Читать книгу Solo tengo un plan A - Laia Andía Adroher - Страница 9
ОглавлениеCapítulo 2
Ayer ni siquiera miré el móvil antes de dormirme, por lo que esta mañana tengo unos cuantos mensajes que debería responder. Solo avisé a Vanesa de que venía, porque quería que fuese una sorpresa, no contaba con que la sorpresa fuese para mí, pero poco ha tardado en correrse la voz y ya están todos enterados. Sin embargo, hoy no voy a ser de nadie más que de mi queridísima amiga y de todos los cosmopolitan o margaritas que me puedan servir. También tengo un mensaje de Álvaro, que me ha costado horrores abrir, pero tenía que hacerlo.
Álvaro: No me ha gustado cómo te has ido, necesito tiempo para procesar esto, espero que la semana que viene podamos hablar con más calma.
Lara: Yo también necesito tiempo, ya hablaremos.
No quiero ser mala, pero necesito coger distancia. Cuanto más cerca lo tenga, peor será para mí, y no me apetece pasar por esto. Solo una estúpida tarda seis años en asumir que su relación está rota y pasa el proceso de duelo entonces. Así que no, no puedo permitirme ser una estúpida. Además, ni siquiera lo vi ilusionado hablando de Teresa. Parece que ha sido más un salvavidas, un parche al que se agarró porque no tenía otra cosa. Lo que sea, pero es con ella con la que se casa, así que de nada me sirve intentar montarme cualquier teoría al respeto. Nada me lo devolverá ahora mismo.
Aprovecho que no estoy muy fina para pasar el rato con mi abuela y cotillear todas las historias del corazón que tiene por aquí. Estoy bastante al día de los culebrones americanos, pero la verdad es que a los españoles los he dejado un pelín abandonados. A mi abuela le encanta marujear y siempre tiene disponibles todas las revistas de la prensa rosa. Es una fiel seguidora de Sálvame y tiende a creerse absolutamente todo lo que se diga en ese programa. No voy a llevarle la contraria; tal y como me cuenta las cosas, a mí ya me sirve para disfrutar un rato.
Además, mi abuela siempre ha sido mi gran confidente y una de las personas que más quiero en el mundo. Siempre ha sabido decirme las verdades que necesito saber, por muy duras que fuesen, y sabe entretenerme cuando no estoy de humor con ciertos temas. En ese aspecto es muy precavida y sabe jugar bien sus cartas, sabe exactamente en qué momento tocar qué tecla, así que es el mejor recurso que tengo para intentar desconectar. La mala pata es que también es del clan de porteras del pueblo y conoce todas las rencillas que puedan existir, así que poco ha tardado en sacarme a relucir el tema de Álvaro.
—Ya te has enterado de que tu muchacho anda ahora con Teresa, hasta creo que le ha regalado un anillo. —Tiene una manera sutil de darme las informaciones.
—Abuela, ya no es mi muchacho… —Admitirlo es el primer paso en el proceso de aceptación.
—A mí no me engañes, que siempre has creído que ese sería tu muchacho —afirma—, siempre pensando que no ibas a encontrar a alguien mejor. —En Nueva York seguro que los hay, pienso.
No es que quiera llevarle la contraria, pero mejores que Álvaro los he visto cada día en mi trabajo. El problema es que ni siquiera me transmiten una pizca de lo que lo hace él. Lo que es capaz de provocarme solo con su presencia o todo lo que se me enciende con un simple roce. Nosotros no decidimos con quién queremos sentir, y a mí me ha tocado sentir con este hombre, por lo que la cuestión no es encontrar uno mejor, sino encontrar a alguno que te haga sentir lo mismo o más.
Como tampoco me apetece debatir con ella todo esto, le saco una revista del cajón y le suelto el primer titular que veo en la portada para que pueda empezar con su presentación de la noticia. Sería una muy buena colaboradora de todos esos programas, pues te cuenta los culebrones con el mayor de los entusiasmos. No os confundáis, mi abuela no tiene un pelo de tonta, de hecho, podría enseñarme mucho de lo que ella sabe, y ahora mismo ha entendido a la perfección que no debía seguir profundizando en un tema que ha comprobado que me duele. Y yo se lo agradezco porque sé que, cuando esté preparada para hablar de ello, podré recurrir a ella y sus consejos serán los más sabios que pueda obtener.
