Читать книгу La locura de ser cura - Leandro Bonnin - Страница 10
ОглавлениеLa Ferrari
Me gusta mucho compartir mis vivencias como sacerdote, especialmente desde que Benedicto XVI nos alentó a los curas a usar las redes sociales. Pero al hacerlo, me doy cuenta de que algunas personas no lo toman o no lo comprenden bien.
Piensan que quizá estoy alardeando, mandándome la parte, echándome incienso. En realidad, no es o no quisiera que fuera así: solo anhelo compartir la belleza del sacerdocio que recibí sin merecerlo.
Así, se me ocurrió una comparación que puede ayudar a describir lo que siento en relación con este ministerio recibido como don.
El sacerdocio, mi sacerdocio, es como una Ferrari que vale muchísima plata, que yo jamás hubiera podido comprar, que me regalaron sencillamente porque al dueño de la empresa se le ocurrió que yo la manejara. Había pilotos mucho más capaces pero nos tocó a nosotros.
Cuando comparto algo, intento mostrar, no nuestras habilidades al volante –no soy Fangio, Senna, Prost, Schumacher, ni siquiera el Flaco Traverso–, sino la belleza de la Ferrari.
Quiero contarles cuánto vértigo y emoción se siente al usarla. Intento describir la potencia que encierra, el gozo indecible de haberla recibido y poderla utilizar.
Jesús nos pide que la cuidemos, sin llegar al extremo de tenerla siempre guardada en el garage. Nos dice que seamos delicados, porque si la usamos mal podemos hacer mucho daño a otros y perdernos a nosotros mismos.
Lamentablemente, algunas veces lo hacemos: ensuciamos, manchamos, abollamos o rayamos el regalo del sacerdocio. Cada cierto tiempo, alguno de nosotros destroza la Ferrari, y es noticia. Algunos piensan que es por defecto de fábrica, se enojan con el donante. Pero no, no es Él el culpable: somos nosotros.
Por eso también quiero pedir perdón: porque con nuestra impericia, desprestigiamos su fábrica. Aún así, y aunque no sean noticia, hay Ferraris cada día funcionando bien.
Por eso damos gracias. De tal manera que, todo sea para gloria del donante, diseñador y mecánico, del que la pensó tan genial y tan enorme, del derrochón que, con tanta audacia, la pone en tan torpes manos.