Читать книгу La muerte - Kresley Cole - Страница 8
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Finn fue el primero que salió de la mazmorra a trompicones, cubriéndose la boca con la mano.
—Estoy a punto de potar. —Le daban arcadas, pero se contuvo.
La cara de Selena permaneció inexpresiva al aparecer. Se sentó sobre una encimera sin pronunciar palabra.
Cuando Jackson salió, parecía estar intentando controlar la rabia. Para ser un chico que usaba los puños a menudo, odiaba la violencia contra las mujeres.
Fue hasta la mesa que bloqueaba la puerta y se dejó caer en el suelo para sentarse contra una de las patas de la mesa. ¿Para reforzar el bloqueo, quizás? ¿O porque era el lugar más alejado de mí?
Daba la sensación de que vibraba de la frustración, como un tigre al merodear en su jaula. Y, al igual que un animal encerrado, Jackson no tenía ningún sitio al que ir.
Traté de ponerme en su lugar. ¿Cómo reaccionaría yo al creer que Jackson sería de una forma y al final resultara ser alguien sobrenaturalmente diferente? Sabía de sobra el aspecto que tenía cuando usaba mis poderes; yo misma me había aterrorizado de ver a una versión pasada de la Emperatriz en mis pesadillas.
Si a mí me había revuelto el estómago, ¿no se le revolvería a él también?
Se oyeron unos ruidos sobre nuestras cabezas y después un estruendo, como si hubieran volcado el mobiliario.
—Han vuelto —susurré. Los hombres del saco nos seguían el rastro.
Todos miramos al techo y Jackson y Selena alzaron los arcos. ¿Cuántos había? ¿Camuflaría nuestro olor el cuerpo en descomposición de aquí abajo?
Varios momentos después, se alejaron. Selena y Jackson bajaron los arcos.
Finn se sentó al lado de Selena mientras suspiraba aliviado; era obvio que seguía pillado por ella. Ella lo atravesó con la mirada.
—Supongo que nos quedaremos aquí un buen rato —empezó a decir— y necesito respuestas a varias preguntas. Como por qué parecía que os queríais matar la una a la otra. Debo añadir que sois de las pocas tías buenas que quedan en la tierra.
—Díselo, Selena —escupí. Seguía regenerándome, lo que significaba que me dolía todo el cuerpo—. Cuéntales todo lo del juego, lo que nos has ocultado hasta ahora.
—¡Mira quién habla! —Selena agarraba el arco que tenía en el regazo como si deseara dispararme una flecha.
—¿A qué te refieres con «juego»? —preguntó Finn—. El strip póker es un juego. «El duro» es un juego. Jugar es divertido.
Selena contestó como si le costara:
—Cada ciertos siglos da comienzo un torneo que enfrenta a veintidós chavales en una lucha de vida o muerte. Nos llaman arcanos y tenemos poderes especiales, los mismos en cada juego.
Finn levantó la mano.
—Oye, dijiste que no sabías por qué teníamos poderes.
—Mentí —respondió sin un ápice de vergüenza—. El que quede en pie vive hasta el siguiente juego como inmortal. Nuestras historias están escritas en las cartas del tarot.
Miré a Jackson para ver cómo se estaba tomando las revelaciones. Tenía los ojos entrecerrados mientras los engranajes de su cerebro trabajaban sin parar. Sí, cajún, todos te ocultamos nuestros secretos, yo la que más. Sí, no somos del todo humanos. Y, oui, estás atrapado en un sótano con los bichos raros.
Selena prosiguió:
—Algunas familias llevan un registro de los jugadores y las batallas, crónicas detalladas. Mi familia lo hacía. La de Evie también. Su abuela es una cronista del tarot, una Tarasova. Pero Evie dice que, por alguna razón, no recuerda nada del juego.
—¡Se me olvidó porque era una niña! —estallé, aunque no era del todo cierto. No tenía por qué confesar que me habían «desprogramado» en el CRI, un loquero en Atlanta—. Tenía ocho años cuando la vi por última vez.
