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VI
ОглавлениеCuando los hermanos tuvieron casa, se instalaron cada cual en la suya. Iván, terminadas las labores del campo, fabricó cerveza, e invitó a Seman y a Tarass a una fiesta en su isba.
Sus hermanos rehusaron.
—¡Cómo si no supiéramos lo que es una fiesta de mujik!
Iván festejó a los mujiks vecinos, a las babas, y bebió él también; hasta llegó a alegrarse un poco, y salió a la calle a ver las khórovods. Hizo más: se acercó a ellas e invitó a las muchachas a que cantaran en honor suyo.
—Quiero ofreceros —les dijo— una cosa que jamás habéis visto.
Las babás rieron como descosidas y las muchachas cantaron sus alabanzas.
Cuando hubieron acabado, le dijeron:
—Ahora te toca darnos lo prometido.
—En seguida os lo traigo.
Y cogiendo una criba se fue al bosque próximo. Las jóvenes reían y exclamaban:
—¡Que imbécil!
Y luego ya nadie se acordó de él. Pero al cabo de un rato le vieron volver corriendo, con la criba llena.
—Ea, ¿queréis?
—Si, sí —dijeron a coro.
Iván cogió un puñado de oro y lo tiró a las muchachas.
—¡Pero, padrecito…!
Y admiradas, se tiraron al suelo para recogerlo.
Los mujiks también acudieron, y se quitaban unos a otros las monedas de oro. Una pobre anciana corrió peligró de morir aplastada. Iván se reía.
—¡Oh, pequeños imbéciles! ¿Por qué hacéis daño a una babuchka? ¡Tened más cuidado!
Os daré cuanto queráis.
Y volvió a echarles puñados de oro. Tenía en torno suyo a una gran muchedumbre. Iván había vaciado la criba, y aun le pedían más. Entonces dijo:
—No; no hay más. Otro día volveré a daros. Y ahora, ¡bailemos y cantemos!
Las jóvenes empezaron a cantar.
—No son bonitas vuestras canciones —les dijo—, ¿no sabéis otras?
—¿Acaso las sabéis vos mejores? —le contestaron.
—Desde luego. Vais a oírlas.
Y, al decir esto, se fue a la era, cogió una gavilla, y, según se lo había enseñado el diablillo, sacudió las espigas sobre el suelo.
—¡Ea! —dijo—. «Mi esclavo manda que dejes de ser gavilla y que cada una de tus espigas se truequen en soldados».
La gavilla se esparramó y los tallos se convirtieron en soldados. Redoblaron los tambores y los clarines sonaron. Iván mandó a los soldados que cantasen y que desfilasen con él por las calles. Los espectadores quedaron asombrados. Cuando los soldados hubieron acabado de cantar, Iván se los llevó otra vez a la era, prohibiendo que nadie le acompañase, cambió otra vez en gavillas a los soldados. Fuese luego a su casa y se echó a dormir.