.
—¿Y eso me lo dices con una sola flecha en el carcaj? —susurré sin aliento.
—Señoritas —gritó Finn—, ¡hora de HUIR!
Selena y él se precipitaron hacia la parte de atrás de la casa. Mientras Jackson los seguía, se descolgó la ballesta de la espalda y disparó tres veces. El trío atleta cayó con una flecha que sobresalía de sendos cráneos, pero Jackson decidió guardar las que le quedaban.
Cuando me alcanzó, apenas ralentizó el paso. Después del tiempo que había pasado con él, me medio esperé que me agarrara del brazo y gritase: «¡Mueve el culo, bébé!». Con una mirada lúgubre, bien pudo haber vacilado durante una décima de segundo, pero me indicó que corriera delante de él.
Agarré la mano de Matthew y eso hice. Cojeé lo más rápido posible hasta llegar a la parte de atrás de la casa.
—¡Por aquí también hay! —gritó Finn por encima del hombro.
Selena se colocó en posición en el porche de atrás; con el arco preparado y el pelo de luz de luna chorreando de agua. Pero ella jamás dispararía esa última flecha.
—Evie, ¿te queda algún truco más bajo la manga?
Mis otros poderes no servían de nada contra los zombis. El veneno solo funcionaba con las cosas vivas. El tornado de espinas desollaría su piel, pero no los mataría. Puede que los ralentizara. Aunque el glifo de las espinas se había oscurecido, levanté las manos para volver a llamarlas. Las sentí vibrar sobre el pavimento… como abejas que intentaban regresar a la vida… y luego nada.
—E-estoy seca. —Le dije a Finn—: Crea una ilusión, hazles ver como que estamos huyendo en la otra dirección.
—¡Yo también estoy casi seco! Oculté el todoterreno durante cuarenta y ocho horas. Mientras nos movíamos, sin dejar que el cajún se coscase de nada. Pero lo intentaré. —Comenzó a susurrar en aquella lengua misteriosa y mágica suya y el aire a su alrededor comenzó a caldearse.
En seguida nos volvimos invisibles, mientras las ilusiones de nosotros cinco parecieron salir huyendo por el porche delantero. Los hombres del saco más cercanos las siguieron. Por ahora.
Por desgracia, Finn no era capaz de ocultar nuestro olor.
Jackson volvió a mirar a las ilusiones.
—¡Vienen más hombres del saco! La casa estará rodeada en cuestión de segundos.
Eché la vista hacia la derecha, hacia las escaleras del sótano.
Jackson siguió mi mirada y salió disparado hacia ellas. Selena fue la siguiente y me indicó que me mantuviese cerca. Los seguí, con Matthew y Finn justo detrás de mí. Pero en el umbral, me resistí a regresar a aquel laboratorio.
Finn pasó junto a Matthew para darme un empujón.
—¡Vamos, Eves!
Me giré hacia él.
—El último chico que me empujó por estas escaleras está desparramado por el suelo, hecho papilla.
Finn levantó las manos con los ojos abiertos como platos.
—No pasa nada, chica. Todo guay. —Creó otra ilusión, esta vez de una linterna que iluminaba el camino—. Todo es mejor con un poquito de luz, ¿verdad?
Más abajo, Jackson fruncía el ceño ante aquella demostración de magia. Entonces, ¿esta noche había sido la primera vez que la había presenciado? Todos accedimos a mantener nuestros poderes ocultos de los no arcanos.
¿Ocultos? Supongo que he mandado a la mierda ese plan.
Tanto él como Matthew tuvieron que agacharse para pasar por debajo del marco. Cuando por fin entramos todos, Jackson cerró la puerta del sótano y luego colocó junto a ella una mesa de metal.
Retrocedimos y nos internamos más en el laboratorio, más cerca de la cortina de plástico que separaba la mazmorra y que estaba salpicada de sangre. Los otros escrutaron la estancia y tomaron buena cuenta de los mecheros Bunsen que había sobre una encimera larga de acero, y de las estanterías llenas de partes del cuerpo conservadas en tarros. Había cristales y sueros desparramados por el suelo de tierra producto de mi enfrentamiento con el Alquimista.
—Confirmado —dijo Finn—. Este es el lugar más espeluznante en el que haya estado nunca. Un científico loco acaba de llamar, quiere que le devolvamos su laboratorio.
No has visto lo peor.
En cuanto les llegó el olor rancio de la mazmorra, Finn se cubrió la boca.
—¿Qué diablos hay ahí?
—Un cadáver —respondí con voz monótona—. Está… descomponiéndose. —Volví a estremecerme.
Cuando Matthew me rodeó los hombros con un brazo, yo oculté el rostro contra su camiseta mojada.
Como si no pudiesen contenerse, Jackson, Selena y Finn, uno a uno, cruzaron la cortina manchada de sangre.
Matthew me llevó hasta la pared del fondo y usó los tenis maltrechos para apartar los cristales de un trozo del suelo.
—Ya sabes lo que hay ahí atrás, ¿verdad? —le pregunté una vez nos sentamos en el frío suelo.
—La mesa de un carnicero. Sangría. Sierras y cuchillos de carnicero hechos de hueso. Grilletes oxidados colgando de la pared. —Se encogió de hombros—. Veo lejos. —Me había mostrado visiones del pasado, del presente y del futuro… de arcanos e incluso de los que no lo eran.
Pero ya me había dicho una vez que el futuro se movía como las olas —o como remolinos— y que era difícil de leer.
—¿Sabías que iba a derrotar al Alquimista?
Negó con la cabeza. Parecía estar menos confuso de lo normal.
—Veo lejos, pero no todo. —Me agarró la mano derecha y pasó los dedos por encima del símbolo nuevo—. Aposté por ti, porque conseguirías su símbolo.
Supuse que los símbolos eran una forma de llevar la cuenta en este juego enfermizo.
Creí oír un grito ahogado en la mazmorra e intenté imaginarme el lugar a través de sus ojos. ¿Comprenderían a lo que me había tenido que enfrentar al ver aquel cadáver encadenado a la pared?
Si hubiese llegado a casa de Arthur antes, quizás habría podido salvar a la chica. Eché la cabeza hacia atrás y me quedé contemplando el techo bajo. ¿Cuántas otras habría ahí fuera, encadenadas, esperando a que las liberaran…?