Читать книгу Colinas de California - Lee Goldberg - Страница 7
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ОглавлениеYa habían llegado la ambulancia y la dotación de bomberos, y los efectivos estaban esperando a que les dieran instrucciones.
Alexis fue corriendo hasta Eve:
—¿Qué pasa? ¿Está Tanya dentro?
—No, la casa está vacía.
—¿Y qué han visto?
—Lo mismo que usted.
A Eve le pareció que aquello calmaba a Alexis, lo que se debería, probablemente, a que la mujer solo había sido testigo de la sangre de la cocina.
—Entonces, ¿dónde está Tanya?
—No lo sé. —Eve se sentía culpable. Nada de lo que le estaba diciendo a Alexis era mentira, pero todo eran medias verdades—. Discúlpeme un momento.
La detective se acercó a los paramédicos y a los bomberos.
—Podéis iros, en la casa no hay nadie.
Luego, se acercó a los agentes Ross y Clayton, se aseguró de que les estaba dando la espalda a Alexis y a Duncan, bajó la voz y les dijo:
—Llamad a dos unidades más. Que nadie entre en el escenario, solo el equipo del forense.
Asintieron para hacerle ver que la orden les había quedado clara e Eve se acercó de nuevo a Alexis y a Duncan. Su compañero había vuelto a sacar la libreta y otra vez estaba tomando notas.
—¿A qué colegio van Caitlin y Troy? —le estaba preguntando en ese momento.
—A Canyon Oaks.
Duncan miró a Eve. Él ya tenía lo que necesitaba para empezar a trabajar.
—¿Dónde está su padre? —le preguntó Eve, que había decidido hacerse cargo del interrogatorio, antes de hacerle un gesto a Duncan para que fuera al Explorer a empezar con las llamadas.
—En Merced. Se llama Cleve Kenworth. Tanya y él se divorciaron hace unos cuantos años. Ella nunca habla de él.
Eve sacó una libreta del bolsillo interior de su cazadora Ann Taylor de color azul marino, una de las tres del mismo modelo —aunque en colores diferentes— que había comprado en Internet en cuanto le habían dado la placa de detective y había colgado el uniforme.
—¿Qué sabe del novio de Tanya?
La ambulancia y el camión de bomberos empezaron a dar marcha atrás, lo que pareció que sirviera para que Alexis creyera que todo iba a salir bien. La detective se fijó en que la mujer se relajaba, en que se distendía.
—Que es un gilipollas.
—Empecemos por su nombre y por el sitio en el que trabaja y ya llegaremos a lo de que es gilipollas.
Alexis sonrió, una prueba más de que se estaba calmando.
—Se llama Jared Rawlins. Es operador de cámara; ya sabe, uno de esos que se dedican a mover los focos y demás cacharros de un escenario a otro.
Eve sabía a qué se refería. El padre de su hermana también era operador de cámara. Su madre y él solo habían estado saliendo unas semanas. Durante unos años, visitaba a Lisa en Navidades y por su cumpleaños, pero, entonces, desapareció de su vida. Eve recordaba su cara pecosa, las manos llenas de callos y que era agradable. Siempre que visitaba a Lisa, les llevaba piruletas See’s a los tres.
—¿Dónde trabaja?
—Aquí y allí. Hace muchas tareas diferentes: películas, series, anuncios, vídeos... incluso pornografía de vez en cuando.
—¿Por qué es gilipollas?
—Por la manera en que habla a Tanya. Siempre la menosprecia. Además, odia a los niños. Los llama «ratas» como si lo hiciera en broma, pero no es así.
El padre de Eve era igual. Se trataba de un director de televisión que no se había casado en la vida pero que había tenido muchos hijos, todos ellos con actrices que pretendían triunfar o con ayudantes de producción. Rara vez les daba un centavo a las madres para la manutención, y las pocas veces que Eve lo había visto cuando era niña era porque su madre los llevaba a ella y a sus hermanos al juzgado de menores con intención de influir al juez. Ahora, su padre vivía en un bungaló en la Casa de Acogida para Trabajadores de Cine y Televisión que había en Woodland Hills, a unos ocho kilómetros de su apartamento o de donde trabajaba, pero nunca iba a visitarlo.
—¿Dónde está Jack Shit?
La pregunta de Alexis apareció por sorpresa entre los pensamientos de Eve.
—¿Cómo dice?
—El perro. Es un viejo jack russell con mezcla de terrier y algo de shih tzu. Ladra por todo. ¿Lo han visto?
—No, no lo hemos visto.
Eve se había olvidado de la cama para perro que había en el salón.
—Qué raro... —Alexis volvía a estar tensa—. Nunca sacan a Jack Shit de casa sin correa... Sería una excelente comida para los coyotes, ¿sabe?
—Lo investigaré. —La detective le hizo un gesto al agente Clayton para que se acercara y se encargara de Alexis—. Gracias por todo, señora Ward. Por favor, dele al agente su dirección y teléfono de contacto antes de que se vaya. La llamaremos en cuanto sepamos algo.
Eve dejó a Alexis con Clayton y fue a su coche. Duncan se encontraba en el asiento del pasajero, hablando por el móvil.
—Me tienen a la espera. Estoy con los del juzgado para que se pongan con la orden de registro. Los del forense vienen de camino y he pedido a los de comisaría que envíen una patrulla al Canyon Oaks para ver si están los críos. ¿Qué has descubierto?
