Читать книгу La muerte - Kresley Cole - Страница 11
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Alguien nos observaba.
Tras caminar arduamente montaña arriba en el barro durante lo que parecieron horas, no habíamos llegado ni remotamente cerca del centro de la cordillera, así que no podían ser caníbales. Ni tampoco arcanos; ninguna de sus llamadas se oía cerca. Ni tampoco hombres del saco; podíamos oírlos aullar en el valle bajo nuestros pies, mantenidos a raya gracias al ensombrecido sol.
Al menos por ahora.
Conforme la tarde avanzaba, el mal presentimiento que albergaba no hacía más que aumentar y aumentar. Andaba a duras penas, resoplando y jadeando, con el olor acre a madera quemada escociéndome la nariz. Llevaba años siendo bailarina, pero en comparación con los chicos y Selena, mi resistencia era de chiste. La llovizna ofrecía suficiente humedad como para que las cenizas y el barro se solidificaran como el pegamento.
Había tropezado tantísimas veces que tenía las manos llenas de esa mezcla, y el pelo también. Restos de gente. En el pelo.
Finn iba justo delante, Matthew a mi lado cual pez piloto. Selena y Jackson iban adelantados mientras íbamos en dirección sur hacia el próximo valle. Selena había mencionado ver un pueblo ahí en el mapa; supuse que se trataba de donde nos dirigíamos. Y Jackson, también.
Habían pasado tantas cosas durante las últimas veinticuatro horas que me costaba procesarlo todo. La derrota de Arthur, el regreso de algunos de mis recuerdos, el enfrentamiento con Joules, el sueño con la Muerte.
La admisión de Jackson sobre lo que pensaba de mí.
Selena había dado en el clavo al decir que le daba asco. Habría dado lo que fuera por hablar con él, por explicarle que podía no ser normal, pero que no había sido decisión mía ni había tenido intención de hacerle daño. No había podido elegir.
—¿Estás bien ahí atrás, Evie? —me preguntó Finn con expresión preocupada—. Quizás deberíamos descansar unos minutos.
—Estoy bien. —¡Me estoy muriendo!—. Tengo que seguir moviéndome. —Me cortaría la mano derecha, símbolo incluido, por poder descansar. Nunca habíamos tenido que luchar contra el barro. Esperaba que eso ralentizara a los zombis —y a los arcanos— que decidieran perseguirnos.
—Vale. Guay. —Continuó andando como si le hubiese dicho la verdad o algo.
Apenas podía hablar, pero multitud de preguntas me rondaban la cabeza.
—Matthew, anoche soñé con una vez que la Muerte le clavó una espada a una pasada Emperatriz —dije, sin aliento—. ¿Me enviaste tú ese sueño?
—Síp.
—¿Por qué ahora? Ya he aprendido cuáles son mis habilidades. —Había usado la mayoría entre ayer y hoy.
—Aprende a vencer a la Muerte. Lucharás con él con tus poderes.
La Emperatriz de mi sueño no había podido usar ninguno.
—Todos los sueños me han resultado familiares, pero en este pude sentir la espada de la Muerte al ensartarme.
—Lo sentiste.
—Sí, es lo que acabo de decir.
Asintió y continuó caminando a mi lado como si nada.
—Lo sentiste en una vida anterior.
Me giré hacia él y le hablé rechinando los dientes.
—¿Una vida anterior? —Nunca me había dicho que las pesadillas que había tenido fuesen realmente sobre mí—. Nunca me habías dicho que fuéramos reencarnaciones.
Por supuesto, tampoco me había dicho que no lo fuésemos. ¿No lo había sospechado? En las visiones que Matthew me había revelado había presenciado las acciones de una Emperatriz tan espeluznante que hasta la había bautizado como la bruja roja.
¿Pero acaso no había sentido esos actos como recuerdos propios?
—Esta vez la Emperatriz tiene sentido del humor —replicó Matthew, repitiendo un comentario que me había hecho hacía semanas.
Esta vez. Porque era la misma cara, aunque una versión diferente. Hace cientos de años había sido una asesina despiadada.
No había sido muy distinta de Arthur.
Me llevé una mano al vientre. En una vida anterior, había sido víctima de ese golpe. ¿Era eso lo que me aguardaba en esta?
