Читать книгу Colinas de California - Lee Goldberg - Страница 11
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ОглавлениеEve arrastró una silla hasta el cubículo de Duncan y se sentó junto al escritorio. Duncan estaba comiéndose un dónut de azúcar y mirando una fotografía que tenía colgada en la pared, cuya imagen era la vista que tenía del desierto desde el jardín trasero de su apartamento de Palm Springs. Allí pasaba los fines de semana y las vacaciones, y su idea era convertirlo en su residencia habitual en cuanto se jubilara. La verdad es que parecía que el hombre anhelara estar allí en aquel instante.
—¿Qué tal te va con el caballero de mierda?
—Pues no parece que esté preocupado ni lo más mínimo por Tanya y por los niños, lo que resulta extraño. Puede que se deba a que se alegra de no tenerlos ya en casa.
—¿Qué le pasa con ellos?
—Que se ha cansado de pagar las facturas de ella y de ocuparse de los niños. Mucho trabajo y nada de sexo.
—Así es la vida.
—Se supone que, ayer, Tanya iba a quedar con una agente inmobiliaria que había conocido en su clase de pilates para que la ayudara a encontrar una nueva casa.
—He hablado con el jefe de producción de la película. Dice que Jared estuvo trabajando en Lancaster hasta el miércoles por la tarde noche. Todo el equipo podría asegurarlo. Incluso se hicieron una foto de grupo con Kevin Costner cuando acabaron la jornada. Eso, claro está, no quiere decir que Jared no volviera a casa por la noche.
—Para eso también tiene coartada. Ha declarado que hay una mujer que puede asegurar que pasaron toda la noche en la habitación de un hotel y, además, tiene esto...
Eve le tendió la factura. Duncan la leyó y se la devolvió.
—¡Vaya, qué raro que no tenga una deposición firmada para adjuntarla a la fotografía con Costner y a la factura!
—¿Y la camioneta?
—Los forenses dicen que parece que está limpia. Con eso, se refieren a que no han encontrado sangre ni nada inusual en una búsqueda rápida. En cualquier caso, han cogido muestras de tierra y de fibras para analizarlas y asegurarse. Aun así, el caballero de mierda sigue estando el primero en mi lista de sospechosos.
—Ya, pero eso es porque es el único nombre que tenemos hasta el momento.
—Tiene un motivo importante.
—Pero no ha tenido ninguna oportunidad.
—Quería que salieran de su vida. Podría haber contratado a alguien para que lo hiciera.
Eso era verdad, pero Eve no creía que fuera así.
—¿Has hablado con el exmarido de Tanya?
—La policía de Merced ha ido a su casa. Estaba abatido por la desaparición de los niños. Hace semanas que no sale de Merced y su jefe asegura que ha ido a trabajar los dos últimos días. Incluso hay vídeos de las cámaras de seguridad de la oficina y de su propia casa que lo demuestran. Me han enviado enlaces para ver las imágenes.
—¿Ha habido actividad en el móvil o en las tarjetas de crédito de Tanya?
—No.
—Así que estamos como al principio... con una familia desaparecida y una casa llena de sangre.
—Si yo fuera tú, escribiría unas cuantas notas para el informe del caso y, después, volvería a la casa para dar otro paseo por el escenario del crimen. Puede que los forenses ya tengan claro lo que ha sucedido.
—¿Y qué vas a hacer tú?
—Voy a practicar para la jubilación: cenaré con la parienta y haremos un maratón de Downton Abbey.
Eve volvió a la sala de interrogatorios y Jared le entregó la hoja de papel. No había escrito gran cosa. Solo había puesto a dos amigas —una de ellas Alexis— y los nombres de la peluquera de Tanya, del salón de uñas que frecuentaba, del gimnasio donde hacía pilates y de una escuela de teatro a la que acudía. O la mujer no tenía mucha vida social o a Jared no le importaba lo más mínimo lo que hacía.
—Muchas gracias por la lista. Ahora mismo le pido a un agente que le lleve hasta la camioneta, aunque va a tener que buscar usted un sitio donde dormir.