Selena me señaló la mano.
—Ahora Evie ha entrado verdaderamente en el juego. Ha matado.
—¿Así que el tipo del jardín, el científico loco, era un arcano? ¿Cómo lo encontraste?
—Oí su llamada y la seguí.
Selena se lo explicó a Jackson.
—Todos los arcanos tenemos una frase, como un distintivo de su personaje. Podemos oír las del resto. Supongo que es así como nos comunicamos, cómo sabemos quién se acerca.
Para buscar al Alquimista había aprendido a bloquear algunas llamadas y centrarme en otras, como sintonizar una emisora de una radio antigua. Aunque no estuviese sintonizando la Emisora Arcana, el resto seguiría oyéndola.
—Es cierto, Selena —admití—. Pero tú nos dijiste que nunca habías escuchado voces. Nos llamaste locos. —Finn me lanzó una mirada de «¡así es!».
Selena se dirigió a Jackson como si yo no hubiera dicho nada.
—Y también podemos escuchar algunos pensamientos que acompañan a emociones intensas.
En ese momento los arcanos estaban enardecidos y todos los podíamos oír:
—¡La Emperatriz ha empezado a matar!
—¡El Alquimista ha muerto!
—Ahora vale por dos.
El resto se calló cuando habló la Muerte:
—Yo derramaré la sangre de la Emperatriz. Jugad en consecuencia.
Como llevaba meses siendo amenazada por él, sus palabras ni siquiera me perturbaron. ¿Que la Muerte quería matarme? Era martes, ¿no?
—¿Por qué puede la Muerte hablarle a todo el mundo? —preguntó Finn.
Al igual que Matthew, la Muerte se podía comunicar con todos. Pero, sobre todo, conmigo.
—Ha ganado los tres últimos juegos —contestó Selena—. Tiene más de dos mil años. Seguro que ha descubierto algunos trucos.
Imaginaba que, como ganador del último juego, era el rey de las ondas de radio o algo así. ¿Era eso por lo que podía leerme los pensamientos?
Si Selena esperaba que Jackson participase en la conversación, tuvo que quedarse decepcionada. Ni contestó ni preguntó nada. ¿Por qué? Le gustaba resolver puzles, y más puzle que este…
—El tipo al que te cargaste era el Alquimista, ¿no? —me preguntó Finn—. ¿Qué? ¿No hay ninguna carta de el asesino en serie? ¿O el asesino desquiciado?
Negué con la cabeza.
—También se le conocía como el Ermitaño. Tenía sueros de curación y pociones que le daban fuerza sobrehumana, pero ni siquiera sabía lo del juego. Me dijo que estaba grabando las historias de la gente sobre el apocalipsis y me prometió comida si le dejaba grabar la mía. —Una trampa—. Me di cuenta de que había echado droga en mi bebida, así que le seguí el rollo, fingiendo estar ida, porque creí oír a alguien en el sótano. —Desvié los ojos hacia la mazmorra—. Tenía a cuatro chicas atadas allí y experimentaba con ellas. Una no logró sobrevivir. Liberé al resto. —Me volví hacia Matthew—. ¿Estarán a salvo esta noche?
—Las chicas están huyendo de Requiem. Dos de ellas vivirán. La tercera en ningún caso.
Se me encogió el corazón.
—O sea que se lo has hecho pagar al Alquimista —repuso Selena.
¿Era una broma?
—No quería hacerle daño, nunca quise matar a nadie. Una parte de mí se negaba a creer que solo uno quedaría con vida. ¡No hasta que me dijo que cogiese el collar del cadáver y me lo pusiera!
—Tííío —murmuró Finn, y la palabra rezumaba apoyo—. Me parece que el Alquimista se metió con la chica equivocada.
No lo negué, porque así había sido.
—Ahora entiendo por qué Matthew repite mucho lo de matar a las cartas malas —continuó Finn—. ¿Son todos unos homicidas? ¿Van a seguirnos todos esos bichos raros por el precio de la inmortalidad? Y, oye, ¿por qué estabais hablando de mataros?
