Читать книгу Solo tengo un plan A - Laia Andía Adroher - Страница 8
ОглавлениеCapítulo 1
¿Es normal que esté nerviosa? Acabo de enviarle el mensaje y he vuelto a mis quince años y la primera vez que me dijo de quedar. La recuerdo perfectamente, estaba esperando a que mi hermano regresara a casa, porque mi gran cabecita me había hecho olvidar las llaves dentro y de repente Álvaro apareció. Estaba escuchando música en las escaleras del porche cuando se me acercó y me sacó un auricular. Ya teníamos buena relación, entre que no somos muchos de generaciones parecidas y que es uno de los mejores amigos de mi hermano, teníamos bastante acercamiento. Pero nunca estábamos solos ni con esa proximidad. Cuando acabó la canción, me informó de que mi hermano se retrasaría y me propuso de ir a tomar un helado mientras lo esperaba. Después de esa tarde, llegó su mensaje para una primera cita. Yo me sentía toda una niña y un chico mayor me había pedido de quedar. Ya nos conocíamos, nuestras familias llevaban años siendo amigas, pero para mí seguía siendo un chico mayor. Además, también era el chico más guapo que había en el instituto y yo me sentí como en una película Disney. Así que no es buena señal que me esté sintiendo de esta manera. Gracias a Dios que no se ha hecho mucho de rogar.
Álvaro: Puedo a las 20, si quieres, estaré en el pub.
Vale, esta no es la clase de respuesta que esperaba. Tampoco es que tuviese que ser muy efusivo, pero no ha mostrado ni una pizca de ilusión. Ni siquiera se ha molestado en preguntarme si me apetecía hacer algo o si me iba bien a mí. Como si no fuese nadie especial. Gracias, mundo, por tratarme de esta manera. Si es que ya sabía yo que volver no podía traerme nada bueno. O es que soy muy estúpida. Cierto es que podría haber avisado de mi visita, eso hubiera facilitado las cosas, seguro. En fin, que voy a tener que conformarme con esto, con no robarle mucho tiempo y a ver si en persona me transmite otras sensaciones.
Como tengo un par de horas, aprovecho para perderme un rato por la playa y para una visita rápida a mis abuelos. Perdonad, he dicho que mi abuela salía del hospital, pero tampoco es nada grave. La operaron de la cadera la semana pasada y debe mantener reposo durante unos días. Yo, que soy más de por si acaso, he preferido venir a echar una mano ya que necesita tener cuidado todo el día. Así mi abuelo puede ir a su partida del dominó en el bar, mi madre puede ir a trabajar tranquila y mi hermano no tiene que venir en todas sus horas libres. Y ¡qué demonios!, me apetecía venir unos días y desconectar del ajetreo de la ciudad. Después de seis años, creo que sobran las explicaciones. Es más, lo necesitaba, sentía como que me tocaba hacerlo, aunque llego a saber lo que me esperaba y me lo hubiese pensado dos veces. Tal vez sea cosa del destino, y la necesidad que sentí de venir era justo para enfrentarme a todo esto. Eso que llaman una señal.
A la hora en punto estoy entrando por la puerta, nunca me ha gustado hacerme esperar y aunque no sea una quedada oficial, el mensaje marcaba una hora exacta. Cuando entro puedo observar que Álvaro tiene una cerveza en la mano y no deja de mirar el móvil. Va vestido con una camiseta de manga corta negra y unos tejanos. Siempre me ha gustado su indumentaria casual y su despreocupación por arreglarse. Poco a poco se me va formando un nudo en el estómago y me doy cuenta de que estoy sintiendo nervios de los que hacía mucho tiempo que no presenciaba. Está de espaldas a la entrada por lo que dedico unos segundos a contemplarlo. Está lejos de la barra, así que tampoco me ha oído saludar a Ramón, y el bar está bastante desierto. Observarlo me invade de recuerdos, los buenos, todo lo que pudimos vivir aquí y me apena pensar que no podremos repetirlos. No quiero ponerme nostálgica, ni llorar antes de tiempo. Hace mucho me prometí que no derramaría más lágrimas de las necesarias, que ya estaba bien de sufrir por otra persona y que no permitiría que nadie me viera débil. Así que, antes de que se me empapen los ojos, prefiero dirigirme hacia él y darle un pequeño susto como saludo, para destensarme un poco. Claro que su cara no refleja precisamente lo que esperaba.