—¿Durante cuánto tiempo?
—Durante unos días.
Jared se paró a pensar en aquello.
—¿Me reembolsarán lo que me gaste en caso de que no encuentre algún amigo del que tirar y me tenga que ir a un hotel?
—¿Por qué íbamos a hacerlo?
—Porque son ustedes quienes no me permiten volver a casa.
—En su casa hay sangre por todos los lados y es muy probable que se trate del escenario de un crimen. Estamos procesando las pruebas. ¿De verdad pasaría usted la noche allí si se lo permitiéramos?
—¿Y la ropa? ¿No puedo coger nada?
—Lo siento, pero, ahora mismo, no podemos permitir que saque nada de la casa.
—Así que también voy a tener que comprar ropa...
—Parece que sí.
Jared sacudió la cabeza y se puso de pie.
—¡Qué putada, joder!
Eve le pidió el número del móvil, le dio su tarjeta y le dijo que le informara de dónde se alojaba en cuanto lo supiera.
Cuando Jared se marchó, la detective fue a su cubículo, se sentó en su escritorio, anotó todo lo que había sucedido aquel día y escribió los informes pertinentes. El analgésico ya le estaba haciendo efecto y, por lo tanto, empezaba a sentir hambre. No había comido y hacía horas que tampoco bebía. Llamó al Domino’s para encargar una pizza pequeña y una coca-cola, y pidió que se la entregaran en la recepción. Cenó en su cubículo y se manchó la blusa de tomate, pero, bueno, ya estaba manchada de tierra... Eran algo más de las nueve cuando acabó con el papeleo y se dirigió a Topanga en el sencillo Ford Explorer.
La casa y los jardines estaban iluminados con focos portátiles de manera que los forenses pudieran ver bien adónde iban y que los agentes fueran capaces de detectar posibles intrusos. Una de las ventajas de estar en una zona tan apartada de Topanga era que los agentes no tenían que echar a muchos vecinos o mirones. Aunque eso no iba a tardar mucho en cambiar. En un momento dado, Eve vio dos furgonetas de equipos de televisión que llegaban para emitir en directo durante las noticias de la noche. En cuanto los detalles salieran a la luz, aquello se llenaría de periodistas y de curiosos.
Eve se puso unos guantes de plástico y unos protectores de zapatos en el coche y entró en la casa por la cocina. Aquella era la tercera vez que estaba en el escenario del crimen y cada una de las visitas le había provocado una reacción distinta. La primera había sentido la urgencia de la misión que la ocupaba y la conmoción de lo que estaba viendo. La segunda, su reacción había sido emocional. En esta tercera ocasión, se sentía indiferente, su interés era más analítico y estaba más centrada en los detalles. Puede que se debiera al cambio que habían sufrido tanto la casa como las circunstancias.
Ahora había numerosos conos de plástico multicolor por el suelo y pedazos de cinta adhesiva numerados en las paredes para destacar las diferentes pruebas. En la casa había muchos más técnicos, ya fuera recogiendo muestras, sacando fotos o tomando medidas, y el ambiente de trabajo era continuo, estaba cargado de actividad e intención. Sin duda, aquel era un escenario que estaba preparado para el segundo acto.
Eve se acercó a la nevera y analizó el dibujo de un perro que había hecho uno de los niños con ceras y que estaba sujeto con el imán de Mr. Plunger. Lo más probable es que se tratara de Jack Shit. No le llamó la atención porque se tratase de una obra de arte que le provocaba un impacto emocional, sino por las manchas de sangre que había en el papel, a la altura de sus ojos. Estas se hacían más grandes a medida que Eve seguía el rastro por los armarios y hacia abajo, hacia las cajas de cereales y de barritas de muesli que había en la encimera.
Nan Baker entró en la cocina e Eve se volvió. La jefa de los forenses llevaba una mascarilla quirúrgica que le tapaba la nariz y la boca.
—¿Podrías decirme qué ha pasado aquí?
Nan se bajó la mascarilla para hablar.
—Podría asegurar con bastante certeza que en esta casa han acuchillado y desmembrado a tres personas y a un perro.