Читать книгу La muerte - Kresley Cole - Страница 12

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—Oye… ¿alguien más siente el peligro inminente? —preguntó Finn mientras comía una barrita Mayday—. Me refiero a más de lo normal. ¿O de que nos están observando?

Me castañearon los dientes cuando le respondí.

—S-sí. —Lo había pensado desde que nos alejamos de Requiem hacía dos días.

Pasamos las horas de la primera noche apiñados bajo el resguardo de unas rocas. Esta noche, después de seguir casi ciegos, Jack había dado con la casucha de tiro de un cazador. Era básicamente una choza de metal abierta de un metro y medio de alto con pintura de camuflaje descascarillada.

Cuando todos nos juntamos bajo aquel «descubrimiento», Jack miró al cielo en busca de paciencia, pero no dijo nada.

Había hueco en el interior para que todos tuviésemos nuestro espacio si no nos levantábamos. Nos permitía guarecernos de la llovizna y nos protegería hasta que nos pusiésemos en marcha al amanecer.

Estábamos apostando nuestras vidas a que los hombres del saco no podrían alcanzarnos antes.

Me estrujé el pelo y me acomodé.

—T-tengo un mal presentimiento.

Finn había creado el espejismo de otra lámpara. Juraría que las noches se estaban haciendo más largas incluso siendo meses de verano, y la temperatura seguía bajando.

¿Habría un día en el que al sol se le olvidase salir?

A pesar de que todos estábamos congelados y empapados —excepto Selena con su ropa de montaña perfecta — no encendimos fuego. Tenía, por supuesto, leña seca en la mochila, pero la leña húmeda desprendería mucho humo y teníamos a los hombres del saco pisándonos los talones.

Durante todo el día nos habíamos preguntado si los zombis podrían igualar nuestro frenético ritmo. Por lo que sabía, no se curaban de las heridas y la mayoría se había creado la noche del Destello. Después de ocho meses ya deberían estar deteriorados.

A menos que se hubiesen convertido recientemente por un mordisco contagioso de los mismos hombres del saco.

Hacía quince horas, al amanecer, Selena había retrocedido para hacer un reconocimiento. Su valoración había sido: «hay más».

—¿Dónde van a resguardarse durante el día? —le pregunté yo.

Aunque el tiempo era lluvioso, seguía habiendo luz. Y no habíamos encontrado ninguna casa, solo kilómetros y kilómetros de bosque quemado.

Vaciló antes de contestar.

—Están cavando. En el fango. La buena noticia es que si los arcanos tienen intención de seguirnos, se llevarán una buena sorpresa.

Era como un campo de minas de hombres del saco. Me estremecí al imaginarlo. Y durante el resto del día no había podido evitar pensar a cada paso que daba si iría a encontrar una mina llena de hombres del saco.

—Tengo el mismo presentimiento que vosotros —exclamó Selena, de vuelta en el presente—. Como si nos acecharan, igual que los cazadores hacen con los ciervos. —Y admitió mientras punteaba la cuerda del arco—: No estoy acostumbrada a estar a ese lado.

Miré a Jackson, que no estaba sentado en nuestro círculo, sino cerca de la zona abierta, y vi que él también estaba nervioso. Una vez me dijo que no había nada que le cogiera la delantera y durante semanas así había sido.

¿Se había quedado con nosotros porque íbamos en la misma dirección o porque se sentía obligado a cumplir la promesa de mi madre? Como se negaba a hablar conmigo, no sabía cómo se estaba tomando las cosas. Matthew había dicho que sentía muchísima curiosidad. Esta noche hasta yo casi la sentía.

Aunque Jackson no había preguntado nada —se imaginaba que no era asunto suyo—, sí escuchaba y aprendía. Por la mañana lo había pillado mirándome una y otra vez, y su cara pasaba de estar cabreada a… confusa.

—Matthew, ¿sientes algo?

Se miró la mano como respuesta. Estaba pensativo por algo. Quería que hablase conmigo, aunque entendiese poco de lo que me dijera.

Le puse medía barrita Mayday mía en la mano y curvé los dedos enguantados sobre los suyos para que la sujetase. Finalmente bajó la mirada y le sorprendió lo que encontró en la mano. Pero se la comió.

—¿Quién nos podría estar observando? —dije.

