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2. EL PENSAMIENTO DE LACTANCIO

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Es imposible recoger en el espacio de esta introducción el pensamiento de Lactancio; este pensamiento, e incluso cada una de las facetas del mismo, merecería una monografía aparte: el Lactancio apologeta 32 , el Lactancio filósofo 33 , el Lactancio historiador de religiones 34 , el Lactancio moralista 35 , el Lactancio teólogo 36 , etc., son capítulos que han merecido y podrían seguir mereciendo estudios independientes con entidad propia. Por ello, aquí sólo intentamos hacer una semblanza del Lactancio pensador.

Lactancio es, como ya hemos dicho más arriba con palabras de Boella 37 , uno de aquellos intelectuales que, en medio de una profunda crisis religiosa, moral y política, anhelaba una palabra de salvación y de esperanza. Esa palabra de salvación no era ya encontrada por nadie en la vieja religión tradicional; muchos creyeron encontrarla en las nuevas formas de la filosofía de la época; otros, en el cristianismo y en las religiones mistéricas. ¿Dónde buscó Lactancio esa palabra de salvación y esperanza? ¿Dónde la encontró? Sin duda que la buscó por aquellas vías por las que la buscaron otras personas de la época; cada uno de estos intentos dejó una huella indeleble en su espíritu. Efectivamente, la buscó en la filosofía de la época y ésta dejó huellas en él y en su obra: es evidente, por ejemplo, la influencia del estoicismo, a través fundamentalmente de Cicerón y de Séneca. La buscó en los círculos judíos de Oriente, y éstos dejaron también huella en su obra: al ambiente judeocristiano de Oriente se atribuyen algunas de las doctrinas lactancianas, como la de los dos espíritus antagonistas 38 . Esa búsqueda de Lactancio quedó satisfecha cuando llegó a la sabiduría auténtica, que se identifica con la doctrina y conducta cristianas.

No está de sobra insistir aquí en que la aceptación y defensa de la doctrina cristiana por parte de Lactancio se justifica, no por la propia doctrina cristiana en sí misma, sino porque ésta se identifica con la verdadera sabiduría: la preocupación de Lactancio es la de aplicar la filosofía a la fe 39 . Es éste uno de los ingredientes fundamentales del resultado de esa búsqueda de la verdad emprendida por Lactancio. Se le ha acusado de cometer errores en temas propios de la doctrina cristiana; se ha dicho que era poco conocedor de esa doctrina y que por eso comete los errores y cita poco la Biblia; se le ha excusado diciendo que todo esto era lógico, porque es un converso que llegó tarde al cristianismo. Creemos que algunas de estas acusaciones son exageradas: se olvida con frecuencia que uno de los argumentos más poderosos de los autores cristianos en su enfrentamiento con el paganismo consiste en rebatir a éste con sus propias armas; un pagano no aceptaba, a priori , argumentos, por así decir, internos al propio cristianismo, como los basados en la Biblia o en la doctrina de los Padres. Por eso, Lactancio recurre a argumentos aceptados por los paganos: testimonio de los propios paganos, la razón, etc. Ello justificaría la escasez de argumentos tomados de la propia doctrina. En cuanto a los errores de su pensamiento como autor cristiano no serían, por un lado, nada más que el resultado del poso que en él ha dejado la búsqueda de la verdad a través de las corrientes culturales en cuyo contacto estuvo, y, por otro, el reflejo de una época en la que todavía no estaría perfectamente fijada la configuración doctrinal de la nueva religión.

Así pues, el primer ingrediente del resultado de la búsqueda de la verdad es la unión entre religión y sabiduría. Un segundo ingrediente de esa verdad —ingrediente importante también en el pensamiento lactanciano— es su romanidad. La identificación de Lactancio con la idea de romanidad es tal que llegará a identificar el final del mundo con el final de Roma 40 : es decir, para nuestro autor, tras la desaparición del Imperio Romano vendrá el final de todo; y ese final, dice —aunque le horroriza decirlo—, está ya cercano 41 ; sólo cabe la esperanza de que Roma se mantenga, en cuyo caso no parece que haya que temer ningún tipo de desastre: Roma es la ciudad que lo mantiene en pie todo y, por ello, hay que rogar y suplicar al Dios del cielo que, si es posible aplazar sus previsiones y decisiones, no llegue el tirano que acabará con el Imperio Romano 42 . Pero esa romanidad se manifiesta también en otros muchos detalles a lo largo de la obra; entre ellos, podemos citar los siguientes: a) la utilización del adjetivo noster , «nuestro», cuando se refiere a algún autor romano, sobre todo Virgilio: «Marón, el primero de nuestros poetas» 43 ; «a esta opinión se adhiere nuestro poeta» 44 ; «pero nuestros romanos» 45 ; b) el propio Virgilio es calificado como «gran» o «altísimo poeta»: «Incluso el gran poeta» 46 ; «y no sin razón el altísimo poeta dijo» 47 ; de Varrón dice que «más sabio que él no hubo nadie ni siquiera entre los griegos» 48 ; de Cicerón, que «fue no sólo un orador perfecto, sino también filósofo» 49 ; al propio Cicerón se atreve a darle consejos, como lamentando que una mente tan preclara hubiera caído en errores: «¿No ves, Marco Tulio, que, si aceptas esto, sucederá que los vicios entrarán juntamente con las virtudes, por cuanto el mal se pega al bien y termina por dominar en los corazones de los hombres?… Pues bien, Cicerón, si bien estoy de acuerdo contigo en que no deben ser consagrados los vicios, añado que tampoco lo deben ser las virtudes» 50 ; c) su romanidad se manifiesta también en su declarado antihelenismo; así, cuando habla de la costumbre de pronunciar panegíricos en honor de los reyes, dice que es una mala costumbre que nació entre los griegos: «Esta mala costumbre nació entre los griegos, cuya ligereza, aderezada con palabrería, provocó increíblemente gran cantidad de nebulosas mentiras. Efectivamente, en su admiración hacia esos dioses, fueron los primeros que aceptaron sus ritos y los transmitieron a todas partes» 51 ; al hablar del mito de Hércules, dice: «Pero esto quizás sea culpa de los griegos, que siempre tuvieron como grandes las cosas más livianas» 52 .

Así pues, el pensamiento de Lactancio puede resumirse —y no ocultamos aquí los peligros que supone toda definición simplista— de la siguiente forma: es un intelectual que en una época en crisis cree haber encontrado la verdad en la sabiduría que enseña la doctrina cristiana, pero que no olvida en absoluto el bagaje cultural de la ciencia pagana, ni olvida el papel que el Imperio Romano puede desempeñar en la salvación del mundo.

Instituciones divinas. Libros I-III

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