—La Emperatriz del sueño de anoche parecía diferente a la que veía antes del Destello. —La que había usado algas para destruir galeones y esporas para asesinar a pueblos enteros.
—Vuelves más y más atrás —respondió Matthew—. Hace dos juegos. Eras la Reina de mayo entonces. La bruja roja era Fita. Tú eres la Princesa del Veneno. Eres todas ellas: La Dama de Loto, la Señora de la Flora, la Reina de las Espinas.
Ya me había dicho esos nombres antes, pero no había caído en que se refiriesen a Emperatrices individuales.
—¿Por qué retroceder a otro juego? Ya he tenido suficientes sueños… recuerdos… de la bruja roja. —O Fita, o quien fuese.
—Esta Muerte te conoció por primera vez entonces.
—¿Te refieres a la Muerte de esta reencarnación? —Su vida había comenzado hacía miles de años. Yo bien podría haber pasado por tres Emperatrices distintas desde entonces, pero él simplemente había sobrevivido y aguantado año tras taño, juego tras juego—. Vale, bien. Quieres que recupere esos recuerdos. Entonces, ¿por qué compartes la información por fascículos, Matthew? ¿Por qué no me los mandas todos de golpe?
—Lo hice. Los recuerdos de dos juegos enteros. Tu mente se resiste. Los sueños son más transigentes. Una válvula de seguridad.
—Espera… —Me costaba seguir el ritmo físicamente, y también mentalmente—. Entonces tengo todos los recuerdos de dos juegos, ¿y solo tengo que soñarlos? ¿Por qué no puedo verlos todos a la vez?
Él me dedicó una mirada indulgente.
—Entonces estarías como yo. Loca. Tú eres la debilidad de la Muerte.
—Es lo que no dejas de decirme. ¿Conoce él casualmente cuáles son mis debilidades?
—Tan bien como conoce su propio reflejo en un espejo. Presta atención a los sueños. Estoy en su bolsillo, así que él está en mis ojos.
No era la primera vez que Matthew me decía eso, pero no lo comprendía. Ahora sí. La Muerte podía ver a través de los ojos de Matthew, así que siempre sabía lo que me pasaba. Y aunque no comprendía cómo, la Muerte era capaz de acceder a mis pensamientos a voluntad. Nuestro último intercambio había sido durante la hostigada subida de esta mañana:
—Te mereces cada segundo de desgracia y miedo que sientes, criatura.
Y tú ya sabes por dónde te puedes meter la guadaña.
Una cosa era que los otros hablaran de forma general en mi cabeza, o tener conversaciones mentales con Matthew. Pero que la Muerte se me metiera en la mente me ponía de los nervios.
—¿Cómo puede la Muerte oír mis pensamientos?
—A través de la central.
Recordé el comentario de Selena sobre lo de la sobrecarga de frecuencias de Matthew e inquirí:
—¿Tú consideras nuestras llamadas y pensamientos como frecuencias? —Yo lo había denominado la Radio Arcana. Quizás fuese la Central Arcana. Solté una risotada nerviosa y dije—: No serás tú el encargado de esa central, ¿no?
—Soy el Loco —respondió como si estuviese hablando con un niño pequeño.
—¿Entonces cómo estamos conectados?
—A través de mí. El encargado de las frecuencias. El Loco es el moderador del juego.
—Pero me dijiste que no eras… —balbuceé y dejé que se me apagara la voz. Realmente no me lo había negado, ¿verdad?—. ¿Entonces esa es una de tus habilidades? —No me extrañaba que se encontrase confuso tan a menudo.
—Responsabilidad.
—¡Tienes que desconectar ese circuito, Matthew! —Había llegado a creer que uno de los poderes de la Muerte era simplemente la lectura de mentes. Entonces recordé que la Parca me dijo una vez: «Matto recuerda sus deudas. Él me hará verte…».
—Las voces son importantes —insistió Matthew.
—¿Por qué lo dejas entrar en mi mente? —No lo comprendía—. Hace un par de semanas me dijo algo de pagar tus deudas. —Nada—. ¿Le dejas oír los pensamientos de todos?
—La Muerte solo quiere oírte a ti. La Muerte quiere poseer la Vida. Estoy en su bolsillo.