Entre tanta puesta al día se me ha hecho tarde. Tampoco debo exagerar puesto que vine aquí para esta misión, poder estar cerca de ella y si todos mis días fueran como este, no tendría ninguna queja. Pero he quedado con Vanesa en media hora y quería pasar a ponerme un poco más decente. No es que haga falta, aquí las pintas son la última preocupación de cualquiera, pero lo debo llevar en la sangre, por mi profesión, y la moda es algo que me pierde, así que todos los modelitos que he ido adquiriendo estos años debo amortizarlos en todas las ocasiones posibles.
—Pensaba que ya te habrías rajado y vuelto a las Américas —me saluda mi fiel compañera con una copa esperándome.
—Con el entusiasmo que muestras por tenerme por aquí, poco voy a tardar —le respondo mientras cojo asiento.
Brindamos con las copas y sin darme cuenta me la he bebido toda de un trago. Un cosmopolitan en su punto y realmente delicioso. Ahora mismo creo que le han dado un toque especial, pero no sabría decir qué lleva exactamente. Estamos en el bar del nuevo hotel, digo nuevo porque está completamente reformado y no tiene ni una sola similitud con la especie de hostal que teníamos antes.
Me gustaría saber a qué se debe todo este cambio. No somos un pueblo muy turístico, no por la falta de actividades por aquí, sino que siempre nos ha gustado conservar el espíritu que nos brinda el ser pocos y los pasajeros no suelen pasar más de un fin de semana por la zona. Además, no vivimos muy alejados de la ciudad por lo que cualquiera puede venir a disfrutar de la playa cuando le plazca. De ahí que a la empresa de la familia de Álvaro, con la escuela de surf, le vaya tan bien. Surf, esa es una de las cosas que más he echado de menos, aunque me haya escapado en alguna ocasión a las playas californianas, este lugar es mucho más especial.
Vanesa me cuenta un poco las novedades, tampoco es que haya muchas, porque a pesar de que se le había olvidado, digámoslo así, contarme el bombazo, del resto me ha ido manteniendo al día. Además de que nos vimos hace un par de meses. Por el coqueteo que se trae con el barman podría afirmar que este es ese tal Fede, del que he oído hablar mucho últimamente, pero ni he visto ni he tenido el placer de conocer aún. Sus ojos la delatan demasiado, pero soy egoísta, y hoy estamos aquí para ahogar mis penas. Para restregarme su felicidad, ya tendremos muchos días.
Con el cuarto cosmopolitan en la mano ya he perdido la cuenta de las veces que me he lamentado por no intentar que las cosas funcionaran bien con Álvaro. De no haber puesto más empeño. No sé si fue mi orgullo, o que esperaba que fuese él quien reaccionara, quien viniese a buscarme o quien intentara que yo no lo olvidase; pero estoy convencida de que podría haber hecho las cosas de otra manera si realmente quería que fuese el hombre de mi vida. ¿Y si tenía la historia idealizada pero realmente no era él? No, esto no es posible. Álvaro es el amor de mi vida, porque lo supe entonces y porque lo sé ahora.
Vanesa ha intentado prestarme toda su atención a pesar de que la vista se le escapara a la barra. Puede entender que esté hundida, y más cuando sabe lo mucho que significa Álvaro para mí, nuestra historia y lo que tenía pensado para un futuro con él. Me conoce y sabe que es mejor que hable yo y me deja expresar todo lo que me atormenta. Para aconsejarme o echarme la bronca, que seguro que encuentra razones para esto último, tendrá tiempo y lo hará cuando vea que sea el momento correcto.
Soy una mujer fuerte y ya he confesado que solo me permitiré llorar esta noche, por lo que cuando me termino la copa, lo hago. Necesito hacerlo. Tampoco estoy armando un drama ni estoy dando un espectáculo, somos las dos únicas en la sala. Bueno, y el camarero, que espero que Vanesa le haya hablado tan bien de mí que este episodio pase totalmente desapercibido en la imagen que pueda tener de mi persona. Pido otra ronda. El alcohol es el único que consigue que, al menos, pueda desplumarme. Ya lo sé, tengo muy bien aprendido que el alcohol no quita los problemas, y conozco mi capacidad de aguante, pero al menos me ayuda a desahogarme y eso es lo que necesito ahora. Lástima que no todo el mundo quiera contribuir a ello.