—Hola —me saluda de la manera más seca posible, casi ni me he atrevido a darle dos besos.
—Hola —respondo por cortesía, aunque se me ha borrado la sonrisa de golpe.
—Podrías haber avisado que venías, ¿no? —Veo que la simpatía va a ir en esta línea.
—Podrías haberme avisado que estabas prometido, ¿no? —Y mi problema es que, siendo borde, nunca me va a ganar nadie.
—Vamos, no me jodas, Lara. ¿Tengo que esperarte toda la vida? Mientras tú disfrutas de medio Nueva York, yo me quedo aquí esperando a ver si algún día decides volver. Y si llega ese día, debo esperar a que vengas a por mí. —No sé si habla la rabia, el dolor, el resentimiento, el enfado o… yo qué sé.
—Lo que está claro es que soy estúpida, porque sí que tendría que haber disfrutado de medio Nueva York.
—¿Perdona? —Sí, encima se va a hacer el sorprendido.
—Nada, que seas muy feliz con Teresa, un placer volver a verte. —Que me disculpe, pero no me apetece esta clase de conversación.
Joder, no pedía tampoco que me estuviese esperando con los brazos abiertos. Podría haber disfrutado con las que quisiera, a poder ser, no de este pueblo, pero disfrutar. ¿Por qué tiene que sentir por alguien que no soy yo? A ver, que los sentimientos no pueden controlarse y nadie me dice que por mí sintiese lo que hay que sentir, pero joder, duele y duele más de lo que hubiese imaginado después de tanto tiempo. Y seguramente lo que más me jorobe es no haber visto un ápice de ilusión en su rostro al verme. Que si no estaba suficientemente hundida, ahora todavía tengo más ganas de llorar.
Álvaro me agarra del brazo antes de que pueda marcharme y antes de que me pueda dar cuenta mi cuerpo reacciona a él. Todavía lo siento como el primer día. Todavía me transmite todo lo que necesito y mi cuerpo sabe que él es el adecuado para mí. No me hacen falta señales, solo sentir la electricidad que corre por mi cuerpo con un simple roce como este. Y más aún cuando me abraza y puedo sentirme como en casa, igual de protegida que siempre. Ojalá no me hubiese marchado nunca de estos brazos. Me atrapa por completo y aunque estoy tentada de mostrarle lo que me afecta este contacto, tengo que hacerme la fuerte, lo que no quiere decir que no me deje llevar por su cercanía y me funda entre sus brazos.
—Perdóname. —Se separa de mí y parece un poco abatido—. Entiende que tu visita me ha pillado por sorpresa, no te esperaba por aquí y… da igual, déjame que avise de que no voy a ir a cenar y aprovechamos para ponernos al día, y, si me permites decírtelo, estás espectacular. —Viven juntos, un detalle que no había contemplado. Al menos, por fin ha sonreído.
¿El abrazo le habrá transmitido lo mismo que a mí? ¿Le habrá hecho recordar? ¿Despertar sentimientos? A veces sucede que crees que has dado un paso hacia delante, que puedes haber olvidado a alguien o dejado un trozo de tu pasado atrás y, cuando te rencuentras con ello, todo se te desploma porque te das cuenta de que está mucho más vivo de lo que pensabas. A mí me ha sucedido un poco lo mismo, solo que yo estaba segura de que ninguno de mis sentimientos estaba muerto.
Nos quedamos en el pub. No es el mejor sitio para una cena, pero es suficiente para nosotros dos. Y más porque lo importante es la compañía y en estos momentos yo tengo a la mejor de todas. Lástima que para él no sea lo mismo. De todas maneras, no soy una egoísta egocéntrica y puedo entender su postura. De ser al revés, probablemente yo hubiese reaccionado mucho peor. Es decir, si llega a ser él el que se marcha, yo le hubiese recriminado que no luchara por lo nuestro y no hubiese tenido todas las conversaciones que tuvimos al inicio. Así que, en términos generales, no puedo quejarme.
—Voy a intentar explicarme lo mejor que pueda, porque estoy más nervioso de lo que aparento, esto es lo último que me esperaba.