—A ver si lo entiendo. Tú conectas las llamadas de los arcanos. Dejas que la Muerte se comunique con todos nosotros. Y le permites el acceso únicamente a mi cerebro… ¿por una deuda?
Matthew me ofreció una piña carbonizada.
¡Paciencia!
—Sabes que la Muerte siempre sabrá lo que estamos planeando, ¿no?
—No le importan nuestros planes. No más de lo que te importarían a ti los planes de unas hormigas caníbales en una mina. Se ríe de nuestros planes.
—¡No quiero que un asesino como él merodeé por mi cabeza!
Matthew ralentizó el paso y me miró con una expresión muchísimo más sabia de lo que debería por su edad.
—Hago las cosas por una razón.
Aparté la mirada.
—He de contárselo a los otros. ¡Estamos en una enorme desventaja! No puedo formar una alianza contra un enemigo cuando ya conoce todos nuestros movimientos de antemano.
—Tú sientes su presencia. Aprende a discernir cuándo está. La Muerte distinguió mi mirada. Distingue tú la suya.
—¿Puedo aprender a sentir cuándo está fisgoneando? —Cuando Matthew me mostró la última visión de la Muerte enfrentándose a Joules y a sus amigos, la Parca nos había sentido. ¿Y no percibía yo una pesadez siempre que andaba cerca?—. Hasta entonces, ¿cómo sé que la Muerte no va a intentar evitar que llegue hasta mi abuela? —pregunté con la esperanza de que Matthew me confirmara que estuviese viva siquiera.
—Aburre a la Muerte. Él no cree en ella tanto como tú.
—¿Puedes por favor decirme si está a salvo?
—Define a salvo —replicó Matthew mirándose la mano. Tema zanjado.
Tenía que estar viva. Tenía que creer que Matthew se preocupaba lo suficiente por mí como para no dejarme buscar una aguja en un pajar.
—¿Y por qué muestra la Muerte tanto interés en mí? Hay más cartas a las que puede aterrorizar.
Se encogió de hombros.
—Lo sabes, pero no quieres decírmelo.
Sonrió.
—¡Loco de atar!
—Matthew, vamos… —Una rama crujió a cierta distancia a la derecha. Me giré, pero no vi nada. Una sensación pegajosa se me instaló en la base de la nuca—. ¿Nos están vigilando?
Él parpadeó varias veces en mi dirección.
—¿Y por qué no habríamos de hacerlo?
—¿Estamos en peligro?
Se rio entre dientes y me señaló con el índice.
—Sentido del humor.
Sí, supongo que nunca estaríamos completamente a salvo. Seguí andando.
—¿Jackson va a abandonarnos? —En cuanto lo pregunté, me arrepentí de haber malgastado el aliento. Ya sabía la respuesta a esa pregunta.
Había tenido la vista puesta en el objetivo, avanzando con la capucha de la sudadera puesta. Durante todo el día su expresión había pasado de iracunda a totalmente furiosa. Como si cada pocos minutos volviese a cabrearse.
A mí no me hablaba, pero también hacía caso omiso de Selena y de Finn. Síp, se había aislado mentalmente. Me imaginaba que se marcharía en cuanto llegásemos al siguiente pueblo.
—Debería haberse despedido. Los arcanos y los no arcanos no deberían mezclarse. —Matthew suspiró—. De-vi-oh te mira cuando tú no lo ves. Cazador. Te observa. Eres el ángel sobre el árbol de navidad que nunca podrá alcanzar. El regalo que nunca podrá abrir.
Una pensaría que a estas alturas ya me habría acostumbrado a las divagaciones de Matthew. Pero no.
—Durante toda su vida, caras falsas. Nació de una. Y ahora tú le has enseñado la tuya.
Jackson seguía portando las cicatrices de la pobreza que había azotado su niñez. Su padre se había negado a ayudar económicamente a su madre, o a aceptar a su hijo desamparado. Su madre había sido una alcohólica que había acogido a sus amantes borrachos. Esos hombres habían abusado de ella… y habían pegado a Jackson, enseñándole así a no confiar en nadie.
Enseñándole así a ser despiadado y a comunicarse con los puños.
Lo único que había conocido era el engaño y la violencia.