—Los hombres del saco no —contestó Selena—. Nos atacarían. ¿Y los caníbales?

Finn negó con la cabeza.

—No cazan lejos de su casa.

Nos acercábamos a uno de los agujeros quemados en el mapa de Selena. Tenía la sensación de que nos íbamos a caer de la faz de la tierra, como si el mapa debiera avisar: ¡hay dragones aquí!

Pero siempre y cuando nos alejásemos de esas minas, y de la horda de hombres del saco, yo estaba decidida a continuar.

—Oiríamos las llamadas de otros arcanos, ¿no?

Finn de repente miró por encima del hombro. El resto nos tensamos y miramos al hueco de la choza a la vez, como si fuésemos suricatos.

—Ojalá lo que sea que esté ahí fuera le eche un par de huevos o se calle de una vez —murmuró.

—Eso, eso. —Para no pensar en lo nerviosa que estaba, me volví hacia Selena—. Si tanto quieres estar en alianza con nosotros, ¿por qué no nos cuentas lo que sabes?

Abrió su mochila con una sonrisa condescendiente y sacó una baraja del tarot.

—¡Tenías una baraja todo este tiempo! En momentos como este entiendo lo atractivo que es el juego.

Ella se encogió de hombros y la dejó sobre su manta térmica plateada.

—Si intentabas que formase parte de una alianza, ¿por que lo has mantenido en secreto? —insistí.

—Por el cuento que nos has estado vendiendo de «no recuerdo el juego». Creía que mentías.

Repartió las cartas en forma de cruz, como lo solía hacer la abuela. En cuanto vi las representaciones del tarot me vinieron de la nada recuerdos a la memoria, como amapolas que aparecían en una capa de nieve.

Intenté que Matthew se uniera a la conversación.

—Mirad, aquí está la de Matthew.

Señalé su carta; un joven con expresión distraída caminaba por una tierra desolada con una mochila y una rosa blanca. Un perro le mordía los talones.

Matthew ladeó la cabeza ante el parecido.

—En un lugar donde no crece nada llevo una flor. Un recuerdo tuyo.

Le sonreí.

—Qué bonito.

Él frunció el ceño.

—Pasó.

—Ah.

—Es igual que la imagen que vi cuando nos conocimos. Se superpuso a él —exclamó Finn.

Asentí.

—Todos las tenemos. Se llaman cuadros.

Finn levantó la carta hasta dejarla a la misma altura que la cara de Matthew para comparar el parecido.

—Pareces drogado, Matto.

Matthew soltó un suspiro de alegría.

—Gracias.

Levanté la carta de Selena.

—La Luna.

La suya mostraba a una diosa de la caza resplandeciente.

La expresión de Finn se enturbió.

—No me interesa. Siguiente.

Selena lo fulminó con la mirada.

Saqué otra carta. La Torre impactada por un rayo.

—Ya conocéis a la Torre, el agradable irlandés que ha sido toda una delicia conocer. Y aquí está la Muerte. —Señalé su carta. La Parca llevaba una armadura negra y la guadaña preparada, y montaba un caballo pálido de ojos rojos y malévolos. Portaba una bandera negra con una rosa blanca.

—Madre mía. ¿Ese tipo existe? —murmuró Finn. Arrugó el envoltorio de su barrita Mayday y lo tiró hacia las sombras—. ¿Y qué poderes tiene?

Todos me miraron para que respondiera. Incluso Matthew, como si estuviera haciéndome un examen.

—Es un jinete y un caballero con velocidad y fuerza sobrenaturales. Usa dos espadas y puede atacar con ellas tan rápidamente que ni se ven. Su armadura es impenetrable incluso para mis garras. No le teme a nada. En una de las visiones de Matthew lo vi andar bajo la tormenta eléctrica de Joules como si nada. —Imaginaba que igual que había hecho Jackson con los disparos de los militares—. Su contacto es letal. —Y había podido leerme la mente durante semanas. Aunque no es que hubiese pasado desapercibido; lo sentía incluso ahora.

—¿Debilidades?

—Una —respondió Selena—. La Emperatriz.

—Eso me dicen —repuse.

Finn frunció el ceño.

—Si es un espadachín, ¿qué evita que tale tus árboles como Paul Bunyan?

¿Jackson se había acercado a nosotros? ¿A mí?

