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Cuidala como oro

–¡Escuchame, escuchame, te voy a decir algo!

El Flaco, un personaje del barrio que tenía por costumbre no andar casi nunca sobrio, minutos antes, había tocado el timbre de la parroquia pidiendo si no tenía algo para comer. Cuando bajé a entregarle lo que encontré, y después de que lo reté porque nuevamente había estado tomando vino en exceso, me dijo:

–Escuchame, escuchame, te voy a decir algo: cuidá a la Iglesia como oro.

Y se tocó el corazón.

–La Iglesia tiene que ser para vos como un diamante.

Para cerrar, finalmente, con el clásico: “¿no tenés unos pesos que me puedas dar?”

Gracias, Flaco querido, por recordármelo. Por traer a mi memoria este gran Misterio: Cristo me confía a la Iglesia, su Esposa, aquella por la cual Él se entregó en la Cruz, para que yo, indigno ministro, la cuide.

Gracias Jesús: tu Iglesia vale más que el oro, más que un diamante precioso: vale tu Sangre Redentora.

La locura de ser cura

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