¿Cómo era posible que no me viera como una embustera violenta? ¿Como más de lo mismo? Me había convertido en un monstruo venenoso y vitícola frente a sus ojos. Un monstruo que había estado hablando de cortarle el cuello a un chico irlandés y flacucho.
—Piensa menos en De-vi-oh, y más en el juego —dijo Matthew.
Mientras avanzaba a duras penas por una zona escarpada, sopesé lo que recordaba de las cartas. Anoche, al haberme estado mirando el símbolo de la mano, me inundaron de golpe recuerdos de la abuela. Seguían siendo fragmentos, pero poco a poco se iban recomponiendo.
La recordaba hablándome de jugadores que controlaban animales como yo hacía con las plantas. Recordaba las cartas que podían manipular los elementos.
Su voz parecía resonar en mi mente: «Los detalles de las imágenes son importantes. Hay que leerlas como un mapa». «Mira las cartas. Memorízalas. Los símbolos están ahí por un motivo, Evie. Te dan información sobre los jugadores».
Ojalá pudiese hacerme con una baraja. Sabía que las cartas estaban llenas de pistas y símbolos que las conectaban. Algunas cartas tenían imágenes de animales; otras, plantas. Otras tenían agua o fuego.
Recordaba a la abuela tararear mientras barajaba las cartas, preparándose para ponerme a prueba.
—¿Qué cartas son las mejores lanzando hechizos?
—El Sacerdote y los Amantes. ¡Y yo! —respondí por aquel entonces.
—¿Y el más fuerte en físico?
—¡El Diablo! ¡El Diablo es fortísimo!
No me extrañaba que mi madre se hubiese asustado.
En la cima, Finn nos esperaba.
—Evie, quería disculparme otra vez por haberme hecho pasar por Jack, y por haberte engañado por error y haber logrado que te fueras y eso. ¿Me perdonas?
¿Seguía enfadada? Había estado intentando mirar el lado bueno. Vale, sí, ahora mi relación con Jackson estaba rota y sin posibilidad de reconciliación, era una asesina y, además, estaba huyendo de una horda de zombis.
Pero… había recordado mucho sobre el juego de los arcanos, les había salvado la vida a tres —bueno, dos— chicas y quizás a otras que bien podrían haber caído en la trampa de Arthur. Y había aprendido a controlar mis poderes.
Era un empate. Pero entonces recordé cómo Finn había cuidado de Matthew durante los dos últimos días.
—Acepto las disculpas, Finn. Pero no vuelvas a hacer algo así.
Más adelante, Jackson estaba tomándose un breve descanso bebiendo de su cantimplora. Miró por la ladera de la montaña. Dios, era tan alto y orgulloso. Tan fuerte. Sus rasgos marcados eran el sueño de cualquier chica.
Estábamos cerca y aún así lo echaba de menos.
Finn me miró.
—Sé que las cosas con él parecen estar mal ahora, pero se le pasará. Se volvió loco cuando desapareciste.
—Tiene muy mal genio. —Lo cual no me sorprendía si tenía en cuenta su trágica niñez.
—No, Evie. Estaba… frenético, descontrolado. En plan «Hulk, aplasta» en tu antiguo cuarto. Cuando se dio cuenta de que nuestra falta de transporte era lo único que lo mantenía alejado de ti, no tardó ni un segundo en volver a entrar en el campamento de los paramilitares, sin importarle la lluvia de balas que le cayera. El tío ni se agachó, ni se apartó, simplemente entró, mató y cogió el todoterreno.
Me quedé boquiabierta y miré a Jackson con asombro.
—Te quiere —insistió Finn.
Como si pudiese percibir que estábamos hablando de él, Jack me dedicó una mirada burlona por encima del hombro, y luego siguió caminando.
—Está claro.
—Que sí. La razón por la que anoche no tuviese la mochila de emergencia era porque no había estado pensando en su propia supervivencia… solo en la tuya.
Miré a Matthew, que inclinó la cabeza muy levemente: Es cierto.
—Solo necesita tiempo para acostumbrarse a la idea de que tengas poderes. —Finn ladeó la cabeza y me inspeccionó; tenía la cara roja del esfuerzo y llena de restos de Arthur—. Su novia ha pasado de ser un conejito indefenso a una víbora. De tía buena a un monstruo buenorro.