—Me imagino que esta cerveza no es la primera que te tomas hoy —intento bromear un poco.
—Llevo aquí desde que me has dicho que estabas en el pueblo. —En el fondo nos conocemos demasiado bien—. Sinceramente, creía que no volverías.
—Y no he dicho que vuelva para quedarme, he venido a pasar una temporada con la familia… —Tengo que ser realista también.
—Vaya, así que te volverás a ir… —¿Dolor?—. Lara, ¿cuánto tiempo llevamos sin hablar?
—Dos años, diez meses y seis días. —Soy una friki de las fechas y recuerdo perfectamente mi último mensaje.
—Cuatro días. Te envíe un mensaje después de nuestra última discusión, al que no respondiste jamás —cosa que dudo, puesto que siempre tengo la última palabra, pero no es momento para debatir esta chorrada— y me acuerdo como si fuera ayer de cómo lo pasé. No quise hablar con nadie, seguramente porque todos estaban de tu parte y sabes que el orgullo me pierde, así que me cerré conmigo mismo. Estuve casi dos meses sin salir con los chicos, solo iba de casa al trabajo y del trabajo a casa.
—¿Por qué no me dijiste nada? ¿Por qué dejaste de insistir?
—Por agotamiento, Lara. Porque tú estabas en tu burbuja perfecta y en los medios solo hablaban de tu gran historia de amor con Peter, la que tú solo tratabas de negarme todo el rato, y era consciente de que tenía que pasar página, de que no ibas a volver por un simple pueblerino.
—Sabes que no eres un simple pueblerino para mí y quiero que sepas que nunca te mentí en todo lo que te dije.
—Da igual eso ahora, la cuestión es que la única persona que estuvo ahí en todo el proceso fue Teresa. —Anda, que tardó poco en aprovechar su oportunidad—. Entró a trabajar en la escuela de surf hará tres años y se preocupó todos los días por intentar que remontase. Al final una cosa llevó a la otra y empecé a verla como una gran compañera para mí.
—¿Una gran compañera? ¿La quieres? —Siento ser cínica, pero para mí es el amor de mi vida, no un compañero.
—Claro que la quiero, me voy a casar con ella. —Debo decir que no lo veo convencido.
—¿Más que a mí?
—No me hagas contestar a eso, no ahora que acabas de volver y te veo después de tres años.
—De verdad que espero que puedas ser feliz. Ahora mismo no puedo quedarme a cenar, para mí es demasiado doloroso.
Ni siquiera le doy dos besos para despedirme, no puedo; necesito salir de ahí, que me dé el aire. Esto ha sido un tanto extraño para mí, aunque tremendamente necesario. Entiendo que para él haya podido ser un shock tenerme delante, pero para mí también lo es la situación que se me plantea. Llevan aproximadamente dos años juntos y ya están comprometidos. Vale, que las relaciones se viven distintas a los quince que a los treinta, pero conmigo compartió mucho más que con ella y no se atrevió a dar ningún paso más. ¿Y si me hubiese pedido que me quedara? Si hubiésemos tenido en mente tener una familia no muy tarde… Era joven, sí, pero tenía más que claros mis sentimientos. Además, ni siquiera se opuso a que me fuera, le pareció bien que luchara por mis sueños y estaba convencido de que triunfaría con ello. Me hizo creer en mí y confiar en que era lo correcto. Quizás, después de todo, no me quería tanto como yo pensaba y por eso me dejó marchar. Vio la oportunidad de tener que dejarme sin que uno de los dos fuese culpable, fue el puente a la libertad que estaba buscando… Ahora mismo no tengo nada claro.
No quiero pensar en ello, no he venido para amargarme la vuelta, y pensando de manera superficial, a mi cutis no le sienta nada bien llorar, así que tengo que evitarlo a toda costa. Por lo que, si tengo que hacerlo, será mañana con Vanesa y con copas de por medio. Me autoexijo que solo en esas condiciones derramaré todo lo que tenga que sacar y a partir de entonces se acabarán los dramas para poder disfrutar del mes de la mejor manera posible. En nada volveré a la gran ciudad y podré seguir mi vida como hasta ahora. Con una nueva idea en mente, olvidarme del gran amor de mi vida.