—Que el novio se llama Jared Rawlins y que es operador de cámara. Puede que en su sindicato sepan dónde está trabajando.
—Si es que está trabajando. Puede que esté en paro.
—El exmarido de Tanya se llama Cleve y vive en Merced.
Lo único que la detective sabía de Merced era que se trataba de una ciudad pequeña del centro de California, a unos cuatrocientos cincuenta kilómetros de Los Ángeles. Nunca había estado allí.
—Yo me encargo de ponerme en contacto con el Departamento del Sheriff de Merced para que lo localicen.
—El perro de la familia también ha desaparecido. Puede que haya escapado mientras sucedía lo que sea que ha sucedido en esa casa. ¿Crees que podríamos llamar a los de la perrera para que vengan a buscarlo?
Duncan miró serio a su compañera:
—Pues claro, se tiran el día buscando perros desaparecidos. Es a lo que se dedican, ¿sabes?
—Estás siendo sarcástico.
—Solo lo buscarían si tuviera la rabia... aunque no estoy seguro de que ni aun así fueran a hacerlo. ¿Qué crees que podemos sacar del perro?
—De Jack Shit.
—¿Cómo dices?
—Así es como se llama: Jack Shit. Al parecer, es una mezcla de jack russell con terrier y shih tzu.
—Adorable.
Eve sabía que de poco iba a servirles dar con el perro, pero es que no le gustaba la idea de que se convirtiera en la cena de algún coyote.
—Yo me encargo de facilitarle el escenario al forense —dijo la detective.
Acto seguido, fue a la parte de atrás del Explorer, abrió el maletero, sacó un enorme rollo de cinta amarilla en la que ponía ESCENARIO DE UN CRIMEN y volvió a la casa. Ató una parte de la cinta a una farola y recorrió todo el perímetro de la propiedad; solo se detenía para atar la cinta a algún árbol, arbusto, tumbona o a cualquier otro objeto. Mientras hacía aquello, mantuvo los ojos bien abiertos por si acaso veía algo que se saliera de lo habitual.
Aquello hacía que pareciera que estaba ocupada y, al mismo tiempo, le daba la excusa perfecta para pensar en lo que tenía entre manos. La mayor parte de su experiencia como investigadora era en casos de robos acontecidos en casas o en tiendas. Los pocos casos de homicidios en los que había trabajado no resultaban nada misteriosos. Uno de ellos había sido el de un anciano que había matado a su esposa, enferma de alzhéimer, y que, después, se había suicidado. El otro había sido el de un hombre sintecho que había apuñalado a otro sin hogar en una pelea para determinar quién tenía derecho a saquear un contenedor de basura que había detrás de una tienda de comestibles. El caso que la ocupaba era mucho más complejo que cualquiera de los que le había correspondido investigar hasta el momento.
¿Qué era lo que sabía? Que una mujer había desaparecido y que parecía evidente que en la casa había sucedido un terrible acto violento. Que no había cadáveres. Ante esto, ¿de verdad tenía un asesinato entre manos? ¿Se trataba de un asesinato múltiple? ¿De un secuestro? Era demasiado pronto para saberlo.
La detective estaba ya en el jardín trasero cuando le pareció ver un surco entre la maleza, un surco que iba desde el césped seco hasta una zona de árboles que había en lo alto de la colina. Alguien, o algún animal, había pasado por allí hacía poco. Puede que se tratase del rastro que había dejado el perro al huir de la casa.
Eve dejó el rollo de cinta en una de las tumbonas y ascendió por la colina en paralelo al rastro para no contaminar ninguna posible prueba. La tierra estaba dura y las malas hierbas eran altas como el heno.
La detective se internó entre los árboles y se sorprendió al ver un saco de dormir arrugado en el suelo y rodeado por los restos de un menú para llevar del McDonald’s. El saco de dormir no estaba ni sucio, ni manchado de tierra, ni cubierto de hojas. Eve se acuclilló al lado de los restos y se fijó en una rodaja de pepinillo que había en la caja de un Big Mac; aún estaba húmedo.
Aquel campamento no llevaba allí mucho tiempo. Un día, a lo sumo.
Eve miró el camino por el que había ascendido. Quienquiera que hubiera estado allí, veía perfectamente la casa de Tanya: la parte delantera y la zona en la que acababa la calle. La detective contempló cómo llegaba la furgoneta del forense. ¿Habría estado alguien vigilando la casa? Y, de ser así, ¿por qué y durante cuánto tiempo? ¿Tendría aquel vigilante algo que ver con la desaparición de Tanya y con los actos violentos que habían tenido lugar en la casa? De no ser así, ¿habría visto lo que había sucedido?
La detective estaba a punto de empezar a sacar fotos con el móvil cuando oyó el chasquido de una ramita por detrás de ella. Se dio la vuelta rápidamente y, en ese mismo instante, un animal peludo y furioso —¿un oso grizzly? ¿un hombre lobo?— salió de entre los árboles y la golpeó en la cabeza con una piedra.
Eve notó una explosión de dolor cegadora y cayó de lado. La bestia, enfurecida, le pegó una patada tan fuerte en el estómago que la dejó sin aire. La policía no podía respirar. Por instinto, adoptó una posición fetal para protegerse la zona media del cuerpo.
Entonces, la bestia le pegó una patada en la cabeza y todo se tornó negro.