—Matar a las cartas malas —susurró Matthew.
Cuando lo dijo por primera vez hacía unos días, pensé que se refería a la lucha entre el bien y el mal. Qué inocente fui. En cierta manera, todos habíamos nacido para hacer algo malo.
—Cartas malas, Matto. —Finn se pasó los dedos por el pelo aclarado por el sol—. Nosotros no somos malos. Así que nadie se va a cargar a nadie. Somos amigos. ¿Verdad, Selena? Vale, sí, me cargué nuestra pequeña familia con aquella ilusión tan inoportuna —exclamó con acento marcado—. Pero me estoy disculpando. La he cagado, culpa mía. Chicos, no fue a propósito.
¿Aquella ilusión tan inoportuna? ¿Había usado sus poderes para parecerse a Jackson y después besar a Selena? Había empezado a sospecharlo, o mejor dicho, había tenido la esperanza de que así fuese.
—Finn, ¿el que estaba con ella… eras tú?
Finn asintió y Selena lo atravesó con la mirada.
Recordé que esa misma noche Finn me había preguntado cómo conquistarla. Me había dicho que «pensaría en algo». Y tanto.
Entonces, ¿dónde había estado Jackson? Nos miramos. Él levantó la barbilla como diciendo «te has equivocado conmigo».
¿Qué sentía por él ahora que sabía que no la había besado? Traté de analizar mis sentimientos. Todo estaba reciente y a flor de piel. Pero no importaba lo que sintiera. Él ya había dejado claro que le daba asco.
¿Persignarte, Jack? ¿En serio? ¿Acaso pensaba que era un demonio contra el que protegerse? ¿Debería? Busqué el lazo rojo. En algún momento se lo había metido en el bolsillo o bien lo había tirado.
—Tienes suerte de seguir con vida después de lo que has intentado conmigo —le espetó Selena a Finn—. ¿Ves, Evie? Yo ya he hecho sacrificios por esta alianza. Lo normal es que hubiese castigado al Mago por usar sus poderes conmigo. Me la jugó…
—Como a un loco —interrumpió Matthew.
Selena lo fulminó con la mirada y siguió hablando.
—Pero he hecho concesiones para que todos permanezcamos fuertes.
—¿Somos una alianza? —pregunté. Hasta hacía unos días, la Arquera había planeado matarme—. ¿A qué se debe el cambio de parecer?
Desvió los ojos hacia Matthew y después de nuevo a mí.
—Somos una alianza —afirmó con firmeza. Matthew debió de contarle algo sobre el futuro.
—¿Castigarme? —explotó Finn—. Deja de hablar como si fueras un jefe militar, Selena. No quise jugártela. No puedo controlarlo… a veces tengo que engañar a la gente…
Se oyó más ruido en el piso de arriba. Pegué un bote cuando un hombre del saco gimoteó.
—No lo entiendo —susurró Selena—. ¿No deberían alegrarse por la lluvia? ¿Por qué no están ahí con la boca abierta hacia el cielo?
—Volvamos al tema. —La mirada de Finn se centró en el arco de Selena—. Dime que nunca has planeado matarnos en este juego.
—Claro que lo ha hecho —dije en voz baja—. Ya la has oído. Primero nos deshacemos de la Muerte y después quién sabe.
Finn abría y cerraba la boca mientras miraba en derredor. Abría, cerraba.
—Es guasa, ¿no?
Todos lo miramos con el ceño fruncido.
—¿Una mofa? ¿Una broma? —Tenía los ojos abiertos como platos—. ¡Responde, Selena!
Ella se quedó callada mirando al frente.
—¡Contesta o te juro que grito!
Jackson enarcó una ceja y lo miró con cara de: «¿qué cojones?». Hizo un leve movimiento y apuntó con la ballesta, preparado para callar al Mago en caso de emergencia; siempre se comportaba como un superviviente, preparado para hacer lo que hiciese falta.