—Creo que ya han bebido suficiente —suelta una voz a nuestra espalda.
Debo tener una cara horrible. Pienso en mi supermaquillaje waterproof, que espero que haya hecho su trabajo mejor de lo que imagino, puesto que lo que tengo delante me deja sin palabras. Un hombre que debe rondar los treinta, de un metro noventa aproximadamente, castaño, con la barba arreglada pero un poco más larga que de tres días y unos ojos azul gris que me acaban de hacer contener todas mis lágrimas. Va vestido con un traje gris oscuro y una camisa blanca con sus dos primeros botones desabrochados. Un claro ejemplo de la clase de hombres que he frecuentado últimamente. Todos ellos con un físico y un aspecto espectacular, pero que, a la hora de profundizar, no me aportan los sentimientos necesarios. Un muy buen empotrador, de eso puedo estar segura, y que me pondría a mil en otras circunstancias. Lástima que también sea de esos que abre la boca para pifiarla. Perdonad que haga tanta introducción, pero si Vanesa hubiese reaccionado, hubiera sabido que es de la zona; si no fuera con traje, hubiera sabido que sabe dónde está, y, si no hubiese interrumpido, hubiera sabido que sabe con quién está hablando.
—Me parece que eso no es decisión tuya —interviene Vanesa viendo que yo me he quedado sin reaccionar.
—Lo sea o no, se acabaron las copas —dice muy seguro de sí mismo.
—¿Acaso no sabes quién soy? —A mí nadie en este jodido pueblo me dice lo que puedo o no hacer.
—¿Debería? —Esta chulería me mata. Y sí, claro que debería, si ha abierto una puta revista en seis años ha tenido que ver mi cara en algún lado.
—Espero que su estancia sea confortable, porque mañana se las va a tener que ver con el alcalde —le amenaza Vanesa cogiéndome del brazo para que salgamos de allí.
A ver, no es que en nuestro estado seamos las mejores haciendo amenazas, pero nadie se mete con la pequeña de los Samperio, o sea, yo. Mi padre lleva como unos veinte años en la alcaldía y aquí todo el mundo le tiene un respeto tremendo, por lo que nunca nos han tratado mal ni nos han prohibido nada, a lo que ni mi queridísimo hermano ni yo nos vamos a oponer. Eso sí, este hombre ha tentado demasiado la suerte porque me ha pillado en el peor de mis días y esto no va a quedar así. Claro que, Vanesa exagera y ya no tengo diez años como para chivarme a mi padre y que venga él a arreglar mis problemas, pero una sabe aprovechar las cartas cuando las tiene, y este turista ha dado con el hueso equivocado. Si venía para disfrutar de una estancia tranquila en la costa, aunque viendo su indumentaria lo dudo, se le acaban de torcer las vacaciones.
—Puedes volver dentro y esperar a que Fede termine su turno —le digo a Vanesa como intento de despedida.
—¿Cómo?
—Vanesa, te conozco casi más que a mí misma, y más cuando disimular no es lo tuyo…
—Quería presentártelo, de verdad, pero…
—Pero hoy nos prometimos que seríamos la una para la otra y necesitaba poder desahogarme de lo que me ha pasado, y tú eres la mejor amiga del mundo. No, espera, esa soy yo, por eso, mueve tu culito y disfruta de tu noche, mañana bajaré a hacer surf un rato, por la noche podemos cenar en el porche de casa; tráelo y así le hago un tercer grado.
Acto seguido me abraza y me da un besazo en la mejilla. Esas somos nosotras y nos entendemos demasiado bien, sabemos qué queremos en cada momento. A mí el impresentable ese me ha quitado todo el buen rollo que tenía. Vale, no, buen rollo precisamente no traía, pero me ha serenado de golpe y ahora solo me apetece meterme en la cama y dormirme. Ahora mismo tengo dos frentes abiertos en mi supervuelta a mis orígenes. Uno, olvidarme de Álvaro y aceptar que no soy la princesa que siempre pensé. Dos, vengarme de que alguien en este pueblo se haya atrevido a prohibirme algo. Quizás lo segundo me ayude con lo primero. De momento lo que sí que va a ayudarme es descansar y salir a coger olas a primera hora.