—Entonces debe de ser su veneno —contestó Selena.

—¿Cómo me acerco lo suficiente para envenenarle sin que me acuchille? ¿Cómo sobrepaso la armadura?

Selena me miró fijamente.

—Tendremos que pensar en una solución si queremos seguir con vida.

Desvié la mirada un segundo después.

—Y pensar que antes me daba pena.

—¡No quiero tu compasión, criatura!

Ya no te la tengo.

—He echado de menos nuestro tiempo juntos. He echado de menos tocarte.

Porque mataba con su contacto.

¡Eres asqueroso!

—¿Evie? —Finn chasqueó los dedos en mi cara.

—¿Qué? ¿Qué has dicho?

—Tu carta. —La enseñó.

La Emperatriz estaba sentada en un trono con los brazos abiertos. De fondo había colinas verdes y rojas, debido a la cosecha… y a la sangre. A lo lejos se veía una cascada.

—Das miedo. Y eres sexy.

Estuve a punto de decir «no soy yo». Pero sí que lo había sido, en otra vida.

Finn le enseñó la carta a Jackson, cuyos ojos pasaban de la carta a mí y viceversa.

—Vale, o sea, que tienes veneno en las garras —dijo Finn—, y una flor de loto que te aparece en la mano para ahogar y paralizar a la gente, y un tornado de espinas, y tu sangre revive las plantas muertas. Ah, y te sanan las heridas. ¿Se me olvida algo?

Esporas tóxicas en el pelo. Podía destruir una ciudad entera con ellas. Que otra persona las enumerase me hacía sentir más bicho raro todavía. Miré a Jackson y deseé que pudiera entender que nadie quería ser un monstruo ni que lo temieran. Demonios, incluso el desalmado de la Muerte me llamaba criatura.

Una de las cosas buenas cuando estaba en modo Emperatriz era que en pleno fragor de la batalla no dudaba en ningún momento.

Y ahora que Jackson me estaba mirando, me sentía igual que entonces.

—También puede hipnotizar a los hombres —añadió Selena alegremente. Lo reveló por el bien de Jackson, no me cabía duda.

Él entrecerró los ojos; su cara decía: «¡Joder! Eso explica muchas cosas».

A Finn pareció encantarle.

—¿Hipnotizar? ¿En serio? Pega con tu llamada arcana, que pone los pelos de punta. —Cambió la voz hasta hacerla más susurrante y articuló—: Ven, tócame, pero pagarás un precio.

La risa de Jackson estaba cargada de resentimiento.

Aunque en la carta la Emperatriz parecía acogedora con sus brazos abiertos, su mirada era amenazadora, como si recordase su llamada en ese mismo momento. Pero, al fin y al cabo, así era su —mi— modus operandi. Atraer, cautivar y después atacar.

—Hipnotizar no es algo que haga todos los días —expliqué apresuradamente—. Solo cuando estoy transformada en Emperatriz. No funciona siempre y, de todas formas, no dura mucho. Lo utilicé todo contra el Alquimista y él siguió queriendo cortarme la lengua y encurtirla en un tarro.

Selena asintió.

—Claro, lo que tú digas, Evie.

Me volví hacia ella

—¿Y tú qué, Luna? Tienes el poder de sembrar la duda y atraer a la gente con la luz de la luna. —Cuidado con la tentación—. Me tendiste una trampa en tu casa, en Georgia, pero como Jack estaba conmigo te refrenaste. ¿Sabes? Apuesto a que esa no era ni tu casa, no vi ni una foto tuya en las paredes.

Como ya me había dicho una vez, exclamó:

—Demuéstralo.

Todos se quedaron callados.

—¿Qué debilidades tienes? —me preguntó Finn.

Y Selena contestó de mil amores.

—Cuando no hay plantas cerca para darle energía, se agota enseguida, más rápido si tiene que usar su sangre para revivir plantas o crearlas. Necesita sol. Su poder es colaborativo; algunas cartas dependen más del medio que otras.

Quise alejar su atención de mí y espeté:

—¿Y las tuyas?

—¿No es obvio? —Selena señaló el carcaj de su muslo, que solo contenía una flecha de verdad y dos improvisadas. Había intentado reponerlas, pero tal y como nos había explicado, no había madera verde para tallarlas.