Finalmente, Selena dijo:
—Solo un jugador sobrevive. Así son las reglas. Me educaron para participar en este juego, pero eso no significa que me guste.
Parecía que algo había dejado a Finn hecho polvo y con las ganas de gritar en el olvido.
Jackson bajó el arco con preocupación. Puede que Selena y él no hubieran tenido nada, pero estaba segura de que él la consideraba una amiga.
No una asesina a sangre fría. Este juego nos iba a convertir a todos en asesinos.
Si se lo permitíamos.
Jackson le echó un ojo a mis piernas, donde la piel se regeneraba, y después se sacó la petaca del bolsillo para darle un buen trago. Nervioso, ¿cajún? No es que necesitase excusas para beber.
Finn se bajó de la encimera para sentarse solo.
—No me puedo creer que te haya dado comida y cobijo —le dijo a Selena—. ¡Incluso te di mi última barrita de Snickers! ¡Puede que fuera la última en la tierra!
La cara de Selena permaneció inexpresiva.
—Entonces, ¿por qué no lo has hecho? —siguió Finn—. ¿Por qué no nos has matado?
Selena me miró a mí en vez de a él.
—Aunque me fastidia decirlo, te necesito.
Solté una burla.
—¿Y se supone que debo confiar en que la que siembra la duda no me rebane el cuello si bajo la guardia durante un segundo? —Por lo visto ya no podía confiar en Jackson para que hiciese guardia mientras dormía.
Finn se volvió hacia mí.
—Ahora que te acuerdas del juego, ¿vas a matarnos?
—No.
Selena giró la cabeza hacia mí.
—¿Y ahora quién es la mentirosa?
—No participo en ningún juego en el que no pueda poner las reglas —dije, sonando como una mujer de armas tomar, como la valiente de mi madre. Por fin. Y lo que era más, creía en lo que decía—. Eliminaré a la Muerte y después pararé.
Controlaría lo de la llamada de la batalla. Sí, reprimir los poderes me había causado problemas, pero seguía teniendo un as bajo la manga.
—Mi abuela, la Tarasova, me ayudará. Lo único que tengo que hacer es llegar a Carolina del Norte. —Suponiendo que seguía viva. Y eso pensaba. Eso sentía.
Selena me miró con renovado interés.
—No puedes parar y ya está.
—Ya verás. —Quizás no tuviera que rechazar los poderes. Podría usarlos en cosas ajenas al juego para ayudar a la gente, como a las chicas de la mazmorra. Si me habían dado poderes para jugar en este juego de locos, también podía conseguir un nuevo propósito, luchando contra el crimen si hiciera falta—. No quiero participar en este juego. Moriría antes que hacerle daño a Matthew. —Él volvió a darme una palmadita en la mano marcada.
—¿Cómo vas a sortear a las otras cartas? —me interrogó Selena—. Ya he sentido a algunas no muy lejos de aquí. Al morir el Alquimista, vendrán a por nosotros. Podrían incluso estar tras la puerta de este sótano por la mañana, preparadas para darnos un besito de buenos días.
—Entonces tendré que convencerles de que no jueguen. —Parecía que mi voz perdía fuerza—. Empezaré una alianza diferente.
—Si nos enfrentamos a las cartas malas no podrás decirles nada.
A pesar de la amenaza que suponían más arcanos, me apoyé contra Matthew cuando me dio otro mareo.
—Me arriesgaré —dije, apenas pudiendo mantener los ojos abiertos.
Finn lo pensó e inquirió:
—¿Por qué es tan importante ese tipo, la Muerte? ¿Por qué te enfrentarás solo a él?
—Porque es un psicópata que no parará hasta que yo muera.
El estómago del pobre Matthew gruñó. Aunque estaba de bajón debido al cansancio, pregunté:
—¿Tenéis algo de comer para Matthew?
Finn arqueó las cejas mirando a Jackson.
