Читать книгу Narrativa Breve de León Tolstoi - León Tolstoi - Страница 48
III
ОглавлениеIván había arado todo el campo, menos un surco Tenía dolor de vientre y, sin embargo, necesitaba trabajar. Limpió el arado y empezó su labor. Pero apenas habla comenzado, se sintió detenido por una raíz: era el diablillo que se habla aferrado a la reja y le detenía.
—¡Que raro es esto! —pensaba Iván.
Metió la mano en el surco y buscando tocó una cosa blanda. La cogió y la sacó Era un objeto negro como una raíz: pero, encima de ella, algo se movía.
—¡Cómo! ¡Un diablillo vivo! ¡Vaya con el bicho malo!
Iván hizo ademán de aplastarle contra el suelo. El diablillo empezó a gemir:
—No me mates y haré cuanto quieras.
—¿Y qué harás por mí?
—Lo que gustes; pide lo que quieras.
Iván se rasco la cabeza y luego de pensar dijo:
—Me duele el vientre; ¿sabrías curarme?
—Sí, puedo curarte.
—Hazlo, pues, en seguida El diablillo se agachó hacia el surco y, escarbando con las uñas sacó una raíz con tres tallos y se la dio a Iván.
—Toma —díjole—; basta que te tragues una de estas puntas para que tu dolor desaparezca.
Iván arrancó una punta y se la tragó. En el acto dejo de dolerle el vientre.
El diablejo volvió a suplicarle:
—Suéltame ahora —dijo—. Me escurriré bajo tierra y no volveré más por aquí.
—Sea —dijo Iván—. ¡Vete con Dios!
Y en cuanto Iván hubo pronunciado el santo nombre de Dios, el diablillo se hundió en lo más profundo de la tierra, como una piedra en el agua. Sólo dejo un agujero como rastro.
Iván guardó los otros dos tallos en su gorro, y volvió a labrar. Concluyó lo que le faltaba, dio vuelta al arado y regreso a su casa.
Desunció, entro en la isba y vio a su hermano mayor, Seman el Guerrero, sentado a la mesa con su esposa para cenar. Le habían confiscado su hacienda y, a duras penas, había logrado escapar de la cárcel para refugiarse en casa de sus padres.
Seman dijo a Iván, al verle entrar:
—He venido para vivir en tu Casa. Manténme con mi mujer hasta que encuentre otro domicilio.
—Sea según tu voluntad —dijo Iván—. Vivid aquí, en paz.
Pero como Iván fuese a sentarse en un banco, su cuñada, molesta por el olor del Imbécil, dijo a su marido:
—No puedo comer con un mujik que apesta, Seman el Guerrero se volvió hacía Iván.
—Mi esposa dice que hueles mal. Harás bien en ir a comer al establo.
—Como queráis —repuso—. Precisamente es ya de noche, y es hora de dar el pienso a la yegua.
El Imbécil cogió pan, se puso el caftan y se retiró para hacer la guardia de noche.