Creía poder ayudarla —abrirme una vena y hacer que naciera una planta—, pero no confiaba en ella lo suficiente como para debilitarme para que ella se fortaleciera. Y no es que tuviese mucho de donde sacar.

Tal y como me había prevenido Matthew, con la lluvia mis poderes seguían mermando.

—Con el tiempo siempre me quedaré sin flechas. Entonces dependeré de mi velocidad y resistencia aumentadas.

Puse los ojos en blanco y cogí la carta del Diablo.

—Este es Ogen, mejor conocido como el Diablo. Se ha aliado con la Muerte. Tiene cuernos y pezuñas como un sátiro, pero su cuerpo es como el de un ogro, con fuerza sobrehumana. Su llamada es «me deleitaré con tus huesos».

—¿Ogen el ogro? —Finn enarcó las cejas—. ¿En serio?

Yo me encogí de hombros.

—Yo no lo he creado, solo informo. —La siguiente carta que cogí fue la del Juicio—. También habéis conocido a Gabriel. Puede atacar desde el cielo como un misil.

—Y tiene sentidos animales. Por eso es tan peligroso que esté con Joules. Gabriel podría olernos incluso a través de los espejismos de Finn, mientras Joules nos esperaría en algún punto alejado, apuntando y listo para matarnos.

Fortalezas y debilidades. Tenía que preguntarle a Matthew qué podría matarme aparte del contacto de la Muerte.

Finn resopló volviéndose hacia Selena.

—¿Esconderte a ti con mis ilusiones?

Había visto alianzas en el programa Survivor más unidas que la mía.

—¿Y qué pasa si alguno la palma por muerte natural? —me preguntó Finn.

No recordaba la respuesta, así que señalé a Selena con un gesto.

—El arcano que esté más cerca de ti se lleva el símbolo.

—¿Y los perdedores?

Selena volvió a contestar.

—Renacen sin recuerdos de su vida anterior. Bueno, excepto él. —Señaló a Matthew—. El Loco lo ve todo. Eso es lo que lo enloquece.

Matthew asintió en su dirección, feliz.

Pasé más cartas al tiempo que miraba a Selena con el ceño fruncido, pero Finn me detuvo la mano sobre una.

—Espera, he visto a este tío. —Finn palideció.

—¿El Sacerdote?

Mostraba a una persona con una sotana bendiciendo a sus seguidores, que estaban arrodillados. Todos tenían los ojos blancos. Le di la carta a Finn.

—El Sacerdote. El de los rituales oscuros.

Me acordaba de la advertencia de la abuela con respecto a él: «Es un embaucador, Evie, un orador. No le mires nunca a los ojos. Eres vulnerable a él. Y no es el único».

—Mi abuela me dijo que te puede controlar la mente para que cometas actos horribles. Y cuando lo haces, permanecerás esclavizado de por vida. Incluso después de su muerte seguirás haciendo lo que sea que quisiese de ti. Esos actos monstruosos cambian en cada juego. —No me gustaba nada el control mental después de que me hubiesen lavado el cerebro en un loquero.

Finn tenía la mirada fija en la carta, que sostenía con una mano temblorosa.

—Estaba con los caníbales. Creo que soy capaz de adivinar qué es lo que ordena a hacer a los demás. Hace que la gente coma carne humana.

—Nadie tiene que obligar a la gente a que se coman a otros. —¿Jackson iba a participar en la conversación?—. Por si no os habéis dado cuenta, no hay comida en estas montañas. Nada.

Llevábamos meses viendo supermercados vacíos y sin ver vegetación alguna. Había pocos animales a los que cazar.

—Estos caníbales se… alimentan de gente viva. No de comida cruda. Gente viva. ¿Te parece lo suficientemente horrible?

No. No podía ser.

Finn se volvió hacia Matthew con la mirada turbada.

—Estos arcanos están enfermos, y no solo luchan los unos contra otros. ¿Qué sentido tiene vivir?

Matthew alzó la vista, sorprendido.

—¿Para qué? Caché. ¡Somos los campeones de los dioses!

—¿Dioses? —Se me quebró la voz—. ¿Hay dioses que controlan el juego?

—Se fuer…

De repente, Jackson levantó la ballesta de la espalda y apuntó hacia la entrada de la cabaña.

—Tenemos compañía.