—Alguien no nos dio mucho tiempo para coger provisiones para la operación «salvar a Evie». —Y luego me dijo a mí—: Abandonamos mi maravilloso almacén. Y, por cierto, me alegro de que llegásemos a tiempo para salvarte.
Me volví hacia Jackson.
Él levantó una mano vacía y su ballesta. Habló con tono seco.
—No tengo nada para coo-yôn. —Que en cajún significaba tonto—. Mi mochila está en la camioneta.
¿En qué había estado pensando para dejarse la mochila de emergencia? Separarse de sus cosas de supervivencia le parecía un pecado capital, como un suicidio, y siempre había perjurado cuando yo me separaba apenas metro y medio de la mía. «¿No tienes la mochila?» me decía cuando me la tendía con fuerza, «entonces estás perdida. ¿Me oyes? PERDIDA».
Había conseguido conservar la mía hasta que los paramilitares me secuestraron. Jackson me salvó de esos hombres y demostró ser todo un héroe.
¿Y solo habían pasado tres días desde aquello?
Ahora estaba aquí, conmigo. Y nunca se había enrollado con Selena. Quería que sus fuertes brazos me abrazasen. Que me hablase bajito en francés cajún, con esa voz suya tan retumbante. Pero parecía estar a miles de kilómetros de distancia.
No pude evitar preguntarle:
—¿No vas a decir nada de todo esto?
La sonrisa que me dedicó fue cruel, y pude atisbar sus dientes blancos.
—No es problema mío, ¿no? —Había ira reflejada en sus ojos grises.
—No. No lo es.
Todos nos quedamos callados.
A pesar de que la tensión reinaba en el aire, cada vez me pesaban más los párpados. Estaba a punto de sucumbir al sueño, pero temía a Selena.
Matthew susurró mentalmente:
—Te protegerá con su vida hasta acabar con la Muerte. Si es que se mata a la Muerte. Sabe que eres su única debilidad.
¿Y yo? ¿Les haré daño? Soltando esporas venenosas o algo así por accidente.
—A salvo. Ahora tienes el control.
Cerré los ojos al oír eso. Podía sentir los ojos de Jackson mirándome incluso antes de que Matthew me dijera:
—Te observa. Él te observa. Quiere saber lo que hay detrás de tu fachada. La curiosidad lo carcome.
Me volví hacia Matthew; quería que me contase más cosas.
¿Fachada? ¿Por eso parece odiarme?
—Odio/amor. Dolor/odio.
No lo entiendo.
Matthew no contestó. Seguramente estuviese mirándose la mano, lo que significaba que el tema estaba zanjado. Y yo no tenía las fuerzas suficientes como para presionarlo.
Finn se aclaró la garganta.
—Entonces ese tipo, la Muerte, no vendría a por un reserva como yo, ¿no?
Al tiempo que caía derrotada por el sueño, Matthew murmuró con tristeza:
—La Muerte viene a por todos…
He perdido mucha sangre; mana de una herida en el costado y cae sobre la arena del desierto.
Mis enemigos se acercan. Nos hemos reunido en este sitio como hojas en un remolino. Sus llamadas suenan con mayor volumen en mi cabeza. Ya he matado a cuatro de los más fuertes, pero ahora estoy herida y sin poder.
No tengo espinas, enredaderas ni árboles que me ayuden. En esta tierra inútil no crece nada. No hay agua en ninguna dirección, solo desfiladeros y más desfiladeros.
Y desconozco cómo orientarme en este terreno, ni tengo ningún caballo que me lleve. Tropiezo en un laberinto de desfiladeros y se me hunden los pies en la arena. ¿Voy en círculos?
Ahí delante… Veo el reguero de mi sangre. Sí que he estado caminando en círculos. Me apoyo contra una roca. ¿Por qué no tengo el poder de los sentidos de la Señora de la Fauna?
Unos cascos empiezan a hacer eco en el desfiladero, y parecen provenir de un gran corcel. ¿La Muerte? ¿Por fin me ha encontrado? Consigo de alguna forma aumentar el ritmo hasta echar a correr. Rezumo sudor. Sangre.