Arqueé las cejas.
—¿Buenorro? Era repugnante.
Finn me ayudó a saltar un tronco.
—Cuando te volviste en plan Eviezilla, se me puso más dura que… bueno, algo duro e irrompible.
Se me encendieron las mejillas todavía más, pero no le di demasiada credibilidad a lo que me había dicho Finn. Tampoco es que él le hiciera ascos a muchas chicas.
—Bueno, pues Jackson no opinó lo mismo. Me ha dado la patada. Siente muchísima curiosidad. Es súper inteligente, y le encanta resolver misterios y puzles, le encanta descubrir secretos. Pero que no haya hecho ninguna pregunta sobre nosotros ni sobre mí es indicativo de que no voy a formar parte de su vida mucho más tiempo.
Me detuve y recuperé un poco el aliento. Tenía que saber una cosa…
—¿En qué estabas pensando esa noche cuando engañaste a Selena? ¿Mereció la pena por solo un beso?
Finn se pasó los dedos por el pelo.
—Joder, no. Estuvo fuera de lugar.
—¿No me digas? No puedes tratar así a las mujeres.
—Lo sé, lo sé. Pero a veces me siento obligado a engañar a los demás.
—Lo lleva en la sangre —añadió Matthew.
Finn asintió con ahínco.
—Cuantas más ilusiones creo, más necesito crearlas. Me pongo nervioso si no. Esa fue una de las razones por las que me mandaron del sur de California a Carolina del Sur, para vivir con los catetos de mis primos; todo por culpa de las bromas que les hacía a mis padres.
—¿Como cuáles?
—Mi madre se acojonó cuando se despertó con un tupé rosa el día que tenía una cena en el club. A mi padre, extrañamente, no le hizo gracia ver a un payaso con un hacha sangrienta en la casita de invitados, junto a la piscina. No estaban seguros de que fuese yo, pero sabían que algo pasaba y no pudieron soportarlo. Pero, aun así, no podía parar. Es como una obsesión.
Le lancé una mirada llena de sorpresa.
—Cuanto más uso mis poderes… —dejé la frase sin acabar.
—Más quieres matarnos —terminó Finn por mí.
Como siempre hacía Matthew, me encogí de hombros. Pero la conversación me había hecho preguntarme: ¿ganaría Matthew claridad mental si pudiese dejar de ver el futuro? En cuanto las aguas se calmasen, le pediría que lo intentase.
Además, conservar los poderes parecía tener sentido. Nuestras habilidades no eran infinitas. Tanto Finn como yo los habíamos agotado y teníamos que volver a recargarnos. Observé a Selena saltar una zanja con total facilidad. ¿Y qué le pasaría a ella si usara demasiado su poder, además de quedarse sin flechas? ¿Qué otras debilidades tenía?
—Parece que tener problemas con los padres es un rasgo común en los arcanos —le dije a Finn, cambiando de tema—. En plan, discutir por algo más que haberte saltado el toque de queda.
¿Era nuestra maldición que no nos comprendieran? Mi querida madre, que en paz descansase, me había mandado a un loquero. La madre de Matthew había intentado ahogarlo. Hasta Arthur había insinuado que había disuelto a su padre en ácido…
Oí crujir otra rama, esta vez a mi izquierda. Cuando giré la cabeza, tropecé, pero enseguida recuperé el equilibrio. Más adelante Selena se detuvo e inclinó la cabeza. ¿Ella también había sentido algo? Acarició el emplumado de su última flecha, que había recuperado antes de que nos marchásemos de Requiem. Pero, tras un instante, continuó andando.
Finn también la estaba mirando.
—Por si sirve de algo, siento que no saliera bien con Selena —le dije—. Sé lo mucho que te gusta.
—Ya es pasado. Una cosa es que te guste una chica que, a su vez, le guste otro tío. Y otra es que te guste una tía que planea matarte cuando mejor le convenga.
—Dijo que la habían criado para esto. Supongo que no puede evitarlo. —No podía creerme que estuviese dando la cara por Selena. Me giré hacia Matthew—. ¿Qué le dijiste para ponerla de mi lado?
—El futuro. Si te mata, la Muerte la apuñala en un ojo con su propia flecha.