Selena ya se había arrodillado y apuntaba con el arco; su flecha estaba demasiado cerca de mi cabeza.

—Es un lobo —dijo al mismo tiempo que vi un par de ojos amarillos entre el bosque quemado.

Unos ojos amarillos enormes.

Aunque Jackson había relajado un poco la postura, Selena parecía más letal ahora si cabía. Antes de que pudiese decir nada, la flecha pasó muy cerca de mi oreja hacia el animal.

Selena maldijo cuando lo escuchamos alejarse por el barro.

—¿Por qué lo ibas a matar? —le pregunté—. ¡Puede que fuera el último de su especie en la tierra!

Incluso Jackson, un cazador experimentado, la miraba como diciendo: «eso no está bien».

—Ese no era un lobo normal. —Selena parecía sentirse incómoda, y nunca se había mostrado así con nosotros—. Nos ha encontrado la carta de la Fuerza. La Señora de la Fauna.

Recordaba esa carta y las palabras de la abuela: «Fauna puede controlar a los animales, Evie, tomar prestados sus sentidos y convertirlos en sus familiares».

—¿Por qué no hemos oído su llamada más alto? —dijo Finn.

Selena ya había preparado una de las flechas improvisadas en el arco.

—Porque no está cerca, todavía no. Solo sus familiares.

Me alejé de la línea de fuego.

—¿Por qué no ha hecho que el lobo nos ataque?

Selena sacudió la cabeza.

—No sé por qué, pero Fauna solo quería echar un vistazo. Creo…

—¿Qué?

—Creo que quería que supiésemos que nos está observando. El lobo nos ha estado vigilando durante días y no lo he visto ni una vez siquiera. ¿Y ahora se deja ver?

Tragué saliva y Finn exclamó:

—¿A qué te refieres con que nos está observando? ¿Qué tiene que ver la carta de la Fuerza con los animales?

Me acordaba de esa carta y de haber preguntado lo mismo hacía ocho años.

—La gente ha empezado a llamarla Fuerza desde hace poco. Solía ser la carta de la Fortaleza, refiriéndose a su postura firme sobre un objetivo. Piensa como los animales, como las bestias de caza. La sangre la motiva.

Saqué su carta de la baraja y la enseñé. En ella aparecía una chica de aspecto frágil vestida con una túnica blanca y sujetando las fauces de un león.

—Su carta es una de las más literales. Puede manipular a los animales igual que yo a las plantas. Tiene sentidos animales, como Gabriel.

—Y no solo eso; tiene acceso a los sentidos de criaturas cercanas —añadió Selena.

Asentí.

—Me acuerdo de eso. Si quisiese espiarnos, haría que un cuervo sobrevolara sobre nosotros para ver a través de sus ojos. —Incluso Jackson estaba escuchando atentamente—. Y si intercambia sangre con un animal, este se convierte en su familiar y se conecta a ella para siempre. No sé exactamente cómo. ¿Selena?

—Es un secreto de oficio. A veces no conocemos todos los poderes. Aunque Matthew sí debería saberlo.

Él la miró con tozudez.

—No soy tu médium.

—Matthew —murmuré—, ¿puedes decirnos algo, por favor?

Se miró la mano. Aunque parecía estar buscando algo en ella.

O puede que mi paranoia se estuviese desplegando como esa planta trepadora, kudzu.

—¿Te has aliado con Fauna alguna vez? ¿Su familia tiene cronistas?

—Normalmente no. Se alía con cartas diferentes en cada juego.

Finn se quedó mirando la carta un buen rato.

—Tiene el símbolo del infinito en la carta. Sobre la cabeza. Como en la mía.

Símbolos compartidos. La carta de la Muerte tenía una cascada, como la mía, y una rosa en su bandera. Llevaba una rosa blanca, igual que la carta del Loco.

«…leerlas como un mapa».

Finn pareció volver en sí.

—En resumen, tenemos zombis pisándonos los talones y minas llenas de caníbales cerca, y ahora también otro arcano.

—Míralo por el lado bueno —respondí—. ¿Cuántos animales han podido quedar vivos? En este juego ser la Señora de la Fauna tiene que ser una mierda. —Y en cuanto terminé de decirlo, un lobo aulló a lo lejos.

Y dos más respondieron con aullidos lastimeros.

La muerte

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