Tropiezo y me detengo. He llegado a un callejón sin salida. Estoy atrapada. Me giro al tiempo que aparece la Muerte.
Está solo, montado sobre un caballo blanco con los ojos rojos. Lleva una armadura negra y tiene la cara cubierta por un casco. De su cinturón cuelgan dos espadas. Una guadaña sobresale de una funda lateral de la silla.
—Emperatriz —me llama.
—Muerte —escupo, intentando ocultar la gravedad de mi herida.
—Te he visto hoy luchando con los otros —comenta con voz profunda y áspera—. Eres una criatura con grandes poderes.
—¿Acaso los tuyos no lo son? —Puede matar con solo tocar la piel de la gente. Otros arcanos susurran que prefiere matar luchando.
¡Pero yo quiero vivir! Solo tengo dieciocho primaveras, disto de estar lista para irme de este mundo.
La Muerte ladea la cabeza.
—Tu piel se regenera. Me pregunto si los otros podían matarte siquiera.
—No pueden —miento—. Y tú tampoco. Así que márchate.
Él se quita el casco como si yo no hubiera dicho nada y revela algo sorprendente: su cara.
Es… atractivo.
Sus rasgos masculinos son simétricos y llamativos, con una frente y nariz arrogantes. La tez morena y el pelo rubio claro resaltan sus ojos ámbar. No debe de tener más de diecisiete años.
Desmonta con una elegancia letal. Cuando se acerca, tengo que alzar la cabeza para mantenerle la mirada. Debe de medir más de metro ochenta. Su porte denota arrogancia. Resulta obvio que es de alta cuna.
Sus ojos se centran en la mano ensangrentada que uso para cubrirme la herida.
—Tantos símbolos. Pronto serán míos.
Si me mata, pasarán a estar en su mano y mis muertes se convertirán en suyas. El arcano que tenga todas las marcas al final, el último en pie, gana.
Se oyen rugidos de leones a lo lejos. Fauna con sus bestias.
¿Dónde están mis aliados? Loco, ¿me has abandonado?
Cuando la Muerte desenfunda una espada, le escupo sangre a la cara y corro hacia la derecha; él me corta el paso con una velocidad antinatural. Corro hacia la izquierda y él hace lo propio. Separo los dedos y trato de rajar su armadura. Tengo la esperanza de que mis garras de espinas indestructibles la atraviesen.
Se producen chispas, pero mis garras se desafilan y no le dejan ni un rasguño.
Jadeo, sin aliento, y sacudo la cabeza con fuerza, lo que provoca que mi pelo rojo se agite. No hay susurros de veneno entre mis mechones. Alzo la mano libre y espero a que aparezca la flor de loto. Nada. Aprieto los labios, los lamo. Están insensibles, agrietados. No los cubre ninguna toxina que pueda dar un beso letal.
He agotado los poderes para ganar cuatro símbolos y mis glifos se han atenuado en este odioso desierto.
—Suplícame por tu vida.
Alzo la barbilla incluso cuando a mis pulmones les cuesta llenarse de aire.
—Soy la gran Emperatriz… la reina de mayo, una asesina de primer orden… jamás suplicaré.
Él asiente a regañadientes, como si me respetase por eso.
—Te has ganado una muerte honorable, criatura. —Me mira; sus ojos empiezan a brillar, como si se llenasen de estrellas. No puedo apartar la vista—. No te dolerá durante mucho tiempo.
Sin decir nada más, me atraviesa con la espada. Yo chillo de dolor y me agarro a la hoja que me ensarta contra la roca. Dejo de chillar cuando empiezo a ahogarme con la sangre.
Los ojos brillantes de la Muerte no muestran compasión, solo determinación mientras me junta las muñecas tras agarrarlas con una de sus manos enguantadas. Se lleva la otra a la boca y se quita el guante con los dientes.
Para tocarme.
Y entonces caigo en la cuenta: este chico ganará el juego…