—Qué tipo más encantador.
De repente una gota me cayó en la cara. La lluvia comenzó a caer con más fuerza, al igual que la temperatura, que nos condensó el aliento.
—Matthew, me dijiste que nos debilitaríamos cuando llegase la lluvia. Dijiste: «Nunca has sentido pavor, no como el que sentirás cuando la lluvia caiga». ¿Cómo? ¿Por qué?
—¿Soleado y verde? Tú aniquilas. ¿Ahora? —Negó con la cabeza—. Poderes. Paran. Empiezan. Intermitentes. Una planta sin sol es débil. Ya lo sientes. Además, los obstáculos se vuelven más rápidos, más fuertes. Los enemigos se ríen de nosotros.
Las lecciones de Matthew se agrupaban en cuatro categorías: arsenal, enemigos, campo de batalla, y obstáculos.
—¿Qué obstáculos? —Sin respuesta—. Al menos dime cuánto durará la lluvia.
Inclinó la cabeza de manera burlona.
—Hasta que caiga la nieve —dijo. Como si eso lo respondiera todo.
—¿Cuándo será eso?
—El ejército se acerca, un molino gira. El que más sepa, ganará al final.
Significara lo que significase eso. A Matthew no se le podía forzar para que diese información, ni tampoco se le podía apresurar a predecir cosas.
Cuando vi que Jackson y Selena se habían detenido en lo alto de otra cuesta más adelante, casi gemí del alivio. El sol se pondría pronto. Quizás hubiese algún refugio cerca.
Cuando los alcanzamos, me esforcé en disimular lo cansada que estaba. A juzgar por los ojos en blanco de Jackson, no engañaba a nadie.
—No he… dicho ni mu —jadeé—. No me estoy… quejando.
Tras vacilar, murmuró:
—No, nunca lo haces.
Eso había sonado casi amable.
Desde aquí arriba se podía ver el pueblo de Requiem junto a la carretera que llevaba a aquel almacén. Tal y como Jackson había dicho, estaba a rebosar de hombres del saco. Estaban desparramados por las puertas, amontonados en los rincones. Algunos se atrevían a desafiar al día brevemente, pero luego volvían a ponerse a buen recaudo. Era como si estuviesen analizando la luz del sol.
—Soy yo, ¿o parecen más rápidos? —preguntó Selena.
Asentí.
—¿Qué los está haciendo salir? ¿Qué los tiene así de nerviosos?
—La sed de sangre —replicó Matthew.
Finn negó con la cabeza.
—Creía que les había dado por la sangre porque ya no quedaba agua.
—La lluvia implica que siempre estarán lo bastante fuertes para rastrear la sangre. Baterías nuevas.
—Estás de broma. —Me pellizqué la frente—. ¿Prefieren la sangre? —La lluvia solo haría que tuviesen más energías. Pues claro, los obstáculos se volverían más rápidos y fuertes. Ya no veríamos más cuerpos quebradizos en las cunetas de las carreteras—. ¿Nos seguirán en cuanto caiga la noche?
—Les encantó el sabor del Alquimista —respondió Matthew—. Somos cinco más. La única sangre que van a ver en kilómetros a la redonda. La caza no tardará en empezar.
Incluso con todos nuestros poderes, estábamos en seria desventaja contra tantos hombres del saco. Selena solo tenía una flecha. Finn podría ocultarnos, pero los zombis simplemente seguirían nuestro olor. Matthew no tenía ningún poder para atacar.
¿Y yo? No luchaba bien con las prisas, mucho menos con poderes que funcionaban de manera intermitente.
—¿Qué pasa, Emperatriz? —espetó Jackson rechinando los dientes y taladrándome la mano derecha, llena de barro, con la mirada. La mano del símbolo—. ¿Por qué pareces asustada, tú? Puedes ocuparte de todos ellos. —El comentario casi amable de antes había durado poco.
Exhalé con cansancio.
—No. No puedo.
—De todas formas, tampoco es que puedas morir.
Matthew negó con la cabeza.
—Puede morir. La Muerte se asegurará.
—Cuenta con ello. —Ahí vino el susurro de la Muerte—. Estarás bajo la hoja de mi espada en menos de una semana.